Cátedra Raúl Porras Barrenechea

Blog-Homenaje a la memoria de Raúl Porras Barrenechea,
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

30 junio 2006

Antología de Raúl Porras (IV)

Unánue, "Amante del País" *

Para Unánue resultan incómodos y convencionales los calificativos al uso de inexpertas historias. La figura y la mentalidad de Unánue pertenecen a un escenario y a un ambiente muy distintos de aquellos de la revolución. Hay que convenir en que la explosión de una revuelta es el momento menos propicio para el recogimiento reflexivo de los estudiosos y para el desarrollo de disciplinas pacientes y severas. Y la gloria de Unánue es, esencialmente, científica, intelectual, orgullo de academias ilustres y de investigaciones vernáculas. La personalidad de Unánue se hallaba ya definida y contorneada cuando sobrevienen las primeras agitaciones patrióticas. Puede decirse que en 1810, la patria en gesta, podía ya contar en Unánue, los prestigios definitivos que aureolan su figura de investigador y de sabio. Tenía, entonces, Unánue, para merecer los más insignes dictados, la gloria de haber fundado el Anfiteatro Anatómico, y el Colegio de Medicina de San Fernando, de haber colaborado en la Sociedad de Amantes del País y el Mercurio Peruano, de haber escrito sus obras capitales: Observaciones sobre el clima de Lima, la Guía política y geográfica del Perú de 1793 y la Memoria del gobierno del Virrey Taboada y Lemos. Las actividades posteriores del político que, por fuerza de los acontecimientos y apartándose de su peculiar ambiente científico, llegó a ser Unánue, muy poco agregan, a pesar del desinterés y de la nobleza que puso en ellas, al significado cardinal de su obra de sabio. Pudo, Unánue, haberse abstenido de toda participación en las agitaciones revolucionarias y en los trastornos políticos de la primera época republicana, sin que amenguara en nada su mérito de forjador de la nacionalidad.

Y es que Unánue - amigo y consejero de los Virreyes y delegado de éstos a las conferencias de Miraflores -, no es en realidad un espíritu ni un hombre de la revolución. Es tan sólo un adherente, prestigioso y benemérito. Aunque él no hubiera ido a la revolución, ésta le habría buscado como a una de la glorias más legítimas del Perú para propio enaltecimiento y decoro. Pero en Unánue, no había, a pesar de la liberalidad y de las tolerancia generosa de su espíritu, esa honda fibra de pasión que conduce al arrebato de la lucha a los verdaderos insurgentes.

Unánue - y como él otras émulas figuras contemporáneas de América - pertenece a un estado de alma anterior a la revolución. Súbdito de Carlos III, se educó bajo la égida del llamado despotismo ilustrado. El liberalismo floreciente de entonces se redujo en las colonias americanas a contrarrestar el influjo del clero con la expulsión de los jesuitas, a proteger la ilustración, al envío de expediciones científicas y naturalistas y a una relativa libertad comercial. Unánue absorbe en su juventud los beneficios de aquella política y ajusta a ella, su mentalidad y su conducta. Siguiendo esa inspiración cambia los hábitos talares que le deparaba la tutela familiar por la carrera médica, acentúa su curiosidad por las ciencias de la naturaleza y por la geografía peruana y se engolfa constantemente en lucubraciones de economista. Pero la idea separatista y democrática se halló muy alejada de sus preocupaciones en la mayor parte de su vida, aunque no dejara de entreverla alguna vez. Distante todavía el momento de la emancipación y sujetos los espíritus a las trabas del absolutismo no era posible pensar, en las últimas décadas del siglo XVIII, el propósito de la patria y de la independencia. La variación de la forma política imperante era aún una irrealizable utopía, por lo que los espíritus certeros y prácticos como el de Unánue, hallan el camino no en el anhelo de una radical transformación del gobierno, sino en una vaga fórmula de mejoramiento social y en un conocimiento cada vez más hondo y penetrado de amor de las cosas del país. El Mercurio Peruano se funda para conocer y estudiar mejor el Perú en todos sus aspectos físicos, históricos y sociales. Unánue es el mejor propulsor y colaborador de esta tendencia, de la cual ha de brotar el sentimiento de la patria y de la autonomía, escribiendo notables ensayos sobre las regiones inexploradas del Perú oriental, sobre el opulento pasado histórico de los Incas y descubriendo minuciosamente el territorio histórico de la patria, sus productos y peculiaridades, sus accidentes geográficos y su historia civil y anímica. A este género de propaganda no cabe calificarlo aún de insurgencia. El único dictado justo que puede asignársele, es el que sus mismos propulsores escogieron para trabajar en común, cuando fundaron la sociedad literaria que publicó El Mercurio Peruano. Mucho más significativo que calificar a Unánue de "patriota", en el sentido que tenía esta palabra en 1821, o de revolucionario, o de conspirador, es señalar aquello que hubo en él de más perdurable y auténtico: Unánue, amante del país.

Esta es, sin duda, la calidad fundamental del espíritu de Unánue, y la que explica todas sus actitudes culminantes, Unánue, a través de todas las transformaciones políticas del Perú siguió siendo, sobre todo esto: un amante del país. Y para un amante del país, que había vivido y trabajado bajo el más despótico de los regímenes y dentro de él había conseguido medidas de mejoramiento social e intelectual para sus conciudadanos, y para él, distinciones y honores insignes - cosmógrafo y Protomédico, diputado a Cortes - lo esencial no era la forma de gobierno, sino el bienestar general, la justicia y la dignidad. De allí que no sean sino aparentes las oscilaciones de la vida política de Unánue, su figuración sexagenaria en la independencia, su adhesión sucesiva a los proyectos monárquicos de San Martín, al republicanismo fogoso de los "leaders" del primer Congreso Constituyente, y a los planes vitalicios de Bolívar. Postergando toda vanidad doctrinaria y ajeno al fanatismo y a las fórmulas rígidas de los teóricos de su época, Unánue sólo persiguió con tesón un propósito, realizado siempre con honradez y limpieza de ánimo, el de servir a la patria que otros más audaces y más jóvenes que él habían hecho surgir, pero a la que él había sido el primero que enseñó que se debía amar.


* Publicado en Variedades, Nº 1025, el 22 de octubre de 1927
El Reportero de la Historia, 12:13 a. m. | Enlace permanente |

29 junio 2006

Raúl Porras, peruano integral

Por Enrique CHIRINOS SOTO

El Congreso de la República, al que hoy tengo el honor de representar, ha querido, por decirlo así, mediante ley expresa, enaltecer y oficializar los homenajes nacionales que, necesariamente, habían de rendirse a Raúl Porras Barrenechea en este año, en que se cumple el centenario de su nacimiento.

La sociedad civil había de rendirlos. Habrían de rendirlos las universidades y las academias. Los amigos y los discípulos. Los intelectuales y los allegados. Además, el Congreso quería que, en ese homenaje, estuviese presente el Estado para reconocer a uno de sus ciudadanos más ilustres. Estuviese presente la Nación a la que el Congreso encarna con una latitud que no se compara con la de nadie. En torno de la memoria de Porras, se congrega el Perú entero, desde Tacna a la que acompañó en horas de tribulación, previas sin embargo a su retorno al angustiado seno de la Patria; hasta Tumbes, cuya peruanidad defendió con denuedo de caballero medieval; desde el mar - escenario para la hazaña de Miguel Grau que Porras habría de celebrar con elocuencia incomparable- hasta la selva respecto, de la cual, más de una vez, reivindicó, lanza en ristre, nuestros irrenunciables derechos amazónicos.

Por eso, porque fue Porras un peruano integral, el Congreso ha convocado, al país entero, para la evocación y el recuerdo de su figura prócer. Porras fue senador por Lima y vicepresidente del Senado. Por eso, está aquí el Congreso de la República. Fue diplomático, embajador en Madrid, desvelado servidor de muchos años de nuestro Archivo de Límites. Por eso, está aquí el Ministerio de Relaciones Exteriores. Fue historiador de garra que buscaba datos como joyas, pero también era dueño de una perspectiva muy amplia y de una cultura asombrosa, para explicar y desentrañar el sentido de los acontecimientos históricos. Por eso, está aquí la Academia Nacional de Historia. Fue maestro al que libremente se acercaban los jóvenes, como los niños a Jesús. Por eso está aquí el Ministerio de Educación. Fue catedrático y conferenciante fuera de concurso. Por eso, están presentes su amada San Marcos, la Pontificia Universidad Católica y la Asamblea Nacional de Rectores. Fue escritor eximio, vivaz por el tono, clásico por la profundidad y el equilibrio de la reflexión. Por eso, está aquí la Academia Peruana de la Lengua. Fue publicista, ensayista, polígrafo con una erudición asombrosa. Por eso, está aquí, el Instituto Riva-AgÜero, que lleva el nombre del poderoso intelectual de quien Porras se declara discípulo, y en veces -como en el prólogo a Paisajes Peruanos- el discípulo iguala o supera al maestro. Fue limeño fervoroso y devoto miraflorino. Por eso, nos recibe el Concejo de Miraflores y está aquí el Provincial de Lima.

La ley es la máxima expresión de la voluntad nacional y el Congreso es el intérprete de esa voluntad. Por mandato de la ley -que puede ser aun coercitivo, aunque no lo tenga que ser, por cierto, en el caso del gran historiador-, el Perú rinde homenaje a Raúl Porras Barrenechea. De tal suerte, el Congreso ciñe al maestro con una augusta corona cívica, en esta ciudad de Miraflores, donde Porras, como don Ricardo Palma, quiso envejecer y morir.

Porras nace en Pisco. Por eso, nos acompaña el Alcalde de esa ciudad, Leoncio Ramón Lozán Luyo, donde también nació, en la aldea próxima de San Andrés de Pescadores, Abraham Valdelomar. Porras crece en Lima, a la vera del puente, del río y la alameda, según la frase que Porras acuñó para que la cantase Chabuca Granda. Porras se educa en el Colegio de la Recoleta. Por eso, se habla imparcialmente de tú con Luis Alberto Sánchez o con Pedro Beltrán. Porras escudriña como nadie el nombre del Perú y desvela sus misterios, las flaquezas, los encantos de su mito, su tradición y su historia.

Porras no quería las panacas. Ni las que se formaban alrededor de los incas difuntos, ya convertidos en momias, ni las que se organizan a propósito de peruanos eminentes que, por serlo, no deberían ser y no son patrimonio exclusivo de nadie. El Instituto Raúl Porras Barrenechea no es una panaca. No se ha movilizado nada más que para rendir pleito homenaje a su figura insigne, sino que estudia a Porras, lo compila, lo actualiza con la devoción y la autoridad de intelectuales tan versados y amigos tan próximos como Jorge Puccinelli y Félix Alvarez Brun. Sin el Instituto, no hubieran podido rendirse los homenajes que empiezan a tributarse a Porras y seguirán tributándose en el curso del año.

Precisamente, porque a nadie pertenece nos pertenece a todos. Fue considerado hispanista quizá por razón de su devoción y admiración a don Francisco Pizarro; pero nadie como él se sumergió en las fuentes de nuestra historia prehispánica. Sin concesiones a lo que pudiera parecer ultramontano, reconocía la contribución de la Iglesia Católica, a través de España, a la formación cultural del Perú, tal como dice desde 1979 la Constitución de nuestro país. No era hombre de partido; pero mantuvo una amistad nunca interrumpida con Víctor Raúl Haya de la Torre. Le interesó inicialmente la historia republicana, y ha trazado la biografía de algunos de nuestros hombres públicos más ilustres como Toribio Pacheco. Era esencialmente liberal en el mejor sentido de la palabra, en el sentido de la generosidad, de la tolerancia y del respeto para las convicciones ajenas. Se le acusó hasta de partidario del generalísimo Franco; pero no vaciló en renunciar a la embajada en Madrid para desdeñar los desplantes de un funcionario de la Falange. En 1960, convocó una conferencia de cancilleres en la que, según instrucciones de su gobierno, había que acusar a Fidel Castro; pero él dijo lo que le vino en gana, en gesto hispánico que admiré, aunque, políticamente, no podía compartir. Porras ha hecho más política de la que podemos imaginar. En 1939, conspiró contra Benavides, según me acabo de enterar, y estuvo predestinado para desempeñarse como Secretario General, con rango de ministro, del nuevo Jefe de Estado.

En 1957, al morir José Gálvez, Porras asume, en su calidad de vicepresidente, la presidencia del Senado. Sus amigos le ofrecimos entonces un banquete de mil quinientos cubiertos en el Hotel Bolívar.

Al dar respuesta a Manuel Cisneros Sánchez, Porras dice: El liberalismo era, desde la revolución del 95, la fórmula imperante y ella moldeó nuestras ideas y nuestros sentimientos. El credo inicial que recibimos de anteriores generaciones y de las más puras figuras del liberalismo peruano del siglo XIX, fue liberal; y yo sigo pensando que el liberalismo cristiano y ungido de la emoción social es una de las más altas formas en que ha cristalizado el espíritu humano... El liberalismo es humanismo, o sea la negación de todo fanatismo y la exaltación del espíritu sobre las fuerzas del instinto... Para mí, el credo liberal no es una posición política sino intelectual y ética... Gracias.

(Discurso, a nombre del Congreso, en el homenaje rendido a Porras en el Concejo Municipal de Miraflores).


Publicado en el diario El Comercio el 1 de abril de 1997, p. 2
El Reportero de la Historia, 12:03 a. m. | Enlace permanente |

28 junio 2006

El centenario de Raúl Porras

Por Enrique CHIRINOS SOTO

El Congreso de la República aprobó, a mi iniciativa, una ley que acaba de promulgar el Presidente de la República, para conmemorar oficialmente en 1997 el centenario del nacimiento de Raúl Porras Barrenechea, natural de Pisco como Abraham Valdelomar lo fue de San Andrés de Pescadores, en las inmediaciones de ese mismo puerto.

Tuve ocasión de conocer personalmente a Porras a raíz del Primer Congreso Internacional de Peruanistas, celebrado en Lima, en agosto de 1951 y en coincidencia con el cuatricentenario de la Universidad de San Marcos, la más antigua de América. De ese certamen, Porras fue elegido, como correspondía, presidente. En él, se congregaron personalidades tan ilustres como el historiador español Manuel Ballesteros, como los franceses Paul Rivet y Louis Baudin, como el argentino Enrique Ruiz Guiñazu. Fue inaugurado en el auditorio de la Biblioteca Nacional. El discurso de orden tocó a Porras. Yo -con mis apenas 21 años a cuestas- lo escuché con delectación. Desde Arequipa, había yo llegado para unas cortas vacaciones en la capital de la República -antes de incorporarme del todo al diario La Prensa-.

Porras era corto de estatura, con tendencia a la obesidad. Rubio y ya canoso, colorado de tez, ojos claros, hubiera podido desdeñar o desdeñaba, como don Antonio Machado, su torpe aliño indumentario. Una vez, sin embargo, que empezaba a hablar, en el foro académico y más tarde en la tribuna parlamentaria, ocurría con él la tansfiguración. Ascendía al Monte Tabor de la elocuencia. No improvisaba. No había tampoco memorizado el texto. Leía unas cuartillas minúsculas a las que había impuesto su caligrafía diminuta, tal como más tarde tendría yo oportunidad de comprobar. Pero leía con fuego, con gracia, con vigor, con las pausas adecuadas, con el ímpetu más denodado y con perfecta independencia respecto del papel. De tal manera, encandilaba al auditorio, no le daba tregua ni respiro, y lo conducía con facilidad a los territorios que él se había propuesto visitar.

Una voz cálida, una pronunciación exacta y clara, una facilidad para la metáfora, una sabiduría clásica, una profusión de citas pertinentes, todo en Porras conducía, en trances como ése, a la más alta cumbre de la oratoria. Si la retórica es el arte de elevar al espíritu por medio de la palabra, Porras ejercía ese arte como ninguno. Creo que aquel discurso de Porras, en el auditorio de la Biblioteca Nacional,largo discurso, apenas interrumpido con aplausos, cerrado con una ovación clamorosa, es el mejor discurso que me ha sido dado escuchar en lo que llevo de vida, y ya llevo bastante.

Porras permaneció sentado mientras decía su fervorosa oración quizá aquejado ya por alguna dolencia. Sus oyentes lo aplaudimos de pie. No bien terminada la ceremonia, fui presentado a Porras por Víctor Andrés Belaunde. A partir de entonces, se anudó una amistad que no se interrumpiría ni con las discrepancias políticas que nos separaron, en 1960, sin alejarnos espiritualmente, en la Conferencia de Cancilleres de San José de Costa Rica, cuyos pormenores contaré en otra ocasión. A las alturas de 1951, yo había leído a Porras, especialmente su magnífica oración fúnebre a la muerte de don José de la Riva- Agüero, y por cierto su elogio a mi ilustre antepasado, don Toribio Pacheco y Rivero, pronunciado en 1928, en el Colegio de Abogados de Lima, al cumplirse cien años del nacimiento del Canciller del 2 de mayo. Esa pieza era, en mi familia, objeto de reverancia.

En aquel discurso de la Biblioteca Nacional, Porras empieza por lamentar la ausencia de algunos insignes peruanistas como Hiram Bingham, a quien llama descubridor insólito de Machu Picchu, o como Ricardo Rojas, maestro de humanidades americanas, o como Rafael Heliodoro Valle, que acerca cotidianamente las imágenes del Perú y de México en versos y ensayos.

Se detiene en la palabra Perú, y la analiza en su aparición en los días preliminares del descubrimiento, sus vicisitudes, su carácter popular y soldadesco y su aplicación sucesiva a las diversas regiones que iba descubriendo Pizarro hasta radicarse en el Imperio de los Incas. Fue un nombre trashumante que envolvía un hambre de riquezas y un ansia andariega de horizontes distantes. Fue y es sinónimo de riqueza y de más allá (1).

Todo el proceso de la historia del Perú -había dicho Porras meses antes en la Universidad de San Marcos- no es sino una dramática y angustiosa lucha del Espíritu contra la naturaleza, en un incesante afán de fusión y síntesis. La historia debiera desarrollarse, dentro de ese cauce tradicional, lejos de toda tendencia laudatoria circunstancial, con un hondo sentido humano, para ser, según el deseo de los filósofos, a la vez que una hazaña de la libertad, una de las formas más nobles de la simpatía humana (2).

(1) El Comercio de Lima, edición del 17 de agosto de 1951.
(2) Raúl Porras Barrenechea: Mito, Tradición e Historia del Perú, Imprenta Santa María, Lima 1951.



Publicado en el diario El Comercio el 5 de noviembre de 1996, p. 2
El Reportero de la Historia, 11:57 p. m. | Enlace permanente |

27 junio 2006

Porras a Relaciones Exteriores

Por Enrique CHIRINOS SOTO

Las elecciones de 1956 clausuran el gobierno del general Manuel A. Odría y son el punto de partida para el segundo gobierno de Manuel Prado. En ellas, la lista vencedora de senadores por Lima fue encabezada por José Gálvez. El segundo puesto correspondió a Raúl Porras.

Gálvez pertenecía a la generación arielista o del novecientos, como José de la Riva Agüero, Víctor Andrés Belaunde o Francisco y Ventura García Calderón. Porras, a la generación del Conversatorio Universitario, como Jorge Basadre, Luis Alberto Sánchez, Jorge Guillermo Leguía o Manuel Abastos. Por lo demás, José Gálvez Barrenechea y Raúl Porras Barrenechea eran próximos parientes. En su generación, Gálvez militaba, si se quiere, en el ala izquierda de la poesía y del más fervoroso liberalismo. Porras, pese a su hispanismo, a su condición intemporal de súbdito poético de Felipe II, también era orgánicamente liberal. En 1945, Gálvez había sido elegido Primer Vicepresidente de la República en la fórmula de José Bustamante y Rivero. También había sido elegido senador por Lima y elevado, en esa calidad, a la presidencia de la Cámara Alta. En 1956, volvió a ser elegido Presidente del Senado. En dos ocasiones, pues, en 1945 y 1956, le correspondió al ciudadano libremente elegido por los pueblos: Bustamante y Rivero primero; y, once años más tarde, Prado.

El mismo gobierno de Bustamante acredita a Porras como Embajador en España. Más que un nombramiento, era una reparación para quien había servido tantos años al Perú en Torre Tagle. Cuando Porras llega a Madrid, ya ha caído Bustamante. Todavía presenta credenciales al generalísimo Franco. Poco más tarde, víctima de una zancadilla, que acaso combinan los gobiernos de Lima y de Madrid, tiene que renunciar. Por eso, contrae una invencible aversión por Odría. En el Perú, vuelve al claustro universitario, como impar catedrático de Historia. Escuché, sin ser alumno todavía de San Marcos, algunos de sus clases, siempre elocuentes y ante auditorio atestados.

Era natural que Porras aceptase encantado integrar la lista parlamentaria que presidía Gálvez y que apoyaba el Partido Aprista. Hasta entonces, no había intervenido en política y menos había tomado parte en proceso electoral alguno. Gálvez, como ya se ha reseñado, fue elegido Presidente del Senado. Porras, Vicepresidente. A poco, en febrero de 1957, muere Gálvez. Porras lo reemplaza a la cabeza de la Cámara Alta. En el entierro de Gálvez, Porras se refiere a él como el "másnoble profesor de humanidad y liberalismo, y educador de la ciudadanía, en nuestro siglo incierto, negativo, impulsado por la seducción de lo fácil, lo irracional y lo inhumano".

Entonces, sus amigos, de distintas tiendas políticas, le organizamos un gran banquete en el Hotel Bolívar, que alcanzó a mil quinientos cubiertos. Queríamos respaldar a Porras y decir nuestra satisfacción cívica porque tan eminente intelectual ocupara posición tan conspicua. Ofreció el homenaje Manuel Cisneros Sánchez, Presidente del Consejo y Ministro de Relaciones Exteriores. Porras le dio respuesta con un discurso de antología, en el que dice, por ejemplo: "El liberalismo es humanismo, o sea, la negación de todo fanatismo, y la exaltación del Espíritu sobre las fuerzas del instinto que conspiran contra la libertad y el derecho. Para mí, el credo liberal no es una posición política, sino intelectual y ética: Es la vigencia del diálogo y de la discusión, la franquicia para decir y escuchar de los que pende el porvenir de la democracia y de la cultura".

Pero Porras era presidente del Senado, no por su propio derecho, sino por derecho de sucesión. No había sido elegido como tal. La elección de junta directiva, en ambas ramas del Congreso, debía efectuarse el 27 de julio de 1957. Porras no militaba en la mayoría parlamentaria. Por otra parte, ¿le convenía al presidente Prado que Porras, una personalidad independiente, encumbrada como el que más y, por añadidura, imprevisible, fuese elevado a la presidencia del Senado? A Prado, político muy ducho y muy frío, no le convenía Porras en esa posición. No fue elegido. En contienda con Enrique Torres Belón, la mayoría optó por este último y lo eligió Presidente del Senado. Porras fue preferido. En el acto, pasó de una actitud de independencia a una de radical oposición. Censuró ásperamente a Cisneros Sánchez por el envío a las Naciones Unidas de un manto de Paracas, que todavía está allá en uno de los corredores principales, donde pregona el nombre y la cultura milenaria del Perú.

En enero de 1958, hay crisis parcial de gabinete. Cisneros pasa de la cartera de Relaciones Exteriores a la de Justicia, reteniendo la presidencia del Consejo. Como Canciller, lo sucede Víctor Andrés Belaunde. A Víctor Andrés, no le atraía para nada la función ministerial. Acción Popular protestó porque el gobierno utilizaba, "como escudo protector", el mismo apellido ABelaundeA del Jefe y fundador de ese partido. En verdad, se trataba de completar el currículum de Belaunde, que no había desempeñado la Cancillería, para que fuese más fácilmente elegido Presidente de las Naciones Unidas, lo que había de ocurrir ese mismo año.

Al iniciar su segundo gobierno, Prado cree que, tal como en el primero, puede gobernar sólo con sus amigos personales y políticos. No era ése el caso. Tenía que ensayar una apertura hacia los independientes y aun los opositores. En abril de 1958, al renunciar Belaunde, Prado hace llamar a Raúl Porras. En junio de 1958, la crisis es total porque renuncia el Presidente delConsejo, Cisneros, y lo reemplaza Luis Gallo Porras; pero Porras permanece en Torre Tagle. De donde se ve que no había animadversión de Prado contra Porras, sino que, simplemente, Porras le hubiera resultado incómodo como Presidente del Senado, y en cambio como Canciller llenaba de prestigio a la diplomacia peruana. Víctor Andrés le había preparado el camino a Porras. Y Porras impuso condiciones para ingresar al gobierno. A Antonio Pinilla Sánchez Concha, de la generación joven, le sería encomendada la cartera de Trabajo. Guillermo Hoyos Osores ingresaría a Torre Tagle como asesor del Canciller y con rango de embajador. Prado acepta. Es de advertir que Hoyos, como director de "La Prensa", había combatido enérgicamente la candidatura presidencial de Prado en 1939. Pero Prado no tenía rencores. Jugaba en el tablero de la política como quien juega en el tablero de ajedrez: Se hace lo que se debe hacer, sin ánimo de hostilidad contra ninguna pieza en particular. Cuando Prado corona su política de apertura con el gabinete Beltrán en julio de 1959, Porras retiene Relaciones Exteriores. Porras y Beltrán habían sido compañeros de aula en el Colegio de la Recoleta, donde también estudiaron, con años de diferencia, Riva Agüero y Luis Alberto Sánchez.

En 1958, como ya he referido, Porras me lleva, como agregado de prensa, a la conferencia extraordinaria de cancilleres en Washington que convoca el Secretario de Estado Foster Dulles. En 1960, me lleva en la misión que participa, en San José de Costa Rica, en dos conferencias de cancilleres: una para juzgar el caso de Rafael Leonidas Trujillo, antiguo dictador de la República Dominicana; y la otra para juzgar el caso de Fidel Castro, nuevo dictador de Cuba. La actitud de Porras respecto de Castro debe se materia de relato aparte. De vuelta de San José, Porras, muy envejecido, renuncia a la Cancillería y muere. Yo escribí el emocionado editorial que le dedicó "La Prensa". Cualesquiera que hubieran sido las diferencias de nuestros puntos de vista, a propósito de Castro, yo me sentía discípulo de Porras y le profesaba una fervorosa admiración. Al paso de las lecturas y los años, esa admiración no sólo no ha disminuido sino que se ha acrecentado.


Publicado en el diario El Comercio el 22 de agosto de 1995, p. 2
El Reportero de la Historia, 11:59 p. m. | Enlace permanente |

26 junio 2006

RAUL PORRAS: Una semblanza en el Centenario de su nacimiento

Por Estuardo Núñez

Nos tocó en suerte asistir al estreno de Raúl Porras como Catedrático en San Marcos. Corría el mes de abril de 1928 y la Universidad acababa de ser reformada por decisión gubernativa de Leguía. Se trataba de eliminar a la oligarquía "civilista" de los cargos directivos en la Universidad. Un nuevo estatuto daba injerencia al gobierno del país en la marcha universitaria, violentando la autonomía políticamente utilizada. Fueron cesadas las autoridades y se nombró decano de la Facultad de Letras a una prestigiosa figura intelectual: don José Gálvez, quien sustituía a otro decano que parecía vitalicio. La Universidad apareció remozada, gracias a los nuevos criterios que habían presidido la confección del nuevo Estatuto, en parte concebido por otra notable figura universitaria: don Julio C. Tello, entonces profesor de prestigio, arqueólogo de fama y al mismo tiempo parlamentario influyente.

Se planteó al efecto que ingresaran a la cátedra nuevos valores para reemplazar a catedráticos caducos. Porras fue llamado para ocupar una cátedra.

Porras hubiera deseado, y así parece que lo manifestó al decano Gálvez y al Ministro de Educación Oliveira, dictar la cátedra de Historia del Perú, mas no había en ese momento la vacante respectiva. Se le pidió aceptara la cátedra de Literatura Castellana , con el ofrecimiento de que ocuparía la de Historia del Perú en cuanto fuera ello posible.

Nosotros -inquieto grupo de estudiantes- cursábamos el segundo año de Letras y recibimos alborozados las lecciones sugestivas del Maestro. Trajo a nuestro conocimiento una bibliografía renovadora y reciente, a base de los estudios de Menéndez Pidal. Nos puso en contacto con textos críticos comentados del Poema del Cid y del Romancero y, más adelante, pasando sobre los grandes nombres del Siglo de Oro, terminaba el programa con los ensayistas de la Generación del 98: Ortega, Unamuno, Costa, Ganivet. Algunos de nuestros trabajos versaron precisamente sobre esos modernos pensadores españoles, y Porras, acogiéndolos con entusiasmo, les dio cabida en las páginas del Mercurio Peruano, a cuya redacción pertenecía.

El curso que nos dictó fue realmente memorable. No creemos que Porras tuviera una preparación pedagógica teórica, pero su entusiasmo intelectual suplía cualquier metodología. Realmente nos descubrió la literatura española y nos la hizo atractiva y entrañable, conduciéndonos a la lectura crítica de sus textos. Gracias a él, igualmente, la literatura española no sólo fue para nosotros materia añeja, reducto de obras inmortales, sino también reconciliación con un Quijote que nos habían hecho indigesto las exigencias de la escuela secundaria, y además venero de fuerzas vitales en sus ensayistas del 98, portadores del vigoroso e insospechado impulso de renovación de España, que hoy precisamente apreciamos en todo su esplendor. Escuchábamos al maestro con fruición y placer intelectual. Sabía matizar la erudición y el saber con singulares apuntes de ironía. Los que asistimos a ese curso -en 1928 y en el siguiente año, en que varió el contenido del programa, dando muestras de gran capacidad y de versación a la par que de integridad intelectual-, hemos guardado siempre los más gratos recuerdos de sus secuencias admirables.

Nos impactó profundamente en ese joven de 31 años, su recia y brillante personalidad. El decir fluido y la expresión galana y elegante, singular don de Porras, no era común característica entre otros profesores.

También hacía honda impresión su ademán tan expresivo con el brazo derecho levantado y la mano doblada, en forma de ala, su cabeza ligeramente echada hacia atrás, el mentón saliente, y unos ojos claros penetrantes.

Pero lo que más impresionaba en su fisonomía, era su amplia y alta frente, ornada de cabellos de color rubio ceniza, peinados descuidadamente hacia atrás y unos labios apretados y finos que se separaban sincrónicamente al hablar o sonreír.

Traía a la Universidad reformada, el prestigio de alumno distinguido, que había luchado por el cambio de una universidad obsoleta que todavía alcanzó y la precoz fama de especialista en cuestiones internacionales, en cuya actividad había producido ya dictámenes luminosos. Hasta entonces había dictado algunas conferencias notables sobre próceres de nuestra independencia y figuras destacadas de la era republicana. Pero sólo en ese año de 1928 se iniciaba en la cátedra universitaria al lado de otros miembros de la Generación del 19, como Luis Alberto Sánchez, Jorge Guillermo Leguía, Jorge Basadre. No mencionamos a Guillermo Luna Cartland, pues a poco de esa iniciación, abandonó la cátedra.

Porras llenó un sitial de modelo magisterial en el desempeño de la docencia universitaria. Sus clases y sus charlas informales en patios y pasillos de la vieja casona sanmarquina, marcaron una etapa señalada por el acercamiento de maestros y discípulos, que pocos profesores habían intentado anteriormente.

Era el suyo un nuevo estilo de enseñar -en muchas ocasiones fuera del aula- casi peripatético, según el cual el maestro mantenía su señorío intelectual pero a la vez estimulaba el diálogo, hincando suavemente la sensibilidad o la vanidad a la soberbia del alumno con apuntaciones sagaces y sutiles, a veces irónicas. Su sentido crítico le permitía descubrir a quienes lucían condiciones sobresalientes y sobre ellos volcaba su interés intelectual, estimulando vocaciones latentes pero aún no desarrolladas. Por eso dejó discípulos fervorosos e hizo prosélitos de su fe en el Perú, de su deslumbramiento ante la revolución de la historia peruana, de su culto del sentido crítico y de su repulsa ante lo adocenado, lo vulgar, lo ridículo y lo estulto.


Publicado en el diario El Comercio el 23 de marzo de 1997, p. 8
El Reportero de la Historia, 11:50 p. m. | Enlace permanente |

25 junio 2006

Raúl Porras Barrenechea, parlamentario

Por PERCY CAYO CÓRDOVA

Se ha conmemorado el cuadragésimo aniversario de la muerte del ilustre estro Raúl Porras Barrenechea. Cuando aún estaban frescos los homenajes llevados a cabo por el centenario de su nacimiento, ocurrido en Pisco en 1897, los que admiramos su obra histórica y su legado cívico, lo evocamos en el Conversatorio Universitario, en la cátedra de historia, en su tenaz labor de difusor de los derechos territoriales del Perú, en su notable tarea como canciller de la República y, en fin, en todas aquellas actividades en que lució su limpia conducta cívica, su accionar con intachable probidad. Raúl Porras no sólo pasó por la política sin caer en la concupiscencia del poder, sino le dio a todo su quehacer un contenido de hondo sentido ético.

En días que la República atraviesa agravada crisis moral y que el mal ejemplo desde las más altas esferas lesiona el país y avergüenza y daña su conciencia, recordamos en estas líneas al maestro Porras, más allá de sus aportes al conocimiento de nuestras fuentes históricas y la mejor comprensión de ese momento tan difícil de la evolución de nuestro país que fue la Conquista, en período complejo como el siglo XVI.

Dejamos a otros el recuerdo del estricto quehacer histórico de Raúl Porras, para evocar su paso por el Congreso de la República desde el Senado, donde no concluiría su mandato, pues la muerte cortó su vigoroso vivir.

En la legislatura de 1956-1962, la Cámara de Senadores estaba presidida nada menos que por don José Gálvez Barrenechea; en ese escenario Raúl Porras alzó su voz para sustentar en términos antológicos la moción que solicitaba investigar los actos del dictador Odría. Fueron sus palabras: "Faltaría al mandato que he recibido de la ciudadanía, faltaría al juramento que he prestado en esta Cámara de defender la Constitución y la ley, faltaría a mi obligación como maestro de una universidad que enseña a defender las normas del derecho y faltaría sobre todo, a un deber de conciencia, si no hubiera firmado esa moción".

Hombre de historia, profundo conocedor del suceder en el pasado de la República, Raúl Porras sustentando su posición recordaba: "En el Perú hemos hecho un culto y una carrera de la impunidad. Somos el país más impunista de América".

En otra sesión , el maestro sanmarquino reiteraba: "El impunismo ha sido uno de los mayores defectos peruanos y una muestra de nuestro débil sentido jurídico y moral", a lo que añade: "La impunidad debe ser combatida".

Traemos a colación este tema en días que el Congreso de la República deberá enfrentar la necesaria fiscalización de actos llevados a cabo por altos funcionarios del Estado. Esperamos que quienes hoy ocupan la representación nacional hayan leído el magnífico texto publicado por el propio Congreso de la República: Raúl Porras Barrenechea, parlamentario; de allí hemos recogido las citas transcritas.

Raúl Porras Barrenechea, parlamentario fue editado en homenaje al maestro. Mas creemos que el mejor homenaje sería llevar adelante el pensamiento del ilustre congresista cuyo nombre se ha dado, además, al hemiciclo del ex senado nacional; así nos holgaríamos doblemente de la edición realizada por el Congreso: por lo grato de la lectura y porque su mensaje habría calado en la representación nacional.


Publicado en el diario El Comercio el 28 de setiembre de 2000, p. 14
El Reportero de la Historia, 11:44 p. m. | Enlace permanente |

24 junio 2006

El legado de Raúl Porras Barrenechea al periodismo peruano

Por Rosa ZETA DE POZO

Al revisar los escritos de Raúl Porras encontramos una amplia gama de temas trabajados por el historiador en ese afán de esclarecimiento de nuestra historia, que consideró esencial para la formación de una diáfana conciencia de la nacionalidad.

En el centenario de su nacimiento queremos no sólo tributar un merecido homenaje a su memoria sino esencialmente recoger las enseñanzas que figuran en su obra como un legado a los profesionales de la información: es significativa la concepción que sobre el periodismo y su rol y las características del periodista expone en sus obras relacionadas con esta labor.

La primera es El Periodismo en el Perú, publicada por la revista Mundial en la edición extraordinaria del centenario de la independencia nacional (1921); en la que el trato directo con los periódicos, en la hemeroteca de la antigua Biblioteca Nacional, le permitió elaborar la primera historia del periodismo de nuestro país y abrir el derrotero sobre este aspecto de nuestra historia cultural.

Las semblanzas dedicada a los periodistas Ricardo Vegas García y a Andrés Avelino Aramburú, constituyen también fuentes importantes.

En su investigación sobre las Fuentes Históricas Peruanas, Raúl Porras clasifica a los periódicos como una de las fuentes de la historia republicana. El periódico, acorde con la teoría de Porras, es una fuente escrita e impresa; además es una fuente original o primaria, es decir documento contemporáneo al suceso, escrito a raíz de los hechos o por testigos presenciales.

Para Porras la fuente más inmediata a la investigación histórica sobre la etapa republicana son los periódicos: "Toda información sobre la vida política y social del Perú en este período tiene que comenzar por ellos". Sin embargo, aunque reconoce que como fuentes escritas son objeto de la historia científica, aclara que en lo que respecta a la historia política el testimonio de los periódicos, generalmente apasionado o banderizado, tiene que ser sometido a una rigurosa crítica histórica y ser comparado con otros testimonios contemporáneos.

En El Periodismo en el Perú encontramos los orígenes de la historia de la prensa escrita en nuestro país y su desarrollo hasta la segunda década del presente siglo. Allí señala que los periódicos que merecen el nombre de tales, por su publicación sistemática y su función informativa inmediata, sólo aparecen en el Perú de 1790; se refería al Diario de Lima. A su juicio, las gacetas coloniales tuvieron carácter oficial y burocrático y las hojas periodísticas de la independencia son principalmente órganos doctrinarios, de discusión teórica sobre derechos políticos, con muy escaso sentido de la actualidad.

Afirma que la verdadera fusión entre el periodismo de discusión y polémica y el periodismo informativo se realiza realmente al iniciarse la vida independiente del Perú en 1827. Posteriormente a la etapa del "Periodismo Político" que va hasta 1839, ubica históricamente el período de "El Comercio y sus competidores".

De El Comercio destaca su larga vida y su característica de ser el diario en el que se refleja con más constancia la vida política nacional. Para Porras, en la imparcialidad del decano de la prensa nacional en su primera época y en su preocupación de asuntos de más efectivo provecho que la política de partido para el país, estuvo la razón de su éxito.

Otra etapa importante es la de "los grandes diarios políticos" (1864-1895) en la que relieva publicaciones como El Mercurio, de Manuel Atanasio Fuentes; y El Tiempo, de Nicolás de Piérola. Admira el establecimiento del servicio cablegráfico que agrega un nuevo interés a la información de los diarios y el tesón de El Comercio, que dirigido por Miró Quesada y Carranza, resiste la fuerte competencia de El Nacional y La Opinión Nacional, amplía sus secciones y renueva sus antiguas maquinarias.

Estos tres periódicos pasan al siglo XX conformando la etapa del periodismo moderno que, según Porras, data de 1895, en la que nuevamente toca a El Comercio competir con La Prensa de don Pedro de Osma. A juicio de Porras, en esta última etapa de su historia del periodismo que llega hasta 1920, le cupo a estos dos diarios la misión de transformar al periodismo peruano.

Pero no sólo estudió el periodismo cronológicamente, también hizo un estudio del mismo por géneros: en un análisis independiente estudia las revistas literarias y científicas y las revistas gráficas; y por especialidades: considerando que los periódicos satíricos tuvieron mejor acogida que las revistas eruditas. Completa su historia con las anécdotas y polémicas del periodismo.

De las biografías dedicadas a los periodistas que admiró, rescatamos los requerimientos que reclama para quienes ejercen profesionalmente el periodismo. El historiador al criticar positiva o negativamente las acciones del sujeto de la historia, manifiesta los valores que aprecia en éste.

En Andrés Avelino Aramburú, al que considera figura clásica de nuestro periodismo, destaca las siguientes características: su vocación periodística, su cultura ágil, su verbo fluido y elegante, su entrega íntegra y noble a la ardua y abnegada profesión, el saber afronta las asechanzas del peligro, la altivez en el cumplimiento del deber, en la exigencia de sus derechos y en el celo de su fuero periodístico.

Entre las directivas cardinales del "periodista de la defensa nacional" destaca: la verdad, norte esencial de la función periodística; la renovación disciplinada del progreso; la defensa de la libertad y el patriotismo, nota inseparable de su acción e invívita en toda su obra.

Del recuerdo de Ricardo Vegas García recogemos la lección de la energía para defender la propia convicción, la de la lealtad a su solar nativo; y, a la vez, la curiosidad por lo universal y humano.

Raúl Porras Barrenechea no sólo defiende la profesión del periodismo como un magisterio independiente y respetable, que supo descubrir Aramburú, sino que también atribuye al periodismo un rol fundamental en la sociedad.

Si Porras pudiera actualizar su historia del periodismo, seguro que se admiraría del periódico electrónico como lo hizo con el cable; sin embargo, creo que seguiría inculcándonos el cultivo de esas características y principios reseñados en Aramburú y en Vegas.

Para honrarle en su centenario los informadores hemos de desempeñar ese periodismo independiente, tratando de promover la renovación disciplinada del progreso que nos lleve a construir nuestra sociedad peruana, para que nuestros periódicos constituyan fuentes históricas ineludibles.



Publicado en el diario El Comercio el 25 de marzo de 1997, p. 2
El Reportero de la Historia, 11:33 p. m. | Enlace permanente |

23 junio 2006

Porras, biógrafo de Pizarro
El historiador que enriqueció nuestra idea del conquistador

En 1941 Porras afirmó, acerca de la biografía de Pizarro, que ninguna había estado "más llena de errores rutinarios, de invenciones legendarias, de imputaciones monstruosas, de retórica plañidera y de rebañega repetición de mentiras que la vida de este conquistador".

Por Rafael Varón Gabai
Historiador

El más grande innovador de los estudios sobre Francisco Pizarro a lo largo de los cinco siglos que nos separan del conquistador del Perú fue Raúl Porras Barrenechea. Su prosa, que impacta y tiene la fuerza del discurso oral, se sustenta en la precisión y rigor que sólo proporciona la consulta de los documentos históricos. Pero no fue ese su mayor mérito, ni tampoco el amplio dominio que tuvo sobre la vida cotidiana del siglo XVI: la gran virtud de la obra pizarrista de Porras consistió en haber forjado una nueva conceptualización del conquistador del Perú y que, oportunamente, enmarcó en una propuesta política que reconocía el desarrollo histórico y cultural del país.

Porras se entusiasmó con la personalidad de Pizarro y consideró que injustamente había sido evaluada con criterios modernos. En su estancia de 1935 en el Archivo de Indias de Sevilla se dedicó a Pizarro como tema único de investigación, labor que prosiguió en los principales repositorios españoles, según apunta Guillermo Lohmann Villena. Entonces Porras arremetió contra la imagen que la historiografía peruana y extranjera había atribuido al conquistador.

LOS HALLAZGOS

La obra de Porras es rica en cuanto a la diversidad de contenidos que encierra. Pero incursionó sobre todo en el pasado: el historiador peruano rescató de los papeles viejos una ciudad de Trujillo de España ignota para sus habitantes y sus estudiosos. En ella descubrió los lugares fundamentales de la biografía del conquistador. En palabras de Lohmann, Porras "consiguió comprobar que el solar de esta familia [Pizarro] no era el que se mostraba a los turistas; que la tumba atribuida a Gonzalo Pizarro el Largo [padre del conquistador] era apócrifa, y por último, con júbilo imaginable, localizó en la calle de los Tintoreros del arrabal de la ciudad, la verdadera casa natal del conquistador del Perú".

Si bien otros estudiosos investigaron al conquistador del Perú en las primeras décadas del siglo XX, no cabe duda de que fue Porras quien produjo los trabajos más innovadores sobre la vida y entorno de Pizarro abarcando temas como los padres del conquistador y las condiciones del medio trujillano de comienzos del siglo XVI, sus vínculos matrimoniales, descendencia, testamentos y su muerte y entierro. Como resultado, Porras impuso un nuevo Pizarro entre los círculos académicos españoles y peruanos al descartar por erróneos la mayor parte de los datos por entonces aceptados.

Es lamentable que Porras no hubiese podido concluir en vida su gran obra sobre Pizarro, ya que su libro póstumo no recoge adecuadamente el resultado de sus investigaciones.

Cabe señalar el uso contemporáneo que hace Porras de la historia. Desde su escaño en el Senado, apunta Jorge Guillermo Llosa, Porras lleva al gran público un Pizarro real, con virtudes y defectos, y lo convierte en el foco de atención sobre la base de hechos que habían ocurrido y que obligaban a compartir los méritos y las penas de los antepasados. Sus planteamientos buscan rescatar para la reflexión del momento político los acontecimientos pasados y traducirlos en un discurso de futuro.

Aunque Porras reconoció y enfatizó el papel de los indígenas como actores que enfrentaron políticamente y con iniciativa propia a los conquistadores, hoy podemos asegurar que exageró la concepción de Pizarro como forjador de la peruanidad. Pero también es justo reconocer que el historiador perfiló un rostro humano del hombre que hasta entonces se había mantenido incólume en su sitial de protagonista de la conquista del Perú.

El recuerdo de María Rostworowski

Cierta vez, interrogada la doctora María Rostworowski por Raúl Porras, de quien se considera discípula, dijo que lo había conocido en Ancón durante un viaje de vacaciones. Entonces "... le conté mi osadía de querer escribir un libro sobre Pachacútec. Se interesó y me ayudó. Me dijo que tirara los cuadernos y me enseñó cómo fichar, y cómo hacerlo desde el principio. Y me daba más información de cronistas. Yo apuntaba lo que me decía y luego, cuando regresé a Lima, buscaba todos los libros. Y cada vez que tenía una dificultad, lo invitaba a cenar a la casa. Después de la cena, ahí, en mi casa, él caminaba de arriba abajo, en un cuarto, de esos largos, con las manos en el chaleco mientras yo escribía apuradamente lo que me decía. Pasaron los años y me consiguió permiso para ir a San Marcos, sacar libros de la biblioteca, escuchar las conferencias y los cursos que a mí me interesaban" (En: Arqueología, Antropología e Historia en los Andes. Homenaje a María Rostworowski, Lima, IEP, BCR, 1997. p. 39).


Publicado en el Suplemento El Dominical del diario El Comercio, el 21 de noviembre de 2004, p. 8
El Reportero de la Historia, 7:20 p. m. | Enlace permanente |

22 junio 2006

Porras y las Fuentes históricas peruanas
50 años de un libro fundacional

Verdadero "libro sobre libros", las FHP abarcó todo lo que sobre el Perú se hubiera escrito, dentro y fuera de nuestro país.

Por Félix Alvarez Brun
Historiador

El próximo mes de diciembre se cumple medio siglo de la publicación de Fuentes históricas peruanas de Raúl Porras Barrenechea. El acontecimiento no podía pasar inadvertido porque se trata de uno de los sucesos más destacados en el campo de la historiografía peruana.

Como discípulo del maestro Raúl Porras y como historiador, tengo mucho que decir en relación con la mencionada obra y el autor. Sin embargo debo ser breve, por razones de espacio. En consecuencia, me permito citar a los más versados especialistas en materia de fuentes históricas, como lo es Guillermo Lohmann Villena, quien además conoció muy bien al doctor Porras y estuvo vinculado a él en lo que se refiere a la investigación de similares etapas de la historia peruana.

Lohmann escribió en homenaje del doctor Porras, a raíz de su muerte el 27 de setiembre de 1960, un valioso ensayo titulado Porras Barrenechea, historiador romántico. En él, luego de evaluar la nutrida producción intelectual de Porras, particularmente en el campo de la historia peruana, ofrece una magnífica síntesis acerca de Fuentes históricas peruanas, que me parece importante citar para conocimiento de quienes se interesan en el tema de la historiografía en el Perú y Latinoamérica. Dice: "...en las Fuentes históricas peruanas, Porras vertió la experiencia de 40 años de lecturas sobre el Perú y de casi otro tanto de enseñanza en colegios y universidades. Es su obra más completa aun haciendo abstracción de que se echa de menos el análisis de los cronistas de la Conquista y constituye un panorama de la evolución del genero histórico en el Perú, desde los mitos y leyendas primitivos, hasta los últimos frutos de la investigación contemporánea. Obra que alcanzó el Premio Nacional de Historia Inca Garcilaso de la Vega en 1955, en 563 páginas se extiende con hondura crítica sobre el concepto y clasificación de las fuentes".

El contenido de Fuentes históricas peruanas es amplio y fundamental: los historiadores peruanos y extranjeros pueden consultarlo y lo consultan desde el momento en que fue publicada. Por este motivo, el Instituto que lleva el nombre del ilustre maestro (y que es el Centro de Altos Estudios y de Investigaciones Peruanas de la Universidad Mayor de San Marcos) tiene en camino la publicación de la tercera edición de dicha notable obra. En Fuentes, como lo declaró Porras en 1957, se "resumen 30 años de esfuerzo y... han sido comentadas favorablemente fuera del Perú y generalmente silenciadas en él".

Porras fue un apasionado de las fuentes históricas para escribir sobre hechos y personajes del pasado peruano. Para él, como lo señalaron dos notables historiadores, Langlois y Siegnobos, la historia se basa en documentos, porque "son las huellas que han dejado los pensamientos y los actos de los hombres de otros tiempos". El estudio de los documentos, por lo mismo, es fundamental, debe ser sometido a un trato crítico riguroso a fin de aceptar su contenido y rechazar lo falso o dudoso.

Quiero señalar un título de Porras en que hizo gala de conocimiento y dominio de las fuentes históricas: El legado quechua, publicado en 1999 por la Universidad de San Marcos, que he tenido el honor y el privilegio de prologar. En él digo que Porras, al tratar las diversas etapas de nuestra historia, desde las más remotas culturas indígenas hasta la República, no hizo otra cosa que cumplir con el compromiso que él mismo se había trazado: tener una visión integral del Perú y recoger el mensaje de auténtica peruanidad.

LOS VIAJEROS VISTOS POR PORRAS

En Fuentes históricas peruanas, Porras puso en valor el testimonio de los viajeros extranjeros del siglo XIX. Aquí un ejemplo: "Max Radiguet, dibujante y escritor francés, llega al Perú hacia 1841 a bordo de la fragata Reine Blanche como secretario del almirante Du Petit Thouars el primero de este nombre, y reside alrededor de tres años en Lima durante la época de la anarquía militar y el apogeo de Vivanco. Radiguet se siente atraído por el ambiente místico y sensual de Lima, por la mezcla de ascetismo y libertinaje, por la arquitectura morisca de la ciudad, la mezcla de prodigalidad y de miseria, el traje de la tapada, las corridas de toros, las rabonas, el ingenio alegre y chispeante de los limeños a los que llama 'los parisienses de la América del Sur'. Radiguet toma apuntes inapreciables con el lápiz y con la pluma de los tipos sociales de la época, de los salones, las gentes de medio pelo, las cofradías de negros, el paseo en la Alameda o las danzas y fiestas populares en Amancaes. También apunta y describe los tesoros artísticos de las iglesias limeñas y los principales acontecimientos políticos".


Publicado en el Suplemento El Dominical del diario El Comercio, el 21 de noviembre de 2004, p.9
El Reportero de la Historia, 7:06 p. m. | Enlace permanente |

21 junio 2006

Raúl Porras y un libro imprescindible
Cincuentenario de un derrotero histórico

Por Héctor López Martínez
Historiador

Raúl Porras Barrenechea (1897-1960) fue una de las figuras intelectuales más importantes de nuestro siglo XX. Hombre de múltiples saberes y actividades -historiador, periodista, catedrático universitario, diplomático, político- es recordado sobre todo por su amplia y sólida obra intelectual que viene siendo reeditada por el instituto que lleva su nombre con esfuerzo y dedicación dignos del mayor encomio.

Como profesor universitario Raúl Porras fue extraordinario. Quien escribe estas líneas tuvo la fortuna de escucharlo en una de las pocas clases que dictó en 1954 en la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica, por entonces ubicada en el entrañable local de la plaza Francia, hoy tan venida a menos.

Pero esta nota está dedicada no a la figura del insigne maestro sino a uno de sus libros fundamentales que cumple cincuenta años desde que salió de las prensas de ese gran amigo y caballero que fue don Pablo Villanueva. Nos estamos refiriendo a "Fuentes Históricas Peruanas" que marcó un hito cultural y bibliográfico que no podíamos olvidar. Como señalaba Porras en la nota preliminar, el libro comenzó a forjarse en 1945, cuando fue nombrado catedrático de ese curso en la Facultad de Letras de San Marcos. Muy pronto los apuntes de las clases de Porras fueron mimeografiados y así el libro fue tomando cuerpo, pues el propio catedrático, con singular generosidad, convocaba a su casa a los alumnos encargados de los apuntes para corregirlos personalmente. Fue en 1954 cuando el distinguido librero Juan Mejía Baca le propuso a Porras editar "Fuentes Históricas Peruanas" que vio la luz en una pulcra edición de 614 páginas.

Era la primera obra en conjunto que se publicaba en nuestro país sobre tan importante tema. Claro está que no se pueden olvidar los aportes de José de la Riva-Agüero, limitado solo a historiadores o cronistas nacidos en el Perú, del R.P. Rubén Vargas Ugarte S.J. y, en épocas más remotas, los trabajos de Torres Saldamando, Gonzales de la Rosa, José Toribio Polo, etc. Sin embargo, Porras nos ofrecía un volumen orgánico, una visión panorámica que no se detenía solo en las fuentes escritas, sino que se ocupaba también de las monumentales, la tradición oral, el lenguaje, el mito y la leyenda, indiscutibles antecedentes de la Historia.

Llamaron poderosamente la atención las páginas dedicadas a los quechuistas, el Mito y la épica incaicos, las fuentes sobre el pasado prehispánico, la Emancipación, los libros de Memorias y de Viajes, la revalorización del periodismo como fuente histórica importantísima y, sobre todo, la Heurística Geográfica y Cartográfica donde Porras analizaba todos los mapas de América del Sur y del Perú, desde el primero de Diego Rivero, y Alonso de Chávez.

Igualmente los estudios cosmográficos y de navegación y las obras señeras de Antonio Raimondi y Mateo Paz Soldán. Porras no quiso incluir en este trabajo sus caudalosos conocimientos sobre los cronistas de los siglos XVI y XVII, a los cuales dedicaría un libro aparte.

Los comentarios que recibió "Fuentes Históricas Peruanas", en el país y el extranjero, fueron numerosos y todos elogiosísimos. Fue reeditada en 1968, por el instituto dedicado a su recuerdo y obra, y ahora sabemos que el INC prepara una tercera edición, muy necesaria, pues las dos primeras están agotadas. La obra de Raúl Porras, medio siglo después, no pierde vigencia y nos hace recordar una de las certeras frases de Oscar Wilde: "Todo el mundo puede hacer Historia. Solo un gran hombre puede escribirla".


Publicado en el diario El Comercio el 27 de noviembre de 2004
El Reportero de la Historia, 6:58 p. m. | Enlace permanente |

20 junio 2006

Porras y el discurso en la OEA de 1960

El pasado 26 de mayo, el embajador José Antonio García Belaunde publicó en la sección de Opinión del diario El Comercio el artículo "El pluralismo ideológico de América Latina", en el que hizo referencia al discurso de Raúl Porras Barrenechea, entonces Canciller del Perú, en la Asamblea de la OEA que discutía el caso de Cuba, una de las piezas retóricas más memorables del maestro sanmarquino. Del mismo citamos las líneas pertinentes.

"La revolución cubana en 1959, y la posterior adhesión del régimen de Castro al marxismo, hizo vivir a la América Latina la Guerra Fría, con una intensidad que no había conocido hasta entonces. El año 1960, la OEA expulsa de su seno a Cuba por una mayoría abrumadora, de la que se excluyeron México y el Perú, este último representado por el gran historiador y diplomático Raúl Porras, quien, ya enfermo -a pocos meses de morir-, pronunció uno de sus mejores discursos, tratando de salvar principios muy sentidos y entronizados en la región, como son los de la libre determinación, la no intervención y, sobre todo, el de la unidad. Porras remató su magnífica pieza oratoria citando el evangelio de San Lucas: 'Hay que llevar al corazón de los rebeldes, la prudencia de los justos'".
El Reportero de la Historia, 6:46 p. m. | Enlace permanente |

07 junio 2006

Cómo trabajaba Raúl Porras Barrenechea

Por Félix Alvarez Brun

Raúl Porras trabajó incansablemente durante toda su vida. Desde el humilde puesto de amanuense en la Corte Superior de Lima, con cincuenta soles mensuales de sueldo, hasta el alto magisterio que significó su cátedra universitaria, también de menguado haber. Entre estos extremos fue profesor de colegio, “logógrafo” por largos años en la Cancillería, defensor incansable de nuestros derechos internacionales, investigador histórico fecundo, maestro de permanente consulta para sus amigos y alumnos, parlamentario y, finalmente, Canciller de la República.

El trabajo de Raúl Porras no fue, pues, igual en todos esos casos. Como escribiente en la Corte llenaba, página tras página, expedientes judiciales, con letra bastardilla y tirada. Esa letra clara, usada en la rutina curialesca, duró muchos años: los años juveniles. El tiempo que todo lo cambia, así como la curiosidad erudita de Porras, fueron motivos que dieron lugar a que después escribiese con letra pequeñísima; la que muchas veces es de difícil lectura. La necesidad imperiosa de atender a los gastos de su hogar, huérfano de padre por la muerte prematura de éste, le llevó a Porras a ganar aquel sueldo ínfimo y a entregar sus horas a tarea poco afín con su sensibilidad y espíritu.

Luego vino el tiempo del magisterio y en la enseñanza secundaria pasó momentos intensos durante más de quince años. Hubo época en que, echado del Ministerio de Relaciones Exteriores, Porras dedicó hasta cuarenta horas semanales o más a las aulas estudiantiles. Era pobre y tenía que vivir con la decencia y decoro que sólo podía proporcionarle su trabajo. Esos años fueron compensados, felizmente, por una honda satisfacción espiritual que sólo él podía tenerla, cual es de forjar, con clara conciencia del porvenir, a los hombres del futuro. El propio Porras, orgulloso de su labor docente dijo en solemne ocasión que esa larga etapa de profesor de segunda enseñanza fue compensada “por la siembra de vocaciones y de afectos, en los que, pese a la estrechez de las pensiones, gané más de lo que di, porque fue en la segunda enseñanza, que es la tarea más noble y fecunda de los maestros, donde aprendí todo lo que sé, las bases de mi conocimiento histórico y de mi curiosidad intelectual”. He aquí el testimonio de un maestro que siente la enorme satisfacción y el más sincero orgullo de haber ejercido una función pedagógica, la más entrañable de su vida, en el pupitre escolar, donde se moldean las mentes y la conducta de los hombres para todo el resto de la vida.

En la Cancillería en la que pasó cuarenta años, interrumpidos por la incomprensión o la emulación de orondos dómines, fue el asesor indispensable e insustituible de muchos Ministros y altos funcionarios. Como Director del Archivo de Límites o de Relaciones Culturales, realizó obra patriótica, redactando alegatos, notas y demás documentos que fueron necesarios para la defensa de los derechos y soberanía del Perú. Esta ha sido, en la mayoría de los casos, obra anónima y sacrificada. En los archivos de la Cancillería queda la huella de esta labor fácilmente perceptible por el estilo vigoroso y diáfano de su pluma. Pero, aparte de esta función propia de su trabajo y de su preocupación peruanista, existe otra cantera de documentos que traen la firma de importantes funcionarios del Estado. Se había hecho cosa tradicional que Porras redactase los discursos oficiales y aún los particulares de cuantos Ministros llegaban al portafolio de Relaciones Exteriores. Desempeñaba el papel de “logógrafo” al servicio de quienes obtenían el favor político de una Cartera ministerial. Es también fácil reconocer algunos de aquellos elocuentes discursos, llenos de versación histórica y calidad literaria que fueron producto de su esfuerzo como funcionario disciplinado y atento a los requerimientos de sus superiores jerárquicos. En honor a la verdad habría que aclarar, sin embargo, que algunos Ministros le solicitaban su colaboración en este terreno, no porque les faltase cualidades para hacerlo, sino porque reconocían que Porras era un maestro inigualable para este delicado menester. En todos esos casos escribía a la medida del tiempo que disponía o de la circunstancia que el suceso le señalaba. Volcaba toda su facundia y gama cultural, sin tener en cuenta que era a otro a quien daría brillo el fruto de su trabajo. ¡Cuantos recibieron aplausos y encomios por discursos que no fueron el resultado de su inteligencia y cultura! En fin de cuentas, Porras lo entendía así, todo era en beneficio del prestigio y buen nombre del país y de sus hijos.

No es, por supuesto, lo expresado la respuesta que se pide en la pregunta formulada. Tampoco podría ser el trabajo llevado a cabo por Porras como parlamentario o como Canciller de la República. En ambos ha dejado huella imborrable por su honestidad a toda prueba; por su clara inteligencia para enfocar los problemas de trascendencia nacional e internacional; por su respeto a las ideas contrarias siempre que ellas envolviesen sentido patriótico y concepción noble y no mezquina; por su elegante y fina oratoria que hacía vibrar el ámbito parlamentario o la casa protocolar y diplomática, y, para no decir más, por el generoso e incomparable magisterio que ejerció debido a su experiencia, talento y patriotismo. Bien saben los parlamentarios y los diplomáticos con quienes alternó que Raúl Porras fue un hombre cabal en todos sus actos, un hombre de excepción.

Sin embargo, repetimos, tampoco es esta la respuesta que sin duda se espera, porque la actividad de Porras como parlamentario o como Canciller de la República fue breve y tardía. Los sinsabores a que casi siempre se hallaba sometida la inteligencia en el Perú, y la estulticia de los personajes de pacotilla o de sainete que el azar llevó a alguna posición a la que no debieron llegar jamás porque perjudicaban el sereno, limpio y firme desarrollo de la comunidad nacional, habían minado la capacidad física de Porras. Y aunque la inteligencia relampagueaba señalando derroteros al país de encrucijada, su sensibilidad recibía golpes que le herían profundamente. Las incomprensiones, los odios mezquinos y gratuitos, las deslealtades y las necias posturas de los ignorantes, no constituían hechos transitorios para su fuero íntimo. Por el contrario, eran hechos que calaban muy hondo en su fina sensibilidad, tanto que durante días de días buscaba una explicación razonable que los justificara, como si fueran cosas imposibles de suceder en el alma humana. Todo ello quebrantó su salud y le quedaban ya pocas fuerzas para ejercer el soberano mandato del pueblo limeño que lo ungió como Senador, y para desempeñar las muy delicadas funciones de Canciller de la República. No obstante, cumplió brillantemente su cometido y su nombre ha quedado cincelado de manera fehaciente e inconcusa en los anales parlamentarios, diplomáticos e internacionales.

Lo mejor de su vida, empero, fueron esos cuarenta años entregados a la enseñanza. Antes que nada Porras fue indiscutiblemente un maestro en el verdadero sentido de la palabra. ¡Cómo sentía regocijadamente la función de enseñar! Frente al auditorio estudiantil, Porras se transfiguraba de tal modo que sus lecciones cobraban calor y se convertían en sustancia viva de su espíritu. En esos momentos Porras se encontraba consigo mismo, es decir en el pleno ejercicio de su vocación esencial. Su labor en otros terrenos no fue otra cosa que proyección de su singular afán magisterial. En la Universidad de San Marcos, en donde pasó momentos felices, primero como estudiante reformista y luego como profesor, en donde la juventud le admiró y respetó siempre, tuvo su verdadero segundo hogar. Los estudiantes fueron como hijos suyos en quienes podía depositar el legado de su esfuerzo como hombre de estudio. A ellos, a los estudiantes, estaba pronto para contestar sus consultas, para aconsejar si era preciso o para, en fin, aliviar sus penurias económicas buscándoles personalmente una colocación remunerativa. De esta permanente comunicación con la juventud universitaria, que se detuvo en parte por su quebrantada salud, es que Porras ha dejado tantos discípulos. Por eso si el maestro ha desaparecido y no se escucha más su voz en las aulas universitarias, su recuerdo permanece siempre vivo y su nombre se repite invariablemente dentro y fuera de la sala de clase. De acuerdo con un pensador del pasado siglo podría repetir que “La memoria de una gran vida no perece con la vida misma, sino que vive en otros espíritus”. En el caso de Porras en sus discípulos y en quienes aman al Perú y la cultura.

Como consecuencia de su labor en la cátedra universitaria, en la que difícilmente se puede encontrar quien le iguale y menos aún quien le supere, Porras se dedicó concienzudamente a la investigación histórica, materia de su especialidad. De esa investigación incansable y provechosa surgieron obras que todo buen peruano debería leer, porque todas ellas se hallan transidas de verdad, de elegancia en lo formal y de fe en los destinos de la patria, en su contenido íntimo. En este campo nadie que tenga dos dedos de frente puede pretender negarle méritos. A lo más enmudecerán sus émulos y enemigos para no elogiarlo, aunque repitan, sin citarlo, y a veces dando como propios, los estudios que fueron producto de su inquietud y dedicación por la historia. Tiempo habrá para hablar de la obra histórica de Porras, de su portentosa erudición, de su talento literario y de sus incomparables dotes para la enseñanza.

¿Cómo trabajaba Raúl Porras Barrenechea? Pues bien, es muy difícil contestar la pregunta si se tiene en cuenta, como hemos dicho, las múltiples tareas a que se dedicó durante toda su vida. Dos aspectos de su labor intelectual servirían acaso para revelar la manera de trabajar de Porras: el del dictado de clases en la Universidad y el de la preparación de una conferencia.

En la cátedra universitaria, antes de dictar una clase, Porras revisaba apuntes, consultaba libros y tomaba notas, porque sentía el regusto de ser exacto en el dato histórico y ser preciso en el hecho rememorado. Durante la clase misma ponía de relieve sus cualidades singulares de magnífico expositor - claro, geométrico, cabal - y de hombre compenetrado a fondo con el tema de su disertación. Había que escucharle para saber a qué extremo de sutileza y de inefable grandilocuencia puede llegar el ser humano que se halla en el pleno ejercicio de su vocación de maestro. Con aguda perspicacia, natural en él por su talento e inteligencia, Porras iba puntualizando los hechos históricos. Pero había algo más. Porras no se limitaba a hacer el recuento frío e insípido del pasado, sino que el hecho histórico lo traía al presente y lo proyectaba al futuro, dando al ambiente una posibilidad de crítica sobre el ser y el deber ser de nuestro destino histórico. En este campo poseía el “arte incomparable de sugerir más de lo expresado”, como en el caso del célebre maestro salmantino Vitoria. La clase se tornaba así en una comunión espiritual de maestro y alumnos, en la que éstos no perdían una sola palabra de aquel. El tiempo transcurría insensiblemente, en tanto los alumnos esperaban que el reloj del Parque Universitario no marcara el minuto final para no cortar la docta exposición del maestro. La hora inexorable llegaba sin embargo a su término y la clase concluía muy a pesar de toda la concurrencia que, por lo general, llenaba de bote en bote la sala más amplia de la Facultad.

Los alumnos comenzaban a abandonar la aula, lentamente, para seguir al maestro hasta la sala de profesores. En este lugar siempre se producían largos diálogos entre el maestro y los alumnos sobre el tema tratado en clase o sobre cualquier otro asunto. Por último todo esto concluía, en tanto que en la mente de los alumnos quedaba flotando un algo que no lograban definir pero que le servía para meditar y ahondar en el complejo ser de nuestra patria y su proyección en el futuro.

Una conferencia. Porras se resistía mucho para hablar ante un público que no fuera de estudiantes. Cuando alguna institución o persona le solicitaba que pronunciara un discurso o una conferencia, Porras hacía lo imposible por rehuir el compromiso. Señalaba una fecha, otra y otra, hasta que finalmente no tenía nada que hacer, había que cumplir lo ofrecido. Desde el primer día que Porras había aceptado, de buena o mala gana, de manera firme o vacilante, hablar en público, comenzaba a pensar acerca de lo que debía decir. Hacía mentalmente el esquema de su disertación y fijaba ideas. Solamente faltando dos o tres días para el suceso comenzaba, en realidad, a revisar algunos libros, a hacer fichas y a pensar seriamente en el compromiso ineludible. Así llegaba al día mismo de la actuación y ante la inminencia del suceso perentorio iniciaba la redacción del tema. Con los apuntes a la mano y los libros en derredor suyo, Porras se sentaba algunas veces a la máquina y se ponía a escribir. Escritas las primeras líneas o la primera carilla (usaba hojas chicas), llamaba luego a su secretario o inmediato colaborador para que tomara la máquina y empezaba a dictar ininterrumpidamente. Desde el primer momento había que resignarse a estar frente a la máquina todo el tiempo que era necesario para terminar el discurso o conferencia. Dictaba de corrido y casi siempre terminaba cuando la hora de la actuación había sonado. Reunía las carillas, subía a su automóvil y en el recorrido hacia el local donde debía hablar, iba corrigiendo lo escrito. Por lo general las últimas líneas eran reformadas o escritas de puño y letra en el propio escenario, segundos antes de hacer uso de la palabra. Su portentosa capacidad le permitía así salir del compromiso en un solo día. No necesitaba remendar frasesitas, día tras días, como en el caso corriente y usual de muchos autores.

Sería de nuestro agrado referirnos a la manera como trabajaba Porras sus obras históricas, pero las limitaciones de esta respuesta nos lo impiden, pues habría que referirnos a sus investigaciones en los archivos, a sus lecturas de las obras requeridas, a sus fichas –numerosas por cierto- y a la colaboración que le prestaban en estas tareas sus discípulos, caso que fue el nuestro durante cerca de dieciocho años. Todo ello merece una mayor atención y otras muchas páginas. Creemos, a pesar de esto, que con lo poco que por ahora se dice sobre su manera de enseñar en la cátedra universitaria y la forma de preparar una conferencia, se puede tener un índice de “cómo trabajaba Raúl Porras Barrenechea”. Es preciso señalar, sin embargo, que aún en esto se dejan de referir muchas cosas que, en todo caso, vendrán después cuando nos ocupemos, como es nuestro propósito, de la personalidad y obra del insigne maestro Raúl Porras.

Lima, diciembre de 1960

De: La Gaceta de Lima” Revista Cultural Peruana – Año II N° 12 Oct. Nov. Dic., 1960
El Reportero de la Historia, 12:21 a. m. | Enlace permanente |

06 junio 2006

Bibliografías de Raúl Porras Barrenechea

Para un conocimiento cabal de la amplísima producción historiográfica e intelectual de Raúl Porras Barrenechea, pueden consultarse las siguientes bibliografías (las mismas que se complementan con la Bio-Bibliografía preparada por Jorge Puccinelli), las cuales pueden ser consultadas en la Biblioteca del Instituto Raúl Porras de la UNMSM (Calle Colina 398, Miraflores).

[1]
Manuel A. Capuñay: “Raúl Porras Barrenechea. Bibliografía”. En: Generación, Lima, ago. 1953, I, 1, p. 7-8, y nov. 1953, I, 4, p. 12.

[2]
Félix Alvarez Brun: “Bibliografía de Raúl Porras Barrenechea”. En: Homenaje, Antología y Bibliografía, Lima, Imp. Lumen, 1961, p. 281- 328. [Tirada aparte de Mercurio Peruano, Lima, feb. 1961, XLII, 406, 1961, XLII].
Total de referencias bibliográficas: 514.

[3]
Guillermo Lohmann Villena: “Raúl Porras Barrenechea (1897-1960)”. En: Revista de Indias, Madrid, ene-mar. 1961, XXI, No 83, p. 131-144. Incluye “Bibliografía esquemática de Raúl Porras Barrenechea" (p. 135-144).
Total de referencias bibliográficas: 175.

[4]
Miguel Maticorena Estrada: “Selección bibliográfica de Raúl Porras Barrenechea”. En: Estudios Americanos, Sevilla, jul-oct. 1961, XXII, No 109-110, p. 141-163.
Total de referencias bibliográficas: 229.

[5]
Graciela Sánchez Cerro M.: “Raúl Porras Barrenechea”. En: Anuario Bibliográfico Peruano, 1958-1960, Lima, 1964, p. 654-744 (Ediciones de la Biblioteca Nacional, XIII).
Total de referencias bibliográficas: 1209.

[6]
Oswaldo Holguín Callo: “Bibliografía de Raúl Porras Barrenechea”. En: Raúl Porras Barrenechea, Los Cronistas del Perú, Lima, Banco de Crédito del Perú, 1986, p. 779-893.
Total de referencias bibliográficas: De Porras: 677 ; General: 891.
El Reportero de la Historia, 9:38 p. m. | Enlace permanente |

05 junio 2006

Antología de Raúl Porras (III)

César Vallejo *

La historia literaria de mañana interrogará por la vida de César Vallejo. A esta exigencia póstuma obedecen estos sumarios apuntes, recogidos de huellas escritas y vivientes, sin pretensión de más.

César Vallejo nació el 6 de junio de 1893 en Santiago de Chuco en los Andes del Perú y murió en París, en la Clínica Aragon, el 15 de abril de 1938.

Su infancia estuvo llena de dulzura hogareña en su rincón serrano, según se vislumbra en sus relatos y en sus versos. Eran doce hermanos y entre los menores Aguedita, Nativa, César y "Miguel que ha muerto". El padre ocuparía una posición espectable, acaso si hasta gobernador - él no lo ha dicho -, y su recuerdo se yergue en las tardes a la hora en que se rezaba en común. El recuerdo materno - "mamá todo claror" - está unido a todos los más puros goces de su infancia y llena la añoranza constante de la casa familiar. Sin descanso ha evocado Vallejo aquel ambiente: las tibias colchas de vicuña con que los niños se cubrían del miedo de la noche, el patio empedrado de la casa, el corredor de abajo, el corral de gallinas y las piedras fragantes de boñiga, el pozo, el sillón antiguo del abuelo, "trasto de dinástico cuero" que rezongaba a "las nalgas tataranietas", la madre que repartía bizcochos de yema y servía el almuerzo en que reían albos platos de cancha y los juegos de los niños con el cielo y con el agua, viendo volar "las cometas azulinas" o yendo a destapar "la toma de un crepúsculo para que de día surja toda el agua que pasa de noche".

Se educaría en Trujillo, en la costa del Perú y, después de haber sido estudiante y profesor, fue a Lima, en 1918, "para ganar cinco soles". Publicó entonces su primer libro de versos, Los Heraldos Negros, que le reveló como un poeta postmodernista independiente. Imperaba entonces en América y en el Perú la tendencia verlenizante de Darío. El grupo intelectual de Colónida en el que predominaba la tendencia estetizante de Valdelomar acababa de consagrar al poeta de La Canción de las Figuras. Vallejo insurgió con un acento nuevo y distinto, más hondo, más patético y más humano. Su verso precursor desdeñaba la musiquería de violoncellos y los juegos de marionettes del rubendarismo y el simbolismo, y usaba un acento más viril y extraño aunque inconfundiblemente peruano. Federico de Onís halla que, desde aquel momento, su estro se identifica con el dolor de la raza indígena.

Por entonces le recluyen en una cárcel provincial. Antenor Orrego, sus compañeros de Trujillo, los estudiantes, protestan y reclaman su libertad en nombre de su arte, de su bohemia y de su bondad. Las rejas de la cárcel no le afrentaron ni enquistaron su dolor nativo. "Ah! Las cuatro paredes de la celda - escribió -, si vieras hasta qué hora son cuatro estas paredes". En la cárcel concibió un nuevo libro de poemas, Trilce y probablemente Escalas Melografiadas (1923). Para descoyuntar a la crítica y al implacable sentido común, el primero, nominado con una palabra inexplicable y humorística, era un libro de versos y el segundo, pese a su título lírico, un volumen de cuentos. Trilce, fue casi incomprendido. Con él, dice Onís, Vallejo "entró de lleno en el ultraísmo, pero el pasado de su vida, de su alma y de su raza, sigue siendo, purificado y desrealizado, el tema único de su poesía". Y Bergamín añade: "La poesía de Trilce es seca, ardorosa, como retorcida duramente por un sufrimiento animal que se deshace en un grito alegre o dolorido, casi salvaje". Escalas Melografíadas, libro escasamente divulgado, revela a uno de los mejores cuentistas peruanos. La melancolía de su tierra serrana y de los recuerdos familiares, se mezcla a relatos de una imaginación extraña y misteriosa como en Cera, descripción del ambiente de una casa de juego mongólica en Lima, en que su sensibilidad se agudiza hasta tocar en zonas ignotas del trasfondo humano.

Venido a Europa, Vallejo vivió la vida bohemia del sudamericano. Vio París en las salas del Louvre y en la "luz áurea del sol sobre la cúpula del Sacre-Coeur"; ambuló por los cafés y los hoteles - Hotel Moliére, Hotel Ribouté, Hotel des Ecoles, Maine Hotel - "el hotelero es una bestia" -; vivió en Montparnasse entre Le Dôme y la Rotonde y en el Barrio Latino - "hojas del Luxemburgo polvorosas" - y el Café de la Regencia, frente a la Comedia Francesa, reflejó en sus espejos sus pómulos de indio y su frente bethowiana, en tanto que el humo de su cigarro y la taza de café se fundían "en un óxido profundo de tristeza". Le acompañaba Alfonso de Silva, músico y hermano predilecto que tocaba tangos en una "boite de nuit" en que bebían juntos. Otras veces eran Julio Gálvez, Gonzalo More y otros. Nada le hacía olvidar el Perú, a su sierra y a su madre, pero siempre, dirá en uno de sus versos, "con mi muerte querida y mi café y viendo los castaños frondosos de París".

París le retuvo desde entonces. En enero de 1929 se casó con Geogette, una chiquilla de ojos glaucos, que le atisbaba sin conocerle, desde la ventana de su casa en La rue Moliére, frente al hotel de Vallejo, el Nº 19, y no se acostaba hasta no verle regresar en la noche. Se fueron primero a Bretaña y después a Rusia, donde él había estado ya en 1928. Recorrieron Berlín, Leningrado, Moscú, Praga, Viena, Budapest, Venecia, Florencia, Roma, Pisa, Génova y Niza. El 29 de diciembre de 1930, un "arrêté" policial expulsó a Vallejo y a su esposa de Francia por su filiación comunista.

Vallejo va, entonces, por primera vez a España. Este país ocupará desde esa época y en su cuarto de hotel. Allí, donde se pone el pantalón, se quita la camisa y tiene un suelo y un alma "y un mapa de mi España". Aragón lo relievaría delante de su tumba: Vallejo indio de corazón y de rostro, amó todo su vida, entrañablemente a España. (La última parte de su libro póstumo se llamaría: España, aparta de mí este cáliz). En Barcelona y en Madrid vive días de estrechez, de lucha y de trabajo. En Madrid, en una casita de la calle del Acuerdo, escribe su novela Tungsteno. Poco después edita su libro Rusia 1931.Trabaja en periódicos madrileños - Ahora, Estampa y La Voz, que le rechaza quince artículos sobre Rusia, porque Vallejo a pesar de su necesidad, se niega a suprimir ciertos pasajes -. La Editorial Cenit rehusa publicar un cuento suyo infantil, titulado Paco Yunque porque es demasiado pesimista y revolucionario. Vallejo sigue trabajando. Ha abordado el género teatral. Por esa época escribe un drama Mampar, que leyó y aprobó el artista francés Jouvet y cuyos originales destruyó más tarde el mismo Vallejo. Escribe también un drama social, Lock-out, y esboza futuras producciones dramáticas. En España se vincula con Bergamín, Alberti, Marichalar, Salinas, Larrea, García Lorca, pero sin salir de su aislamiento. Sus amigos más cercanos son dos peruanos, Xavier Abril y Juan Luis Velázquez, y un español, Fernando Ibáñez. Por entonces aparece Trilce auspiciado por un prólogo de Bergamín y un poema de Gerardo Diego, (1930).

En 1932 Vallejo y su mujer regresan a Francia. Una amiga de ésta - Clara Candiani, hija de Pierre Mille - obtiene del Gobierno de Chautemps el permiso para residir en París. Vuelven a la rue Moliére. Pero luego recomienza el éxodo de los hoteles: el de la rue Garibaldi, el de Raspail donde Vallejo estuvo muy enfermo, el de la rue Delambre cerca del Dóme y el postrero de la Avenue du Maine, próximo a la clínica fatal. Le rondan ya la muerte y la miseria. Vallejo trabaja fatigado y enfermo. Da una pausa a la poesía y se empeña en forjar un teatro que nunca verá representado. Termina de escribir Moscú contra Moscú que titulará finalmente Entre las dos orillas corre el río, comedia dramática, que condensa el pensamiento social de Vallejo, en la que el amor es más fuerte que el odio. Varona, princesa de la época zarista, y su hija Zuray, "konsomolka" del Soviet contra la voluntad de su madre, personifican el antagonismo de dos generaciones y de dos ideologías que Vallejo enfrenta en diálogo vigoroso y reconcilia luego en el cauce fraternizador de la ternura familiar. El Príncipe Osip, el padre, alcohólico y degenerado, es un personaje que en sus delirios restaura el equilibrio de la razón y del sentimiento perturbados, con una lucidez casuística que se emparenta directamente con la poesía de Vallejo. Tras de esta comedia de polémica social, acomete la creación de Los Hermanos Colacho, farsa de pura cepa topazziana, que describe la parábola social ascendente de dos provincianos, Acidal y Mordel Colacho, desde el tambo de la aldea serrana hasta la diputación, y la presidencia, con el apoyo de la Cotarca Corporation, el Comisario, un general, y dos comparsas democráticos.

El último esfuerzo teatral de Vallejo es una pieza que terminó poco antes de morir, La Piedra Cansada, tragedia basada en una leyenda incaica y hecha, como todas las obras de Vallejo, a martillazo limpio, a puro dolor. Say Kuska es la piedra que fatigada de sufrir se negó a llegar al alto cerco del Sacsahuamán al que estaba destinada, y quedó en medio del camino ante el azoro de los quechuas supersticiosos. En 15 cuadros, que se inician con el episodio de la piedra, surge el panorama incaico en toda su grandeza primitiva y pasan, en medio de un soplo de superstición y de misterio, como sombras más que como personajes, los amautas agoreros, las ñustas temerosas, los chasquis veloces, los quipucamayocs, los mitimaes y los soldados, la multitud incaica en suma. Tolpor el hachero, ama a la ñusta Kaura, con amor fatal y prohibido y, por esta pasión, asesina, se subleva, vence, es elegido Inca y se arranca los ojos para terminar errante y mendigo. Es un poema trágico y grandioso en que la masa quechua vive, grita, sufre, trabaja, canta y, en vez de obedecer ciega y convencionalmente, se rebela y protesta contra la tiranía de los auquis, "Ama sua, Ama llulla, Ama quella" dicen los chasquis al llegar sudorosos y jadeantes a la plaza del Intipampa y los sabios Amautas responden: "Vayas o vengas el polvo del camino te acompañe". Los coros desbordan esencia lírica popular y hay escenas como la del regreso de las tropas quechuas vencedoras de los kobras, plenas de grandeza multánime, en tanto que otros cuadros, como el de la aldea de Huaylas, son de una pureza de pastoral.

En este mismo período escribió Vallejo algunos ensayos sociales, notas, apuntes, páginas de diario de un incansable auscultador de sí mismo, coleccionadas algunas en dos libros inéditos: El arte y la revolución y Contra el secreto profesional. En julio de 1937, realizó su última peregrinación a España. Fue invitado al Congreso de Escritores Revolucionarios que sesionó en Barcelona, Valencia y Madrid, en plena guerra. Vio de cerca el dolor de España y escribió los poemas que figuran al fin de este libro exaltando al miliciano marxista. A fines de 1937, de regreso de aquel viaje, Vallejo, que después de casi diez años no escribía versos, volvió a escribir, febril y convulsamente, esta nueva serie de poemas, que se han reunido bajo el título de Poemas Humanos, y quedaron en borradores "Me moriré en París con aguacero" - dice en uno de los desgarrantes versos de este volumen, henchido como ninguno de los suyos de sordo dolor metafísico y de angustia corporal. Atacado de un mal extraño como sus versos y su vida, le llevaron poco más tarde a una clínica. A su lecho de agonía le llegó aún algún volumen que venía del Perú y en el que Estuardo Núñez le reconocía como el más alto valor poético de la poesía peruana actual. Al pie de él estuvieron incesantemente Georgette y los médicos que no supieron diagnosticar su mal. Murió en la mañana del viernes santo de 1938 y, como el lo había querido, llovía tenuemente sobre París.

La edición de este volumen se hace gracias a la vigilante fidelidad de la compañera de Vallejo, quien ha descifrado paciente y amorosamente los originales y mecanografiado ella misma toda su obra inédita. Un grupo de admiradores de Vallejo, los da a la estampa, sin apoyo ninguno oficial. Entre tanto la obra restante de Vallejo, la más rotunda y fuerte personalidad literaria del Perú reciente, espera la hora imprescindible de su publicación.


* De la Nota Bio-Bibliográfica que sirve de colofón al libro de César Vallejo Poemas Humanos, publicado en París, Les Presses Modernes, por iniciativa de Raúl Porras, en 1938.
El Reportero de la Historia, 10:54 p. m. | Enlace permanente |

04 junio 2006

Raúl Porras y la literatura quechua

Por Jorge Prado Chirinos

Desde 1924, como ya hemos mencionado, Raúl Porras se interesó por el estudio de las manifestaciones literarias de los quechuas, intensificando su conocimiento casi en forma simultánea a sus importantes indagaciones sobre los cronistas y las fuentes históricas. Reconoció, dentro de la literatura incaica, en primer lugar, la existencia de una notable poesía mítica. Después de examinar exhaustivamente los testimonios escritos proporcionados en las crónicas y otras fuentes, en su conferencia dictada en 1951, en San Marcos, señaló como las notas características de esta poesía, las siguientes: a) mezcla de hechos reales e imaginarios, los que transcurren, por lo general, en el reino del azar y de lo maravilloso; b) presencia constante de indicios históricos, "porque está en ellos el espíritu del pueblo creador"; c) a pesar de algunos relatos terroríficos de destrucción, muestran un "animo menos patético y dramático que en las demás naciones indígenas de América"; d) manifestación de un burlón y sonriente optimismo de la vida. Por eso –dice Porras – "Los personajes legendarios que siguen el camino de las montañas al mar, como Naymlap, Quitumbe, Tonapa o Manco Cápac, tienen un sentido de fresco de aventura juvenil; e) los cerros o los islotes marinos son dioses petrificados, el trueno es el golpe de un dios irritado sobre el cántaro de agua de una doncella astral, los astros son pajes favoritos del Sol, los eclipses son luchas de gigantes, leones o serpientes; la Vía Láctea es el río luminoso o, la serpiente ondulando por el suelo se transforma inusitadamente en zigzag del relámpago; el zorro trepa a la Luna por dos sogas que le tienden desde arriba; o los hombres nacen de tres huevos , de oro, de plata y de cobre, que dan lugar a los curacas, a los mistis y a los indios comunes y, en una cinematográfica versión del Diluvio, los pastores refugiados en los cerros más altos, ven con azorada alegría que el cerro va creciendo cuando suben las aguas y que bajan cuando estas descienden". De esta manera el Dr. Porras, con su poderosa sensibilidad y aguda inteligencia, nos explica lo que es la poesía mítica de los incas, iluminando las recóndidas aristas del alma indígena, la que vivió y vive consustanciada con la mama pacha, el tayta orcco, la mama cocha y, en general con la naturaleza y el cosmos. El Maestro, en su incesante búsqueda de otras expresiones de la poesía mítica y de las leyendas, en 1945 da a conocer la "Leyenda de los Pururaucas", narración incaica casi ignorada hasta entonces. Según explica el Dr. Porras este relato quechua pertenece al periodo de auge Imperio de los Incas en el cual se cultivó el valor y la vocación por la milicia en la juventud. Narra cómo en el reinado de Yahuar Huaccac, cuando frente a la feroz agresión de los Chancas a la ciudad del Cuzco, el joven príncipe Yupanqui logró derrotarlo. Después de vencer a los chancas regresó al Cuzco trayendo las cabezas de sus enemigos para ofrecerlas como una lección viril a su padre anciano y a su hermano tránsfuga. Refiere que su triunfo se debió no sólo al valor de sus soldados y a su resistencia desesperada sino, en gran parte, a la ayuda divina que había enviado su padre y dios Wiracocha. Este dios hizo que soldados invisibles pelearan junto a las huestes incaicas hasta la victoria final. Estos luchadores fueron bautizados con el nombre de los "Pururaucas", que significa "traidores escondidos". Estos pururaucas, fieles a su destino mítico, se convierten al final en piedras.

Sobre la fábula de Tonapa, que figura en la crónica de Santa Cruz Pachacutic, Raúl Porras dice que este personaje derrite los cerros con fuego y convierte en piedras a los indios adversos, las huacas vuelan como fuego o vientos o, convertidos en pájaros, hablan, lloran o se espantan cuando ven pasar por los aires los sacacas o cometas presagiadoros, que envueltos en sus alas de fuego se refugian en la nieve de los cerros más altos. En 1951, en el "Prólogo" que dedica a la "Gramática" de fray Domingo de Santo Tomás, da a conocer una versión inédita de la leyenda de Pacaritampu sobre el origen de los Incas, que no coincide con las de Cieza y Betanzos ni con las de Garcilaso y Sarmiento. En esta leyenda se refiere que hubo dos hombres Marastoco y Sutictoco. Ambos llevan el sobrenombre de "toco" (ventana) porque creen los indios que ellos salieron de dos cuevas que están en Pacaritampu, donde dicen que salió Manco Inca, para cuyo servicio dicen que salieron esos dos indios.

Otra de las creaciones poéticas del pueblo incaico que el Dr. Porras investigó, con singular originalidad, fue sobre el ARAVI o HARAWI. El sostuvo siempre, a través de sus estudios, que el pueblo incaico expansivo y dinámico, expresó en sus taquis o cantos alegría colectiva, desbordante y dionisíaca, que sólo a partir de la Conquista se torna en expresión llorosa. Indagando en los antiguos vocabularios quechuas, en las crónicas del Cristóbal de Molina, de Polo de Ondegardo, del Inca Garcilaso de la Vega, del frayle Murúa, de Huamán Poma y en los cambios semánticos del vocablo HARAVI a partir de la Colonia, el Dr. Porras en su ensayo "Notas para una biografía del YARAVI", publicado en el diario El Comercio el 28 de julio de 1946, demostró documentalmente que el HARAVI no sólo fue expresión de la tristeza del indio sino, principalmente fue la manifestación de la alegría colectiva. Precisa el Maestro que hubo varias clases de HARWI, tal como refiere Huamán Poma (NARITZA-ARAVI, ARAVI-MANCA, TAQUI CAHLUA-HAYLLI-ARAVI); el HARAWI no podía cantarse sin la quena. "Las frase de la canción se decían a través de la flauta del indio enamorado"; "no era una canción triste o melancólica, pues no todo en el amor es triste. Añade: "El ARAWI incaico fue triste o alegre, según los momentos anímicos que expresaba. El propio Huamán Poma nos refiere que la Coya Raua Occllo, mujer de Huayna Cápac, tenía indios regocijadores unos danzaban otros bailaban, otros cantaban con tambores y músicas y pinqollos y tenía cantores HARAVI en su casa y fuera de ella para oír las dichas músicas que hacían HARAWI". Esta expresión incaica así como otras literario-musicales, casi siempre estuvieron ligadas a la tierra, el trabajo y al amor. Concluye el Maestro Porras: "Con la Conquista el ARAVI, pierde su estrepitosa gracia colectiva, desaparecido el desenfreno profano de los taquis, sólo subsiste en el lloroso y solitario gemido de las quenas de los pastores o en las quejas nocturnas de los amantes separados". De esta forma el ARAWI se transforma en YARAVI, "transformación que no sólo es fonética, sino espiritual".

En suma, con este estudio el Dr. Porras rectificó a todos los demás, estudiosos provenientes desde el siglo XVIII hasta el presente.

Finalmente, otra de las importantes contribuciones del insigne Maestro sobre el legado Quechua, constituye su investigación de más de diez años sobre el drama OLLANTA. A diferencia de los estudios de los grandes quechuistas extranjeros como Tschudi, Markham y Middendorf y de los peruanos como Barranca y Pacheco Zegarra, el Dr. Porras centró su indagación en la leyenda ollantina, en la figura del cura de Sicuani Antonio Valdez, autor del drama quechua y en el testimonio dado por el escritor romántico cuzqueño José Valdez y Palacios. Consideró fundamental conocer la trayectoria vital de ambos para aclarar el debate ollantino y el estado de la ilustración en el Cuzco. Porras demostró que Antonio Valdez no fue cura de Tinta durante la revolución de Túpac Amaru, sino después de ella, por lo tanto el Ollantay no pudo ser representado en Tinta ante el cacique; Valdez fue amigo de los indios, es el nuevo peruano que escribe para denunciar injusticias locales y las de su tiempo; gran poeta lírico y precursor de los yaravíes de Melgar, y gran creador de los caracteres dramáticos como los de Ollanta, Pachacutec, Cusi Coyllor y, sobre todo de Piquichaqui y, en fin, casi fiel intérprete del alma del indio a través de los hayllis y haravis. Y, sobre la leyenda Ollantay, basándose en los testimonios proporcionados por el escritor romántico Valdez y Palacios, consideró que es de procedencia incaica, corresponde a la rebelión de los antis que se refugiaron en la fortaleza de Ollantaytambo. De acuerdo con el testimonio dado en un artículo aparecido en El Museo Erudito del Cuzco (1837), dice el Dr. Porras que el cura Valdez fue quien introdujo innovaciones en el drama: incorporó los personajes Ima Sumac y Piquichaqui y en el desenlace de la obra representa el perdón y las bodas, lo cual para el Maestro Porras no figuró en la antigua leyenda del Ollantay.
El Reportero de la Historia, 10:45 p. m. | Enlace permanente |

03 junio 2006

Presentación de "El Legado Quechua"

Por Jorge Puccinelli

Con la presente edición de "El Legado Quechua" el Instituto Raúl Porras Barrenechea, Centro de Altos Estudios y de Investigaciones Peruanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, inicia la publicación de las "Obras Completas" del maestro, cuyos primeros tomos estarán consagrados al vasto conjunto de ensayos, monografías y artículos dispersos en revistas y diarios del Perú y del extranjero que el propio Raúl Porras proyectaba reunir bajo el título de "Indagaciones Peruanas".

En cumplimiento de uno de sus fines primordiales, el Instituto ha reeditado, con sus escasos recursos o con el apoyo de alguna institución amiga, libros fundamentales del autor como "Fuentes Históricas Peruanas", "Cronistas del Perú", "Historia de los límites del Perú", "El sentido tradicional en la literatura peruana", "Mito, tradición e historia del Perú", "Las relaciones primitivas de la conquista del Perú", "Andrés Avelino Aramburú, el periodista de la defensa nacional", "Un viajero y precursor romántico cuzqueño, don José Manuel Valdez y Palacios", "Una relación inédita de la conquista, la crónica de Diego de Trujillo", "Pizarro", "Pequeña Antología de Lima. El río, el puente y la alameda", "El paisaje peruano de Garcilaso a Riva Agüero", "Antología del Cuzco", "Relaciones italianas de la conquista del Perú", "Perspectiva y panorama de Lima". Igualmente se han publicado algunos estudios, trabajos monográficos y antologías acerca del maestro: "Porras Barrenechea y la historia" por Jorge Basadre, "Raúl Porras" por René Hooper, "El maestro Raúl Porras Barrenechea" por Emilio Vásquez, "Raúl Porras Barrenechea, parlamentario" por Carlota Casalino, "Raúl Porras, diplomático e internacionalista" por Félix Alvarez Brun, "La marca del escritor" por Luis Loayza, "Antología de Raúl Porras" por Jorge Puccinelli.

Paralelamente con el trabajo que han representado las publicaciones mencionadas, el Instituto ha venido recopilando los disjecta membra de la cuantiosa producción de Raúl Porras, diseminada en los medios impresos, con los que damos inicio a esta colección de sus "Obras Completas". El título de serie elegido por el autor para estos primeros tomos es el de "Indagaciones Peruanas"; título sencillo, acaso modesto, como el de los "Comentarios" del Inca, que encierra, sin embargo, la idea esencial de la historia: "inquirir o averiguar una cosa discurriendo acerca de ella". Agrupados por épocas sus ensayos, artículos y monografías –como él lo hiciera en un tomo selectivo de las "Tradiciones" de Palma y lo propusiera respecto de la producción de Riva Agüero- se pueden reconstruir todas las etapas de nuestra historia y de nuestras letras y descubrir el sentido profundo de su obra íntegra como una prolongada meditación acerca del Perú.

Recordando la riqueza y fecundidad de la obra total de Porras, ha dicho Jorge Basadre que "a diferencia de los eruditos que se instalan en un período o en un área de un período, la vocación peruanista de Porras irradió sobre todas las épocas de la historia nacional. Ella no fue fruto de vacilaciones frívolas ni de versatilidad de ‘dilettante’ sino expresión de fecundidad, de vigor y de constancia para trabajar, de aptitud para producir y de indeclinable y predestinado ligamen a la difícil y lenta tarea que le atrajo y le subyugó... A diferencia de los que publicaron, siendo jóvenes, libros muy aplaudidos y luego no los superaron, la obra de Porras se consolida, se expande y crece en reciedumbre a lo largo de los años..."

Los volúmenes de "Indagaciones Peruanas" que darán inicio a las "Opera Omnia" comprenderán los títulos "El legado Quechua", "La huella hispánica", "Patriotismo, liberalismo y civilidad", "Páginas de crítica y de historia literarias", "Páginas internacionales y diplomáticas", "La ciudad, el paisaje, los viajeros", "Crónicas, conferencias, discursos e intervenciones parlamentarias". A continuación seguirán los libros orgánicos de Raúl Porras para integrar la totalidad del proyecto de las "Obras Completas" que ha asumido como un compromiso de honor su alma mater, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
El Reportero de la Historia, 10:39 p. m. | Enlace permanente |