Cátedra Raúl Porras Barrenechea

Blog-Homenaje a la memoria de Raúl Porras Barrenechea,
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

15 abril 2007

Raúl Porras Barrenechea
(In Memoriam) *

Por Manuel Ballesteros Gabrois
Universidad Complutense de Madrid

Ya recordamos en su momento, en Lima, el transcurso de un siglo desde que naciera ese gigante de la Historiografía peruana llamado RAUL PORRAS BARRENECHEA, con el que me unió entrañable e inalterable amistad, foijada en nuestra recíproca simpatía y en el mutuo afecto de nuestras aficiones comunes. Por ello, cuando va a cuajar el recuerdo en letra impresa, sería inesperado que ¡ni firma no figurara entre los que lo recordamos con nostalgia. Con nostalgia, naturalmente, no, de poderlo tener entre nosotros, pero si nostalgia de que su vida fuera —dentro de lo humano— relativamente breve, y que quizá sus puestos diplomáticos nos robaron obras suyas fecundas. Aunque él supo compatibilizar sus obligaciones político-internacionales con la continuidad de sus investigaciones, como lo demuestran los logros en Montilla, donde se «empapó» por así decirlo, del recuerdo del gran Inca Garcilaso.

Quiero recordar para que figuren estos datos en su biografía, que estaba en Europa cuando se desarrollaba la cruenta Guerra Civil española. Fue entonces cuando los Ballesteros (D. Antonio, mi padre, historiador de América, y yo, ya peruanísta, que en 1935 había publicado un estudio sobre la Colección Larréa, con ocasión del Congreso Internacional de Americanistas que allí se celebraba) hicimos amistad con Porras.

Es notorio, y quiero recalcarlo, que visitó entonces España, pero lo que se llamó «zona nacional», en la que quedaba ubicado el Archivo de Indias, en Sevilla. No recuerdo cómo se las ingenió, pero el hecho es que contactó con nosotros, y yo tuve la fortuna de hallarme con licencia — de mi servicio de guerra— en Burgos. Fue acompañado por mi padre —Antonio Ballesteros Beretta— y por mi en la visita a Burgos, Covanubias, Arlanza etc, empapándose de Edad Media, por así decirlo. Comenzaba una amistad que se consolidaría cuando visitó posteriormente España, y cuando fue embajador del Perú en ella. Quizá su Garcilaso en Montilla no se hubiera llevado a cabo sin su tenaz búsqueda en la ciudad donde por años residió el Inca. Se mostraba ya como lo que cuajaría en sus lecciones sanniarquinas, enfrentándose con la doble vertiente de las informaciones de las crónicas y de la riqueza, poco explorada hasta entonces con verdadero provecho, de los documentos dejados por la fecunda producción de escritos, actas, informaciones, testamentos etc, guardados en los archivos. Cuajaba una amistad con el que esto escribe, y se consolidaba con la de D. Antonio.

Con mi padre ya habla trabado conocimiento Porras antes de la Guerra Civil española, planeando unos actos y celebraciones que este trágico acontecimiento nacional de España interrumpiría, pero no cortaría. En la llamada «zona nacional » o —por los republicanos— «facciosa», fuera de los frentes, que cada Vez se alejaban más hacia el Mediterráneo y el norte aragonés y catalán, se intentaba reconstruir, en lo cultural, la anterior normalidad. Así en Sevilla los académicos de la Historia, la mayoría residentes o «pasados» a esta zona, se reunieron en Sevilla para celebrar el segundo centenario de la fundación de la Real Academia de la Historia por el rey Felipe Y de Borbón, el 17 de junio de 173$. Allí estaba Porras, llevando bajo su brazo el volumen 1 de su serie sobre «los cronistas del Perú», para ofrecérselo a mi padre, con la siguiente -hoy para mí emocionante dedicatoria:

«A D. Antonio Ballesteros,
cronista mayor de Indias en el siglo xx; respetuosamente
Raúl Porras
Sevilla, 1938»


En la pagina 3 de esta publicación (Las Relaciones Primitivas de la Conquista del Perú, correspondiente a, sus Cuadernos de Historia del Perú, n° 2. Les Presse Modernes, Palais Royal, Paris, 1937), se dice que la crónica conocida «por la crónica del ‘anónimo sevillano de 1534’ creo descubrir como autor de ella, al capitán Cristóbal de Mena. Este trabajo fue presentado por mí —como delegado del Perú— al XXVI Congreso Internacional de Americanistas reunido en Sevilla en octubre de 1935». Fue en esta coyuntura cuando se produjo el primer contacto entre los Ballesteros y Raúl Porras. Y por ello, como he dicho, a los tres años (el trabajo de Porras era de 1937) traía su ejemplar para. D. Antonio, a la misma Sevilla,.

En este rosario de recuerdos en torno a Porras, mencionemos que en abril de 1939 ya había concluido la Guerra Civil, y que los Ministerios creados en la «zona nacional» en diversas ciudades españolas iban reinstalándose nuevamente en Madrid. Yo me trasladé a esta capital, de donde había salido sin poder predecir el futuro, el día 16 de julio de 1936, casi la víspera del comienzo de todo lo conocido. Porras estaba de nuevo también en Madrid. Nos vimos y hablamos del encargo que había recibido de la editorial Biblioteca Nueva (de mi buen amigo Ruiz Castillo), de redactar una biografía de Francisco Pizarro para su colección titulada «La España Imperial». Como si se tratara de una cita, Porras abrió su cartera y me entregó su edición del Testamento de Pizarm. Texto inédito. Prólogo y Notas, aparecida, también en París, en 1936 y que me había prometido. Fui, sin duda, el primero que pudo utilizar este valioso trabajo, para poder presentar bajo la luz nueva, aportada por Porras, el carácter entrañable de la general sociedad del futuro Marqués con Almagro, pues redactaba una ultima voluntad llena de amistad, sin rencores, mientras la más brillante prenda de la Conquista - Cuzco- le era disputada por sus socio, amigo y camarada. El triste final, protagonizado por las duras medidas de Hernando Pizarro, forma un contraste emocionante con el manuscrito publicado por el incansable y afortunado investigador Raúl Porras. Si pensamos que cuando apareció este trabajo (que supone una madurez extraordinaria en su autor), Porras era joven, pues tenía solamente TREINTA Y OCHO años. Yo también lo era, pues sólo me aventajaba en DOCE años, y quizá en esta proximidad de edades radicó nuestra fuerte y duradera amistad. La dedicatoria —en libro que también conservo como una joya— dice:

«Para Manuel Ballesteros, cordialmente.
Raúl Porras
Madrid, 1939»


Recordaré algunos acontecimientos más, especialmente su ciclópea misión científica en busca de los años ignorados del Inca Garcilaso, y de la organización de un Congreso Internacional de Peruanistas, en que ambos cumplimos un papel importante para la ciencia americanista, relativa a las diversas etapas del proceso histórico del antiguo Perú, hasta los tiempos de su Independencia y algo más. Antes de entrar en ello, quiero poner de manifiesto que mi afán de conservar cualquier papel impreso o escrito, quiero comunicar a los lectores que he guardado hasta hoy todas las copias «mimeografiadas» (palabra antipática, pero comprensible a todos) de las comunicaciones de dicho Congreso, una copia de las cuales he remitido al Instituto que se honra con su nombre.

Los grandes viajes científicos e informativos del siglo XIX habían mostrado la grandeza de la última civilización histórica indígena: la incaica. Pero quedaban las imágenes, especialmente de Seguier, de restos que dejaban intuir etapas anteriores. Esta hubiera sido razón suficiente para que se considerara a la tierra peruana y sus limítrofes, englobadas en un tiempo en el mundo incaico y luego en el virreinato— como una zona con características comunes en cada uno de los periodos de su trascurso histórico. Porras pensó, con clarividencia, que la palabra Perú (y a ello dedicó en 1973 El nombre del Perú, un luminoso ensayo) significaba, por la duración de dos siglos virreinales, un símbolo de todo el continente meridional del Nuevo Mundo, y que un Congreso Internacional de Pernanistas, en Lima, significaría la posibilidad de aunar y reunir a investigadores de los diversos estratos cronológicos del devenir histórico desde los tiempos remotos hasta los más cercanos. Y así fue: asistieron desde Norteamérica, Junius Birde, por ejeiñplo, hasta de Argentina, como el historiador español Sánchez Albornoz. A mí me cupo presidir la legación española que había sido cuidadosamente seleccionada, y que estaba integrada por el P. Constantino Bayle, José de la Tone y del Cerra, José Pérez de Barradas, Guillermo Diaz Plaja y Guillermo Céspedes del Castillo. Hermnann Trimbom y Paul Rivet fueron figuras señeras del Congreso.

Yo tuve la oportunidad de revelar mi hallazgo del original perdido de la Historia del Perú de Fray Martín de Murúa, localizada por mí en Inglaterra, y que competía, en cierto modo, en ilustraciones a varios colores con la Nueva Crónica de Humán Poma.

Lástima que el innegable éxito de este Congreso y la pasmosa asistencia de sabio importante, como Baudín, no haya tenido repeticiones en posteriores reuniones, habiendose desaprovechado el Congreso Internacional de Americanistas de 1970, celebrado en Lima, para denominarlo también II de Peruanistas, avalado por el hecho de la gran abundancia, mayoritaria, de temas peruanos, presentados por congresistas de todo el mundo y la presencia de importantes Peruanistas como la Sra. Cerulil, exploradora de las ruinas pre-incaicas de la costa del Pacífico.

Aquella ocasión —de 1951— en Lima, fue la oportunidad de la reanudación de la amistad que habíamos vinculado entre Porras y yo en tiempo pre-guerra y de la Guerra Civil española. Su posterior misión diplomática, como Embajador del Perú en España, y sus portentosas investigaciones en Montilla, que produjeron un libro magistral (El Inca Garcilaso en Montilla, 1561-1614. Lima 1955) anudaron más fuertemente nuestra ya fraternal amistad. El mismo año en que editaba este libro, me lo enviaba desde Lima, con la siguiente dedicatoria:

Para Manuel Ballesteros, con mi cordial recuerdo.
Raúl Porras
Lima, 1955»


Hoy, el «descubridor» de Garcilaso en Montilla, Raúl Porras, figura entre los hijos adoptivos de esta localidad andaluza, indudablemente obtenida por el gran servicio aportado por él a la gloria histórica de Montilla.

Esta deshilvanadas líneas, con también deshilvanados recuerdos de mis relaciones con el gran historiador moderno de las cosas del Perú, es un homenaje póstumo en el centenario de su venida al mundo.


* Revista Complutense de Historia de América 1998, N° 24: p. 262-265.

El Reportero de la Historia, 8:00 a. m.