Cátedra Raúl Porras Barrenechea

Blog-Homenaje a la memoria de Raúl Porras Barrenechea,
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

12 febrero 2009

Homenaje a Víctor Li Carrillo

El viernes 13 de febrero a las 7:00 p.m. se realizará un homenaje al Dr. Víctor Li Carrillo en el auditorio del Instituto Raúl Porras Barrenechea (Colina 398, Miraflores). El homenaje es organizado por este instituo de investigación de la Univesidad de San Marcos y la Universidad Inca Garcilaso de la Vega. En el acto se presentará el libro "La enseñanza de la filosofía del Dr. Víctor Li Carrillo".

Víctor Li Carrillo (Chincha, 1929 – Lima, 1988) estudió Filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (1948-1951), en la Universidad de París (1951-1954) y en la Universidad de Friburgo (1954-1958). Entre sus primeros escritos destacan aquellos dedicados a la filosofía antigua, particularmente sobre Platón. Platón, Hermógenes y el lenguaje (1958) y Las definiciones del sofista (1966) son libros en los que presenta lo más avanzado del método filológico-histórico para abordar el problema del lenguaje en Platón llevado por la impronta heideggeriana. Sin descuidar los estudios y escritos especializados sobre filosofía griega antigua, emprende, a partir de 1960, el estudio de las matemáticas y el estructuralismo, consiguiendo una nueva visión de la realidad y la filosofía, como puede apreciarse en La situación de la filosofía contemporánea (1966) y La enseñanza de la filosofía (1967). Además de la actividad, desempeñaba cargos administrativos importantes como decano de Estudios Generales en la Universidad Simón Bolívar de Venezuela y jefe del Departamento de Filosofía en la Universidad de San Marcos, promoviendo desde esas funciones la innovación de los cursos de filosofía de acuerdo con el avance de la ciencia, la que cultivó con pasión hasta el final de sus días.

En el homenaje participarán el Dr. Jorge Puccinelli, director del Instituto Raúl Porras Barrenechea; el Dr. Luis Cervantes Liñán, rector de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega; el Dr. Manuel Velásquez Rojas (Semblanza del autor), la Dra. Magdalena Vexler (Contribuciones filosóficas), el Dr. Raimundo Prado Redondez (El magisterio de Víctor Li Carrillo) y el Lic. Christian Córdova Robles (Aportes metodológicos).



Más información en:
Instituto Raúl Porras Barrenechea
Calle Colina 398, Miraflores
Central Telefónica 619-7000 Anexo: 6102. Telefax: 445-6885.
E-mail: institutoraulporrasb@unmsm.edu.pe


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19 diciembre 2008

Galería (XXII)
Raúl Porras y Jorge Basadre



De un lector:

Hola:
Soy un admirador de las obras y de las personalidades de los maestros Jorge Basadre Grohmann y Raúl Porras Barrenechea, justamente por eso visito loss blogs dedicados a ellos. Me parece una genial idea que a través de los blogs se difunda algunos de sus artículos (más teniendo en cuenta que muchos de ellos son dificiles de ubicar), reseñas, noticias, etc, y por cierto las fotografías.

Ese último punto es el que me llevó a escribir -a pesar de que quise hacerlo hace mucho tiempo para felicitarlos- pues entre las fotos que han publicado en el blog Cátedra Raúl Porras Barrenechea, hay una foto en donde sale junto al maestro Jorge Basadre, Jorge Guillermo Leguía, Percy Gibson y H. Ruiz Diaz se trata de la foto VII, que data de 1930. Es una foto que me gusta mucho, pero considero que hay otra foto que necesariamente debería estar ahí. Se trata de una foto en el mismo lugar y día, pero solo posan Jorge Basadre y Raúl Porras Barrenechea.

Sería genial que pudieran subirla, porque creo que es una foto muy simbólica, ya que en ella aparecen los dos grandes maestros de la historiografía peruana del siglo pasado, representantes descollantes de la ilustre Generación del Centenario.

La foto la he visto en la página 60 del libro de Manuel Burga "La historia y los historiadores en el Perú" que fue publicada en el año 2005 por la UNMSM y la UIGV. Ahí se indica que la foto pertenece al Instituto Raúl Porras Barrenechea, pero debo decir que no estoy seguro si sea una foto genuina, pues parece montada ya que si te fijas bien en el piso, entre Basadre y Porras, da la impresión que las losetas no coinciden, además de que tienen exactamente la misma pose que en la foto grupal. Espero que el dato te sirva, y si es genuina o no, igual creo que sería una foto muy bonita para que la cuelgues en el blog. Atentamente,

J.C. Vives Andrade

El Reportero de la Historia, 9:06 a. m. | Enlace permanente |

23 setiembre 2008

Homenaje a Raúl Porras Barrenechea en el 48° Aniversario de su muerte

El Instituto Raúl Porras Barrenechea, Centro de Altos Estudios y de Investigaciones Peruanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la Municipalidad de Miraflores y la Academia Diplomática del Perú, tienen el agrado de invitar al público en general a los actos de homenaje al gran maestro, historiador y diplomático doctor Raúl Porras Barrenechea, con motivo del 48° aniversario de su muerte. Con tal motivo, han organizado los siguientes actos de homenaje para el día viernes 26 del presente mes:

09.00 a.m. Misa en la Iglesia Virgen Milagrosa (Parque Central de Miraflores), que oficiará el R.P. Armando Nieto Vélez, S.J.

10.00 a.m. Palabras del Señor Alcalde de Miraflores, Dr. Manuel Masías Oyanguren; del Sr. Embajador Jorge Lázaro Geldres, Rector de la Academia Diplomática y del Dr. José Antonio Bravo Amézaga, a nombre del Instituto Raúl Porras.

10.30 a.m. Colocación de ofrendas florales al pie del monumento al Dr. Raúl Porras en el parque que lleva su nombre (a la espalda de la Municipalidad de Miraflores). El acto contará con la presencia de delegaciones de diversos centros educativos e institutos superiores.

07.00 p.m. Actuación académica en el auditorio del Instituto Porras (Colina 398, Miraflores). Discurso de orden sobre "Raúl Porras y Ricardo Palma" a cargo del Dr. Oswaldo Holguín Callo. Palabras del Sr. Rector de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Dr. Luis Fernando Izquierdo Vásquez.


INFORMES:
Calle Colina 398, Miraflores
Lima 18 - Perú
Telefax: 445-6885. Central Telefónica 619-7000 anexo 6102
E-mail: institutoraulporrasb@unmsm.edu.pe


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22 setiembre 2008

El alma faústica del maestro Raúl Porras (1897 - 1960) (*)

Por Wáshington Delgado

Raúl Porras nació en 1897, murió en 1960. Sesenta y tres breves, apretados años en los que desarrolló una ingente labor como estudiante inconforme y reformista, como maestro ameno y cautivante en el colegio y la universidad, como sabio investigador en el libro impecable o la conferencia erudita, como político y diplomático que dejó inolvidables lecciones de sapiencia, honradez, peruanidad y valentía en la embajada, el ministerio o el Parlamento.

Gran parte de esta múltiple actividad no se plasmó en obra material que le diera permanencia. Hubiera sido deseable que como el doctor Johnson, a quien se parecía por su conversación infatigable, amena, erudita y nocturnal, Raúl Porras Barrenechea hubiera tenido un Boswell que registrara esa inmensa sabiduría suya, perdida en el aire de las tertulias sin llegar a plasmarse en la página escrita, en el libro incorruptible.

I

Desde muy joven, Raúl Porras dio a conocer las primicias de su ingenio díscolo, grácil y punzante. En 1915, cuando apenas contaba dieciocho años, se hizo célebre en los claustros sanmarquinos, por los artículos que, con diversos pseudónimos, publicaba en Alma Latina, la revista que él mismo fecundara y dirigiera con Guillermo Luna Cartland, compañero suyo de aula, fino espíritu juvenil, alejado después por los azares de la vida, de las tareas e inquietudes intelectuales y a quien siempre recordó Porras con emocionado afecto. Poco tiempo después, Raúl Porras sería promotor y animador del Conversatorio Universitario, evento estudiantil de la más alta seriedad académica, dedicado a estudiar los acontecimientos, los personajes, el ambiente y la ideología de la gesta emancipadora peruana. El Conversatorio Universitario constituyó un prólogo brillante a las celebraciones del centenario de la Independencia. Fue también el primer destello de una extraordinaria generación intelectual que iba a cambiar al Perú en los ámbitos del pensamiento y la política, de la literatura y el arte. En el Conversatorio participaron activamente Jorge Guillermo Leguía, Luis Alberto Sánchez, Manuel G. Abastos y, naturalmente, el propio Porras, quien leyó un ágil y concienzudo trabajo sobre José Joaquín Larriva. Asistieron también al Conversatorio Ricardo Vegas García, Guillermo Luna Cartland, Carlos Moreyra Paz Soldán y Jorge Basadre. Sus rostros juveniles han quedado inmortalizados en una fotografía histórica, tomada gracias a la iniciativa, también, de Raúl Porras.

Poco después, en los años de 1919 y 1920, fue uno de los iniciadores y gran propulsor de las inquietudes reformistas en la Universidad de San Marcos. En este carácter, viajó al Cusco, donde se realizó el famoso Congreso de Estudiantes que fijó el primer programa de reforma universitaria en el Perú. De vuelta a Lima, fue candidato a la presidencia de la Federación Universitaria, pero a pesar de sus innegables merecimientos salió derrotado por un estudiante de Medicina, Juan Francisco Valega. Tal vez era su destino: como estudiante no alcanzó el cargo que le correspondía; más tarde, como profesor, no alcanzaría tampoco el rectorado, ni siquiera el decanato de la Facultad de Letras, a pesar de que entre 1945 y 1960 fue el maestro por excelencia de los claustros sanmarquinos.

Durante sus años de esudiante Raúl Porras se constituyó en un adelantado y tenaz inspirador de la Reforma Universitaria. Y lo fue porque creyó, como lo creemos ahora todos, que la universidad para desarrollarse necesita un régimen de libertad, una organización democrática. Pero también fue reformista en un aspecto más fundamental: el del perfeccionamiento académico. Los periódicos de 1919 y 1920, como lo harían igualmente en años posteriores, acusaron a los jóvenes reformistas de ser estudiantes ociosos que tachaban a los profesores exigentes y querían aprobar cursos sin estudiar ni asistir a clases. Para desmentirlos, bastaba recordar las reuniones del Conversatorio Universitario donde un grupo de jóvenes estudiantes expuso investigaciones de un rigor científico infrecuente y anunciadoras de una nueva ideología peruanista y democrática.

II

Al iniciar este testimonio, he querido destacar los años estudiantiles de Raúl Porras que sólo conozco de oídas o por lecturas, porque ya en esa época revelaba sus aptitudes de maestro. Años después, en su madurez, cuando era un catedrático sabio y famoso, guardaría inagotables reservas de simpatía y amor por los jóvenes estudiantes. Creo que esta es una de las claves de su personalidad, acaso la principal.

Para comprender esta personalidad, no es necesario trazar una biografía abundante en fechas y acontecimientos. Quiero solamente anotar algunos rasgos que me parecen importantes.

Raúl Porras Barrenechea estuvo emparentado –tanto por los Porras de Cajamarca, como por los Barrenechea limeños– con personalidades de rango y nota. Sin embargo, nunca gozó de gran fortuna económica. Cuando sólo contaba dos años de edad perdió a su padre, muerto en un duelo. La devoción de su madre, quien fue su constante compañía y apoyo, suplió la ausencia del padre, seguramente con creces, pero, de todas maneras la solidez del patrimonio familiar debió resultar afectada. Lo cierto es que Raúl Porras nunca gozó de una vida opulenta, ni mucho menos. Sólo se permitió un lujo: el de los libros. Desde sus años de estudiante se dedicó a formar una biblioteca que llegó a ser riquísima y que –gesto ejemplar– donó, en su testamento, a la Biblioteca Nacional.

En parte por su situación familiar, y, sobre todo, por su doble vocación de maestro y de historiador, Raúl Porras se empeñó en diversos trabajos desde su temprana juventud. Fue profesor en el Colegio Guadalupe y en el Colegio San Andrés, recién fundado por un escocés unamuniano y heterodoxo, John MacKay. También dirigió el Archivo de Límites del Ministerio de Relaciones Exteriores. Luego, ocupó cátedra universitaria. Durante el rectorado del maestro Encinas al iniciarse una verdadera, democrática y profunda Reforma Universitaria, fundó y dirigió el Colegio Universitario. San Marcos se enrumbaba por los caminos de la renovación docente, la ciencia moderna, la investigación peruanista y la alta calidad académica. Por desgracia, el rector Encinas fue depuesto por el gobierno dictatorial de Sánchez Cerro, apenas a los dos años de su elección, y San Marcos sufrió un largo receso. Porras viajó a Europa para dedicarse a la investigación histórica en los archivos españoles y, eventualmente, desempeñar tareas diplomáticas.

En 1945, durante una nueva primavera democrática, Porras se reintegró a la cátedra universitaria en San Marcos. No es mi propósito diseñar la biografía de Raúl Porras, ni tengo espacio para hacerlo. Me basta señalar un gesto emblemático y culminante: cuando se sentía acosado ya por la muerte inminente, contra el consejo de los médicos y el parecer de su propio gobierno, al que representaba como ministro de Relaciones Exteriores, libró en Costa Rica una épica batalla en defensa de la Revolución Cubana, en defensa del principio de la libre determinación de los pueblos. Su discurso en Costa Rica es la más bella página del pensamiento liberal peruano.

Si no aspiro a trazar una biografía de Porras, no pretendo tampoco asomarme al vasto océano de su obra, de sus conocimientos históricos. Algo más vago, etéreo y fugitivo me seduce en su figura: quisiera solamente aprisionar algo sí como el aroma de su mortal sabiduría humana, ese aroma llamado a desvanecerse junto con la memoria, también mortal, de quienes lo conocieron.

Algo de ese aroma, emanado de una honda sensibilidad humana, se conserva, ciertamente, en la obra escrita de Raúl Porras. Historiador de vocación y de raza, Porras es incomparable en el manejo de las fuentes, en el hallazgo de documentos ignorados, en la lectura novedosa y sagaz de textos conocidos, en la iluminación precisa del dato revelador. Pero además, era un artista. Psicólogo sutil, estilista refinado, poseía el don poético de la evocación que nos permite, a sus lectores, revivir una época, contemplar un ambiente, comprender a un personaje histórico. Su prosa cálida, sensual, graciosa destaca no solamente en el ámbito de la historia sino, también, en el de la literatura peruana.

Hay un ejemplo que retrata singularmente la calidad poética del estilo de Porras. Ideal de muchos poetas –si no el de todos– es el de poder escuchar los propios versos cantados por el pueblo. Hace muchos años, al promediar la década del cincuenta, Raúl Porras pronunció, en el Instituto de Arte Contemporáneo, una jugosa y magistral conferencia acerca de la Lima histórica, conferencia que después apareció como prólogo en la segunda edición de su Pequeña antología de Lima. Pues bien, esta conferencia inspiró y, más aún, prestó frases y versos enteros al vals de Chabuca Granda La flor de la canela. Raúl Porras pudo experimentar así un placer que, seguramente, ningún orador ha conocido: el de escuchar un discurso suyo en la voz de los cantantes populares, cantado por el pueblo mismo.

Sin embargo, y a pesar de este ejemplo, ni la profundidad de su ciencia histórica, ni la esbelta elegancia de su estilo nos permiten conocer al Porras esencial. Un discípulo suyo, Jorge Puccinelli, gusta repetir un aforismo de Goethe: “La palabra es buena, pero no es lo mejor”. Las páginas que Porras nos ha dejado son magníficas, bellas y profundas. Su palabra era buena, extraordinariamente buena, pero había algo mejor: él mismo.

III

Fundamentalmente, Raúl Porras fue un maestro. Quienes vuelven a su casa –año tras año, en el aniversario de su muerte– dan un testimonio vivo de su calidad de maestro. Desde el pupitre del profesor de colegio o la cátedra universitaria, en los patios universitarios o el salón de su casa, Raúl Porras fue siempre un maestro. Un maestro no solamente pronto a dar lecciones hondas y amenas a sus discípulos sino, también, dispuesto a escucharlos, a satisfacer sus inquietudes, a orientarles en la vida, a estimular sus talentos naturales, a comprender sus legítimas rebeldías juveniles.

No se limitó a su campo de trabajo, a la exclusiva formación de historiadores hábiles. Porras supo alentar y enrumbar a quienes serían después poetas, narradores, periodistas, filósofos o diplomáticos. Alumnos suyos fueron, ciertamente, Félix Alvarez, Carlos Araníbar, Pablo Macera, cuya vocación, capacidad y genio para los trabajos históricos son indudables. Pero lo fueron también Emilio Westphalen, Carlos Cueto, Mario Alzamora, Julio Ramón Ribeyro, Carlos Zavaleta, Víctor Lí Carrillo, Carlos García Bedoya, Jorge Puccinelli, Félix Nakamura, Mario Vargas Llosa, Hugo Neira, Francisco Bendezú, Manuel Velásquez. Cito solamente algunos nombres al azar y según me llegan a la memoria, principalmente de gentes de mi generación, clara muestra todos ellos, y muchos más, de la amplitud del espíritu docente de Raúl Porras.

Un alumno suyo me recordaba, no hace mucho, que, al corregir exámenes, el maestro Porras no se limitaba a poner un calificativo más o menos justo o generoso; solía anotar también en los márgenes de las pruebas las aptitudes que descubría en los examinados y, así, los aconsejaba, en brevísimas inscripciones, a que, según cada caso, se dedicaran al estudio de la filosofía, el cultivo de la literatura o el ejercicio del derecho.

En cierta ocasión, el propio Porras me contó cómo, siendo jurado de un concurso de admisión, hizo ingresar a un estudiante malamente revolcado por otro jurado. Se trataba de un muchacho en quien Porras, a través de las preguntas del examen oral, que entonces se estilaba, descubrió una cierta habilidad para el cultivo de la historia. Por desgracia, el alumno no tenía la misma habilidad para las cuentas y mediciones. A la hora de poner los calificativos, el profesor de matemática estampó un rotundo cero; inmediatamente después, Porras escribió un largo veintiuno. El matemático tronó indignado: “No existe la nota veintiuno.” Porras replicó: “Tampoco existe el cero”. Era imposible polemizar con Porras. El alumno ingresó a San Marcos.

Una última anécdota nos puede aproximar algo más al espíritu real y vivo de Raúl Porras. Después de haber trabajado durante toda la tarde en sus libros e investigaciones, y luego de comer, a Porras le gustaba sostener una tertulia en su casa, con amigos y discípulos a quienes cautivaba, noche a noche, con la agudeza de su ingenio, su acervo inagotable de noticias curiosas, el tono cálido y sugestivo de su voz. Las más de las veces estas tertulias se prolongaban hasta pasada la medianoche. A esa hora, le apetecía salir a caminar un poco y tomar un café o un gaseosa. En la Lima gazmoña de los cincuenta, no había toque de queda. Pero tampoco local abierto donde beber un líquido inocente, o no tan inocente. Bares, cafés y restoranes cerraban a eso de las once.

Cerca de la casa de Porras, cruzando la línea del tranvía y junto al mercado de Surquillo, había un raro restorán llamado “El Triunfo”, de apariencia y condición no muy santas, y que sí permanecía abierto hasta altas horas de la noche. A él solían llegar Porras y sus contertulios; también trabajadores hambrientos o sedientos después de la faena nocturna, tal o cual ladronzuelo de poca monta, grupos de bohemios, más o menos desbaratados, y no faltaban estudiantes universitarios que recalaban allí después de una jarana con bailongo o de unas prosaicas horas de estudio antes de algún temido examen.

Cuando entraba Porras, algún estudiante solitario y callado, o un bullicioso grupo, lo reconocían, se acercaban a saludarlo y, acogidos con sonrisa benevolente, se quedaban un rato junto al maestro, a gozar de su parla maravillosa. Porras era así: en el aula de clase, en el patio de Letras, en su casa o en un café era el maestro cordial, dispuesto siempre a conversar con los estudiantes. Muchos miembros de la que después se llamaría generación del cincuenta, solían ir a su casa; otros le hablaban en los recintos universitarios; otros, en fin –y no eran lo menos–, le hacían tertulia en “El Triunfo”. Todos, fueran alumnos de un curso suyo o no, le apreciaban hondamente.

Un día, no sé a quién se le ocurrió homenajear a Porras. No se trataba de ninguna efemérides memorable, de cumpleaños, fin de año académico, aparición de libro o próximo viaje. No. Todos sentían la necesidad de rendir un homenaje al maestro Porras, sin acontecimiento motivador alguno. Rendirle homenaje por sus incomparables lecciones de historia; por su conversación, más incomparable aún; por sus noches sin par en “El Triunfo” y porque todos sentíamos que Porras era nuestro, que era la inmarchitable juventud del espíritu. Como la mayor parte de nosotros era gente sin mayores recursos, todavía sin oficio ni beneficio, se escogió un restorán barato. Creo que ni siquiera era un restorán, sino algo así como una pensión de mesa, regentada por un matrimonio catalán y situada en una casona del centro de Lima, cercana al parque Universitario. Era una de esas casonas, ya entonces venidas a menos, de amplios salones e inmenso comedor.

El banquete a Porras, banquete porque sí, sin más motivo que la honda simpatía que por él sentíamos, fue uno de los actos colectivos más importantes de la generación del cincuenta. La fecha en que ocurrió, no la recuerdo exactamente. Pudo ser en 1953, en 1954 ó en 1955. Concurrieron, entre otros que he olvidado, Carlos Araníbar, Francisco Bendezú, Hugo Bravo, Tulio Carrasco, Nícida Coronado, Alberto Escobar, Oscar Franco, Julio y Pablo Macera, Luis Alberto Peláez, Esperanza Ruíz, Manuel Velásquez, Carlos Velásquez y sólo dos personas no pertenecientes a la generación: Jorge Puccinelli y Francisco Vega Seminario. El plato fuerte del banquete era una estupenda paella que, a la verdad, no resultó tan estupenda como nos la habían prometido. Pero no importó. El plato fuerte era, en realidad, la simpatía de Porras, esa simpatía de la que nos alimentábamos suculentamente y a la que rendíamos homenaje con un modesto banquete.

Para aproximarse a Raúl Porras no he querido recurrir, en lo posible, ni a su obra ni a su biografía oficial. Una y otra nos revelan aspectos importantes de su personalidad, pero dejan escapar algo, acaso, más precioso. Raúl Porras murió relativamente joven. Sin embargo, diez años o veinte años más de vida, seguramente, tampoco le hubieran bastado. Como el Fausto legendario o como el Leonardo histórico, Raúl Porras poseyó un espíritu ardiente al cual una sola vida humana no le podía ser suficiente para alcanzar su plenitud.


* Publicado en Libros y Artes, N° 5, p. 4-6, julio 2003.

El Reportero de la Historia, 11:09 p. m. | Enlace permanente |

19 setiembre 2008

Raúl Porras Barrenechea (*)

Por Oscar Rodríguez Vargas
Periodista

Valiosa por su calidad arquitectónica, la Casa-Museo Raúl Porras Barrenechea es más importante por los recuerdos que atesora, habida cuenta que allí transcurrió la mayor parte de la existencia del ilustre historiador y jurista, hasta el día de su muerte, la noche del 27 de setiembre de 1960. Allí escribió sus obras fundamentales como “Fuentes Históricas Peruanas” (quizá el trabajo más convincente y profundo del maestro, en el que resume treinta años dedicados a la pasión investigadora); “Los Cronistas del Perú”; “El sentido tradicional en la Literatura Peruana”; “El Periodismo en el Perú” (escrito en 1921, en el que dice: “Por sobre todas las inculpaciones ajenas y los propios errores, un solo esforzado mérito vale para redimir a nuestro periodismo: su obcecado amor por la libertad”); orientó durante muchos años nuestras relaciones internacionales y defendió los derechos territoriales del Perú, preparó magistrales clases y conferencias, y se consagró a la investigación en el campo de la historia, la literatura y la bibliografía nacionales.

Porras dedicó toda su vida a forjar la peruanidad en el libro, en la clase y en el periódico. Llevaba a sus discípulos no sólo la verdad histórica sino que también despertaba en ellos el amor al Perú.

Las primeras investigaciones de Raúl Porras se orientan por el camino de la literatura peruana, especialmente sobre los satíricos limeños Palma, Pardo y Aliaga, Fuentes y Larriva. Luego revalora nuestra literatura como sucede con el drama “Ollantay”; y emite juicios serenos y meditados en relación a escritores representativos como Vallejo y Mariátegui.

También realizó estudios sobre literatura española y latinoamericana, de preferencia acerca de Cervantes, Tirso de Molina y Gabriela Mistral; y hasta se dedicó a glosar la literatura hispanoamericana en las páginas de la prensa peruana y extranjera.

En el terreno de la historia peruana trazó el noble perfil de figuras civiles de la emancipación y de la república, entre otros, de Mariano José de Arce, Sánchez Carrión, Andrés Avelino Aramburú y José Antonio Barrenechea. “A diferencia de los eruditos que se instalan en un período o en un área de un período –indica Basadre-, la vocación peruanista de Porras irradió sobre todas las épocas de la historia nacional”.


* Publicado en El Peruano, 19/9/2008


El Reportero de la Historia, 11:14 p. m. | Enlace permanente |

18 setiembre 2008

'Les voyageurs et les ethnographes francais au Pérou'

Coincidiendo con el sexagésimo aniversario del Instituto Francés de Estudios Andinos, el Instituto Raúl Porras Barrenechea de la Universidad de San Marcos ha reeditado en versión facsimilar el libro hace tiempo agotado 'La Culture Francaise au Pérou', de Raúl Porras Barrenechea, el mismo que contiene el trabajo "Les voyageurs et les ethnographes francais au Pérou", que fue el discurso que leyó durante la inauguración del mencionado centro el 14 de mayo de 1948 y que, como ha mencionado Olivier Dollfus, fue "un discurso fundador" en el que evoca "en la larga historia de la colonia y de la república, las relaciones entre Francia y el Perú", y que aquí reproducimos uniéndonos a las celebraciones por los 60 años del IFEA.

















El Reportero de la Historia, 11:22 p. m. | Enlace permanente |

07 julio 2008

Taller de Periodismo Narrativo

El Instituto Raúl Porras Barrenechea de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos está organizando para la segunda semana de julio (los días 9, 11, 14 y 15) un Taller de periodismo narrativo: “Cómo convertir una nota de periódico en un libro”, a cargo del periodista y escritor David Hidalgo Vega, autor del libro “Sombras de un rescate: Tras las huellas ocultas en la residencia del embajador japonés” (Planeta, 2007).

El auge de la crónica periodística en el Perú y el boom editorial del género de no-ficción representan uno de los momentos más interesantes del periodismo nacional de las últimas décadas. En este taller los asistentes recibirán las herramientas indispensables de esta vertiente, que aprovecha los recursos de la literatura para relatar episodios reales. A través de sesiones interactivas con los participantes, se trabajará una estructura que va desde la construcción de escenas, el uso de diálogos, el manejo del tiempo narrativo, hasta el perfil de los personajes, entre otros recursos del periodista-escritor.

Los participantes desarrollarán un caso desde el inicio del taller, con el objetivo de llegar a la creación de su propia versión de la historia, de acuerdo a las herramientas aprendidas.

David Hidalgo es coautor del libro "La muerte se escribe sola. Una historia basada en el crimen de Challapampa" (Agenciaperu y Aguilar, 2006), que relata, a manera de reportaje novelado, los detalles de un asesinato que conmocionó Arequipa hace treinta años. También es autor del libro "Sombras de un rescate: tras las huellas ocultas en la residencia del embajador japonés" (Planeta, 2007), que recrea a manera de una gran crónica las incidencias del último acto terrorista de envergadura protagonizado por el MRTA. A partir de ambas experiencias, los participantes del taller conocerán de primera mano el trabajo periodístico necesario para pasar de una historia habitual de los diarios a un libro.

El Programa del taller es el siguiente:

MIÉRCOLES 9:
PRIMERA SESIÓN. LA CRÓNICA PERIODÍSTICA.

A la caza de un argumento: El axioma de Oscar Wilde: "La diferencia entre literatura y periodismo es que el periodismo es ilegible y la literatura nadie la lee". ¿Qué característica convierte una noticia en una buena historia? Una pregunta existencialista para empezar el día. El reportero solo termina cuando te dan ganas de llorar: los consejos de Susan Orlean para sentarse con ganas ante la computadora. Dimensiones de la historia: tiempo, alcance, movimiento. La Trinidad Narrativa: palabra, ritmo, idea.

VIERNES 11:
SEGUNDA SESIÓN. LAS ESTRATEGIAS NARRATIVAS.

Del notario de lo cotidiano al demiurgo de tu historia. El detalle que faltaba: construcción de escenas que no irían en un periódico. El hombre que no podía irse: el personaje como objeto mediador (leit motiv). La duda sentimental: ¿el foco debe estar en el argumento o en los personajes? Artesanía del estilo: narración, descripción, diálogo. El crimen de Challapampa: Cómo convertir una nota de periódico en un libro.

MARTES 14:
TERCERA SESIÓN. LAS FUENTES DEL NARRADOR:

Los mapas de la realidad: de los documentos a las voces de los testigos. La filigrana de un relato a partir de un expediente de 1.000 páginas. El periodista o el asesino: Janet Malcom o la disyuntiva de confiar o no confiar en tu entrevistado. El caso del secuestro en la residencia japonesa: Cómo contar una historia con 600 protagonistas.

MIÉRCOLES 15:
CUARTA SESIÓN. CLÍNICA PERIODÍSTICA.

Deus ex machina: el editor como la voz de la conciencia del aspirante a escritor. Actualidad real y actualidad del pasado. La regla del 10 %: un consejo de Stephen King para editar tu historia. Sesión de trabajo personalizada del tallerista con los participantes.


NOTA: PARA CADA SESIÓN LOS PARTICIPANTES DEBEN TRAER UN PERIÓDICO DEL DÍA.

Informes:

Días: Los días 9, 11, 14 y 15 de julio.
Hora: 7.00 a 9.00 p.m.
Lugar: Auditorio del Instituto Raúl Porras Barrenechea
Calle Colina 398, Miraflores
Central Telefónica 619-7000 Anexo: 6102. Telefax: 445-6885.
E-mail: institutoraulporrasb@unmsm.edu.pe



El Reportero de la Historia, 10:45 p. m. | Enlace permanente |

22 junio 2008

Raúl Porras en el Centro Cultural de la Cancillería

Para los que todavía no han tenido oportunidad de acercarse a visitar la exposición en el Centro Cultural Inca Garcilaso de la Vega del Ministerio de Rlaciones Exteriores sobre "Raúl Porras: diplomátcio, historiador y escritor, les recomiendo que no dejen de vistarla. La pequeña pero muy significativa muestra de retratos, libros y objetos del Maestro está tan bien dispuesta y de manera tan inteligente que el visitante tiene la oportunidad de apreciar en unos cuantos minutos el fundamental aporte de Raúl Porra Barrenechea a la historia, cultura y política nacionales. Además hay que agregar que los organizadores han tenido el buen tino de organizar tres conferencias que complementan acertadamente los objetivos de la exposición. Esta semana (el jueves 26 a las 7 de la noche) es la última de ellas, y estará a cargo del escritor Carlos Eduardo Zavaleta quien disertará sobre 'Porras escritor'. Una cita que no nos podemos perder. Aquí les dejo las imágenes del triptico y la Bio-Bibliografía (preparada por el Dr. Jorge Puccinelli) que se entrega a los visitantes.









El Reportero de la Historia, 8:18 p. m. | Enlace permanente |

16 junio 2008

La Casa de Colina 398, Miraflores

Por Jaime Cáceres Enriquez

La historia republicana del Perú recuerda ciertas casas que al haber sido morada de ilustres personajes de la historia, la cultura y la política han pasado a la galería evocativa y anecdótica. En este aspecto, y sin hacer una lista exhaustiva, podríamos mencionar en el Centro Histórico de Lima el Balcón de la casa del presidente Justo Figuerola, ubicado en la calle Plateros de San Agustín, que, según don Ricardo Palma, colindaba con la dulcería de los hermanos Broggi y desde donde fue arrojada por Figuerola la banda presidencial a una muchedumbre que le pedía su renuncia. También se recuerda la casa del Mariscal Castilla, ubicada en la calle Divorciadas, escenario de innumerables acontecimientos políticos, y que hoy está cercada en espera de su reconstrucción. Podemos incluir igualmente las que fueron moradas de los héroes nacionales: Miguel Grau, en la calle Lescano, y Francisco Bolognesi en la calle Afligidos; ambas debidamente reconstruidas y abiertas al público en calidad de Casas-Museo. De igual manera se recuerda el lugar donde moraron dos célebres adversarios políticos: Don Augusto B. Leguía en la calle Pando, que fue incendiada a la caída del régimen y que hoy es utilizada como estacionamiento de vehículos; y la de don Nicolás de Piérola en la calle El Milagro, colindante con el convento de San Francisco, que merecería un mejor trato que el que ahora tiene.

Por su parte la ciudad de Miraflores tendría en su haber una relación de casas históricas. Lamentablemente, la más importante ha desaparecido totalmente cediendo paso a una mole de cemento y fierro. Me refiero a la llamada Casa Necochea, donde se celebraron las conversaciones de Miraflores entre los representantes de San Martín y los comisionados del virrey Pezuela en 1820. Miraflores albergó también en el sector del Malecón Balta, bellas casonas de ilustres personajes, que han ido desapareciendo o que están en total abandono, tales como la casa del señor Wertheman y la del célebre Alcalde Henry Revett.

Quedan sin embargo dos mansiones llenas de recuerdos y cuyo mantenimiento prestigia a los miraflorinos. Ahí están en la calle general Suárez la casa donde vivió don Ricardo Palma, hoy convertida en delicada evocación del ilustre tradicionista. Y, a pocos metros de ella, la casa que habitó por muchos años el doctor Raúl Porras Barrenechea, en la calle Colina N° 398. Fue precisamente en esa casa donde el 27 de setiembre de 1960 dejó de existir el maestro Porras.

Con motivo del centenario del nacimiento del doctor Raúl Porras Barrenechea, ocurrido el 23 de marzo de 1897 en la ciudad de Pisco, se ha previsto la publicación de un libro homenaje.

Aceptando la gentil invitación para colaborar con una evocación testimonial del maestro he pensado dedicar mi recuerdo a la casa de Colina 398 donde, en mi condición de Secretario del Canciller Porras, acudí diariamente entre los años 1958 a 1960. La tarea, sin horarios fijos, no conoció ni fines de semana ni la interrupción de vacaciones e inclusive se prolongó aún después de la renuncia a la cartera ministerial, pues tuve el alto honor de acompañar al doctor Porras hasta el mismo día de su fallecimiento.

Por este simple hecho del contacto diario con la casa puedo decir que la sentía, y aún la siento, muy cercana a mí. A esta edad de reflexión puedo entender que un conjunto de elementos confluían en ese estado de ánimo. En primer lugar, el dueño de casa, antes de ser mi jefe como ministro, había sido mi profesor en la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos y en la doctoral de Historia. La casa para un joven como yo, que esforzadamente trabajaba en el Ministerio de Relaciones Exteriores, iniciándose de esta manera en la diplomacia y estudiaba en la casona del Parque Universitario, reunía en un solo ambiente ambas actividades, y por añadidura todo ello sucedía en el propio Miraflores que me vio nacer y donde residía.

En efecto, para la actividad diplomática no podía tener mejor guía que a don Raúl y para la consulta de textos universitarios la invalorable doble oportunidad de conversar con el maestro y de hacer uso de su biblioteca.

La casa de Colina 398 tenía fama de constituir un preciado rincón familiar donde reinó el amor maternal y por ello nuestro recuerdo a doña Juana Barrenechea de Porras, fallecida en 1954, a quién el "Mercurio Peruano" en nota necrológica calificaba de: "Ejemplo de nuestras madres limeñas por su sentimiento cristiano, su distinción y noble conducta". Pese a su desaparición, la casa Colina 398, aún en sus momentos más febriles, conservó la presencia de doña Juanita imponiendo respeto a sus habitaciones privadas que nunca fueron cambiadas. La casona era, asimismo, conocida por albergar una valiosa biblioteca especializada fundamentalmente en temas históricos y literarios peruanos, la misma que habíase formado con auténtico sacrificio y esfuerzo personal. A estos dos aspectos claros y definidos, que imponían personalidad a la residencia de los Porras, el ingreso a la política del doctor le añade otra tonalidad. La casa recibe visitas de políticos de las más variadas tendencias y en un histórico momento que en forma apropiada refiere el doctor Luis Alberto Sánchez en una alocución pronunciada en la misma casa, se refiere al acto de juramentación como Ministro de Relaciones Exteriores que para mayor precisión transcribo a continuación:

"Al formarse otro Gabinete, Prado decidió nombrar nuevamente Ministro de Relaciones Exteriores a Raúl, quién no pudo ir a Palacio a jurar, porque había sufrido un nuevo ataque al corazón. Fue obligado por los médicos a quedarse en casa, en esta casa, y así ocurrió algo que no ha ocurrido en toda la historia del Perú: que el Presidente de la República, mandó que se hiciera un altar en esta casa y vino él con su Gabinete y sus edecanes (me parece que el Presidente del Gabinete era Luis Gallo Porras) y Raúl Porras pálido, transido, acezando un poco, dobló la rodilla ante el altar, ante la Biblia y así juró el cargo de Ministro, no en el Palacio de Gobierno sino en este palacio de su bondad y de su cultura, que por eso sólo, merecería ser recordado".

En el homenaje anual que el Concejo Municipal de Miraflores efectúa en memoria del doctor Porras, me fue dable en 1992, en este ambiente miraflorino hacer el recuerdo en los siguientes términos:

"Bueno es que las nuevas generaciones de miraflorinos conozcan que curiosamente y por algunas horas, en 1958, Miraflores fue la sede del gobierno. El Presidente Manuel Prado debía tomar juramento a un nuevo Gabinete ministerial que estaba integrado por el doctor Porras como Canciller de la República. Razones de salud le impedían al doctor Porras concurrir a la ceremonia. En vista de ello el Presidente de la República dispuso todo lo necesario para que se llevase a cabo la juramentación en el domicilio de don Raúl. Desde entonces, ante el avance de su dolencia, que no le permitía desplazarse diariamente a Lima, la casona miraflorina se transforma en el Despacho Ministerial y la Cancillería gira alrededor de la calle Colina donde acuden no solo los funcionarios para consultas, sino los embajadores extranjeros para celebrar audiencia, los visitantes oficiales, sus colegas de Gabinete Ministerial y políticos, todo ello sin obstaculizar la siempre bienvenida presencia de alumnos y discípulos en pos del dato preciso para la consulta de libros y documentos ubicados a lo largo y ancho de la casa con un orden que solo él conocía".

No quiero cerrar este artículo evocativo sin mencionar un imborrable recuerdo personal. El grupo más cercano de colaboradores del Canciller Porras mereció recibir en forma espontánea y generosa un impensado galardón que guardamos con especial cariño. Enrique González Dittoni, Carlos García Bedoya, Juan José Calle, Félix Alvarez Brun y Jaime Cáceres Enriquez fuimos convocados a las once de la noche a la casa del canciller. Debíamos concurrir acompañados por dos seres queridos. El salón principal de la casa fue escenario de una emotiva ceremonia en la que el propio doctor Porras nos impuso la Orden de "El Sol del Perú", en el grado que correspondía a nuestra categoría diplomática. Las palabras del doctor Porras aún resuenan en nuestros corazones y en el ámbito de esta casa. A quien escribe estas líneas tan sólo Tercer Secretario le correspondió el cargo de Caballero y la referencia personal del canciller en este caso giró alrededor del sentido de la palabra caballero. La ceremonia concluyó con la copa de Champagne de rigor para luego pasar al comedor de la casa donde se sirvió en el mejor estilo tradicional limeño, un chocolate caliente.

Que esta sencilla pero sentida evocación sirva para incrementar el permanente reclamo de propios y extraños que desde hace muchos años vienen solicitando, no sólo a las autoridades sino a instituciones privadas, la impostergable tarea de reforzar las estructuras de la casa y de darle un mantenimiento adecuado, honrando de esta manera la memoria de un gran peruanista como lo fue el doctor Raúl Porras.

El Reportero de la Historia, 7:13 a. m. | Enlace permanente |

11 junio 2008

Ciclo de conferencias sobre Raúl Porras

El Centro Cultural Inca Garcilaso de la Vega del Ministerio de Relaciones Exteriores, que dirige el poeta Antonio Cisneros, inaugura mañana jueves 12 de junio, a las 7.00 p.m., un ciclo de conferencias y una exposición bibliográfica y fotográfica dedicada a Raúl Porras Barrenechea, diplomático, historiador y escritor. Las conferencias estarçan a cargo de José Guzmán Herrera (Raúl Porras diplomático, el 12 de junio), Hugo Neira (Raúl Porras historiador, el 19 de junio), y Carlos Eduardo Zavaleta (Raúl Porras escritor, el 26 de junio). La cita es los días jueves a las 7 de la noche en Jr. Ucayali 391, en el Centro de Lima.

El Reportero de la Historia, 1:33 p. m. | Enlace permanente |

03 junio 2008

Peligra legado cultural de la casa Raúl Porras Barrenechea

Informe del programa Prensa Libre, emitido el viernes 30 de mayo de 2008, sobre la grave amenaza que representa para la casa de Raúl Porras Barrenechea, declarada Monumento Histórico d ela Nación y sede del Instituto que lleva su nombre, la construcción de un complejo comercial de 15 pisos y cinco sótanos.




El Reportero de la Historia, 8:19 p. m. | Enlace permanente |

23 mayo 2008

El Instituto Porras desde Google Maps

En la siguiente fotografía de Google Maps se puede apreciar el distrito de Miraflores y el local del Instituto Raúl Porras Barrenechea, de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en el mismo. Para poder apreciar mejor la utilidad de la imagen, nos hemos permitido hacer dos señalizaciones sumamente útiles.




En la primera de ellas (esquina superior derecha del círculo más grande), se indica la ubicación misma del Instituto, por si alguien no ha podido localizarlo en ella, y la distancia a que se halla del Óvalo de Miraflores.



Haciendo click en la segunda de ellas, se puede apreciar nítidamente la forma desventajosa en que quedará el Instituto Porras de concretarse el proyecto inmobiliario que amenaza la integridad misma de este inmueble histórico. Juzguen ustedes mismos.



El Reportero de la Historia, 1:30 a. m. | Enlace permanente |

20 mayo 2008

La Casa Museo Instituto Raúl Porras Barrenechea

El Reportero de la Historia, 11:50 a. m. | Enlace permanente |

08 mayo 2008

Cobertura noticiosa de la denuncia sobre la Casa Museo Raúl Porras

Esta es la cobertura que la prensa hizo el día de ayer luego de la denuncia hecha en Radio Programas del Perú ante un proyecto inmobiliario que amenaza gravemente la estabilidad de la Casa Museo Raúl Porras Barrenechea.








El Reportero de la Historia, 11:59 a. m. | Enlace permanente |

Reportaje "Casa de Historiador en peligro" de Canal 13

La importancia de la denuncia hecha el martes último sigue teniendo repercusión en los medios. Anoche en el programa Global Noticias del Canal 13 de televisión se emitió un reportaje que señalaba las consecuencias en caso de prosperar el cuestionado proyecto de edificación.





El Reportero de la Historia, 11:58 a. m. | Enlace permanente |

07 mayo 2008

Reportaje "Casa de Raúl Porras podría colapsar" de Canal 4

Reportaje propalado en el programa América Noticias de Canal 4 el día de ayer martes 6 de mayo, sobre la denuncia realizada en el programa "Ampliación de Noticias" de Radio Programas del Perú por el Director del Instituto Raúl Porras Barrenechea, Dr. Jorge Puccinelli, en torno a la inminente construcción de un centro comercial de cuatro torres y cinco sótanos que amenaza la integridad del histórico inmueble.





El Reportero de la Historia, 6:30 p. m. | Enlace permanente |

06 mayo 2008

Antigua casa de Raúl Porras Barrenechea en peligro

La noticia que se diera a conocer hace un par de semanas sobre el peligro inminente en que se hallaba la Casa Museo Raúl Porras Barrenechea, amenazada por la construcción de un centro comercial de cuatro torres y cinco sótanos, acaba de saltar a los medios. El día de hoy, en el programa Ampliación de noticias de RPP fue entrevistado el Dr. Jorge Puccinelli, Director Ejecutivo del Instituto Raúl Porras Barrenechea de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, que dio la alarma sobre lo que significa semejante proyecto de construcción para la integridad del inmueble histórico. En el panel de locución de la radio, en los estudios de RPP, se hallaba presente el Ministro de Vivienda, Enrique Cornejo, quien luego de la intervención de Puccinelli se comprometió a "conversar personalmente con el alcalde de Miraflores, Manuel Masías, sobre este tema".

Por voceros del propio Instituto Porras, se sabe que luego de la denuncia hecha en la radio, se presentaron durante el resto del día periodistas de distintos medios de comunicación, incluido un canal de televisión, quienes se interesaron por los pormenores del caso.

Audio de la entrevista en RPP

El Reportero de la Historia, 3:11 p. m. | Enlace permanente |

01 mayo 2008

El ejemplo de Porras (*)

Por Juan Velit

Hoy es un lugar común afirmar que la generación de la Reforma Universitaria -la de 1920 a 1930- fue un período que albergó a los peruanos más caracterizados de nuestra vida republicana, una generación de gigantes. En ella están en Política José Carlos Mariátegui y Victor Raúl Haya de la Torre; en Historia, Raúl Porras, Jorge Basadre y Luis Alberto Sánchez; en Literatura, José María Eguren, César Vallejo y José Santos Chocano; incluso el empresariado se hace presente con actores como Mariano I. Prado, Pedro Beltrán y Carlos Moreyra.

A este etapa de un Perú compulsivo y novedoso -se habían fundado el Partido Socialista y el Apra- Raúl Porras la conocía bien y tenía la percepción más transparente y clara de su evolución. Es en este escenario, en el cual se desplazó con facilidad su figura. Personaje multifacético, fue un notable investigador y elegante prosista, abordó -y fue la posada donde más cómodo estuvo- la historia y sus aportes más importantes los centró en la Conquista y el Virreynato, de donde sacó las lecciones para configurar nuestra identidad nacional.

Diplomático y congresista

Su carrera diplomática y su apoyo a la tesis de no intervención en el caso cubano todavía se recuerdan como ejemplos de independencia política en una época en que la "guerra fría" imponía sus vigas maestras en América Latina, tiempos en que ser independiente de los dictados de Washington era considerado casi una herejía. En este tema Porras defendió con firmeza su posición y finalmente renunció al cargo de Canciller.

Pero Raúl Porras Barrenechea también fue congresista de la República. En los años de 1956 fue elegido senador por el Frente Democrático Nacional que lideraba José Gálvez. Sus experiencias en la política congresal fueron difíciles; había tenido el apoyo del Apra pero ello no significaba necesariamente coincidencias políticas con apristas, y en la Cancillería, donde tuvo una brillante gestión, tuvo dificultades con quienes preconizaban la tesis de una nueva negociación con el Ecuador. Porras sostenía con dureza la vigencia del Protocolo de Paz Amistad y Límites de Río de Janeiro, en la que había intervenido.

Este libro titulado "Raúl Porras Barrenechea, Parlamentario", editado por el Fondo Editorial del Congreso de la República, recoge algunas de las intervenciones del senador Porras en el hemiciclo y en ellas se percibe además de su fervorosa y excelente oratoria el espíritu pedagógico que siempre lo alentó.

Las palabras de Carlos García Bedoya en el homenaje que le tributó la Universidad Mayor de San Marcos son aleccionadoras al respecto. "De él aprendimos, asimismo, que el punto de partida en nuestra política internacional es el respeto a la personalidad histórica del Perú y a su dignidad. Porras enseñó el valor que tiene la afirmación de posiciones nacionales en el campo externo y al mismo tiempo la necesidad del equilibrio". La obra y la vida de Porras siempre fue una lección a seguir y este libro es una prueba más.



* Publicado en el Suplemento Dominical del diario El Comercio, el 05/03/2000

El Reportero de la Historia, 9:22 a. m. | Enlace permanente |

24 abril 2008

Porras, Radicalidad y Libertad (*)

Por Hugo Neira Samanez

Una aureola de sabio, de erudito y de generoso maestro, amigo de sus discípulos, nimba el nombre de Raúl Porras y lo distingue entre los grandes del Perú. Hace cerca de cuarenta años que el anfiteatro general de San Marcos no escucha sus lecciones ni su figura atraviesa los patios de Torre Tagle; sin embargo, le sigue acompañando la gratitud de alumnos y colaboradores como si fuera el día de ayer. Prueba de ello, estas líneas. Tal perseverancia, rara en cualquier medio y más en un país conocido por su calculada desmemoria y el peruano hábito de la inconstancia, debe sorprender y de hecho sorprende. En vez, pues, de tomar como natural o inexplicable los motivos de ese recuerdo, ello es el punto de partida de estas páginas. Una reflexión sobre la tenaz memoria que ha dejado Porras en quienes le conocieron. Y más allá del óbito, de la evocación testimonial que resulta inevitable en tal circunstancia y de lo que quisiera desde ahora pedir excusa, conviene interrogarse acerca del significado que tiene que creadores de cultura, escritores y pensadores, profesores y hombres del servicio público, diplomáticos y juristas, coincidan en ser parte de una desperdigada grey que, sin embargo, no envuelve una adhesión ideológica, apenas una deshilvanada fraternidad que no constituye ni una logia académica ni un grupo sediento de poder, lo cual es tan milagroso como la remembranza de un maestro antidoctrinario.

A la casona de la calle Colina en Miraflores, hoy Instituto Raúl Porras Barrenechea, llegamos muchos y en épocas diferentes. Me referiré escuetamente al grupo juvenil que Porras había reunido en su contorno hacia el filo de la década de los cincuenta para ayudarlo a trabajar en la historia del Perú que preparaba; una precisión, sin duda, que evitará la entera mención de los que me precedieron que, como se comprenderá, fueron numerosos. De mis días, retengo la memoria de Carlos Araníbar, que ya hurgaba las crónicas en las que ha llegado a ser conocedor impar. Pablo Macera, con el brillo que siempre tuvo, y en las proximidades tomaba notas, como todos, para una historia que Porras no llegó a concluir, Mario Vargas Llosa. Ya estaban caminando en la enseñanza Jorge Puccinelli y por la vía doble del maestro, en la docencia y en el servicio diplomático, Félix Alvarez Brun. Era la nuestra, la de los menores, una tarea de aprendiz, en todo el sentido gremial y noble del término. Creo que permanecí en el embeleso de esa biblioteca, de ese trabajo y ese maestro como tres o cuatro años de mi vida, no lo recuerdo con precisión. Suficientes, sin embargo, para cambiar el rumbo de mi vida, como creo, la de todos.

Era la casona de Colina 398 un lugar singular. En el tiempo, había sido el solar familiar, pero a medida que las hermanas se casaban y partían, y Porras se quedaba con la madre (a la que no conocí ) y luego solo. Poco a poco, había ido transformando su casa de acuerdo a las exigencias de una desbordada erudición que competía, en lecturas y documentos, con la Nacional de Lima. La casa de Porras era, en efecto, una casa–biblioteca. Quedaba espacio para los trastos y la cocina, el ancho comedor en donde innumerables veces se cerraba la jornada con una taza de té (hoy la sala de conferencias del Instituto), un salón en donde recibía a sus invitados de marca, el patio que hasta hoy existe. Pero todas las otras habitaciones, que eran numerosas, habían sido sabiamente invadidas por altos escaparates repletos de incontables libros, algunos valiosísimos, que el maestro había arrancado a la voracidad de coleccionistas extranjeros, comprados a precios de oro y de su propia ruina, y que sin su intervención, habrían tomado el camino del exilio en alguna biblioteca norteamericana. Ahora bien, en la época en que yo llegué a la casa de Colina, Porras había instalado a cada uno de sus ayudantes en una sala. Carlos Araníbar ocupaba la sala Colonia, rodeado hasta el cielo raso de libros y cronicones. Macera circulaba olímpicamente en un territorio determinado y reconocido como la República. A mí me puso al lado de una ventana, un espacio pequeño, adecuado al período que me confiaba, imprevisible, turbulento y breve, la Emancipación. Cada tarde, un puñado de libros esperaba sendas lecturas. Cada tarde, las hojas desgranadas de nuestra pesquisa se acumulaban para que Porras, en sus horas, las viera. Cada sala de trabajo, cada ayudante, estaba puesto bajo la invocación no de un santo, sino de una imagen del Quijote, figura que coleccionaba. ¿Cuál le gusta más? solía preguntar. Y extraía curiosas conclusiones de tipo psicológico y humano ante la inclinación de cada quien por una u otra representación del caballero de la Triste Figura. Por mi parte, prefería un Quijote que, a diferencia de las representaciones convencionales, no iba a caballo sino que leía delirante un Amadis de Gaula. Era una preferencia sin más. Pero es ese el objeto de arte del que resulté legatario, unos años después y ante mi asombro, en su testamento ológrafo.

La casa de Colina fue centro de trabajo, taller y posada. No puedo generalizar, pero imagino que en grado semejante, lo que me ocurrió también acaeció a otros. Fui al taller de Porras con la idea de que era un lugar en donde se me ofrecía un puesto sin par de trabajo, sin imaginar que ahí iba a aprender las pericias del quehacer intelectual, desde las más sencillas a las más complejas, un cúmulo de destrezas que ninguna otra enseñanza, incluida la universidad de esos días, ningún otro maestro, alcanzaba a transmitir. Debo contar, sucintamente, quien era y en que me transformé. Acaso de los discípulos que tuvo Porras, era yo el del origen social menos encumbrado, para decir las cosas suavemente. Había hecho estudios en colegios estatales, vivido en un barrio limeño al límite de la marginalidad y por igual poblado por obreros y por hampones, salía de una familia dislocada por el divorcio. A estos agravantes se sumaba el hecho que para entrar a San Marcos, creo que con una de las mejores notas del examen de ingreso, tuve que romper con mi padre; no contaba con ayuda alguna de mi familia materna, y para decir las cosas enteramente, no era sólo un estudiante pobre de San Marcos, sino uno de los raros que entonces trabajaba para poder sobrevivir y estudiar. Me es difícil pensar en mí mismo, ahora en que escribo estas líneas y tengo la misma edad que tuvo Porras al morir. Creo que era entonces un joven enfebrecido por el doble acoso de la necesidad y el deseo de acceder al más exigente conocimiento. Algunos profesores, a los que llamaba la atención el brillo de mis intervenciones, comenzaron a interesarse en mi caso, acaso por piedad paternal. Jorge Puccinelli vino a verme. Porras necesitaba un secretario para que le hiciera fichas, un proyecto de historia del Perú que financiaba, Dios lo tenga en la gloria, Juan Mejía Baca. Me había defendido hasta el momento como podía, dando clases en infames colegios particulares, de obrero en una fábrica, de guardián nocturno en unas residencias, para lo cual me dejé crecer un impresionante bigote. "Tengo veinte años, no dejaré a nadie decir que es la más bella edad de la vida" (Paul Nizan).

Porras se acordaba. Alumno suyo en el curso de "Fuentes históricas", apreció mis intervenciones, y al final de ese curso, al distribuir tareas para una investigación personal, me atribuyó el estudio del primer Congreso Independiente, el de 1822. Fui a su casa por vez primera para trabajar directamente en el diario de ese congreso y sus debates. Lo extraordinario, y vale la pena contarlo, son las conclusiones que saqué, contrarias por completo a su propia lectura y en especial, hostiles a las del gran Riva Agüero sobre el mismo asunto. Lo cual prueba, como se verá, el liberalismo de Porras, su tolerancia con la insolencia de los jóvenes. Ya en el oral, me despaché con un atrevimiento que ahora admiro, y defendí mi propia investigación no sólo en contra de los historiadores sino de los mismos primeros y sagrados congresistas republicanos, a los que traté de pusilánimes, poco dotados para la acción política, traidores como Vidaurre y envidiosos como Luna Pizarro (sigo pensando que no me equivocaba), banda de disparatados en suma que no tuvieron otro camino que llamar a Bolívar, sobre todo después del desastre de la batalla de Intermedios. Porras me escuchaba entre sonriente e intrigado. Era un examen oral. Sorprendentemente se puso de pie y salió a buscar a otros profesores para que integrasen el jurado, en el cual ya estaba Carlos Araníbar, asistente en la cátedra. Luego de la incorporación un poco asombrada de otros docentes, el oral prosiguió. Fue un raro y sonado "veinte" en la historia de su docencia. De eso se acordaba Porras cuando Puccinelli le recordó que el mismo muchacho que tanta independencia de criterio había mostrado en su curso, igual se moría de hambre y corría el riesgo de enfermarse o dejar para siempre estudios imposibles para su condición social. Porras me tomó inmediatamente. Cabe decir, para trascender la anécdota personal, no por mi sumisión al criterio de autoridad sino justamente, por lo contrario. Maestro de inconformidad, se rodeó de inconformes.

Años después, varias universidades peruanas integraron el hábito de los talleres, la formación práctica de investigadores, pero en el desierto que entonces era la docencia superior, los profesores transmitían conocimientos sin detenerse demasiado en la manera de adquirirlos. A mi avidez por el saber, una cabeza despejada y un rápido enjuiciamiento de lo que percibía, no aportaba gran cosa cuando llegué a la casa de Colina. Sabía cosas, pero no sabía como se llega a saber. Recuerdo que Porras me puso frente a mi primera tarea, la obra del historiador argentino Bartolomé Mitre y me mandó encontrar el pasaje o párrafos en los que aquel se ocupa de la estadía peruana de José de San Martín. No he vuelto a ver el libraco pero tenía como quinientas páginas. Obviamente, me puse a leerlas una a una. Unas horas más tarde, con el sombrero puesto y el coche encendido, pasó rápidamente a verme. "¿Qué hace Usted?". "Pues reviso a Mitre", le contesté. Y le señalé el pasaje central de Mitre que ya había hallado. Porras, casi con irritación, tomó el libro sobre la mesa. "Los libros se leen por el índice, jovencito". Eso nadie me lo había dicho. Días más tarde, se sentó a mi lado y me explicó, con santa paciencia, como se hace una ficha: nombre del autor, título de la obra, fecha de la publicación (la primera) y si es un periódico, del cotidiano. Luego el texto, y lo decisivo, el resumen o sumilla en la parte superior, que permite la filiación con otros temas o ideas. Una ficha es un paratexto, sin el cual no hay organización mental. Vargas Llosa menciona una experiencia singular en uno de sus libros autobiográficos.

En Colina 398 aprendimos las técnicas de la cultura casi sin darnos cuenta, en un ambiente de taller sin lecciones teóricas sino prácticas. La muy particular mampostería de las ideas bien trabadas. Porras a menudo nos solicitaba un trabajo adicional. Como lo cuenta con mucha gracia Luis Loayza en el prólogo de su antología La marca del escritor (México: Fondo de Cultura Económica, Colección Tierra Firme, 1994), nuestro maestro esperaba hasta la hora undécima la redacción de un texto de conferencia, para acabarlo, dice Loayza, "a vuelapluma, con letra redonda, clara y menuda, rematando con últimas frases unas horas o minutos antes de subir a la tribuna". Conviene ampliar esa versión. Porras trabajaba, es cierto, pasando la pluma a sus textos pero después de dictarlos, a una velocidad pasmosa, a unos abnegados secretarios que se turnaban cuando los dedos andaban ya agarrotados. Luego, el maestro pasaba el peine fino por esos mismos textos. Participé en varias de esas jornadas maratónicas, extrayendo de ellas mi propia miel. La primera y espontánea lección que nos daba consistía en verlo trabajar, la manera como manejaba la extensa documentación que convocaba para cada asunto, generalmente extendida bajo la forma de libros abiertos de par en par, innumerables, entre los cuales circulaba Porras para cotejar, enfrentar, comparar, aprobar o contradecir. Un simple esquema hecho a mano, en donde estaban los temas comunes, le permitía solicitar uno y otro texto, en la medida en que estos entraban en convergencia o en oposición. Es inútil buscar la huella de ese fragor en el estilo terso, llano, admirable, donde nada delata los apremios de la elaboración. La segunda intervención era quirúrgica, las correcciones de Porras a su propio dictado. Muchas de esas castigadas hojas, con el trazo de pluma del maestro, las guardaba, para pasar horas y días enteros estudiándolas. Porras sabía que las coleccionaba y me dejaba hacer. Me intrigaba la disposición de los párrafos, el uso de los paráfrasis, la forma de citar sin interrumpirse, la manera como abreviaba las frases, sus inclusiones y exclusiones. Algunas de esas hojas llegaron a ser enmarcadas, aunque luego las extravié en alguno de mis divorcios o exilios. Poco importa, había aprendido lo que corrientemente se llama el arte de la composición. Esto es, el oficio de escribir. Y un saber medioeval, el de la síntesis, que en otras culturas se enseña no como un adorno sino como lo esencial en toda formación superior. Que nadie se asombre, pues, que luego pasara con serenidad al periodismo, a la investigación, a la docencia en el extranjero y al ensayo. ¿De donde venía esa técnica a Porras? Es una pregunta que dirijo a los especialistas de la historia de la educación peruana. Acaso, de su formación con los padres de la Recoleta, de origen francés. A los que les tienta la estilística, les invito a que visiten los textos en prosa de los García Calderón a comienzos de siglo, de Víctor A. Belaunde y otros novecentistas. La construcción de las ideas es la misma (no, por cierto, los contenidos). La influencia francesa, ordenadora, sobrevivió por lo menos hasta Mariátegui. A diferencia de nuestro país, subsiste en otros, en México por ejemplo. Y en Francia, naturalmente, en donde no la ignoran, ya no los docentes o los intelectuales, sino todo el mundo, se prodiga desde los liceos, es imposible obtener grados si no se sabe al menos, redactar. Ni los que llevan borlas doctorales en ciencias, resultan exceptuados.

El aprendizaje de la técnica de reagrupamiento dinámico de textos consultados en torno a una problemática, no lo fue todo. Fue también la iniciación en el placer de la lectura, a veces, múltiple, desperdigada, fecunda. Una biblioteca es un lugar en donde se viaja. El libro fue el objeto de culto de la casona de Colina, y también, motivo de la primera irreverencia. Había que manipularlos, convivir con ellos, cuando eran de uno, marcarlos y trabajarlos, mientras se adquiría en esa biblioteca privada que era por la voluntad generosa de Porras también la biblioteca de sus ayudantes, algunos reflejos indispensables, ciertas destrezas, que nos acompañaron la vida entera. A esa libertad, a veces liberticidio cuando por mi parte acumulaba demasiados libros consultados y que Porras con rezongo paternal devolvía a sus estantes, se unía, cómo dudarlo, el rigor. Maestro liberal pero exigente. No nos consentía las bravuconadas propias de la edad, citar autores que no conocíamos enteramente, hablar de libros no leídos, vicio tan frecuente, o datar con error. Araníbar en particular, hizo de ello una religión personal. Ante la simulación del talento, Porras era implacable. Igual como respetaba los juicios ajenos, se encendía de indignación ante el plagio, la tergiversación, la impostura. Por prudencia, delante de tan alerta contertulio, los discípulos preferíamos hablar sólo cuando estábamos muy seguros, pues en muchos casos, a amigos suyos, mayores y dilectos, les vimos pasar un mal rato. "¿De dónde ha tomado Usted eso?". Incluso, a Haya de la Torre, a quien quería y respetaba, corregía Porras. "¿Pero Raúl, de dónde has sacado eso?". E indicaba a semejante líder de multitudes, un poco desconcertado por las circunstancias, que el cronista que citaba no era sino la repetición del cortesano Zárate que a su vez lo había tomado... y seguía una lista apabullante de citaciones. Entonces Haya sonreía y cambiaba de tema.

No desatendamos los tópicos con los cuales convencionalmente se le evoca. Porras es uno de nuestros grandes historiadores, pero es preciso inmediatamente añadir lo siguiente: las páginas que nos ha dejado no son sólo arte de la historia o historiografía, cabe recordar que ejerció una docencia que desbordaba el marco académico, con una audiencia que igual llenaba las galerías de las Cámaras legislativas cuando tomaba la palabra a salas pletóricas de un variado público que lo seguía a círculos y ateneos, acaso porque con Porras se aprendía sin aburrirse. A sus sonadas conferencias acudían espontáneamente alumnos y ex-alumnos, muchos de ellos provenientes de universidades estatales que comenzaban a proletarizarse, y señoras elegantes, con sombrero, en los días que las damas limeñas no se echaban a la calle sin llevar un sombrero. Muchos años después, en París, en las salas abiertas a todos los públicos del Collège de France, comprendí la anticipación republicana de don Raúl, acaso, como tantas cosas, amanecida a destiempo en una Lima aún más tasajeada que la actual por infranqueables abismos políticos y sociales.

Con la lección de la cátedra, la crítica de las fuentes históricas del Perú, el estudio de las crónicas del XVI o sus semblanzas de personajes republicanos, Porras participó en la formación de la conciencia de los peruanos. Y aunque animó reuniones de historiadores y colegas, y organizó congresos de americanistas y peruanistas, no escribió ni publicó únicamente para un círculo de especialistas, aunque sus investigaciones heurísticas nos sirvan hasta la fecha. Fue escritor, prosista consumado, sus textos reúnen la preocupación presentista y el saber histórico en páginas impares que son del género del ensayo, es decir, al alcance de todos. Para llegar a sus contemporáneos, a veces aquejados de la oportuna sordera que provoca el escuchar a un justo, se sirvió de la docencia, el periodismo, la política, o la llana conversación, con igual encanto y fortuna. ¿Cambió el rumbo de las cosas? ¿Es redimible el Perú? La pregunta con ser legítima, sobrepasa la intención de esta remembranza. Acaso convenga ceñidamente decir lo que hizo por la cultura y el país, para libertarlo de cadenas políticas y mentales. Desde ese punto de vista, cívico, Porras ocupa un sitial, muy alto sin duda. Es parte de un Olimpo democrático de pensadores agoreros escuchados con mayor o menor suerte, a su lado están Jorge Basadre y Luis E. Valcárcel, sus pares, y otro batallador infatigable, Luis A. Sánchez. Como ellos, su contribución rebasa la Universidad. Profesores y algo más, agentes formativos de un clima de ideas, sendos capítulos de una historia intelectual del Perú por escribirse. Maestros y no sólo docentes.

Sin embargo, las asignaturas que tuvimos con Porras no condujeron a la constitución de una escuela, a un conjunto estructurado, a una unidad dogmática en el pensamiento, y eso hay que explicarlo. La recordación de Porras a la que estas líneas se asocian, no puede ser ajena a una reflexión acerca de tan singular y emancipada filiación. Lo mejor de su herencia, acaso fue la libertad de cada uno. A pocos años después de su muerte, recuerdo una conversación sobre la materia con Mario Vargas Llosa y en París. Me preguntaba Mario cual era mi plan de estudios y de trabajo en Francia. Después de escucharme, y viendo mi interés por la antropología de Levi Strauss, la escuela de historia económica y social de los "Annales" o mi asistencia a la cátedra de Lucien Goldman, me dijo: "de modo que tú tampoco vas a seguir con la historia que hacía Porras". Reflexionando, Mario había atisbado parte de la verdad, el curioso destino de una lección magistral al que ninguno de sus discípulos continúa a través de la misma manera de concebir la historia, acaso porque ese mismo saber ha sufrido formidables transformaciones en el curso de este medio siglo. Sería fácil poner la suma de mutaciones posteriores, en la cuenta de la natural evolución de las disciplinas y el espíritu de contradicción que separa maestros y discípulos y generaciones entre sí. Pero, ¿cómo explicar la lealtad que se le guarda, el secreto sentido de la invocación de su nombre con congoja? Paradojal diáspora de discípulos que con sendas distintas, y hasta divergentes, enarbolan por igual una feroz voluntad de autonomía. Salidos de ese aprendizaje sin gravamen ni reproche.

No se habla impunemente de un grande de la cultura del Perú, con mayor razón cuando se le ha conocido personalmente, sin a la vez ganar en status y en prestigio. Sobre aquella corona, no es difícil auparse. Bajo ese esplendor, valorizarse. Sé perfectamente los riesgos que implican las presentes páginas. Uno de ellos es el de la hagiografía. Otro, el de la postura díscola porque sí, para marcar débitos y distancias. Entre esos dos escollos, la presente reflexión toma otro camino. En efecto, después de recibir la invitación a este homenaje, me he preguntado menos sobre la apreciación parcial o total de su obra, en la seguridad que la crítica interna o heurística la asumirán otros, y quizá yo mismo en otra oportunidad. Creo, en cambio, que es tiempo de dilucidar el sentido de esa maestría, flor rara en nuestra vida peruana. Porras, como todo gran profesor, dirigió tesis, enmendó carreras, orientó vocaciones. Pero hizo más que eso. Escuchó a los jóvenes, dice Loayza, "lo cual ya es raro", añade. Hay que decir que se interesó en investigaciones ajenas, en destinos que exploraban formas de creatividad que no frecuentó, como la novela o la poesía, no falta por ahí algún arquitecto, hasta un psicólogo. No hay que pensar que ésta maestría se limitó al puñado de jóvenes intelectuales que por un período indeterminado trabajaron a su lado, los discípulos. Diré, de una manera general, que esa paciente tutela se extendió a muchos más, a algunos que sólo habían asistido a sus cursos, o que se aproximaban por períodos cortos, orientándose más tarde a quehaceres que no eran ni la literatura, ni la historia, ni la diplomacia, ni la política. Seamos claros, Porras apoyó a lo que se llamaba por aquel entonces jóvenes "aprovechados" a los cuales conoce en su calidad de profesor de las dos mejores universidades del Perú de ese momento, la Católica y San Marcos. Esa labor implicaba una carga adicional de preocupaciones en torno a como conseguir modos de vida y trabajo a algunos de ellos, o becas o puesto. Resueltos los problemas acuciantes y materiales, aquellos eran derivados ora hacia la enseñanza superior, ora hacia el servicio público. En otros países, con Estado previsor y sociedades abiertas, semejante y titánica tarea se encomienda a instituciones, a sistemas racionales y públicos de concursos. Como en el Perú resultaba pedirle peras al olmo el racionalizar la selección y abrir las puertas a la meritocracia, a jóvenes con talento pero sin recursos, el maestro Porras venía a suplir la carencia y la indiferencia del medio, y ello, sin grandes recursos financieros, sin otros medios que su autoridad moral e intelectual. A menudo su paciencia era premiada con resultados, y así es como el país no perdió en la desesperación de la adolescencia frustrada o del resentimiento de los mejores, a algunos de sus hijos. Medio Torre Tagle y parte de la investigación peruana supo de ese rescate voluntarioso de vocaciones y talentos. La lista es larga, y contrariamente a lo que se puede sospechar, no implicó clientelismo alguno. Entre los porristas había de todo, desde acrisolados conservadores a comunistas, como era mi caso. Pese a tan atrabiliarios ayudantes, Porras no perdió nunca la serenidad de un estoico antiguo, curado de fanatismos. Su constitutiva insumisión desesperaba aún a sus aliados políticos, desde el aprismo al gobierno de Manuel Prado. Se manejó con poco sentido de la rutina y los convencionalismos, dejando siempre playas para la tertulia, el ocio y la conversación, incluso cuando era Ministro (en el Club Nacional, en el café Haití) y por todo eso, por su imprevisibilidad en la que siempre guardó algo de juvenil, acaso acabó en temeraria soledad, rodeado de un puñado de indignados amigos que lo acompañaron a su última morada –se ha dicho– un final de filósofo antiguo.

Fue un maestro a carta cabal. Pero el término precisa discusión, el concepto ha sufrido erosión y se presta hoy a malentendidos. Quién negará que se ha prodigado en circunstancias distintas y con abuso suele asociársele a una línea política. En efecto, rara vez deja de sugerir una identificación cuasi religiosa en doctrinas sociales. En los casos más tenues, al menos compartir un credo o una idea por lo general mágica del Perú. La más de las veces, el concepto implica una coloración ideológica. Sucede cuando se aplica a José Carlos Mariátegui el título de "Amauta". Lo mismo ocurre con el culto de los apristas a Haya de la Torre. Entiendo las razones y la legitimidad de sendas devociones. Las invoco no para denigrarlas sino para diferenciarlas de la que rodea a Porras. Recordarlo no es robustecer algún pretendido partido liberal. Los juveniles amigos de Porras no resultaron fervientes hispanistas. Por lo demás, un gran aprecio acompañó a otros intelectuales influyentes, un cenáculo se forma tras la sombra de José de la Riva Agüero, y en el que el propio Porras participó en su edad juvenil, o es al caso de los discípulos y parientes de Víctor A. Belaunde. Hay quienes se aglutinaron tras otro gran peruanista, Luis E. Valcárcel. Se me concederá que en unos y otros, la condición de discípulo no era ajena a algún tipo de afinidad política o ideológica. Lo curioso, lo infrecuente, lo excepcional es que tal cosa no ocurría en la vecindad de Porras. Ni podíamos ofrecer tal identificación, sujetos como estábamos a la rosa de los vientos de todas las ideologías, ni el maestro lo exigía. Dispensados de llevar el cilicio de alguna escolástica al uso pues el propio maestro se desembarazaba de las mismas. A veces me preguntaba qué andaba leyendo. Pero luego se aburría mortalmente sobre las páginas de Lukacs o Nicolai Hartmann. En cambio apreciaba a Ernst Cassirer, a Huizinga, como en su caso, espíritus alados. Un día me extendió un libro de Octavio Paz. No un libro de seca filosofía sino de meditación de la historia, las ideas encarnadas en los hombres. Fue otro relámpago.

Plugo al cielo que Porras no fuera un ideólogo ni tuviera vanidades filosofantes. Pero una vez más cabe preguntarse, ¿Cómo fue que trabajando sobre la historia no cayera en la veneración de la misma? Advierto que la fe en la historia ha sido el punto de partida de las ideologías totalitarias contemporáneas. Hay que preguntarse por el origen de esa inmunidad que lo puso a salvo de las grandes alienaciones que han sido frecuentes en los medios intelectuales hasta la caída del Muro de Berlín. ¿Primado de la realidad? ¿Conciencia de la imprevisibilidad del curso de los acontecimientos? ¿Importancia de lo singular en los hechos históricos, de lo distinto? ¿Una visión del mundo que lo inmunizaba ante la tentación totalitaria y los modelos universales para pensar el curso de las civilizaciones, y en general, ante toda pretensión teórica y generalizante sobre las sociedades humanas? Lo cierto es que había desarrollado un santo horror a los dogmas, raro en nuestro país y medio. Algo de su rechazo a la teorización era rechazo a la pedantería. Pero también escepticismo, a la manera de Anatole France más fuertes dosis de ironía limeña y un aire iconoclasta heredado del lejano ancestro, Manuel González Prada. Prevención contra los trascendentalismos. No creyó demasiado en la moda de las filosofías de la historia tan en boga en los años posteriores a la segunda guerra mundial. Provenía de una generación marcada por la filosofía positivista y la consiguiente reacción idealista de sus mayores, de los grandes debates metafísicos, y cuyo efecto perverso fue una natural tendencia a huir de misas negras o rojas. Se había aburrido con Alejandro Deustua y los filósofos criollos de comienzos de siglo. Esa fobia por lo teórico nos salvó. Los dogmáticos, más bien, éramos nosotros. Ya soplaban los vientos de interpretaciones muy rígidas sobre el enfrentamiento entre el mundo industrial y el tercer mundo, simplificaciones en la que casi todos caímos. Esta saludable ausencia de doctrinarisrno preparó, tal vez sin desearlo, un discipulado sin duda singular, que no se articulaba tras un dogma o una creencia. Nos unían, hay que decirlo, ciertas comunes inquinas. Entre otras, la dictadura de Odría de la que el país salía. En Porras la oposición a la dictadura era profunda, asistía otra vez al malogro del país en manos de la improvisación y el poder personal. Otra vez lo que Pedro Planas llama hoy "La República Autocrática". Otra vez las ocasiones perdidas.

Paradojal individualismo el de Porras, puesto que desembocaba en la conciencia colectiva. ¿Un demócrata únicamente interesado en la titularización de los mandatos populares por vía electoral? ¿Sin justicia social, sin meritocracia a la que hemos visto líneas atrás, propugnaba? ¿Un igualitarista? Lo cual implicaba un compromiso más profundo, puesto que la igualdad era (y es) imposible sin condiciones de partida idénticas para todos, como por ejemplo en el campo de la educación popular. Era un revelador. Un maestro que enseñaba que la rebeldía era posible, pero que desconcertaba porque en su revuelta contra el desorden dictatorial se hacía sin las liturgias habituales: el llamado al proletariado o a la revolución. Entendía ser liberal como estar en la oposición. No confundirlo con los partidos de ese nombre, como el Civil o el Liberal o la Unión Nacional, esos clubes políticos que su generación conoció, "el progresismo abstracto" que critica Jorge Basadre a la que él, ni Porras, menos aún Luis A. Sánchez, se apuntaron. Sugiero, pues, que deberíamos revisar el sentido total de esa oposición liberal de Porras al liberalismo de los notables. Esas raíces acaso libertarias o radicales. Hay que volver a estudiarlo. Ahora que el vuelco de la discusión intelectual hacia la cuestión democrática, autoriza el diálogo entre liberalismo y toda tendencia comprometida con la justicia social. Son tiempos éstos en que se ha vuelto a descubrir las virtudes del pluralismo, del Estado de derecho, de la preservación de libertades, y la perspectiva contemporánea de ideas, antiautoritaria, pide revisión de las corrientes liberales y pluralistas, y se vuelve, por todas partes, a Benjamin Constant y Alexis de Tocqueville. Así, Porras, postura y discursos, emergen como esas tierras desconocidas de los viajeros y exploradores, junto a la promesa republicana hasta ahora incumplida. Porras, Basadre y Sánchez. Un ideal republicano de doble limitación, de la sociedad ante el Estado y del Estado ante la sociedad. No es lo viejo, es lo nuevo, lo que no alcanzamos a definir, un sistema de representación político y simbólico, donde algunos grandes conceptos, como autonomía (del individuo, de la nación), responsabilidad, igualdad, ocupan la región central, sin exclusión de otras. Un politeísmo de valores, contrario al monoteísmo que habitó las corrientes dominantes de los últimos cincuenta años. Todo eso no constituye, sin duda alguna, un sistema ni una ideología, acaso, una actitud. De esos maestros de escepticismo pueden provenir algunas necesarias certezas. De Rawls, de Keynes, de Weber. Del filósofo Alain, que Porras conocía, de su individualismo sospechoso de las fuerzas ciegas de la historia. De Camus, que también frecuentaba. Liberal es una palabra vasta, de extendida polisemia.

Porras no enseñó solamente la construcción de la historia como un saber positivo o la elegancia del estilo, sino cierta manera de vivir, diría, en moral pública republicana. Una postura de tribuno antiguo que no dejaba fisura entre el comportamiento en el ágora y la situación material. En otras palabras, se parecía impresionantemente a esos liberales de los inicios de la República, sobre los que conviene regresar –pese a mi vieja diatriba– cuando se piensa en modelos y paradigmas de moral cívica. Como ellos, consideraba que la primera virtud es la de la honestidad en los denarios públicos; como ellos se consideraba un igualitario y un republicano, y hasta en lo de vestirse de negro, con sencillez, se les semejaba. Como ellos, jacobino pese a su resistencia a los excesos, creía en una radicalidad de la ley y de las instituciones. Todavía es una utopía esa República moral que quiso anticipar.

Discípulo viene de "díscere", en latín, el que aprende. Hagamos de la memoria de esa republicanismo a lo Porras, brillante y fervoroso, pero capaz de ironía y escepticismo, inteligente pero consciente de las enfermedades temibles de la intelligentsia, amante del Perú de todos los tiempos, incluyendo el de los Incas e indios como la Lima limeña, pero incapaz de callar en los momentos de inconsciencia o ceguera colectiva, lección sin amargura. Sin olvidar, por ello, los riesgos. En el dominio de la cosa pública, un programa moral e intelectual de ese temple, conduce a quien vicariamente lo asume, a tomar inevitablemente el báculo del peregrino. Sin destemplanza ni tardío reproche, conviene no olvidar que el maestro Porras conoció en sus últimos años, alejado del poder, tal vez el peor de los destierros, el del peregrino en su propia patria, el exilio interior. No había querido condenar una revolución en el Caribe que entonces convertía las casernas en escuelas. Vivió como liberal pero se fue bajo un signo político de imposible clasificación. Acaso, simplemente, fue un hombre radicalmente libre. Y en consecuencia, bueno.


* Publicado en: Socialismo y Participación, Cedep, N° 78, junio de 1997, pp. 93-100.

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