Cátedra Raúl Porras Barrenechea

Blog-Homenaje a la memoria de Raúl Porras Barrenechea,
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

31 julio 2007

Galería (VIII)
Raúl Porras con Ortega y Gasset



Raúl Porras con el filósofo español José Ortega y Gasset (Madrid, 1960)

El Reportero de la Historia, 4:30 p. m. | Enlace permanente |

"El Testamento de Pizarro" de Raúl Porras
Por Juan Bautista de Lavalle

Me encontraba en Roma, en diciembre del año último, cuando recibí de Porras Barrenechea, llegado también a la Ciudad Eterna, uno de los ejemplares de este Cuaderno de Historia del Perú, acabado de publicar en París, que contiene el testamento del Conquistador del Perú y Fundador de Lima, descubierto por Porras Barrenechea en el Archivo de Indias en el curso de una investigación sobre la vida de Pizarro.

Con esta publicación, importante aporte al acervo histórico de la Conquista, Raúl Porras Barrenechea reafirma, una vez más, sus descollantes condiciones de investigador laborioso y tenaz. Sus dotes de prosador sintético, elegante y fácil. Tiene especialmente este Cuaderno la excepcional importancia para fijar en el lienzo de la historia la figura de Pizarro, brumosa por deficiente comprensión de cronistas e historiadores o por la turbación que en las mentes mejor equilibradas ponen las pasiones ingratas. Han pasado los siglos y aú no está terminado el verdadero retrato de Piazarro.

El estudio que nos ofrece Porras Barrenechea ha sido acertadamente dispuesto. Consta de tres partes: la historia del documento inédito hallado y sus juicios comentarios; la reproducción textual del extenso documento, prolijamente comparado con la “Minuta enmendada” que poseyó Hernando Pizarro y treintinueve biografías de personajes contemporáneos de Pizarro muchas de ellas ignoradas y otras convenientemente ampliadas sobre las ya trazadas por otros historiadores.

De este testamento surge la personalidad del Conquistador con los atributos de su espíritu alto y generoso, lo que hace notar acertadamente Porras Barrenechea, borrando en gran parte la leyenda negra del Marqués. Estaba éste dotado de una fe profunda y sincera; de un filial cariño a su ciudad natal; de una innata honradez que le hace disponer se carguen por igual los gastos de él y Almagro al liquidar su compañía, a pesar de que Don Diego los había hecho muy grandes e infructuosos en su empresa a Chile y, como pincelada luminosa de su retrato moral, la orden que deja escrita en este testamento de que sus hijos sepan leer y escribir y que su hijo Gonzalo, su presunto heredero, “sea docto en la Gramática y el Latín”. “El analfabeto no ha sido tan extraño como se creía - dice Porras Barrenechea -, a la cultura de su época - hay la oculta herida de su ignorancia sangrante y un mundo impenetrable, el del humanismo, que no pudo descubrir - y así como apareja el alma para comparecer ante Dios, quiere que su hijo ingrese al mundo en la gracia del renacimiento y de Nebrija”.

Este último trabajo de Porras Barrenechea, singular espíritu por su tenacidad de investigador, nos promete como un grato presente intelectual, gustar en breve la obra integral que sobre la vida y hechos del Conquistador del Perú prepara actualmente; obra construida sobre documentos hasta hoy inéditos y que sabrá manejar con la destreza literaria que le es tan propia.


En: Boletín Bibliográfico de San Marcos”, Nº 1 y 2, mayo de 1937.

El Reportero de la Historia, 1:27 p. m. | Enlace permanente |

30 julio 2007

Galería (VII)
Raúl Porras en 1930




Raúl Porras en compañía (de izquierda a derecha) de Jorge Basadre, Jorge Guillermo Leguia, H. Ruiz Diaz y Percy Gibson.

El Reportero de la Historia, 4:19 p. m. | Enlace permanente |

"Las relaciones primitivas de la conquista del Perú" de Raúl Porras
Por Jorge Basadre

Alguien ha dicho por ahí que Raúl Porras Barrenechea estaba dedicado en los últimos tiempos a empresas inferiores a su talento. Se refería indudablemente al desdén de Porras para los éxitos fáciles con libros apresurados y a la abnegación con que se ha puesto a investigar en los archivos. La afirmación antedicha revela hasta que punto se ignora entre nosotros los rudimentos de la ciencia histórica y cuán equivocadamente se hace las valoraciones de los autores. El más mediano estudiante de historia de la historiografía sabe cuán formidable fue la transformación realizada por Ranke, no sólo dentro del campo propio donde él trabajó, sino en la metodología en general, cuando comenzó a recorrer los archivos europeos en busca de documentación inédita para basar en esos materiales su obra.

Los hechos históricos no son conocidos por sí, sino porque dejaron huellas, es decir documentos. La historia se hace gracias a los documentos. Hasta la fecha no todos los documentos históricos se han publicado y otros se han publicado con deficiencias. Ninguna labor será completa si no se han reunido primero todos los documentos, o cuando menos el mayor número de documentos posible (Eurística). Y los documentos deben ser examinados críticamente. Hay una crítica externa y una crítica interna. La crítica externa puede ser de limpieza y reparación de los originales, es decir de fijación del texto tal como debió salir de su autor o lo más aproximadamente posible; y puede ser luego “crítica de procedencia.” Es decir, averiguando de dónde proviene, quién es su autor, cuál es su fecha. Gracias a estas operaciones se hace posible una clasificación crítica de las fuentes, la cual resulta complementada por la crítica interna, es decir la que determina en cada caso las posibilidades de error y de mentira, o sea de sinceridad y de exactitud. Sólo después la labor de síntesis y de construcción es posible.

Constituyen estas cosas verdades demasiado sabidas, algo así como el A. B. C. del investigador: pero pueden resultar novedades para algunos que, sin mucho trabajo, buscan las exhibiciones llamativas y solemnes, olvidando que, en el correr del tiempo, la “Obra Mal Hecha” sucumbe irremisiblemente. No están de más a propósito de esta obra de Porras porque ella es un modelo de cómo se puede hacer crítica de restitución y limpieza, crítica de procedencia, crítica de sinceridad, crítica de exactitud y clasificación crítica de fuentes. Porras reúne en una versión fiel y debidamente estudiada y concordada una carta de Pedrarias en 1525 sobre el descubrimiento del Perú, el texto de la Relación Sámano-Xerez, la carta del Licenciado Espinosa de 1533, la relación francesa publicada en Lyon en 1534, la Conquista de la Nueva Castilla publicada en Sevilla en 1534 y conocida como el anónimo sevillano y algunos otros documentos más. Precede a los documentos mismos un estudio bibliográfico sobre las fuentes de la Conquista, un ensayo de clasificación de las mismas y un caracterización de los autores incluidos en el volumen, así como del ambiente en que escribieron. Se destaca en esta última parte, una semblanza de Andogoya hecha con mano maestra, un exhaustivo estudio de las primeras noticias manuscritas e impresas relativas al Perú, el trabajo de identificación del “anónimo sevillano” con Cristóbal de Mena y la exaltación del precioso valor de este documento como fuente primordial para el conocimiento de la Conquista, por tratarse del testimonio de un actor dentro de los más culminantes episodios de ella: avance hacia Cajamarca, captura del Inca, etc. Dignas de meditación son las constataciones de Porras sobre errores o vacíos de enfocamiento y de interpretación en Prescott, Garcilaso y otros autores. Aún cuando Porras no llegara a publicar su libro sobre la Conquista (felizmente, ya terminado) con sólo la publicación de estos “cuadernos” su contribución a la historia nacional es básica.


En: Boletín Bibliográfico de San Marcos”, N° 2, 1938, pág. 190.


El Reportero de la Historia, 1:22 p. m. | Enlace permanente |

29 julio 2007

Galería (VI)
Raúl Porras Parlamentario



Raúl Porras toma juramento a Jose Galvez como Presidente del Senado (1956)



Raúl Porras haciendo uso de la palabra en el Parlamento (1956)

El Reportero de la Historia, 4:39 p. m. | Enlace permanente |

Discurso de José de la Riva Agüero *

Múltiples razones coadyuvan a que todo me sea grato sobremanera en este acto académico. Se ha pronunciado el vibrante elogio de mi fraternal amigo, que fue ejemplo de virtudes ciudadanas y dechado de elocuencia, José María de la Jara; y lo ha dicho el sucesor suyo en el sitial de la Academia Correspondiente, otro de mis amigos mejores de la inmediata generación, Raúl Porras Barrenechea, con sobrados títulos para entrar en esta Corporación por derecho propio. Escritor agudo y brillante, profesor de vocación y de sin igual competencia, escudriñador de los antiguos periódicos criollos (Periodismo Peruano, 1921) y de los anales diplomáticos (Alegato del Perú sobre la ocupación indebida de Tarata, tres tomos, 1927-1927; El congreso de Panamá, 1930); crítica sagaz de los viejos satíricos limeños, como D. José Joaquín La Riva y D. Felipe Pardo, y del insigne tradicionista Palma; sutil apreciador y enamorado del ambiente de Lima, tenéis páginas, Sr. Porras, en que vuestro ágil, incisivo y gracioso estilo, en alas de la emoción paisajista y costumbrista, de orfebre a la vez delicado y lujoso, de historiador de muy alta prestancia. A este propósito recuerdo vuestro hermoso discurso en el centenario de Palma y los exquisitos preliminares de vuestra Antología de Lima; y acabamos todos de oír los cincelados párrafos de vuestra oración de ingreso, que es la más cabal apología de Pizarro.

A la historia nacional se dedican, en efecto, casi todas vuestras producciones; y de la comunidad de estudios y ejercicios, proceden sin duda vuestra recíproca estima y la no rara coincidencia de nuestros pareceres acerca de asuntos carnales para la peruanidad, desde la época en que estábamos bien apartados por contrarias ideologías. Así, pongo por caso vuestro ensayo juvenil sobre Arce, en que improbábais, según lo hicieron los míos, a “los que nos sacrificaron, con la máscara propia del hispanoamericanismo, a todas las naciones vecinas” y pseudo fraternas. Como lo insinuáis en uno de vuestros libros, el americanismo concebido a la zafia manera del siglo XIX, que retienen aún bastantes rezagados; el americanismo como antiespañolismo, como la exclusiva y la enemiga del Nuevo Continente a la herencia metropolitana, el odio a la Conquista y al Virreinato, es un absurdo vergonzoso, una inconsecuencia flagrante o una torpe añagaza: es cortar la raíz, fingiendo cultivar la planta: es una inepcia manifiesta y suicida. Porque la ruptura total con lo pasado constituye el peor crimen colectivo, ¡Qué bajeza y falsedad moral, y que profunda miseria intelectual arguye repetir, cual tantos hispanófobos lo hacen, la monserga o consabida retahíla del americanismo latino, fundado en unidad de idioma, religión y estirpe, al paso que estropean y barbarizan la lengua, destacan y escarnecen la fe católica, e insultan y menosprecian la patricia y viril sangre hispana; trinidad esencial del hispanoamericanismo auténtico, ya que toda ella nos vino, íntegra e indisoluble, de la misma Metrópoli peninsular, neciamente repudiada y blasfemada!

Para llegar a este integral y consciente hispanoamericanismo, que es el nuestro y debe ser la substancia común de todos los patriotismos en la América española, y en especial la entraña animadora del Perú, ¡cuántos prejuicios hemos tenido que vencer, cuántos harapos filantrópicos y populacheros hemos tenido que aventar muy lejos, con merecido desdén! Bajo la estéril capa de arena de los decrépitos lugares comunes liberales, de crasos errores, voluntarios y renitentes, de ilogismos demagógicos, de retóricos oropeles mil veces trasnochados, deslustrados y mustios, amontonados por la rutina o falsificadora tradición dieciochesca y enciclopedista, de libros y textos mendaces, hemos tenido que excavar afanosos para que al fin brotara, fresca y limpia, la verdadera tradición, la vital, la genuina, la atávica, única fuente perenne y salubre de lozanía y de fecundidad para los pueblos y las razas que no quieren renegar míseramente de su espíritu, de su paterna sangre, de sus destinos asequibles y claros.

En vuestro ameno estudio biográfico-crítico sobre Gonçalves Dias y Ricardo Palma, escrito hace siete años, reclamábais, con natural vehemencia, que se erigiera en Lima una estatua a D. Francisco Pizarro, el patriarca de la nación hispanoperuana y de su ciudad capital. Ya la tiene, por fortuna, desde el cuatricentenario de Lima en 1935. Entonces y hoy le hemos ofrendado coronas de flores, expresivo tributo de nuestras obligaciones de gratitud y de acatamiento filial. Es de equidad recordar que la estatua fue obsequio de una dama de Norteamérica, de la escuela de Lummis, hispanófila, rehabilitadora y pizarrista tendencia que en los Estados Unidos también existe y prospera, como si quisiera compensar y resarcir los denuestos de Harrise; los recelos, prevenciones hostiles y restricciones estrechas de Prescott; y las hueras declamaciones calumniosas de otros innumerables. Pero la verdadera estatua mortal de Pizarro, su cumplida reivindicación, el monumento victorioso en desagravio de su ultrajado y denigrado carácter, lo estas construyendo vos, Sr. D. Raúl Porras, con vuestras investigaciones tan beneméritas y diligentes, con vuestras notabilísimas publicaciones y glosas del testamento del Conquistador, y de los cronistas primitivos e inéditos; con vuestra obra predilecta de ese vuestro libro que crece día a día, y del que es gallardo resumen el discurso que os hemos aplaudido. Acérrimo impugnador de inexactitudes y confusiones, habéis extirpado la maleza de fábulas que obscurecían e infamaban los orígenes y los hechos de nuestro invicto Gobernador. Una de ellas, la conseja risible de haber sido porquero en su infancia y adolescencia, invención que no sin verisimilitud atribuís, en calidad de chiste deslenguado, al mentiroso y bufonesco Alonso Enríquez de Guzmán, propalada luego por Gómara con su habitual y chismosa ligereza, y contra la que ya se inscribieron el Inca Garcilaso y Quintana, graduándola aquél de maliciosa y novelesca especie, parto de la envidia.

Al rehabilitar la egregia figura de D. Francisco Pizarro, cumplís, Sr. Porras, un deber de elevado y urgente peruanismo. Hacéis campear y resplandecer la altiva determinación y eficacia con que defendió contra su socio la amenazada integridad territorial peruana, y hasta frente a la Corona, la plausible y necesaria autonomía de su gobernación y la plena validez de sus poderes capitulados y su empeño constante para fundir en una de las dos sociedades que han formado nuestra patria, la española y la india. Por todo esto fue el auténtico creador del Perú actual, hispano y católico, que es nuestra nacionalidad real y duradera. Defendiéndolo verídicos e intrépidos, sin atender a estímulos ni a aplausos, sin que nos detengan las miopías y olvidos de los frívolos, el desmayo de los rastreros, la abyección de los apóstatas ni los ruines dicterios adversarios, hacemos los que nos toca, nos ajustamos estrictos a nuestra solariega obligación. Estamos aquí, y estuvimos siempre, firmes en nuestro heredado puesto de honor, que es a veces el del aislamiento y el del riesgo. Somos y hemos sido, desde la primera hora, los hijos consecuentes, en los inciertos días de prueba y de combate. Nos asiste, en nuestra histórica faena, la conciencia orgullosa de no ser vanos ecos de los pasados, como lo son los exclusivos indigenistas; de no ser fantasmas de un pretérito abolido, como lo susurra y lo ansía, bajuno y siniestro, el cobarde mercantilismo extranjerizante, sino de estar ejecutando nosotros la ley de la tradición profunda y viviente, de reflejar y servir la idea que plasma los hechos el alma de nuestra latina cultura; de obedecer con lealtad el mandamiento soberano de nuestros padres, que nos señala en el desinteresado culto a nuestros héroes epónimos, y en el respeto y prosecución de su civilizadora y rescatadora obra hispánica, el camino del decoro, de la no mentida independencia, la emancipación y consolidación de nuestro íntimo ser nacional, la verdadera y substantiva libertad material y moral de este país.

He dicho.


* Del Discurso de contestación del Director de la Academia Peruana correspondiente de la Real Española de la Lengua, Dr. José de la Riva Agüero, al Discurso de Orden del Académico Recipiendario D. Raúl Porras Barrenechea, en la sesión solemne en homenaje a Francisco Pizarro, con motivo del cuatricentenario de su muerte, el 26 de junio de 1941.

El Reportero de la Historia, 1:16 p. m. | Enlace permanente |

28 julio 2007

La 'Pequeña antología de Lima' de Raúl Porras
Por Enrique Diez-Canedo

Obra de un peruano, la Pequeña antología de Lima (1535-1935), publicada a comienzos de 1935, no deja de ser aportación española a las conmemoraciones del cuarto centenario de la fundación con que hubo de coronar Pizarro su conquista. Impreso en Madrid, el libro nos trae lo que su recopilador llama “lisonja y vejamen de la Ciudad de los Reyes del Perú” como una presencia en el viejo solar de la urbe fundada por el adalid extremeño a tantas leguas de la metrópoli.

Raúl Porras Barrenechea, profesor en la Universidad de Lima, conoce su tema como pocos podrán conocerlo. Ocupado en allegar materiales para una obra histórica de gran vuelo, ha sido provechosa su presencia en Madrid en momentos de evocación confraternal para que los actos madrileños tuvieran así, a más de la noble representación diplomática del Perú, esta otra, equivalente en cierto modo a la misión que con lamentable retraso, no achacable ciertamente - a ella y que, en suma, vino a redundar en una prolongación de las solemnidades -, llevó hasta Lima a la autora de El metal de los muertos.

Porras Barrenechea no es un árido historiador, atado al documento, prisionero de la fecha . Se mueve con desembarazo por entre las líneas inflexibles de la Historia, y se le ve animar las márgenes con leves dibujos, llenos de vida. Su estilo alcanza prendas que él mismo, al definir la esencia espiritual de su ciudad de Lima, nos permite caracterizar sin vacilaciones. Recuerda sin duda el de Palma; pero, naturalmente, más en discursivo que en narrativo. Sabe encontrar con infinito donaire el adjetivo oportuno, sin que se le sorprenda jamás en pecado abusivo. Parece tomar de la gracia limeña lo que cabe en una sonrisa que no llega a descomponer la gravedad de la exposición; pero la adorna y confirma en amabilidad. Se le ve gozar de nuevo, al suscitar ante los lectores la molicie y rumbo de los siglos de oro, de oro del Perú, que son un desfile apenas interrumpido de magnificencias, del espiritual ambiente de la ciudad del Rímac, arrullada por tañidos conventuales y rumor de abanicos, entre el rezo y el chisme, con un oído abierto a las pláticas celestes y el otro al amoroso requiebro.

Así se muestra en el ensayo que con el título de “Perspectiva y panorama de Lima” sirve de introducción a su Pequeña antología, y así se le escuchó en su conferencia del Lycéum, construida con materiales de ese trabajo unidos a otros que ensanchan sus horizontes, declaran sus caracteres o comentan sus acontecimientos.

Un severo Pizarro, una sucesión de virreyes, políticos y constructores, dados a la intriga o a la devoción, quizá a entrambas cosas, sin separarlas; unas imágenes de santidad en pleno siglo XVII, pinceladas de rosa en un cuadro sombrío del que pluma tan insospechable como la de Riva Agüero llegó a escribir un día: “En los viejos conventos criollos, entre las reliquias de un lujo extinto, soboreemos en buena hora, con agradable “dilettantismo”, sensaciones de melancólica paz. Pero en el fondo del alma felicitémonos de no haber nacido en la edad en que aquellos conventos imperaban sobre la sociedad toda y la cubrían y ahogaban como una negra red de fanatismo, de ignorancia y de silencio”: una Corte en la que zumban los epigramas y revolotea el billete amoroso: la del pedantesco Peralta Barnuevo; la del extraordinario Olavide, que vino a colonizar en España, aplicando la más noble cuchillada al maestro, y a evangelizar con un fervor, sin duda, que no logró transmitir a sus versos fríos; la de Miquita Villegas, o sea la Perricholi, amiga del virrey Amat e inspiradora póstuma de Mérimée. Por cierto que se me hace difícil a la invencible pronunciación catalana de Amat la transformación en Perricholi del “¡Perra chola!” que él murmuraba, entre embobado y gruñón, viéndola desde el fondo de un palco lucir en la escena su garbo y movilidad, que realzaban sus exquisitas prendas femeninas, nada correctas a la manera clásica. Pero en ella se daba sin duda esa maravilla de la gracia que, como decía un siglo antes el médico judío Isaac Cardoso, español que escribía en latín, “principalmente brilla en los movimientos, en las acciones, en las palabras al paso que la hermosura se ve en el cuerpo quieto y en reposo”.

No sigo, ni con mucho, el paso a la Pequeña Antología de Lima, que se ordena por tiempos y admite, en los recientes como en los del pasado, a viajeros de extrañas tierras que han atisbado algún aspecto de Lima, y se ilustra con reproducciones de grabados típicos, y alterna la prosa evocadora y descriptiva con la composición en verso - Chocano, Gálvez, Cisneros -, y lamenta en su obra, en la que quiere ver, no un libro, sino “tan sólo la insinuación de un libro”, ciertas omisiones impuestas por la lejanía, que le han hecho inaccesibles algunos textos.

Debiéramos arrancarle la promesa de completar un día este libro, del que la primera edición española, sería digno antepasado. Así se vería de nuevo fructificar en tierra incaica lo que había florecido en la nuestra. Pero aún en su relativa brevedad (son, al cabo, 355 páginas en octavo), la Pequeña antología de Lima cumple su cometido: en la intimidad y rumor de su ciudad, que, en efecto, se nos hace familiar en lo que vale más que todo: en la intimidad y rumor de si vida al salir del libro, sino también a unos cuantos escritores peruanos o peruanistas, alguno de éstos por primera vez traducido ahora. Mas no se ha de creer que todo sea desconocido para nosotros; así, no faltan los escritores aquí más divulgados, y por supuesto, se mantiene en su lugar de honor al inagotable Ricardo Palma. Hasta asoma por unas páginas el gesto de Felipe Sassone, el peruano más madrileño.

Lima tiene su consagración en este Baedeker intelectual, que puede servir de ejemplo a una serie de libros en que de modo análogo se nos dé a conocer tanta y tanta ciudad de América unida a nuestra historia por tantos vínculos y a nuestro corazón por tantos lazos familiares. El que ha pasado por tierras americanas se ha sorprendido al encontrar en ellas tantos hilos de unión con la vieja España: un apellido familiar casi extinto, el nombre oscuro de un pueblo, la tradición trasformada apenas, viva la palabra que se creyó en desuso. Lima puede ser la mejor cifra de estas relaciones. Sus rasgos típicos aparecen de pronto y, como es natural, el tiempo los ahínca y los acentúa. Pero también se revela en seguida el parecido inconcreto, el “aire de familia”. Es como sí deshojáramos la margarita, oráculo de enamorados, diciendo a cada pétalo sí o no, se parece, no se parece….

Para mí no está en la grandiosa plaza de Armas, ni en los inolvidables rinconcillos conventuales, guardajoyas del barroco; ni en las populosas vías centrales, ni en las tiendecitas con cachivaches antiguos y abalorios de cuya autenticidad puede legítimamente dudarse; ni en el patio de Torre Tagle, ni ante la momia del propio gran extremeño Pizarro, el recuerdo más vivo: está en una vista del Rímac desde el puente, el cauce casi seco en él - mañana de un diciembre - todo un lujo de jacarandás en flor.


En: “Letras de América”. El Colegio de México, 1944.

El Reportero de la Historia, 1:10 p. m. | Enlace permanente |

27 julio 2007

Antología de Raúl Porras (XXV)

Sátira Política: Cámara Lenta
¡The Cholo Boys! *



El imperialismo inglés no es cosa de juego. Por ser tan serio como es no se han dado cuenta de él los internacionalistas de nuestra tierra y del continente. Mientras se hallaban pensando en una ocupación yanqui de Chimbote o en una invasión del gran Mikado, el enemigo se les ha deslizado adentro, aprovechando una de las múltiples y prolongadas siestas del maleducado señor Monroe. Y el caso es que hoy, a semejanza de España, tenemos en el Perú, no uno, sino un incalculable número de Gibraltares.

Sin que los consignen las geografías ni que protesten los periódicos, los parlamentarios o los filántropos, en el Perú tenemos enclavadas varias posesiones inglesas, más sumisas y adictas que el Canadá o la India. Posesiones en las que rigen las leyes o para mejor decir las costumbres inglesas y en las que se obedece con más agrado a Jorge V que a la Junta de Gobierno, por ejemplo.

El Príncipe de Gales, cuya visita en este sentido no puede ser más sospechosa, debe haberlo constatado con satisfacción. En las calles centrales de Lima se le ha vivado, por ciertas gentes, no como a un huésped sino como a un gobernante paternal y respetado.

Y no es que el joven vástago de la casa de Windsor haya observado a su paso muchas cabezas rubias descubiertas, ojos azules abiertos por la curiosidad o fraternales narices enrojecidas. Los súbditos que Inglaterra posee en el Perú no han nacido en la Gran Bretaña ni en ninguna de las posesiones inglesas reconocidas, ni tienen la vulgaridad blanca y celeste del tipo sajón común. A veces han nacido en cualquier rincón de los Andes y tienen las características raciales propias de esos rincones. Tampoco se hallan inscritos en la Legación Británica sino en los registros civiles del Perú. Pero son más súbditos del Imperio Británico y más ingleses que muchos londinenses.

El color del pelo, la estatura, la conformación del cráneo, el ángulo facial, son detalles accesorios que ya los antropólogos no toman en cuenta para distinguir a las razas. A estos ingleses del Perú no habría por ejemplo, por donde calificarlos de tales, si hubiera que atenerse a los simples signos exteriores de la mayor o menor rigidez u ondulación natural del cabello, el color aceitunado, o acanelado de la piel o la liliputiense estatura. Y, sin embargo, pocos en el mundo habrá que sean tan íntima y profundamente ingleses como estos británicos adoptivos del Perú.

La forma de reconocerlos es mucho más fácil de lo que parece y profundamente psicológica. A primera vista, entre los manifestantes entusiastas que aplaudieron al Príncipe de Gales, hubiera podido pensarse que habían algunos indios y mestizos, quizás algunas cabezas lanudas, uno que otro par de ojillos rasgados surgiendo de entre unos pómulos mongólicos y acaso hasta algún auténtico campa de nuestras montañas salvajes, con el rostro todavía colorineado de azarán. Pero sería frívolo o malévolo juzgar sólo por las apariencias.

Había en realidad en el recibimiento unos cuántos millares de ingleses policromáticos y de aspecto enteramente criollo, a los que se podía reconocer con un ligero sentido sicológico de observación. A veces basta un pequeño detalle de indumentaria para calificar inmediatamente la ciudadanía británica. Es un sombrero de alas totalmente caídas, las suelas dobles de unos zapatos recios, un puro masticado despectivamente entre los labios, un grueso bastón de nudos o simplemente unos pantalones enérgicamente suspendidos para una anatómica exhibición de las espinillas. Junto a estos signos cardinales no tienen absolutamente ninguna importancia los demás caracteres físicos del portador de estas prendas. Infaliblemente se puede fallar que se trata de uno de los muchos británicos, "born in Perú" (nacidos en el Perú), o sea de un característico "cholo boy", nombre que hay que aplicarles, de una vez, para definir su anfibiedad indosajona, de peruanismo fisionómico y espíritu británico.

Los cholo-boys son millares en el Perú. Los hay en todas nuestras ciudades principales, aun en las más enérgicamente nacionalistas como Arequipa y Cuzco. El cholo-boy, por lo general, no conoce Inglaterra sino en los mapas y carece de todo antecedente familiar que lo vincule a aquella nación. Pero nace con el instinto del yes y del all right y no hay quien pueda apartarle del camino. El cholo-boy aprende muy pocas cosas en la escuela pero resulta sabiendo más palabras inglesas que el resto de sus compañeros. El deporte le atrae más que los libros y, más que el deporte, las indumentarias características de cada juego. La primera caracterización del cholo-boy se produce generalmente por el estreno de algún sweeter de colores estridentes o de alguna bufanda de lana, significativa de que el desadaptado vive espiritualmente más cerca del frío de las islas británicas que del cercano calor tropical del Perú.

La personalidad del cholo-boy se define más tarde por una cachimba, el inevitable bastón nudoso, corbatas y medias listadas con colores antagónicos, cierto modo de andar semi-empinado y a trancos, y un aire absoluto de self made man. Pero el cholo-boy no se completa sino cuando empieza a llevar revistas inglesas bajo el brazo, a postular para socio del Lima Cricket o del Phoenix Club, a beber bocks de Whisky y a aficionarse a las comidas, con "curry" o con "mint sauce".

Definido el cholo-boy, empieza por despreciar a sus conterráneos, a abominar de la política criolla, a leer el Times y a dedicarse a las excursiones. Todo inglés legítimo ama el campo. El cholo-boy adora las excursiones. Le tienta el extranjerismo de los week ends y la indumentaria de cazador con escopeta y alforjas. Su mayor satisfacción es, sin embargo, cuando consigue, en uno de sus paseos semanales, extraviarse o tener que pernoctar en un lugar agreste. Entonces le inunda el alma el espíritu de Robinson Crusoe. La britanización absoluta se ha producido. El cholo-boy se siente geográfica y espiritualmente una isla.

La historia del origen u desarrollo de la especie de los cholo-boys podría dar lugar a largas narraciones. En un principio la especie fue esencialmente aristocrática. Se reducía al corto número de socios peruanos admitidos en los clubs ingleses y a ciertos estrambóticos cultivadores de deportes tenidos por salvajes como el football y el cricket. La condición de empleado de alguna casa inglesa era por entonces requisito indispensable. Más tarde la propagación de las empresas comerciales británicas y americanas, la facilidad de las vías de comunicación han acrecentado el número de los cholo-boys y sobre todo el dolor nativo de éstos. Hoy los hay de todos los tonos de la gama nacional.

Podrían establecerse, sin embargo, algunas categorías. La especie fue esencialmente aristocrática, se diferencia profundamente de las otras. Podría llamársele, en obsequio a su relativa integridad racial y a sus refinamientos de indumentaria, la clase de los "peruvian gentlemen". La mayor originalidad de estos consiste en su deprecio absoluto por los sastres criollos, en su entusiasmo por los deportes caros: el polo o el golf, y en que su afición a la lectura se ha localizado en el magazín de modas para hombres "Sartorial News". Tiene de común con el cholo-boy la manía del puro, del John Haig con soda y de la mala pronunciación inglesa. Pero le eleva formidablemente sobre aquel el que sus vestidos sean de Leslie Roberts, el sombrero de Lock, los zapatos de Peel, y el bastón de Bring. Además el Peruvian gentleman conoce generalmente Inglaterra, o se ha educado en ella, y se atreve a lucir, sin sonrojarse, las pantorrillas a la hora de ponerse los hinchados pantalones "plus fours".

El cholo-boy no puede aspirar a tanto. Su lenguaje inglés es más empírico. Para acrecentar su contacto con el alma sajona, se ciudadaniza en el "Young Men Chistian Association" o en cualquier brigada híbrida de boys-scouts. En buena cuenta se americaniza un poco, pero la raigambre británica queda. El cholo-boy juega foot ball, basket y tennis. Preocupado del home se casa pronto. Y muchas veces es tal su britanismo espiritual que los vástagos, realizando un prodigioso tour de force, resultan hasta con algunos mechones rubios. Demás está decir que se llaman ineludiblemente Bob, Teddy, Walter o si no Nelly o Lily. El porvenir del britanismo en el Perú queda así perdurablemente asegurado.

El incansable imperialismo británico sigue trabajando, sin embargo, para producir nuevas plantas humanas, variedades de las ya aclimatadas en el Perú. En el futuro surgirá aún una clase nueva de cholos y de negros boys, casta de técnicos sajonizados en la lectura de manuales maquinísticos en las bodegas de los transatlánticos o en los pozos de Talara. Y aún una flemática y puritana casta de quechuo-boys britanizados por los evangelistas en las soledades eternamente lakistas de Puno y que acaso nos traigan una técnica renovada del water polo o de las regatas en caballitos de totora.

Por todo eso ha sido tan cariñosa la recepción a los príncipes de Windsor. Y ha sucedido que éstos se encuentren en un ambiente casi nacional en el que es fácil y agradable prolongar la estada ceñida a un programa protocolar poco previsor de las efusiones familiares. Pero de todos modos la despedida será sentimental. Los peruvian gentlemen que hayan intimado con el Príncipe, o por los menos con las fotografías y anécdotas de éste, concurrirán en masa al aeródromo. Y entre hurras y abrazos se le despedirá melancólicamente. Y acaso uno de nuestros más confianzudos británicos se atreva a decirle, desde el fondo de su impermeable de automovilista:


- Good bye Edwards.
A lo que el Príncipe emocionado podría contestar:
- Farewell my dear cholo-boy.


* Publicado en El Perú, el 13 de febrero de1931, con ocasión de la visita del Príncipe de Gales

El Reportero de la Historia, 12:29 p. m. | Enlace permanente |

26 julio 2007

Antología de Raúl Porras (XXIV)

Sátira Política: Cámara Lenta
¡Abajo el Centralismo! *



Si en alguna cosa estamos de acuerdo todos los peruanos es en la necesidad de satisfacer la aspiración regionalista. Todos los programas de los partidos, exposiciones, manifiestos, reportajes a hombres públicos, convienen en la urgencia de terminar de una vez con el absorcionismo de la capital y del régimen centralista y de conceder a las diversas regiones del Perú el logro de sus anhelos. Pero en lo que no se llegan a uniformar todas las opiniones es, respecto a cuales son las verdaderas regiones del Perú y a saber a punto fijo qué es lo que ellas reclaman. Nuestro regionalismo es pues el regionalismo más problemático y difícil del mundo porque es un regionalismo sin regiones definidas, lo cual podía dar pábulo a los escépticos para pensar que no es regionalismo, porque sus reclamaciones tienen la temibilidad de todas las cosas secretas y misteriosa.

El regionalismo catalán es juego de niñas al lado del nuestro. En España todo el mundo sabe, más o menos, qué cosa es Cataluña o hasta donde alcanza geográficamente la influencia catalana. Entre nosotros no se ha llegado a un acuerdo sobre cuáles son nuestras regiones. Mientras unos piensan que el Perú está dividido por la naturaleza en costa, sierra y montaña, sin fijarse en los ferrocarriles de penetración ni en las relaciones establecidas por la producción y el consumo, otros sostienen que las tres regiones económicas y políticas del Perú, son: norte, centro y sur, acordándose de los Congresos regionales, del aguardiente de Pisco, de los sombreros de jipijapa y de la Confederación Perú-Boliviana. Otros, más radicales, protestan contra estas divisiones horizontalistas y aseguran que en nuestro país hay dos Perúes completamente distintos: el Perú costeño y el Perú serrano, el Perú de la mazamorra y el Perú del charqui, y que, el primero, ha hecho charqui del segundo, el que espera a su vez, la ocasión de convertirlo, en represalia, en una verdadera mazamorra. Por último, otras gentes, deseosas de confundir más el asunto opinan porque lo que existe verdaderamente en el Perú son dos regionalismos ideológicos: el de los hombres de mentalidad nueva y el de los de mentalidad atrasada, los que se reparten indistintamente en costa, sierra, montaña, norte, centro o sur del Perú.

Esto se complica, aún más, por la intervención de los economistas. Estos quieren que la región corresponda a las definiciones exigentes que se han hecho de esta palabra. Y en el Perú no tenemos casi ninguna división territorial que se acomode exactamente a ella. Los españoles tuvieron la poca previsión y falta de olfato científico de crear circunscripciones políticas idénticas en idioma y costumbres y que comprendieran, al mismo tiempo costa y sierra, o sierra y montaña, o que separaran centros inmediatos de producción y consumo, reventando así, injustamente, todos nuestros futuros proyectos de regionalismo. Si nos sujetáramos, pues, meticulosamente, a las definiciones científicas, resultaría que no tendríamos regionalismo.

El error proviene, en gran parte, del universitarismo de los profesores que han estudiado el problema. Si en vez de andarse por las ramas, buscando divisiones geológicas o atmosféricas del territorio, en un país que no le da la gana siquiera de tener un clima definido, sino que coquetea con todos los climas del Universo, si en vez de hacer esto, hubieran recurrido a una demarcación culinaria del Perú la definición de las regiones estaría resuelta. Nadie podría discutir la infalibilidad de las siguientes denominaciones: la región de las natillas, la región del mamey, la del arroz con pato, la de las butifarras, la de la ocopa de camarones, la de la sopa de tortugas, la de las papas a la huancaína o la del claro en botellas y el claro de luna asociados, la de las tejas y los pallares y tantas otras, El único conflicto posible en esta demarcación sería a la hora de los alfajores, cuya denominación podrían disputarse entre los moqueguanos y los vecinos de Trujillo y Huaura, demostrando, al final de cuentas, que no hay métodos completos en este mundo, y que las gentes no comprenden a la perfección su papel sociológico de diferenciarse estrictamente los unos de los otros.

Con criterio científico correríamos, pues, el riesgo de quedarnos sin regionalismo, ya que sería imposible encontrar una región en el Perú en que todos los habitantes, tuvieran un solo color, una sola lengua, unas solas tradiciones y una sola manera de comer. Y, en cambio, podían resultar sorpresas desagradables como, por ejemplo, que Malambo era más región que Ica o Lambayeque.

La desaparición del regionalismo, por estas excesivas exigencias, nos haría un daño enorme ya que el regionalismo y la descentralización traerían como consecuencia una mayor vinculación del Perú. Esto último no lo decimos por paradoja, sino por repetir uno de los postulados del Partido Agrario Nacionalista, que "El Perú" viene comentando, editorialmente, hace algunos días y con el que estamos absolutamente de acuerdo. Y lo decimos también por convicción. En el fondo y por más que nos dividamos política, geográfica, administrativa o culinariamente, siempre seremos el mismo producto bicolor, pendenciero, intolerante y resentido ya sea que cojamos para expresar nuestro disgustos quena, guitarra o bandurria, no dejaremos nunca de ser la misma raza triste y jaranera que somos. El lema de nuestro escudo nacional se encarga de decirlo, aunque de distinta manera: "Firme y feliz por la unión". En la futura Constituyente habrá que corregirlo agregando; "Y por la descentralización vinculadora".

La parte más grave del problema es, a pesar de todos los bemoles anteriores, la cuestión referente a la capital. El regionalismo exige a este respecto una explicación. Lima no tiene la condiciones científicas de una capital. No es el centro de todas las vías de comunicación del país, que todavía no se han establecido, ni un lugar de excesiva concentración urbana (comparada con Nueva York), ni tampoco un gran centro industrial. Su capitalidad dependió del capricho de Pizarro con perjuicios del Cuzco, de Cajamarca y de Jauja. Lima es una ciudad extranjera, española, contraria al Perú indígena y autóctono. ¿Por qué va a ser Lima el centro del poder, del placer y de la moda, cuando podían serlo Yunguyo o Coropuna? Lima representa la dominación de la costa mestiza y española contra la sierra indígena. Los peruanos de Lima no son peruanos sino limeños. Y, además, tiene la capital una tendencia absorcionista incontenible por la que se apropia de todos los recursos y productos de los departamentos y provincias del Perú, hasta dejarlos exhaustos.

Lo del dominio de la costa sobre la sierra no es posible negarlo. Pero lo que sí debe aclararse, es que se trata de una represalia histórica. Cuando se establezca aceptablemente la cronología incaica, se podrá comparar el tiempo anterior que la costa estuvo sometida a la sierra, con el actual. Y como la cronología incaica no se anda corta en eso de los milenios, se verá que la costa tiene derecho a dominar a la sierra por más de ocho años todavía.

La absorción de Lima, en cambio, es imposible negarla. Lima es a tal punto absorbente que en Lima la mínima parte son los limeños y la gran mayoría son los provincianos de otras regiones del Perú. Lima, en buena cuenta no es Lima, sino la capital del Perú. No hay mayordomo que no sea coronguino, heladero que no sea de Pallasca o Coracora, guardia civil que no proceda del Callejón de Huaylas o de cualquier otro callejón. Los universitarios son en su gran mayoría provincianos y provincianos los reclutas y los diputados. Pero sucede de raro que, en vez de que partan de Lima órdenes políticas y los cambios de Gobierno, éstos han surgido siempre de las provincias. Díganlo Las revoluciones de Arequipa del Deán Valdivia y las que debe estar escribiendo el actual Deán de esa catedral. Los arequipeños han sido en toda nuestra historia republicana, por obra de esas revoluciones, casi los exclusivos consejeros de todos nuestros gobernantes. Arequipeño y ministro llegaron casi a ser sinónimos. Los Paz Soldán, los Ureta, García Calderón, Gómez Sánchez, Pacheco, fueron ilustre legión. Si se hiciera una estadística por departamentos de los presidentes que han gobernado el Perú, los limeños se quedarían en ridículo. El tarapaqueño Castilla, el cuzqueño Gamarra, el arequipeño Piérola, el ayacuchano Cáceres o el cajamarquino Iglesias gobernaron mucho más efectivamente que los transitorios Vivancos o Pezets. En el último régimen, para no ir más lejos, había un lambayecano, un arequipeño, un huancavelicano y un jaujino que le daban quinta y raya al resto del Perú. Lo que sucede, por desgracia, es que, a pesar de las profundas diferencias regionales que existen de todas maneras en el Perú, los provincianos se aclimatan rápidamente en Lima y desde aquí dominan naturalmente a su comprovincianos. El país resulta así dividido verdaderamente en dos grandes clases de regionalistas: los regionalistas que se han venido a Lima y los que se han quedado en su región. ¿Esto es una absorción de las provincias por Lima o de la capital por las provincias?

La influencia de las provincias sobre la capital en esta progresiva descentralización, se manifiesta no únicamente en los hombres y en los productos económicos, sino en algo tan nimio como el nombre de las calles. Todas nuestras vías públicas han renunciado a sus antiguos nombres limeños para adoptar los más o menos inconvenientes de las provincias. Ya no podemos llamar calle del Serrano, pitorreándonos de los andinos, a la antigua calle de ese nombre, sino que tenemos que llamarla sería y descoloridamente Camaná, aunque ambas cosas significan lo mismo. Y así a la calle de Mariquitas tenemos que llamarla Moquegua, sin alusión a las corridas históricas de los moqueguanos frente a los tacneños; a la de Siete Pecados, Amazonas, sin ofender la pureza de este departamento; a la de Espíritu Santo, Callao, cuando los chalacos son la gente menos beatífica del país; a Gallos, Arequipa; a la de Borricos, Cajamarca, sin razón alguna colectiva que lo justifique; a la de Barbones, Conchucos, sin alusión revolucionaria; a la de Siete Jeringas y sus prolongaciones, Ayacucho y a la de Gallinazos, Puno, con inexplicable contradicción por aquello de que el gallinazo no canta en puna.

Para impedir, pues, que las provincias absorban a Lima o que Lima absorba a las provincias - extremos ambos igualmente inaceptables -, es indispensable no que todos los provincianos se regresen a su región a trabajar por la descentralización administrativa que preconizan uniformemente todos los partidos al día, sino que, dándole a cada uno lo que les corresponde, se dicten estatutos personales que permitan a todos ellos vivir en Lima - sin aclimatarse mucho al centralismo ambiente - siguiendo sus propias costumbre, métodos educativos y hábitos sanitarios. Así cumpliremos dentro de un programa, unionista y regionalista al mismo tiempo, el consejo de Emerson, según el que los hombres verdaderamente grandes son aquellos que saben vivir en medio de un mundo ajeno, con dulce y perfecta calma, la independencia de su soledad.



* Publicado en El Perú, 19 de enero de 1931

El Reportero de la Historia, 12:12 p. m. | Enlace permanente |

25 julio 2007

El 'Ollantay' y Antonio Valdez *

Estrecho resultó ayer el Salón de Grados de la Facultad de Letras para contener al numeroso público que acudió para escuchar al doctor Raúl Porras Barrenechea, catedrático de la citada Facultad, quien presento una interesante ponencia sobre el drama quechua Ollantay, en el symposium que sobre los libros peruanos fundamentales ha organizado la mencionada Facultad.

Inició el acto el doctor Aurelio Miró Quesada Sosa, Decano de la Facultad de Letras, quien después de breves y adecuadas palabras con relación al symposium que se estaba realizando invitó al doctor Raúl Porras Barrenechea a que hiciera uso de la palabra.

El doctor Porras Barrenechea comenzó diciendo que intervenía en este symposium sobre obras fundamentales peruanas exponiendo los resultados de una investigación de diez años sobre la leyenda del Ollantay y el autor del drama dieciochesco sobre este tema, don Antonio Valdez, porque consideraba que era deber de los catedráticos no la labor de repetición y difusión de ideas ajenas, sino la de una investigación constante y renovadora que se reflejará en las conferencias y en los libros.

Dijo que, indudablemente, el Ollantay era obra fundamental para la cultura peruana, como lo atestiguan las polémicas producidas al rededor de él en el siglo XIX, dentro y fuera del Perú, las numerosas ediciones que se han hecho del drama, que sólo pueden competir con las Tradiciones Peruanas de Palma y los Comentarios del Inca Garcilaso y por las numerosas traducciones que existen del Ollantay, del quechua, en que fue escrito, al español, el francés, el inglés, el alemán, el latín y el checo.

Consideró que la crítica del siglo XIX, representada principalmente por grandes quechuistas extranjeros como Tschudi, Markham y Middendorf, y por peruanos ilustres como Barranca y Pacheco Zegarra, había recaído principalmente en la validez de los diversos Códices del drama, en la antigüedad de ésta y en la personalidad de su posible autor. El argentino Mitre y los europeos Markham y Tschudi fueron los campeones de la antigüedad prehispánica del drama y de su esencia indígena y arcaica. Don Ricardo Palma, seguido por Mitre, denunció la forma colonial del drama y su analogía con las comedias de capa y espada por los tres actos, el gracioso, el galán y los octosílabos. Middendorf centró la polémica, a base de su pericia filológica, aprendida junto al pueblo del Perú, demostrando que las formas lingüísticas y métricas del Ollantay eran españolas y del siglo XVIII, estableciendo que debía considerarse como elementos fundamentales del drama, una leyenda antigua o "saga" indígena relativa a la guerra de los Antis contra los Incas y una adaptación colonial, que ha dejado su huella en el lenguaje y en las pericias. Ricardo Rojas discriminó con maestría los elementos fundamentales que se yuxtaponen en el drama: un Haylli incaico mimado, un episodio sentimental de Inmmac Summac, unas poesías líricas del folklore indígena y un final postizo de bodas y perdones. Finalmente, Riva Agüero ha sido el mejor exégeta de los personajes y del espíritu quechua que los anima.

En la segunda parte se ocupó de las vicisitudes de la leyenda de la rebelión de los Antis que se refugió prófuga y proscrita en la región del Urubamba y se localizó en la antigua fortaleza de Ollantaytambo. Perseguida y reprimida por los Incas, no fue tomada en cuenta por Garcilaso ni por la mayoría de los cronistas del siglo XVI, salvo por Sarmiento y los cronistas toledanos que recogieron los ecos de las tradiciones provinciales hostiles a los incas. Se refirió a diversos testimonios del siglo XVI en los que se llama Hatun cancha cacay a los "paredones y andenes" vecinos de Ollantaytambo. Las tradiciones épicas sobreviven, según el francés Bédier, cuando se adhieren a un monumento - iglesia, campo de batalla o fortaleza - y se conservan por los clérigos y maestros de escuela en el espacio vecino al campanario de la aldea y constituyen toda su historia. La leyenda de Ollantay se pierde en el propio pueblo de su nombre hasta el siglo XVII, en que un cura restablece el nombre del pueblo llamado hasta entonces Tambo y lo denomina Santiago de Ollantaytambo.

Analizó enseguida las diversas versiones de la leyenda ollantina que se inicia en 1776 con la referencia de un manuscrito español al "Degolladero" de piedra de Tambo y a la muerte del rebelde Ollantay ajusticiado por Huayna Cápac. Lee enseguida los textos sobre el desenlace trágico de Ollantay que dan José Manuel Valdez y Palacios, en su libro de viajes, y del viajero francés Castelnau. Ellos muestran que Ollantay fue castigado en la leyenda y no perdonado como innovó el drama dieciochesco.

El revelador y el plasmador de la leyenda de Ollantay, fue el clérigo Antonio Valdez. Sus contemporáneos cuzqueños que hablaron del drama - José Palacios, el cura Sahuaraura, el viajero Valdez y Palacios y don Pío B. Meza - lo consideran como el autor. Para ratificarlo en tal calidad era necesario conocer su vida, desconocida para todos los autores del siglo XIX que lo descartaron como autor. La investigación hecha en los pueblos del Cuzco y en la región del Urubamba demuestra que la familia Valdez, de antigua prosapia colonial menoscabada, tenía su casa en la Plaza de Urubamba frente a la iglesia y en el vecino pueblo de Maras. Los Valdez descendían de Alexo de Valdez, que mató en duelo al Conde de Portillo en Arcopunco, y los Ugarte fueron acusados de complicidad en la revolución de Túpac Amaru. La investigación demuestra la cultura del cura Valdez que fue maestro y catedrático en Filosofía, Licenciado, doctor en Teología y rechazó ser Rector de la Universidad del lugar. Valdez fue toda su vida cura de indios en Accha, en Maras, en Carabaya durante quince años, en Tinta después de la revolución de Túpac Amaru y en Sicuani donde sólo estuvo dos años. En todos estos lugares se destacó por su generosidad, su amor a los indios y su calidades artísticas como pintor y como imaginero.

El análisis de la vida de Valdez lleva a demostrar que no fue cura de Tinta durante la revolución de Túpac Amaru, sino después de ella, que por lo tanto el Ollantay no pudo ser representado en Tinta ante el cacique rebelde. Probablemente fue escrito en la etapa conciliatoria en la que intervino Valdez como amigo de los indios, para propiciar una solución de perdón. El drama revela a la vez un espíritu de protesta y de incitación a la rebeldía como cuando dice que "la roja flor de nujhu se esparcerá por toda la tierra y que nubes de maldición oscurecerán el cielo", y una tendencia humanitaria en favor de la ciencia y el perdón. En ciertos pasajes contemplados ahora bajo este nuevo prisma, se podrían hallar alusiones a la represión española contra Túpac Amaru. En el drama, vencido Ollantay, Túpac Yupanqui invita al Villac Umu y a Rumiñahui a pronunciar sentencia. El frío e implacable Rumiñahui, que bien pudiera simbolizar a Areche, pide que los cabecillas sean "ligados a cuatro estacas y pisoteados por los suyos". Aquí parece que hubiera una alusión al descuartizamiento de Túpac Amaru amarrado a cuatro caballos y ultimado bárbaramente.

Valdez aparece así como un representante típico del peruano de la época de la Ilustración. Contemporáneo de Baquíjano y Carrillo y de Rodríguez de Mendoza, con el mismo sentimiento de protesta reprimida y de aliento nuevo y patriótico. Es el mestizo, el nuevo peruano que escribe para denunciar las injusticias locales y las de su tiempo, pero que envuelve en ellas los eternos motivos del destino humano. En el forcejeo de la rebelión latente y la obediencia fanática, el autor escoge su camino, como dice Riva Agüero en "la ingénita misericordia de su pueblo".

Desde cualquier punto de vista que se le considere, Antonio Valdez es un gran poeta lírico, precursor de los yaravíes de Melgar, gran creador de los caracteres dramáticos como los de Ollantay y Pachacútec, Cussi Coyllor y sobre todo Piqui Chaqui y uno de los más felices intérpretes de la historia y de la naturaleza peruana que se filtra en el drama a través de los hayllis de segadores y de los haravis elegíacos que refleja el aire pastoril del valle de Urubamba. El drama está, además, "cargado de destino", como diría Borges, del Martín Fierro argentino. El Ollantay, es la más alta voz de la poesía quechua en el Perú y una obra de entraña popular en la que reviven los taquis incaicos y ruge una protesta de rebelión, pero a la que el cura de almas, mestizo, ha buscado, conforme a su ministerio evangélico, un camino de convivencia humana y de amnistía cívica conforme a una ética de perdón.

Cálidos y nutridos aplausos escuchó el doctor Porras al finalizar su interesante y erudita conferencia.



* En: El Comercio, Lima, 17 de noviembre de 1955


El Reportero de la Historia, 10:52 a. m. | Enlace permanente |

24 julio 2007

La paternidad definitiva del 'Ollantay' *

Acaba de regresar del Cuzco, a donde fue integrando la delegación del Colegio de Abogados de Lima que ofreció un plausible ciclo de conferencias, el doctor Raúl Porras Barrenechea, destacado historiador y diplomático peruano que, una vez terminada su labor jurídica en la Ciudad Imperial, permaneció allí varios días visitando archivos, bibliotecas y lugares notables y haciendo acopio de importantes datos que le han de servir, como en otras ocasiones, para esclarecer hechos, personajes y circunstancias de nuestro rico acervo histórico.

En su edición matinal de ayer, "El Comercio", publicó las interesantes declaraciones formuladas con carácter de primicia por el doctor Porras Barrenechea a nuestro corresponsal en el Cuzco acerca de la paternidad, que parece ahora indiscutible, del drama en quechua Ollantay que algunos historiadores y comentaristas hacían remontar a épocas precolombinas. Ese drama ha sido definitivamente ubicado por el doctor Porras Barrenechea a fines del siglo dieciocho, reafirmando que su autor fue el párroco doctor Antonio Valdez, eminente quechuista nacido cerca de Ollantaytambo que recogió el tema épico que evolucionó desde los incas por la vía oral al pueblo hasta devenir en el drama Ollantay.

Anoche tuvimos el agrado de entrevistar al doctor Porras Barrenechea en su apacible residencia de Miraflores, rodeado de sus libros, pinturas y reliquias familiares e históricas.

- Poco tengo que agregar - nos dijo - a las noticias dadas por "El Comercio" sobre las investigaciones realizadas en el Cuzco alrededor del problema literario del autor de Ollantay. El corresponsal de "El Comercio" en el Cuzco ha captado acertadamente las comprobaciones esenciales de esa investigación: personalidad del Cura Valdez, diferenciación entre la leyenda y el drama, testimonio cuzqueño contemporáneo favorable a Valdez, comprobación del origen urubambino de la leyenda proscrita por los Incas, revelación del testimonio concluyente del cura Sahuaraura sobre la paternidad de Valdez del drama ollantino.

- ¿Cómo se desarrolló, doctor Porras, el debate sobre la antigüedad de esta obra?

- El debate sobre la antigüedad del drama Ollantay obsesiona al siglo diecinueve. La primera noticia sobre el drama la da el periódico "El Museo Erudito" del Cuzco en 1857. Su redactor principal, el culto escritor don José Manuel Palacios y Valdez, era relacionado del cura Antonio Valdez. Palacios reconoce a Valdez como autor del drama que habría recogido de la tradición oral india, pero le censura haber cambiado el desenlace trágico de castigo y exterminio, reemplazándolo por un final de bodas y perdones. Otros testimonios contemporáneos, olvidados o pospuestos, reconocen a Valdez como el autor del drama. El viajero francés Marcoy, que estuvo en el Cuzco en 1846, habla de la tragedia de Valdez inspirada en la leyenda popular. El cura de Lares, Justiniani, que dio a Makham una copia del manuscrito de Ollantay en 1856, dijo a éste que Valdez era el autor del drama. Idéntica afirmación volvió hacer Palacios en un folleto publicado en 1846 en Rio de Janeiro. El testimonio cuzqueño contemporáneo fue pues unánime en señalar como autor del Ollantay al célebre cura de Tinta, amigo de los Túpac Amaru.

- Sin embargo, de esta comprobación indisputable - nos siguió expresando el doctor Porras Barrenechea -, triunfó en el siglo diecinueve la tesis de la antigüedad prehispánica del drama, que oscureció definitivamente la fama y el prestigio literario del cura Valdez, gran despojado de nuestra historia. Markham, por sostener la importancia de su hallazgo, llevado de su sano entusiasmo incanista, proclamó la procedencia antigua del drama y descalificó a Valdez, como autor de su descollante obra. El argentino López proclamó, sin sustento cronológico alguno, que Valdez había sido compañero de su padre y que nunca escribió dramas. Tschudi consideró el drama como una supervivencia del teatro incaico, de tragedias y comedias, aludido por Garcilaso y aseveró que había sido transcrito a la escritura en el siglo dieciséis. El gran quechuista cuzqueño Pacheco Zegarra declaró que el lenguaje del drama era arcaico y que su forma lo acusaba como una obra escrita en el siglo dieciséis. El historiador argentino Mitre y don Ricardo Palma denunciaron el error y sostuvieron el carácter prehispánico del drama. Factor fundamental de revisión de este concepto fue la intervención del gran humanista argentino Ricardo Rojas. En su libro Un Titán de los Andes, Rojas diferenció la leyenda del drama. La leyenda es indígena, primitiva; el drama es colonial y dieciochesco. Pero Rojas descartó a Valdez como autor del drama o le pospuso, desconocedor de su figura y trayectoria vital. Por eso planteé desde 1943, en la cátedra de Literatura Americana y Peruana de San Marcos la necesidad de estudiar y aclarar la figura de Valdez.

- ¿Y los resultados ahora?

- El resultado de la investigación biográfica ha sido plenamente confirmador de la paternidad de Valdez. No es ya sólo el testimonio de sus contemporáneos, sino su origen, sus actos, sus predilecciones, los que lo definen como el revelador de la leyenda ollantina. La familia de los Valdez y los Ugarte, de antigua prosapia cuzqueña, venida a menos en su fama, radicó en Urubamba, a pocas leguas de Ollantaytambo. El nació al parecer en San Juan de Huayllabamba. Su madre tenía casa en la plaza de Urubamba y tierras en Tiobamba, lugar de feria en la ruta de Ollantaytambo. Su infancia transcurrió pues en el Valle Sagrado del Vilcanota, donde circularía la leyenda ollantina de rebelión de los Antis, prófuga y clandestina, como censurada por la historia imperial de los Quipucamayocs y los Hayllicunis. En el seminario de San Antonio descolló Valdez como lingüista y filósofo. Dedicado al sacerdocio fue cura ecónomo en Maras y asistente del cura de Ollantaytambo, Fernando Valverde y Ampuero, que rigió esa doctrina por 31 años y le dejo más tarde como su universal heredero. Durante toda su vida fue cura de indios en Acha, Coasa, Crucero, Tinta, Sicuani, desplegando su bondad y su desinterés en el auxilio de los naturales, levantando iglesias, tallando como escultor imágenes de los santos predilectos para sus amadas iglesias de Tinta y Cambopata y renunciando a cobrar los derechos parroquiales a los indios pobres. Su ascendencia sobre los indios está probada por múltiples hechos: alguna vez salvo la vida a una de los Sahuarauras en Tinta y en 1782 intervino de parte del obispo Moscoso para la rendición de Diego Túpac Amaru en Sicuani. Era, pues, indigenista de cerebro y corazón. La ausencia de prebendas y canongías en hombre tan ilustrado y capaz - fue el único cura cuzqueño suscritor del Mercurio Peruano - revelan la desconfianza hacía él del poder virreinal. En las revoluciones de Túpac Amaru y Pumacahua, no obstante su profesión sacerdotal, se le ve vacilar e inclinarse íntimamente al partido indio. En todo momento aparece como el apaciguador y defensor de los indios. Murió probablemente en 1816 en su casa humilde de la cuesta del Almirante en el Cuzco, con su dintel de piedra incaico, al lado del antiguo palacio de Viracocha transformado en Catedral.

-¿Y habría alguna prueba definitiva?, preguntamos.

- La prueba concluyente - nos responde el doctor Porras Barrenechea - si no lo fueran ya las declaraciones de Palacios y Valdez, de Cuentas y de Justiniani, de Marcoy y el del propio Markham en su primera versión, es la del cura Justo Sahuaraura, probablemente discípulo de Valdez, quien en el manuscrito que conserva el padre Víctor Barriga en Arequipa declara textualmente refiriéndose a Valdez: "Este celoso y virtuoso Párroco fue muy amante de su patria, amaba con ternura a la desgraciada descendencia de la sangre real a quienes él conoció y fue amigo íntimo del que escribe". Con esta ocasión le preguntó sobre "la verdad de su tragedia y le dijo que en ella más había escrito como poeta que como historiador, por esta razón el final de esta dará loa del que oyó a sus padres el que esto escribe".

- Sahuaraura - terminó diciendo el doctor Porras Barrenechea - coincidió así con Palacios en señalar a Valdez como autor del drama y renovador de la leyenda de Ollantay, que él plasmó definitivamente y le dio categoría universal en la lengua quechua, hasta el punto de apasionar a todos los filólogos e historiadores de la literatura peruana del siglo diecinueve.



* En: El Comercio, Lima, 19 de noviembre de 1954

El Reportero de la Historia, 10:49 a. m. | Enlace permanente |

23 julio 2007

El Padre Valdez, autor del 'Ollantay' *

Tuvo exitosa culminación la búsqueda realizada por el prestigioso historiador nacional, doctor Raúl Porras Barrenechea respecto a la paternidad del drama en quechua Ollantay.

Al término del brillante ciclo de conferencias a cargo de los jurisconsultos que integraron la delegación del Colegio de Abogados de Lima, en el que tuvo relevante actuación el doctor Porras Barrenechea, dióse a la tarea de investigar en fuentes históricas el derrotero de la apasionante leyenda del general rebelde Ollantay. Contó con la colaboración de destacados intelectuales cuzqueños, el arqueólogo e historiador John H. Rowe y la valiosa cooperación del asistente de arqueología de la Universidad del Cuzco, señor Luis Barreda Murillo, quien lo acompañó en sus diferentes visitas en el Cuzco.

¿Quién fue el Cura Valdez?

El Doctor Porras, con su palabra autorizada, expresa que la personalidad intelectual del cura Valdez, desconocida por los críticos ollantinos, nació en Urubamba. Fue el único suscriptor cuzqueño del "Mercurio Peruano", de 1791. Eximio conocedor del idioma quechua, tuvo bondad evangélica para con los indios. De los datos obtenidos, hasta la fecha, se deduce que Antonio Valdez, fue uno de los prestantes antonianos o alumnos del Seminario de San Antonio Abad, donde fue Catedrático de Latinidad y Filosofía. Recibió el grado de Maestro y Doctor, con singular aplauso. Fue colaborador del Obispo Moscoso y simpatizante del partido indio en la revolución de Túpac Amaru. Valdez fue toda su vida párroco - expresa el doctor Porras Barrenechea - en la región del Cuzco; y, siguiendo una tradición regional, escribió dramas en quechua para su feligreses indios. Mientras que el Lunarejo había escrito autos sacramentales, Valdez llevó a la literatura quechua, las leyendas indígenas, entre ellas la de la rebelión de los Antis, que es la leyenda urubambina proscrita por los Quipucamayoc imperiales del Cuzco.

¿Quién es el autor del Ollantay?

Enfáticamente asevera el doctor Porras Barrenechea la paternidad de Valdez, para el drama Ollantay, porque Valdez nació a pocas leguas de Ollantaytambo y porque Markham recogió su manuscrito de la vecina villa de Lares. Los más autorizados historiógrafos cuzqueños de la primera etapa republicana como José Manuel Palacios, Pio B. Meza y Justo Sahuaraura, contemporáneos de Valdez, reconocieron la paternidad de éste, negada después por críticos forasteros.

¿Qué consignan los Archivos Parroquiales?

Con erudición, el doctor Porras manifiesta que en los archivos parroquiales consta que el cura Valdez, se negaba a cobrar derechos a los niños pobres, regalaba imágenes y vajilla de plata para los templos, reedificaba éstos y fue además insigne imaginero que talló admirables imágenes para las iglesias de Tinta y Tambopata.

¿Cuál es el documento fundamental?

Un importantísimo testimonio para la comprobación de la paternidad de Valdez, se halla en las declaraciones del sacerdote indio Justo Pastor Sahuaraura; en un manuscrito que conserva en Arequipa el Padre Barriga. El clérigo cuzqueño declara, en él, que preguntó a Valdez por que había hecho feliz el desenlace del drama Ollantay contra la versión original de la leyenda urubambina, y Valdez le respondió que lo había hecho por razones de poética y por satisfacer al público.

Otros documentos hallados por el doctor Porras atestiguan que la leyenda ollantina no subsistió en el actual pueblo de Ollantaytambo, que en los siglos XVI y XVII, se llamó solamente "Tambo", como aparece en los libros parroquiales. La difusión de ésta, se logra a mediados del siglo XVII, por la vía erudita, en que se comienza a hablar del pueblo de "Santiago de Ollantaytambo", quizá por alguna obra anterior a la de Valdez. Pero es, sin duda, quien le dio mayor realce y validez poética, habiendo dado vida a la fama universal del Ollantay.

Para el doctor Porras Barrenechea, la cultura cuzqueña tiene tres máximos representativos: el Inca Garcilaso, en el siglo XVI, el Lunarejo en el XVII y Antonio Valdez en el siglo XVIII, que representa el ápice de la literatura quechuista.

Todas éstas confrontaciones que son fruto de una acuciosa labor de investigación realizada por el ilustre historiador doctor Raúl Porras Barrenechea, vienen a dar fin a la prolongada polémica sobre la paternidad del inmortal drama Ollantay.

Por avión de hoy miércoles 17, retorna el doctor Porras a Lima.

Se le tributó cordial despedida en el aeropuerto, pudiendo calificarse su labor durante su estada, como de excepcional valor en las investigaciones históricas sobre el tema ya citado y otros, que merecerán en su oportunidad revelación y comentario sobre aspectos de la historia y la tradición del Cuzco eterno.


* En: El Comercio, Lima, 18 de noviembre de 1954

El Reportero de la Historia, 10:45 a. m. | Enlace permanente |

22 julio 2007

Poesía e Historia entre los Incas *

Ante nutrida y selecta concurrencia que ocupó totalmente la sala de actuaciones, pasillos y corredores del local de la Asociación Nacional de Escritores y Artistas, el doctor Raúl Porras Barrenechea, ofreció anoche una interesante conferencia sobre Poesía e Historia entre los Incas, correspondiente al ciclo de "La Cultura en el Perú" programada por el Comité Organizador de la Primera Convención de Escritores y Artistas, ciclo que ha logrado despertar sumo interés entre los elementos de nuestras esferas intelectuales y que se demuestra con la crecida concurrencia que asiste a estas conferencias.

Anoche después de breves palabras iniciales del Presidente de la Asociación, doctor don Pedro Irigoyen, el doctor Estuardo Núñez, que tenía a cargo la presentación del doctor Porras Barrenechea, inició el acto manifestando que en esos momentos cumplía con el doble encargo, primero, de dar una cordial bienvenida en nombre de la institución al doctor Julio Mendoza López, poeta boliviano, delegado de la Asociación de Escritores de Bolivia , que se encontraba allí presente y luego hacer la presentación del doctor Porras Barrenechea, distinguido historiador y hombre de letras, bibliógrafo y maestro universitario en quien se reúne no sólo la capacidad del historiador, sino también una auténtica vocación literaria demostrada desde sus años juveniles. Manifestó que era pertinente resaltar esa faceta y la excelencia literaria del conferencista, pues el tema se refería a la Poesía e Historia entre los Incas que enfocaba esos dos aspectos de la cultura antigua del Perú y en consecuencia nadie más calificado que el doctor Porras para abordar un tema de tan integral valor cultural y terminó invitando al doctor Porras a que ocupara la tribuna.

El doctor Porras comenzó agradeciendo la gentil invitación de la ANEA para participar en este ciclo así como las amables palabras del doctor Estuardo Núñez con quien le unían especiales vínculos de amistad.

Luego entrando de lleno al desarrollo de su conferencia expresó:

Dijo que iba a ocuparse de un tema que era objeto de sus investigaciones históricas en la Cátedra de San Marcos, sobre el que había publicado diversos ensayos y sobre el que seguía trabajando. La literatura peruana vivió ausente del alma del Incario y de la cultura indígena en todo el primer siglo republicano. Las historias literarias peruanas comenzaban sus exégesis con los autores españoles del siglo XVI. Riva Agüero, en el primer panorama literario del Perú, que escribió en 1905, se ocupó, únicamente, de la literatura republicana. Desdeñó a los poetas coloniales y olvidó por completo la poesía indígena, aunque, dado su genio sincrético, reconoció, desde entonces, que el tipo literario nacional se integraba en el Perú, donde existió una gran cultura, por el aporte español y por el indígena. Idéntico planteamiento ofreció la Literatura Peruana de Ventura García Calderón, publicada en 1915, que se iniciaba con la exégesis de Garcilaso, Diego Mexia de Fernán Gil y Amarilis. Fue el viaje de Riva Agüero al Cuzco, en 1912, el que determinó un vuelco fundamental. En sus Paisajes Peruanos, Riva Agüero, el limeño de casta hispánica, reinvindicó, por primera vez, en nuestra cultura, el aporte fundamental de lo incaico en la historia y del paisaje andino en la literatura. le siguió entusiasta la generación Colónida, con More y Valdelomar. More, llevado de su genio polémico y siguiendo el ejemplo gonzalespradesco, disminuyó a Lima y a la costa y erigió un andinismo dogmático y excluyente. Valdelomar, que trabajó como secretario de Riva Agüero, se familiarizó con los temas incaicos y publicó Los Hijos del Sol. Desde entonces las historias literarias comenzaron a estudiar y a calar el aporte indígena.

Se refirió al proceso literario que significó la prosificación de los antiguos cantares incaicos en las críticas castellanas, semejante al que se realizó en el medioevo europeo con los cantares de gesta. Dijo que, para estudiar los testimonios poéticos e históricos de los Incas, era necesario ahondar en el conocimiento de las crónicas de la conquista, en sus diversas etapas; de las crónicas conventuales: de los extirpadores de idolatrías y principalmente, los Vocabularios quechuas, que son verdaderos inventarios de esa cultura y poesía fosilizada. Entre las crónicas destacó, como las más representativas del transplante poético incaico, la Suma y Narración de los Incas de Betanzos, transcripción de un cantar del apogeo incaico sobre Pachacútec. La obra de Cieza, rica en veneros etnológicos, la de Sarmiento de Gamboa que podía considerarse como una Iliada incaica, la Relación del indio Santa Cruz Pachacuti, con sus elementos poéticos y maravillosos, guardados por los bardos collaguas, y la crónica bilingüe de Huaman Poma de Ayala, con sus tesoros folklóricos y su actitud mordaz y sarcástica que lo alinea en una posición contraria a la épica y a sus impulsos heroicos, y su burlesca descripción de incas y españoles.

Se ocupó enseguida, de los mitos incaicos y de su carácter sonriente y optimista, en los que no predominan el terror, la angustia ni las sombrías catástrofes de otros pueblos primitivos de América. Dijo que no podía hablarse estrictamente de "géneros" en la literatura incaica, por lo general indiferenciada y en la que lo característico era el taqui, una mezcla de canto, de danza, de música y expansión báquica de los impulsos vitales. Todas las formas de la cultura incaica, el himno religioso, el canto épico, la lírica, la representación dramática estuvieron asociados a la danza y a la música y tuvieron un carácter mágico, religioso y propiciatorio. En todos ellos predominaba el aspecto ritual de "sacrificio, agüeros y hechicerías".

Habló del haravi como la forma característica de la lírica incaica, de su carácter agrícola de su asociación a la flauta, su recitado incitante y su carácter, ya alegre, ya triste, que deviene melancólico únicamente después de la Conquista y se transforma en el yaravi. Dijo que la poesía oral se desarrolló principalmente por la casta militar y guerrera determinando las formas ya examinadas por él en anteriores ocasiones, el haylli...los cantares históricos que comenzaban con el sacramental ñaupa pacha, los cantos de las huaccapucuc o endechaderas y la famosa ceremonia del Purucaya con sus cantos roncos, sus vestidos desgarrados y cubiertos de ceniza y su tamboril melancólico. Dijo que los compositores de los cantares épicos eran los Hayllicunis y no los amautas, que es un adjetivo que significa "cuerdo o sabio". Habló de la historia encargada a los pacariscap villac y a los hucaripuni. Examinó enseguida las diversas formas dramáticas, el cuento, la fábula y la sátira incanistas, que se manifestó en los cuentos, consejas y fábulas. Debió haber una serie de bufones o graciosos -ayachucos, misquisimiyoc - truhanes que desvanecian el hieratismo de la clase superior y cuya expresión más característica después de la conquista es el indio Huamán Poma.

Terminó diciendo que la poesía incaica fue esencialmente aristocrática, cultivada por funcionarios oficiales y que el pueblo sólo tuvo el papel coral de repetir el estribillo y seguir a compasadamente, los movimientos o las palabras del corifeo o taquieta hucario. La poesía incaica fue realista y pragmática. Los himnos pedían el pan, el maíz, la juventud, la salud, el triunfo. La historia tuvo un carácter docente y moralizador. Otra nota primordial es la tendencia panteísta y bucólica, manifestada en el amor a las cumbres y a los cerros a y la intervención de los elementos agrícolas en los mitos. El ají, el pimiento, la quinua son personajes mitológicos incaicos. Otras notas características son la "gravedad y ternura", señalada por Riva Agüero y el tradicionalismo de los Incas. Del Incario provienen en el espíritu clásico y equitativo de los peruanos, su odio del exceso y la violencia, su señorío y su humanidad. Del Incario podrían provenir las normas capitales del espíritu literario peruano, del que dijo Diez Canedo que "el Perú guarda nostalgias de Corte, sabe historias del pasado, tiene la gracia de contar y en sus cuentos hay sangre, sensualidad y humor jocundo".

Cálidos y nutridos aplausos escuchó el doctor Porras Barrenechea al finalizar su erudita e interesante conferencia.


* En: La Crónica, Lima, 12 de junio de 1954

El Reportero de la Historia, 10:41 a. m. | Enlace permanente |

21 julio 2007

Galería (V)
Raúl Porras ante la tumba del Inca Garcilaso en Montilla



Raúl Porras ante la tumba del Inca Garcilaso en Montilla

El Reportero de la Historia, 10:10 a. m. | Enlace permanente |

20 julio 2007

Galería (IV)
Raúl Porras con sus discípulos



En la fotografía se puede apreciar, a la derecha del Maestro Porras, a dos jovencísimos Pablo Macera y Miguel Maticorena Estrada.

El Reportero de la Historia, 9:32 a. m. | Enlace permanente |

19 julio 2007

Galería (III)
La Familia Porras Barrenechea


De pie: Raúl Porras berrenechea, Fernando Llosa Porras, José Luis Llosa Belaunde, Luis Llosa Porras, José Moreyra P.S., Guillermo Porras B.
Sentadas: Juana Porras B., Genoveva Barrenechea Raygada, José Moreyra Porras, Juanita Barrenechea de Porras, Virginia Porras de Moreyra, María Balta
Niñas: Juanita Llosa Porras, Marilú Moreyra Porras, Inés Llosa Porras, Ileana Llosa Porras, Virginia Moreyra Porras

El Reportero de la Historia, 4:34 p. m. | Enlace permanente |

18 julio 2007

Raúl Porras por Enrique Chirinos Soto

"Funcionario de la Cancillería desde sus años mozos, se quemó las pestañas en la paciente investigación de todas nuestras cuestiones de límites. Junto con Víctor Andrés Belaúnde, y como colaborador del Presiente Prado, fue artífice de los triunfos diplomáticos de 1941 y 1942 en el problema con el Ecuador, lo que, por cierto, no impidió que, en el ocaso de su existencia, se le injuriase vilmente a propósito del laudo arbitral de 1922, con el que nada tenía que ver, y que era obra del Canciller Salomón a quien Porras había combatido.

Político sólo incidentalmente y a mayor abundamiento, reivindicaba con orgullo la tradición liberal y republicana de su estirpe. Vigoroso en el alegato, incisivo en la réplica, tenia Porras, como escritor, el don de la frase, de la imagen audaz, del periodo brillante y de la cita oportuna en apoyo de sus propios decires. En su prosa, se advierte la noble huella de los clásicos y pueden identificarse los derroteros casi exclusivamente españoles o franceses, en suma latinos, de su formación cultural".


El Reportero de la Historia, 4:16 p. m. | Enlace permanente |

Raúl Porras por Raúl Ferrero

"Raúl Porras vivió con sencillez patricia y tuvo la sobriedad que corresponde a un profesor universitario, desdeñoso de ls riqueza. Si bien la vida le brindo una participación en el poder, de modo tardío y con tradictorio, jamás persiguió honores o medros, ajeno a las preucupaciones materialistas que vuelven fenicios a tantos hombres de valía. Nunca será inoportuno alabar esta nota distintiva del caráter de Porras: su desdén por el dinero. En una hora mundial que idolatra la riqueza medida del éxito, el maestro Porras dío ejemplo de pobreza decorosa y consagración preferente a la juventud universitaria.

Mi generación recordará siempre aquellas clases magistrales que dictará Porras en la Universidad de San Marcos y en la Universidad Católica. Con verdadera pasión por la historia y la literatura, con voz clara y resonante, con gesto altivo, adelantando aquel mentón desafiante que no lograba desvanecer una fuerte impresión de bondad e innato señorio, el Maestro dictaba sus clases a un auditorio admirativo, que recibia ávidamente, los conocimientos trasfundidos con vitalidad creadora por efecto de la magia en la evocación y de la elegancia suprema en el estilo"
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El Reportero de la Historia, 1:12 p. m. | Enlace permanente |

17 julio 2007

Antología de Raúl Porras (XXIII)

Atahualpa no murió el 29 de agosto *



El debate habido ayer en la Cámara de Diputados sobre la fecha en que deba celebrarse el Día del Tahuantinsuyu o Día del Indio, demuestra hasta que punto la leyenda es más tenaz y firme que la historia y como no valen documentos fidedignos ni investigaciones documentales para rebatir hechos legendarios. Tal ocurre con la muerte de Atahualpa, suceso que hirió vivamente la imaginación popular y sobre el que subsisten, no obstante las rectificaciones fundamentales de hechos ya incontrovertibles, las fantasías inventadas uno o dos siglos después de la muerte del Inca, por escritores anovelados y repetidas después, sin examen, por toda clase de historiadores y biógrafos.

La muerte de Atahualpa y todos los sucesos que la rodearon, están comprobados por crónicas y documentos oficiales de la época, por testimonios y cartas particulares de los conquistadores y por otros documentos, públicos y privados, que coadyuvan a restablecer la cronología y la secuela de hechos que antecedieron o siguieron a la ejecución del Inca. Pero, aparte de estos documentos, hay una profusa leyenda, principalmente de origen quiteño, que inventa episodios que no constan en ningún documento o crónica. Desde el día siguiente de la muerte de Atahualpa, el pueblo indígena comienza a trabajar poéticamente sobre el final del Inca y la tragedia de Cajamarca. Los soldados de la conquista, afectos también a las alucinaciones fantásticas, colaboran en la difusión de esas creaciones novelescas y las trasmiten más tarde a las crónicas. El pueblo indígena no puede aceptar la derrota y muerte de su Inca y señor, sin darle una explicación plausible y surgen las leyendas de la profecía de Huayna Cápac, sobre la llegada de los Viracochas y la próxima pérdida del Imperio, las versiones de pronósticos siniestros de los oráculos o las calpas y de la aparición de sacacas o cometas fatídicos.

A este ciclo justificador que podríamos llamar de los presagios, que atribuye a un mandato sobrenatural el triunfo de los españoles y la derrota de los indios, sigue otro, que podría ser el ciclo de la venganza o reparativo, en que los indios toman desquite de los españoles, los derrotan en una batalla campal y les imponen en la misma plaza de Cajamarca la ley del Talión. Este ciclo de la venganza es estrictamente quiteño y es recogido únicamente por cronistas que bebieron en fuentes quiteñas. El cronista Gómara, el contador Zárate y Garcilaso, son efectivamente los primeros que refieren que, después de la salida de los españoles de Cajamarca, cuando estos se hallaban en marcha hacia Jauja, un ejército indio atacó la retaguardia de Pizarro en Tocto, la venció y tomó prisioneros a 11 españoles que fueron llevados a Cajamarca. Ahí se les hizo un proceso a semejanza de aquél en que se condenó a Atahualpa y se les sentenció a muerte, pero luego la magnanimidad india perdonó a todos menos a Sancho de Cuéllar, que habría sido el escribano de la causa contra el Inca, y a quien se ejecutó en la plaza de Cajamarca, en el mismo lugar que el monarca quiteño. La leyenda agrega que los indios desenterraron luego el cadáver de Atahualpa y lo llevaron procesionalmente a Quito. Ninguna crónica inmediata a los hechos habla del encuentro de Tocto, que pudo haberse realizado y ser una pequeña escaramuza como la minúscula que en Roncesvalles dio lugar a la canción de Rolando. Pero todavía más inhallable que aquél épico incidente es el infortunado Sancho de Cuéllar, cuyo nombre como el del imaginario precursor de Colón, Alonso Sánchez de Huelva, sólo aparece en Garcilaso y no surge en ninguno de los alardes de la conquista ni en documento alguno conocido, como soldado de Pizarro.

Del mismo jaez legendario, pero mucho más tardía y de origen puramente erudito y no popular, es la fijación del 29 de agosto como fecha de la ejecución de Atahualpa. Ningún cronista contemporáneo de Pizarro, llamase Jerez, Estete, Mena, Trujillo, Ruiz de Arce, Pedro Pizarro, ni ninguno de los cronistas inmediatamente posteriores como Molina, Enríquez de Guzmán, Zarate, Gómara, Oviedo, Sarmiento de Gamboa, Cabello Balboa, Santa Cruz Pachacutic o el fantaseador Montesinos, traen tal fecha imaginaria y contradictoria de indiscutibles documentos. Tampoco la trae el gran historiador de comienzos del siglo XVII, Antonio de Herrera, quien dispuso de todas las fuentes existentes entonces en los archivos del Consejo de Indias.

La fecha de la muerte de Atahualpa, aparece por primera vez en la bastante denostada Historia del Reino de Quito por el padre Juan de Velasco, escrita en el siglo XVIII. Este dice que Atahualpa fue ejecutado por un soldado Mores el 29 de agosto de 1533, a los 45 años de edad, el día en que se celebraba la degollación de San Juan Bautista y por esto se le impuso en el bautismo el nombre de Juan. El buen jesuita no dice de dónde tomó sus datos, ni podía decirlo, porque eran de su invención, como muchas otras cosas de su crónica. La leyenda popular y las danzas sobre la muerte de Atahualpa hablan de que Atahualpa fue degollado, desdeñando el hecho histórico de que se le aplicó el garrote, y el jesuita no encontró expediente cronológico más fácil que el de equipararlo con el apóstol decapitado, para que las pallas futuras limpiaran, en las danzas provinciales, la cabeza del Inca, con delectaciones de Salomés. Prescott, Mendiburu y la secuela poco escrupulosa de biógrafos de Pizarro del siglo XIX y XX adoptaron la fecha, el nombre y las circunstancias novelescas que encuadraban bien la tragedia de Cajamarca.

En diversos libros publicados desde 1936 y en mis lecciones en la Universidad de San Marcos he demostrado, hasta el cansancio, que Atahualpa no murió el 29 de agosto de 1533, sino acaso un mes y algunos días antes, pero no he tenido la suerte de ser leído por ninguno de los diputados que intervinieron en el debate de ayer, algunos de ellos apreciadísimos amigos y compañeros de estudios. Voy a exponer por esto, rápidamente, las pruebas de que el 29 de agosto de 1533 no ocurrió nada que pueda merecer que se le señale como un día excepcional y menos como el Día del Tahuantinsuyu, que en ningún caso podría ser un día de derrota y de duelo.

La primera deducción que brota de los cronistas contemporáneos es que la ejecución de Atahualpa se realizó inmediatamente después del rescate y que fue en día sábado. El reparto duró, según Jerez, desde el 17 de junio hasta el 25 de julio, "día del señor Santiago". Jerez y Estete, los dos cronistas más próximos a los hechos, declaran que la ejecución del Inca se verificó una vez terminado el reparto. Ejecutado el Inca, los españoles emprendieron el camino de Jauja. El suplicio de Atahualpa tuvo que realizarse, pues, entre el 25 de julio y el 21 de agosto en que los españoles salieron de Cajamarca. El 29 se hallaban en pleno callejón de Huaylas y no en Cajamarca.

La crónica de Jerez, tal como fue reproducida por Oviedo en su Historia General de las Indias, está fechada, al final, en Cajamarca el día 31 de julio de 1533. En ella se relata, en la forma más minuciosa, la muerte de Atahualpa. Es claro que éste tuvo que morir antes del 31 de julio. Consta, por las escrituras originales de la conquista, que se conservan en el Libro Becerro del Archivo Nacional, que los conquistadores estaban el 24 de agosto en Andamarca, que se hallaba según Estete, siete leguas al sur de Huamachuco. La última escritura del registro de Gerónimo de Aliaga fechada en Cajamarca, es del 20 de agosto. Los días anteriores, desde el 1º de agosto, abundan los contratos típicos de la vísperas de partida: ventas de caballos y de mulas, poderes para vender, contratos de sociedad entre los soldados. El 26 de agosto estaban aún en Andamarca. El 2 de setiembre en Guailas y el 12 en Cracuray. No hay, pues, duda de que el 29 de agosto de 1533 los españoles no estaban en Cajamarca, sino en marcha hacia Jauja y el Cuzco.

Otros documentos corroboran este aserto, porque la verdad deja siempre huellas diversas. En una carta del Licenciado Espinoza al Rey, fechada en Panamá el 10 de octubre de 1533, dándole cuenta de los sucesos del Perú, como amigo y protector que era de Pizarro y Almagro, dice que sabe: "por cartas del governador don francisco piçarro e del capitán e marichal don diego de Almagro que partieron de Caxamalca que es en la provincia dónde tomaron a tubalica (Atahualpa) y hicieron esta fundición, que se partieron de allí con la gente en principio del mes de agosto pasado. Antes que partiesen de Caxamalca - dice el Licenciado -, mataron al cacique Tabalica, porque dizen que tenía hecha gran junta de gente para venir sobre nuestros españoles e gente e que para ello el governador fue persuadido, casi forzado, a lo hacer". He ahí las verdades contemporáneas: la partida de los españoles de Cajamarca en el mes de agosto y la oposición de Pizarro a la muerte del Inca, trabucadas después por historiadores del siglo XVIII.

Hay otras comprobaciones coincidentes. El Rey de España en carta a Pizarro de 21 de mayo de 1534, que publiqué el año último en el Cedulario del Perú (1529-1534), comentándola, dice al Gobernador del Perú que ha recibido sus cartas de 8 de junio y de 29 de julio, y al contestarlas, expresa: "Vi lo que decis de las justicia que hizistes del cacique Atabaliba que prendistes, por que os avisaron que avia mandado hazer gentes de guerra para venir contra vos...". Pizarro había, pues, informado a la corona de la muerte de Atahualpa en su carta de 29 de julio de 1533.

Luego, ésta ocurrió antes del 29 de julio. Tales datos directos y documentales pueden concertarse con otros derivados de las crónicas. Así, Estete afirma que los españoles salieron de Cajamarca, 30 ó 40 días después de la muerte del Inca. La salida de Cajamarca, que se hacía por grupos como se acostumbraba entonces o por "hilas" como dice Garcilaso, debió iniciarse hacia el 15 o 20 de agosto y la ejecución del Inca habríase realizado el 20 o 27 de julio que fueron sábados en 1533.

Estos datos provienen únicamente de las fuentes más fáciles y accesibles de las crónicas, de los documentos publicados por Torres de Mendoza, por Medina, por Levillier y algunos revelados por mí que están al alcance de todos. No tiene esta aclaración histórica ánimo de rectificar a nadie porque sus datos están contenidos en publicaciones mías anteriores, sino más bien un deseo de colaboración y de difusión de nuestras fuentes históricas desdeñadas. Al margen de ella cabe agregar la opinión de que el Día del Tahuantinsuyu no puede ser el de su final vencimiento, ni encarnarse en un Inca que representó la desunión y el desconocimiento del señorío imperial del Cuzco, como lo ha dicho acertadamente el diputado señor Escalante, sino más bien el día anónimo del Inti Raymi en que el pueblo incaico festejaba, en el apogeo solar, al Padre de los Incas y entonaba los hayllis que pregonaban a la vez el triunfo sobre los enemigos y el milagro fecundador de los sembríos y de las cosechas.



* Publicado en La Prensa, Lima, 31 de agosto de 1945, p. 5

El Reportero de la Historia, 12:20 p. m. | Enlace permanente |

16 julio 2007

Antología de Raúl Porras (XXII)

Pando y Vidaurre *


El Perú designó, por indicación de Bolívar, para que lo representaran en el Congreso de Panamá, a don Manuel Lorenzo de Vidaurre y a don José María de Pando. Posteriormente en mayo de 1826, Pando fue llamado a ocupar la cartera de Relaciones Exteriores, y se nombró en su lugar a don Manuel Pérez de Tudela.

Vidaurre tenía, al inaugurarse el Congreso de Panamá, cincuenta y tres años. Pero es la figura más briosa, inquieta y contradictoria de la asamblea. Vidaurre había sido Oidor de la Real Audiencia del Cuzco, en la época de la dominación española. Pero desde entonces, a pesar de la solemne parsimonia de su cargo manifestó su impetuosidad de carácter y su espíritu de disidencia. Desde el Cuzco, enviaba al rey memoriales aconsejándole los caminos que debía seguir "para no desesperar a los pueblos". Poco antes, había escrito un informe que si no hubiera contado con la autorización ministerial hubiera pasado por un libelo: su Plan de Perú redactado en Cádiz en 1810, en el que solicitaba que "al despotismo suceda la justicia, y a la tiranía la equidad, al abandono el esmero" en el gobierno de las colonias.

Hombre cultísimo, con una vasta erudición jurídica e histórica, que atestiguan las profusas citas de sus discursos, vacila siempre en los meandros de la acción. Intelectual puro, su actitud más característica es la contradicción. Su exaltación de ánimo lo lleva siempre a los extremos: se entusiasma con los argumentos que desechó el día anterior. Dialéctico implacable, se dio el gusto de rebatirse a sí mismo a los setenta años, condenando sus opiniones librepensadoras emitidas en su juventud, en un libro compungido y católico, que tituló Vidaurre contra Vidaurre. En la primera época de la revolución su cerebro se debate entre postulados opuestos y dogmáticos:: su lealtad al rey y sus deberes de americano. Se inclina a unos y otros con imprudencias que pueden comprometerlo, y halla por fin la síntesis salvadora en una posición reformista, por la que se despeña su entusiasmo ideológico. El constitucionalismo de 1812 es su fórmula, a un propio tiempo legal y revolucionaria. Como tal es uno de los grandes panegiristas de la constitución gaditana.

La vida, sin embargo, le sorprende en una desadaptación constante. El Virrey desconfía de sus entusiasmos constitucionales y consigue su traslado fuera del Perú. La revolución de Pumacahua, de 1814, en el Cuzco, le ofrece en homenaje espontáneo de admiración a su independencia de espíritu, la presidencia de la junta revolucionaria. Pero Vidaurre rechaza el honor porque se halla a igual distancia del servilismo que de la revolución.

Al cabo de servir algunos puestos judiciales en las secciones de América, Vidaurre rompe necesariamente con el despotismo y como ama instintivamente el contraste, se va a vivir a los Estados Unidos en plena democracia libre. En Filadelfia estudia las leyes del país y se nutre en el ejemplo vivo de las costumbres. Desde Filadelfia dedica a Bolívar su Plan de Perú escrito en 1810 y publicado en 1923.

Bolívar, sugestionado a la distancia, por la entereza y brillantez del pensamiento de Vidaurre, le escribía frases a tono, con el estilo hinchado y sentencioso del antiguo oidor colonial. "El Perú necesita de algunos Vidaurres, pero no habiendo más que uno, éste debe apresurarse a volar al socorro de la tierra nativa que clama e implora por sus primeros hijos, por esos hijos de predilección". Pero la amistad entre Vidaurre y el héroe sufre las bruscas alternativas y contrastes propios del carácter de aquél. Al entusiasmo apologético de Vidaurre por Bolívar corresponde éste con honores; lo nombra para instalar la Corte de Justicia de Trujillo, Presidente de la primera Corte Suprema de la República y delegado del Perú al Congreso de Panamá. Vidaurre acrece el tono de sus panegíricos plagados más que nunca de comparaciones clásicas . En las sesiones del Congreso de Panamá, en el que quería, a todo trance, fundar un Anfíctionado griego, para convertir en realidad la metáfora de Bolívar, de transformar el Istmo de Panamá en el de Corinto, se acrecientan su sensibilidad y su fantasía, cada día más exaltada en una especie de delirio democrático griego-romano. Bolívar reprime al iluso anciano con algunos rasgos de irónica espiritualidad, aconsejándole en sus cartas dirigidas a Panamá, que no se deje arrebatar por el fuego de su imaginación, que reprima su "genio eléctrico" y eche fuera de sí ese "calor de zona tórrida que lo abrasa". Pero la demencia democrática de Vidaurre es inapaciguable y las sospechas adquiridas en Panamá, de que Bolívar intenta coronarse lo alejan de aquél. Eterno Clodoveo, quema a cada instante los ídolos que ha adorado y adora los ídolos derribados. Con Luna Pizarro encabeza la reacción nacionalista, contra aquel a quien llamó "Simón el Peruano". En el Consejo de Gobierno del 26, es nombrado Ministro de Relaciones. Desde el poder piensa en reglamentar su república platoniana. Presenta proyectos de constitución a las cámaras y esbozos de leyes cívicas. En la sala de sesiones del Congreso ordena colocar una efigie de Bruto, con este mote "La voz de la patria sofoca la de la naturaleza". Y en el sitial de la presidencia este otro lema: "La América no admite ni tiranos ni opresores". En la tribuna del Congreso pronuncia arengas y discursos llenos de fuego republicano. Cree ingenuamente en el poder de la elocuencia y quiere forjar instituciones con discursos. Pronto su ilusión ciceroniana se espanta viendo surgir en derredor siniestras sombras de Catilinas. Inhábil para la política, perdido en nubes teóricas, le vencen políticos menos puros e idealistas. Vidaurre es encarcelado como cómplice de una conspiración que no conocía y desterrado a los Estados Unidos.

Incansable estudioso, Vidaurre viaja, inquiere, anota, escribe, no desmaya en su labor intelectual. A los setenta años trabaja ocho horas diarias, sin descanso, formula proyectos de constitución, publica infatigablemente discursos, disertaciones, libros. El solo redacta los proyectos de Código Penal y Civil, llenos de audaces y originales prescripciones y de instituciones sui géneris, algunas de ellas cómicamente ingenuas, pero otras, en cambio, inspiradas en una formidable intuición de nuestra realidad.

Los últimos años de su vida, los dedicó Vidaurre al misticismo ya que su juventud había sido herética. Su libro Vidaurre contra Vidaurre es, como en todos los casos de conversiones, más que la voz de un hombre, un eco de ultratumba.

José María Pando era de carácter y de inteligencia muy diversos de los de Vidaurre. Pando era frío y razonador como Vidaurre exaltado y fantástico. Pando era lógico y claro; Vidaurre, paradojal y confuso. Este era un soñador romántico, un Juan Jacobo perdido en utopías inasequibles; el primero, aunque más joven, era un espíritu escéptico y práctico, sagaz cateador de la realidad política, a la que aspiraba a domar, no con teorías y discursos como Vidaurre, sino con la férrea mano de los grandes constructores de pueblos y, no por la aplicación de las fórmulas vagas y líricas del Contrato Social, sino más bien por el método seguro y sinuoso trazado en el Libro del Príncipe. Ambos, Vidaurre y Pando, eran juristas, provistos de seria y cultivada cultura, y como tales expertos dialécticos. Pero en Vidaurre, la erudición era desbordante e inopinada, e irrumpía en sus escritos y palabras, con impertinencia enfática, en tanto que en Pando, el saber era como manantial escondido que fluía silenciosamente debajo de sus obras, para asomar brevemente a la superficie, siempre disciplinado entre cauces de buen gusto. Literariamente, el uno era un grafómano con arranques geniales y semi-apocalípticos; el otro, un tratadista elegante y suspicaz. En política ambos vivieron desadaptados y sufrieron la repulsa de un medio inferior a la cultura de ambos. La república de entonces, entregada al culto de la barbarie y de la fuerza, rechazó igualmente el radicalismo democrático doctrinario del uno y el rígido autoritarismo aristocrático del otro. En lo que respecta al Congreso de Panamá, Vidaurre llevaba planes desorbitados, y se proponía luchar dramáticamente por su aceptación. Pando, mediante un proyecto, mucho menos amplio, pero realizable: la unión federal del Perú, Colombia y Bolivia, bajo la presidencia de Bolívar y consideraba el congreso general "como el sueño de un hombre honrado", juicio que expresó en su correspondencia oficial y en cartas particulares a Bolívar.

Pando era limeño, pero se había educado en España, en el Seminario de nobles de Madrid. En el servicio de España desempeñó desde muy joven cargos diplomáticos y llegó a ser en 1823, ministro de Estado de Fernando VII. Como tal, dirigió una notable circular a las cancillerías europeas denunciando las maquinaciones francesas contra el sistema constitucional español y protestando contra el derecho de intervención. Invadida España por los franceses, se decidió a regresar al Perú. En Lima a pesar de su actitud españolista, hasta en los días de Ayacucho, Bolívar lo llama a colaborar como Ministro de Hacienda. Pando es desde entonces uno de los satélites más destacados en el esplendor del astro bolivariano. Dirige a Bolívar su célebre oda titulada Epístola a Próspero y colabora con el héroe en las tareas civiles. Bolívar elogia su cultura y su talento, la importancia de su colaboración en los días en que escribe su constitución vitalicia. El caudillo militar llegado a la cúspide del poder y el ex-ministro de Fernando VII, coinciden en el desencanto de las soberanías populares. Bolívar escribe por aquel entonces, refiriéndose a la Constitución que proyectaba para Bolivia: "ella no hay duda que es nueva en el orden social, pero tiene por base la experiencia de quince años de revolución".

Pando pone al servicio del libertador de pueblos su experiencia despótica, y en Lima se susurra que fue él quien redacto el exordio de la Constitución Vitalicia, en la que por lo menos colaboró con su experimentado consejo y con su pluma. Bolívar, agradecido y entusiasmado por los talentos de Pando, escribe en esos días a Sucre: "El señor Pando es el sujeto más ilustrado que he conocido en todo el Perú: hombre de un firmeza inalterable y buen político".

En prueba de absoluta identidad de pensamiento en lo que respecta a ideas constitucionales, entre Pando y Bolívar, aquel fue encargado, al retirarse el Libertador del Perú, de imponer a los pueblos la Constitución vitalicia, lo que no puede negarse que realizó con lealtad, convicción y fervor. La revolución demagógica y nacionalista que derrocó la dictadura colombiana, era lógico que arrastrara a Pando, el que, caído, hubo de someterse al gobierno y a las formas liberales, exigidas por el partido triunfante. Con Gamarra se yergue de nuevo el despótico consejero, para dictar lecciones de autoritarismo en el Gabinete Ministerial y en el editorial periodístico. En la tribuna del Mercurio Peruano reanuda sus recriminaciones contra el desorden, la incultura y la anarquía. Es al propio tiempo que caudillo de doctrinas, mentor de un esclarecido grupo intelectual. Su casa es el centro de un cenáculo en el que predomina el gusto clasicista y se tiene por modelos poéticos a Moratín y a Meléndez Valdez. Una segunda reacción liberal arroja a Pando del poder y del Perú. Vuelto a España - "el criollo tres veces tránsfuga" como lo llama Juan de Arona - intentó rehabilitar en ella sus servicios y figurar nuevamente en la burocracia española, pero sufrió rechazos y humillaciones por su actuación en América, Pando dejó al morir, a los cincuenta y cuatro años, en 1840, algunas obras reveladoras de su extensa cultura. Sus Pensamientos y apuntes sobre moral y política son una interesante exposición de principios y reflexiones, en los que las ideas del decepcionado hombre de estado se revisten de vigor por el prestigio de una prosa límpida, elegante y castiza. Sus borradores sobre derecho internacional, ciencia que conoció a profundidad y puso a diestra contribución en su vida pública, fueron publicados en libros después de su muerte, sin que recibieran la revisión y el ordenamiento del autor. Son por eso simples apuntes y observaciones y a veces transcripciones literales de otros tratadistas que Pando se proponía probablemente comentar. Pero a pesar de tal inconclusión es obra de frecuente consulta, citada por internacionalistas y diplomáticos.


* De: El Congreso de Panamá de 1826. Lima, 1930

El Reportero de la Historia, 12:58 p. m. | Enlace permanente |