Cátedra Raúl Porras Barrenechea

Blog-Homenaje a la memoria de Raúl Porras Barrenechea,
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

15 abril 2007

Raúl Porras Barrenechea
(In Memoriam) *

Por Manuel Ballesteros Gabrois
Universidad Complutense de Madrid

Ya recordamos en su momento, en Lima, el transcurso de un siglo desde que naciera ese gigante de la Historiografía peruana llamado RAUL PORRAS BARRENECHEA, con el que me unió entrañable e inalterable amistad, foijada en nuestra recíproca simpatía y en el mutuo afecto de nuestras aficiones comunes. Por ello, cuando va a cuajar el recuerdo en letra impresa, sería inesperado que ¡ni firma no figurara entre los que lo recordamos con nostalgia. Con nostalgia, naturalmente, no, de poderlo tener entre nosotros, pero si nostalgia de que su vida fuera —dentro de lo humano— relativamente breve, y que quizá sus puestos diplomáticos nos robaron obras suyas fecundas. Aunque él supo compatibilizar sus obligaciones político-internacionales con la continuidad de sus investigaciones, como lo demuestran los logros en Montilla, donde se «empapó» por así decirlo, del recuerdo del gran Inca Garcilaso.

Quiero recordar para que figuren estos datos en su biografía, que estaba en Europa cuando se desarrollaba la cruenta Guerra Civil española. Fue entonces cuando los Ballesteros (D. Antonio, mi padre, historiador de América, y yo, ya peruanísta, que en 1935 había publicado un estudio sobre la Colección Larréa, con ocasión del Congreso Internacional de Americanistas que allí se celebraba) hicimos amistad con Porras.

Es notorio, y quiero recalcarlo, que visitó entonces España, pero lo que se llamó «zona nacional», en la que quedaba ubicado el Archivo de Indias, en Sevilla. No recuerdo cómo se las ingenió, pero el hecho es que contactó con nosotros, y yo tuve la fortuna de hallarme con licencia — de mi servicio de guerra— en Burgos. Fue acompañado por mi padre —Antonio Ballesteros Beretta— y por mi en la visita a Burgos, Covanubias, Arlanza etc, empapándose de Edad Media, por así decirlo. Comenzaba una amistad que se consolidaría cuando visitó posteriormente España, y cuando fue embajador del Perú en ella. Quizá su Garcilaso en Montilla no se hubiera llevado a cabo sin su tenaz búsqueda en la ciudad donde por años residió el Inca. Se mostraba ya como lo que cuajaría en sus lecciones sanniarquinas, enfrentándose con la doble vertiente de las informaciones de las crónicas y de la riqueza, poco explorada hasta entonces con verdadero provecho, de los documentos dejados por la fecunda producción de escritos, actas, informaciones, testamentos etc, guardados en los archivos. Cuajaba una amistad con el que esto escribe, y se consolidaba con la de D. Antonio.

Con mi padre ya habla trabado conocimiento Porras antes de la Guerra Civil española, planeando unos actos y celebraciones que este trágico acontecimiento nacional de España interrumpiría, pero no cortaría. En la llamada «zona nacional » o —por los republicanos— «facciosa», fuera de los frentes, que cada Vez se alejaban más hacia el Mediterráneo y el norte aragonés y catalán, se intentaba reconstruir, en lo cultural, la anterior normalidad. Así en Sevilla los académicos de la Historia, la mayoría residentes o «pasados» a esta zona, se reunieron en Sevilla para celebrar el segundo centenario de la fundación de la Real Academia de la Historia por el rey Felipe Y de Borbón, el 17 de junio de 173$. Allí estaba Porras, llevando bajo su brazo el volumen 1 de su serie sobre «los cronistas del Perú», para ofrecérselo a mi padre, con la siguiente -hoy para mí emocionante dedicatoria:

«A D. Antonio Ballesteros,
cronista mayor de Indias en el siglo xx; respetuosamente
Raúl Porras
Sevilla, 1938»


En la pagina 3 de esta publicación (Las Relaciones Primitivas de la Conquista del Perú, correspondiente a, sus Cuadernos de Historia del Perú, n° 2. Les Presse Modernes, Palais Royal, Paris, 1937), se dice que la crónica conocida «por la crónica del ‘anónimo sevillano de 1534’ creo descubrir como autor de ella, al capitán Cristóbal de Mena. Este trabajo fue presentado por mí —como delegado del Perú— al XXVI Congreso Internacional de Americanistas reunido en Sevilla en octubre de 1935». Fue en esta coyuntura cuando se produjo el primer contacto entre los Ballesteros y Raúl Porras. Y por ello, como he dicho, a los tres años (el trabajo de Porras era de 1937) traía su ejemplar para. D. Antonio, a la misma Sevilla,.

En este rosario de recuerdos en torno a Porras, mencionemos que en abril de 1939 ya había concluido la Guerra Civil, y que los Ministerios creados en la «zona nacional» en diversas ciudades españolas iban reinstalándose nuevamente en Madrid. Yo me trasladé a esta capital, de donde había salido sin poder predecir el futuro, el día 16 de julio de 1936, casi la víspera del comienzo de todo lo conocido. Porras estaba de nuevo también en Madrid. Nos vimos y hablamos del encargo que había recibido de la editorial Biblioteca Nueva (de mi buen amigo Ruiz Castillo), de redactar una biografía de Francisco Pizarro para su colección titulada «La España Imperial». Como si se tratara de una cita, Porras abrió su cartera y me entregó su edición del Testamento de Pizarm. Texto inédito. Prólogo y Notas, aparecida, también en París, en 1936 y que me había prometido. Fui, sin duda, el primero que pudo utilizar este valioso trabajo, para poder presentar bajo la luz nueva, aportada por Porras, el carácter entrañable de la general sociedad del futuro Marqués con Almagro, pues redactaba una ultima voluntad llena de amistad, sin rencores, mientras la más brillante prenda de la Conquista - Cuzco- le era disputada por sus socio, amigo y camarada. El triste final, protagonizado por las duras medidas de Hernando Pizarro, forma un contraste emocionante con el manuscrito publicado por el incansable y afortunado investigador Raúl Porras. Si pensamos que cuando apareció este trabajo (que supone una madurez extraordinaria en su autor), Porras era joven, pues tenía solamente TREINTA Y OCHO años. Yo también lo era, pues sólo me aventajaba en DOCE años, y quizá en esta proximidad de edades radicó nuestra fuerte y duradera amistad. La dedicatoria —en libro que también conservo como una joya— dice:

«Para Manuel Ballesteros, cordialmente.
Raúl Porras
Madrid, 1939»


Recordaré algunos acontecimientos más, especialmente su ciclópea misión científica en busca de los años ignorados del Inca Garcilaso, y de la organización de un Congreso Internacional de Peruanistas, en que ambos cumplimos un papel importante para la ciencia americanista, relativa a las diversas etapas del proceso histórico del antiguo Perú, hasta los tiempos de su Independencia y algo más. Antes de entrar en ello, quiero poner de manifiesto que mi afán de conservar cualquier papel impreso o escrito, quiero comunicar a los lectores que he guardado hasta hoy todas las copias «mimeografiadas» (palabra antipática, pero comprensible a todos) de las comunicaciones de dicho Congreso, una copia de las cuales he remitido al Instituto que se honra con su nombre.

Los grandes viajes científicos e informativos del siglo XIX habían mostrado la grandeza de la última civilización histórica indígena: la incaica. Pero quedaban las imágenes, especialmente de Seguier, de restos que dejaban intuir etapas anteriores. Esta hubiera sido razón suficiente para que se considerara a la tierra peruana y sus limítrofes, englobadas en un tiempo en el mundo incaico y luego en el virreinato— como una zona con características comunes en cada uno de los periodos de su trascurso histórico. Porras pensó, con clarividencia, que la palabra Perú (y a ello dedicó en 1973 El nombre del Perú, un luminoso ensayo) significaba, por la duración de dos siglos virreinales, un símbolo de todo el continente meridional del Nuevo Mundo, y que un Congreso Internacional de Pernanistas, en Lima, significaría la posibilidad de aunar y reunir a investigadores de los diversos estratos cronológicos del devenir histórico desde los tiempos remotos hasta los más cercanos. Y así fue: asistieron desde Norteamérica, Junius Birde, por ejeiñplo, hasta de Argentina, como el historiador español Sánchez Albornoz. A mí me cupo presidir la legación española que había sido cuidadosamente seleccionada, y que estaba integrada por el P. Constantino Bayle, José de la Tone y del Cerra, José Pérez de Barradas, Guillermo Diaz Plaja y Guillermo Céspedes del Castillo. Hermnann Trimbom y Paul Rivet fueron figuras señeras del Congreso.

Yo tuve la oportunidad de revelar mi hallazgo del original perdido de la Historia del Perú de Fray Martín de Murúa, localizada por mí en Inglaterra, y que competía, en cierto modo, en ilustraciones a varios colores con la Nueva Crónica de Humán Poma.

Lástima que el innegable éxito de este Congreso y la pasmosa asistencia de sabio importante, como Baudín, no haya tenido repeticiones en posteriores reuniones, habiendose desaprovechado el Congreso Internacional de Americanistas de 1970, celebrado en Lima, para denominarlo también II de Peruanistas, avalado por el hecho de la gran abundancia, mayoritaria, de temas peruanos, presentados por congresistas de todo el mundo y la presencia de importantes Peruanistas como la Sra. Cerulil, exploradora de las ruinas pre-incaicas de la costa del Pacífico.

Aquella ocasión —de 1951— en Lima, fue la oportunidad de la reanudación de la amistad que habíamos vinculado entre Porras y yo en tiempo pre-guerra y de la Guerra Civil española. Su posterior misión diplomática, como Embajador del Perú en España, y sus portentosas investigaciones en Montilla, que produjeron un libro magistral (El Inca Garcilaso en Montilla, 1561-1614. Lima 1955) anudaron más fuertemente nuestra ya fraternal amistad. El mismo año en que editaba este libro, me lo enviaba desde Lima, con la siguiente dedicatoria:

Para Manuel Ballesteros, con mi cordial recuerdo.
Raúl Porras
Lima, 1955»


Hoy, el «descubridor» de Garcilaso en Montilla, Raúl Porras, figura entre los hijos adoptivos de esta localidad andaluza, indudablemente obtenida por el gran servicio aportado por él a la gloria histórica de Montilla.

Esta deshilvanadas líneas, con también deshilvanados recuerdos de mis relaciones con el gran historiador moderno de las cosas del Perú, es un homenaje póstumo en el centenario de su venida al mundo.


* Revista Complutense de Historia de América 1998, N° 24: p. 262-265.

El Reportero de la Historia, 8:00 a. m. | Enlace permanente |

14 abril 2007

Raúl Porras Barrenechea,
en el centenario de su nacimiento *

Por Lorenzo E. López y Sebastián
Universidad Complutense de Madrid

Puede decirse que Raúl Porras Barrenechea ha sido uno de los historiadores peruanos más representativos del siglo XX, uniendo a su vasta formación la inquietud del maestro, la originalidad del investigador, la actividad que contagió a sus discípulos y la profundidad de su obra que ha trascendido su tiempo y sigue vigente, modélica y es de referencia obligada para quien quiera acercarse a los variados aspectos de la realidad peruana.

Nació Porras en Pisco, Departamento de lea, el 23 de marzo de 1897 siendo hijo de Guillermo Porras —a quien perdió trágicamente el 22 de marzo de 1900— y de Juana Barrenechea. En 1902 forma parte del alumnado del Colegio de la Recoleta en Lima, donde recibirá su formación básica y donde comenzó su prematura actividad literaria en el «Boletín Escolar Recoletano». Estudiante en la Universidad Mayor de San Marcos, en las Facultades de Letras y Derecho, alterna el trabajo con el estudio hasta licenciarse en Derecho en 1922 y doctorarse en Letras en 1928.

Ejerció la docencia desde 1923 en el Colegio Anglo-Peruano, Colegio Alemán, Colegio Antonio Raimondi y Colegio de la Recoleta y desde 1928 fue Catedrático de la Universidad Mayor de San Marcos, Director de su Colegio Universitario en 1931 y Profesor de la Universidad Católica desde 1933. Enseñó, entre otras materias, Literatura castellana, Historia del Perú en la época colonial, Historia Diplomática del Perú, Literatura americana y del Perú e Historia del Perú. En 1950 es Director del Instituto de Historia de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Instituto que más tarde llevará su nombre.

Investigador incansable, trató gran variedad de temas abriendo nuevas vías de investigación, destacando sus estudios biográficos, publicación de fuentes, ediciones críticas y monografías que en su conjunto reflejan la talla historiográfica, el rigor y la visión global que informa cada uno de sus trabajos. Pero no se limitó a la investigación en sí misma, sino que procuró órganos de expresión para los resultados, propios y ajenos, fundando revistas, dirigiendo instituciones, haciéndose presente en eventos nacionales e internacionales y, en no pocas ocasiones, organizando, presidiendo y participando en congresos, que como el Primer Congreso Internacional de Peruanistas abrirían un fecundo canal para el intercambio y difusión de resultados entre los especialistas de todo el mundo.

Programas académicos, libros de texto, manuales y una amplia labor de divulgación son instrumentos que, a menudo, le sirvieron para difundir de forma más liviana, sin la erudición propia de la producción documentada, más apropiada para llegar al gran público sin restar rigor a los resultados y consolidando su prestigio y autoridad.

También fue una importante faceta de su vida la dedicada a la Administración peruana, especialmente en lo relativo a límites fronterizos, desempeñando diversos cargos y comisiones, siempre adscrito al Ministerio de Relaciones Exteriores, del que llegó a ser Ministro en 1958 tras desarrollar una notable labor diplomática en distintas conferencias internacionales, como Consejero de la Legación del Perú en Madrid, (1934-36), Ministro Plenipotenciario y Delegado Permanente en la Liga de Naciones en 1936-1941 y Embajador del Perú en España de 1948 a 1950.

Tampoco fue ajeno a la vida política peruana, aunque sin militancia política, siendo elegido Senador de la República en 1956 y Presidente del Senado del Perú al año siguiente.

Tras un viaje oficial a Francia, Italia y Alemania y la participación en Costa Rica en la VII Reunión de Cancilleres en 1960, fallecía el 27 de septiembre de ese año, en plena madurez, en su domicilio del distrito limeño de Miraflores, dejando una indeleble huella en la historiografía peruana, una fructífera escuela de historiadores y un ejemplo de dedicación a su país.

A causa de su deceso y en reconocimiento a su labor y personalidad científica, aparecieron numerosas publicaciones dedicadas a él y su obra, entre las que destacamos la aportada por Félix Álvarez Brun en Mercurio Peruano (1961, pp. 285-328) o las bibliografías que ofrecen Guillermo Lohniann Villena (4961) con 175 obras reseñadas y Miguel Maticorena (1961) con 229 referencias —comprendidas entre 1916 y 1961— sin contar las reediciones aparecidas en vida del maestro.

No hemos pretendido otra cosa, con la esquemática semblanza de Raúl Porras Barrenechea que precede estas líneas, que rememorar la figura que a los cien años de su nacimiento recibió el 25 de abril de 1997 el merecido homenaje que tuvo lugar en la Casa de América en Madrid, organizado por el Departamento de Historia de América 1 de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense, el Colegio Mayor Hispanoamericano Nuestra Señora de Guadalupe y la Asamblea Amistosa Literaria, con la colaboración de la Embajada del Perú en España y la Casa de América, instituciones representadas en la mesa de honor dispuesta para los actos.

Abrió la sesión el Director de Tribuna Americana, Ramón Gandarias, quien presentó los actos e intervenciones a desarrollar cediendo la palabra al Embajador del Perú, Femando Vega Santa Gadea, quien justificó el merecimiento del homenaje recordando su conocimiento personal de Raúl Porras y la influencia que tuvo en su formación.

Seguidamente tomó la palabra el moderador, Manuel Ballesteros Gaibrois, maestro de muchos de los presentes y decano e impulsor de los estudios peruanistas en España, quien brevemente glosó su comunidad de intereses científicos con Porras, su afinidad historiográfica y su relación personal y de amistad, que el tiempo ha hecho extensiva a muchos de los discípulos de aquél, definiendo certeramente los rasgos que han permanecido en su recuerdo; para presentar a los peruanistas participantes e iniciar el turno de intervenciones que, en calidad de moderador, abrió a continuación.

La primera exposición, «Recuerdos de un antiguo alumno de Raúl Porras Barrenechea», estuvo a cargo de Carlos Cevallos Bohorques, quien rememoró Para el auditorio los recuerdos personales, las anécdotas, los nombres y los lugares que llenos de originalidad y cariñoso recuerdo al maestro nos hicieron ver al hombre liberal, tolerante, constructivo en la crítica, abierto al pensamiento universal y entregado a sus discípulos y alumnos.

Del completo retrato de su personalidad destacamos su afabilidad en el trato y su habilidad para optimizar recursos —con frecuencia escasos a excepción de los humanos—, estimular y abrir horizontes. De la inquietud científica basta señalar su preocupación por el mundo natural, los conocimientos científicos y las aportaciones a la historia de la ciencia, que hicieron que un biólogo celular -como es el expositor, quien desarrolla su labor científica en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense— conserve el apego a la Historia y recuerde las peculiaridades de su relación con Porras.

Desde la experiencia vivida nos situó en la actividad docente del hombre que influye en los historiadores peruanistas, tanto directamente como a través de su
amplia escuela, en la que destacan nombres como el de Guillermo Lohmann Villena en la primera generación y Miguel Maticorena, Jorge Puccinelli o Hugo Neira en las sucesivas.

Carmen Ruigómez Gómez en «La temática de la obra histórica de Raúl Porras Barrenechea», comenzó destacando la figura de Porras, que en sus inicios se ocupó de temas literarios, como los trabajos sobre Ricardo Palma o temas cervantinos, sin olvidar los aspectos diplomáticos o docentes. Se concentra en la labor investigadora de carácter histórico que presenta en orden cronológico por temas, mencionando los prehispánicos de carácter literario, mitos y leyendas, quipus y lengua quechua.

Sin embargo, destaca la producción de temática virreinal, desde Recuerdo de la Colonia. La casa de la Perricholi (1920) a la biografía de Pizarro, cuyos primeros frutos de 1932 culminaron con Don Francisco Pizarro, el fundador (1941) y multitud de monografías referidas al conquistador, aunque no llegó a terminar la gran obra que se había propuesto. Otro de los apartados será el de las crónicas, a las que Porras daba especial valor, pues describen y narran pero también explican y justifican lo descrito, ofreciendo resultados de las formas y métodos de la historia europea coetánea; otorga a Porras el gran mérito del estudio coordinado de los cronistas, la rigurosa anotación en las ediciones y las preferencias, como en el caso del Inca Garcilaso de la Vega; así como sus Cedularios y Cartas que ofrecen un magnífico repertorio de fuentes jurídicas, ediciones que alternó con numerosos artículos y monografías como los relativos a Francisco de Vitoria o Polo de Ondegardo.

El Perú republicano se encuentra tratado en múltiples aspectos: intervención nglesa, ideología independentista, constitucionalismo, panamericanismo y gran número de estudios biográficos de personajes significativos en la historia peruana como: Bolívar, Riva Aguero, Castilla, Pardo, Grau o Leguía, entre otros.

Con valor tanto histórico como literario se destacan das antologías, una dedicada a Lima y otra al Cuzco.

Termina con la mención historiográfica, que centra en Mito, tradición e historia del Perú (1951), con carácter de síntesis cultural que es, según Carmen Ruigómez, la forma que Porras considera básica en el proceso histórico peruano y la única que permite su adecuada comprensión.

Concepción Bravo Guerreira, comenzó su intervención agradeciendo a las instituciones participantes y, en especial, a la Embajada del Perú en España la confianza puesta en el Departamento de Historia de América 1, del que es Directora, para la organización del merecido homenaje a la persona de Raúl Porras Barrenechea, cuya obra es de referencia obligada para los numerosos profesores que lo forman, gran parte de los cuales muestra en sus investigaciones especial interés por la Historia y la Cultura del Perú.

En «Porras Barrenechea y las Crónicas del Perú», Concepción Bravo, tras citar la amplía bibliografía existente sobre la obra de Porras y a partir de la cual se ha formado su imagen del gran historiador, hace patente la deuda que cualquier peruanista tiene con respecto a Porras como mentor de investigadores, como pionero en muchos aspectos de la historia peruana y como escudriñador en fondos documentales que le llevaron a descubrir o facilitar el hallazgo de fuentes básicas.

Destaca dos temas o aspectos de la notable obra de Porras: el interés por la figura de Pizarro y el relativo a edición y estudio de crónicas. Con respecto al primero señala el esfuerzo por neutralizar la deformada visión que la historiografía tradicional ofrece sobre el conquistador, tal vez a causa de la comparación que se hace con la de Hernán Cortés, tratando de reponer su importancia real en la historia del Perú y de la España del siglo XVI. Partiendo de este interés por Pizarro y su época llega al de las crónicas y documentos de la conquista y posteriormente de la vida en el virreinato peruano, interés que estará marcado por un hispanismo que le llevó a coacciones de textos, puntualización y aporte de nuevos datos y clasificación de los cronistas en relación con el virrey Francisco de Toledo y el interés por el mundo indígena para entender la realidad y el hombre andinos.

Resumiendo los resultados de este esfuerzo podemos decir que reivindicó el valor de los cronistas, debidamente criticados y fijados los textos de las crónicas, dándoles un valor semejante al del documento administrativo, impuso una seria revisión de las crónicas y se preocupó por recuperar algunas ignoradas o mal conocidas, de lo que es prueba su erudito trabajo Crónicas perdidas, presuntas y olvidadas (1950) que constituye todo un estímulo para investigar en esa dirección.

Laura González Pujana en «Los viajeros extranjeros en la obra de Raúl Porras Barrenechea» nos indica las dificultades bibliográficas que encontró Porras para escribir sus trabajos sobre viajeros, las diferencias relativas a la condición personal del viajero, nacionalidad, edad, formación o la naturaleza del viaje, científico o descriptivo en general, siendo igualmente decisiva la época en que se efectuó el viaje y la duración del mismo.

Se centra en las dos obras que, relativas a franceses e italianos, más precisamente hacen referencia al tema en la producción de Porras. De los italianos se remonta a Toscanelli, Colón, Caboto y Vespucio, sin olvidarse de las «Décadas» de Pedro Mártir de Anglería que abrieron de una u otra forma la presencia italiana en América, que seguirá con la ascendencia o educación de grandes personajes para la historiografía colonial, como Polo de Ondegardo, o el conde de Chinchón en el siglo XVI; en el XVII, el conde de Salvatierra y el de Lemos o el duque de la Palata, sin olvidar los casos anecdóticos como el de César Pasani, modenés que declaró al Santo Oficio haber tenido en La Paz 300 mujeres.

En el siglo XVIII con el cambio dinástico en España se abre la vía italiana, aún más, afectando a grandes personajes como el virrey Amat y hay claros reflejos de peruanismo en la literatura italiana y europea en general, a pesar de que descenderá el número de viajeros italianos al virreinato, tomando el relevo los franceses, entre los que se destaca La Condamine, así como Jorge Juan y Antonio de Ulloa; o Alejandro Malaspina, italiano al servicio de España.

Durante el siglo XIX señala dos viajeros más que singulares, Garibaldi, que llegó a Lima en 1851 viviendo una vida aventurera y llena de polémicas, y Antonio Raimondi, que se afincará en el Perú donde vivió treinta años, de los que más de la mitad empleó en recorrer, conocer y describir en su gran obra «El Perú» sus observaciones, y a quien demuestra Porras admiración y respeto llegando a calificarle de segundo descubridor del Perú.

Lorenzo E. López y Sebastián en «Historia y territorio en el Perú: Aportación a su conocimiento en la obra de Raúl Porras», presenta a un Porras sensible a la nacionalidad y al territorio, ocupándose del problema que le lleva a sintetizar en un texto escolar el ámbito peruano a lo largo del tiempo: del río Ancasmayo al Maule en el Tahuantinsuyu; de Panamá al Cabo de Hornos en el virreinato, y durante la república en el arduo proceso de guerras, negociaciones y arbitrajes que llega al siglo XX y que, con matizaciones, fija las fronteras con Ecuador en el Protocolo de Rio de Janeiro de 1942; con Colombia por el tratado Salomón- Lozano (1922); con Brasil por el tratado Velarde-Rio Branco (1909); con Bolivia por el tratado Polo-Bustamante (1909-11), en cuyas negociaciones tuvo relevante papel José Antonio Barrenechea, su abuelo materno; y con Chile por el tratado de Lima (1929) también llamado Rada-Figueroa, en cuyo antecedente tuvo destacada intervención su tío Melitón Porras, primero como Embajador en Chile y luego como Canciller del Perú.

Como vemos, no le faltaron precedentes familiares en la intervención para fijar fronteras, y ya se ha referido ala docencia para la que fue escrito un texto; también lo hizo desde el funcionariado, como bibliotecario y como jefe del Archivo de Límites, como asesor en la cuestión de Tacna y Anca (1925-26) y consejero para la cuestión de Leticia (1933), así como organizador de la exposición amazónica (1942). Desde la investigación baste señalar: Alegato en la cuestión de Tacna y Anca (1925), Historia de los límites del Perú (1926 y 1930), Arbitraje de Tacna y Anca (1926) o El litigio peruano-ecuatoriano ante los principios jurídicos americanos (1942).

Cerró el turno de exposiciones Ascensión Martínez Riaza con «Raúl Porras Barrenechea y el Periodismo», refiriéndose a la relación de Porras con las publicaciones periódicas, de carácter científico, profesional o general, pero no exclusivamente al periodismo.

Destacó la importancia que Porras daba a la prensa como fuente para la historia, incluyendo periódicos en su obra Fuentes Históricas Peruanas (1954), además de referirse a la Historia del Periodismo en el Perú (¡921), en cuyo registro fue un precursor.

Partiendo de las bibliografías de Miguel Maticorena (1961) y la más reciente de Oswaldo Holguín (1986), hace notar el gran número de obras aparecidas en periódicos y revistas como la variedad de temas tratados en ellas.

De la dirección de revistas en su juventud —Ni más ni menos y Alma Latina— pasó a revistas científicas como Mercurio Peruano, Revista Histórica y Revista de la Universidad Católica del Perú o el Boletín de la Sociedad Geográfica de Lima, así como revistas de información general y prensa diaria.

De sus vinculaciones con España destaca la publicación de dos trabajos en el primer número de Revista de Indias, en Arbor y Cuadernos Hispanoamericanos, por sólo citar las principales y en prensa diaria como «ABC» de Madrid. En cuanto a temática, aborda los grandes temas que han significado su labor, crónicas y relatos de conquista, biografías y cuestiones concretas de períodos más recientes se alternan con su manifiesto interés por la conformación del territorio peruano.

Con las palabras del moderador y la reflexión, sobre lo expresado a lo largo del acto solemne, del Embajador del Perú se concluyó el homenaje que las instituciones señaladas promovieron en recuerdo del nacimiento de uno de los grandes historiadores peruanos de nuestro siglo.

BIBLIOGRAFÍA

BASADRE, Jorge (1967): Raúl Porras Barrenechea y la Historia. Lima.

LOHMANN VILLENA, Guillermo (1961): «Raúl Porras Barrenechea. (1897-1960)». Revista de Indias. n0 83, Pp. 131-144.

MATICORENA ESTRADA, Miguel (1961): «Selección Bibliográfica de Raúl Porras Barrenechea». Estudios Americanos. vol. XXII, n0 109-110, Pp. 141-163. (Número dedicado en homenaje a Raúl Porras Barrenechea).

MERCURIO (1961): Peruano. XLII. n0 406. (Número dedicado en homenaje a
Raúl Porras Barrenechea).


* Publicado en la Revista Complutense de Historia de América, N° 23. Servicio de Publicaciones, UCM. Madrid, 1997.

El Reportero de la Historia, 8:00 a. m. | Enlace permanente |