Cátedra Raúl Porras Barrenechea

Blog-Homenaje a la memoria de Raúl Porras Barrenechea,
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

14 noviembre 2007

Antología de Raúl Porras (XXXV)

Pasión y muerte de la Biblioteca Nacional de Lima (*)



En la noche del 9 al 10 de mayo, un voraz incendio destruyó por completo la Biblioteca Nacional de Lima. En pocas horas, las llamadas consumieron todo el valioso caudal cultural conservado en dicha Biblioteca. Reproducimos a continuación un artículo que publicó el Dr. Raúl Porras Barrenechea en el diario “La Prensa” pocos días después del siniestro. Si bien este artículo está escrito con la rapidez del periodista, el Dr. Porras, historiador sagaz y profundo conocedor de la Biblioteca Nacional, ha logrado trazar en él la historia de esta institución y dar una visión de su significado cultural y de su riqueza bibliográfica.

No es un episodio corriente en la historia de los pueblos civilizados la destrucción absurda y total de una Biblioteca. Los casos son raros y distanciados en siglos por excepcionales circunstancias de violencia y de lucha. Se recuerda generalmente la destrucción de la biblioteca de Alejandría por Omar en 640 y el incendio de la Universidad de Lovaina cuando la invasión de Bélgica en 1914. Cuando la guerra civil española reñía la batalla por la procesión de Madrid, todos los espíritus cultos de Europa tenían suspenso el ánimo por la posible destrucción de los tesoros artísticos y bibliográficos de la capital de España. Raymond Recouly, es un bello artículo periodístico publicado en París reclamaba piedad para los Grecos y los Tizianos, para los Goyas y Velásquez y una bandera blanca sobre los muros gloriosos del Museo del Prado. Justo es decir, en homenaje a la cultura de España, de ambos bandos, que ni un solo libro de las bibliotecas madrileñas, se perdió en el formidable trastorno de la guerra civil.

Sin guerra y sin bombardeos, en la ridícula emergencia de un domingo criollo y la complicidad penosa de un portero senil y de una deplorable organización burocrática, el Perú acaba de perder el más espléndido patrimonio cultural de la América del Sur. Todo el pasado histórico avaramente depositado por varias generaciones desde San Martín a Vigil y de Palma a González Prada, ha sido reducido a cenizas en unas cuantas horas funestas. No ha habido piedad, ni precaución alguna para resguardar las viejas gramáticas y vocabularios quechuas de Holguines y de Torres Rubios, lujo de los catálogos europeos más preciados, los cronicones de Calancha y de Córdova y Salinas, los Garcilasos y los Herreras, los poemas de Ojeda y de Peralta y ni siquiera los partes y proclamas de nuestra independencia y los manifiestos y periódicos de nuestros caudillos republicanos!

PRESTANCIA LIMEÑA

Nuestra Biblioteca era quizás junto con las de México y Río de Janeiro, de las más ilustres de América. Las biblioteca estadounidenses, más nutridas y valiosas, no tienen acaso, la rica solera histórica de la nuestra. La fundó San Martín, días después de firmar el acta de la independencia y la enriquecieron las bibliotecas conventuales y universitarias de la más culta sede hispánica de la América del Sur. En el fondo de nuestra biblioteca habían ido a definir su espíritu y a integrar nuestra personalidad intelectual, viejas tesis universitarias de la casa de San Marcos, en latín, poemas gongorinos, disertaciones jurídicas y canónicas, vidas de santos y milagrerías de conventos, relatos ingenuos y azorados de los misioneros, descripciones geográficas y libros candorosos de historia natural, décimas, letrillas pasquines, devocionarios, sonetos y acrósticos. Del fondo de esa Biblioteca, y de aquellas páginas oreadas de pólvora o de incienso, pletóricas siempre de emoción histórica, surgieron las Tradiciones Peruanas, el máximo exponente de nuestra nacionalidad.

Eran los libros de nuestra Biblioteca de aquellos que no se adquieren en los libreros de reventa ni en los puestos del Sena o los rastros madrileños. Había viejos incunables y elzevires, manuscritos de crónicas conventuales, itinerarios de viajeros curiosos, ediciones princeps del siglo XVI, bandos de virreyes y escritos con la rúbrica nerviosa de Bolívar, dictámenes de jurisconsultos coloniales –en Lima estuvieron Antonio de León Pinelo y Juan de Solórzano Pereyra el de la Política Indiana– ejemplares de biblias políglotas, cédulas reales, procesos de la Inquisición, listas de libros prohibidos, programas de exámenes públicos en San Carlos, relaciones de exequias reales y de fiestas de canonización, pompas y aclamaciones, gacetas de la independencia, el Mercurio Peruano con los Amantes del País y los elzevires limeños de 1584 a 1614, los libros editados por los primeros impresores Antonio Ricardo y Francisco del Canto.

Por esta prestancia nativa venían a la Biblioteca limeña, los curiosos de la cultura americana y el Salón América era lugar de cita para los bibliógrafos y profesores más ilustres del continente. José Toribio Medina el gran bibliógrafo chileno, pasó largos meses de estudio, en nuestra biblioteca, al lado de Palma y de Romero, estudiando los procesos de la Inquisición y las ediciones limeñas, que fueron de lujo de la cultura americana en los siglos XVI, XVII y XVIII. Allí estuvieron el venezolano Jacinto López, reivindicador de nuestra historia, el chileno Vicuña Mackenna, para escribir la historia de nuestra independencia, los colombianos Lozano y Lozano, los ecuatorianos Andrade, Zaldumbide y Jijón Caamaño, los argentinos Levillier y Noel, el hondureño Rafael Heliodoro Valle y tantos amigos de nuestra cultura. Y profesores de Norte América como Leavitt Means, Whitaker, Cleven, Hancke, Leonard Irving, Haring, han venido en los últimos tiempos a estudiar en esos anaqueles etapas de la época virreynal o los antecedentes intelectuales de la revolución hispano-americana.

COMO NACE UNA BIBLIOTECA

La Biblioteca Nacional fue creada por decreto de San Martín de 28 de agosto de 1821 y 8 de febrero de 1822, estableciéndola en el local del antiguo Colegio de Cacique del Príncipe. Se inauguró el 7 de setiembre de 1822, siendo su primer Director el clérigo arequipeño y brillante orador del Congreso Constituyente don Mariano José de Arce y Co-Director don Joaquín Paredes. El material bibliográfico se constituyó con las Bibliotecas de la Universidad y de las comunidades religiosas, principalmente la antigua biblioteca de los jesuitas y con libros obsequiados por el Cabildo y los particulares. San Martín obsequió 600 volúmenes y entre ellos un Tratado de Quiromancia, incunable de 1499, avalorado con una autógrafa suya. También obsequiaron libros el poeta Olmedo, el sabio y patriota Unánue, Monteagudo el polemista y el jurista Pérez de Tudela. La Biblioteca constó entonces de 11,256 volúmenes.

La Biblioteca siguió progresando bajo la dirección de Paredes, Dávila Condemarín, Herrera, Pastor y don Francisco Gonzáles Vigil, el apóstol laico de la constitucionalidad, a quien reemplazó el coronel don Manuel Odriózola, el modesto coleccionador de los Documentos Históricos y Literarios del Perú, quien ejerció la Dirección hasta la guerra con Chile. Hacia 1840 la Biblioteca se enriqueció con el legado de los libros de don Miguel Fuente Pacheco que le donó 7,777 volúmenes, que fueron colocados según Palma en una sala llamada de los cuatro sietes. En 1852 constaba de 29,000 volúmenes de los cuales 463 eran manuscritos. Fuentes anotaba en 1857, entre los 30,000 volúmenes de entonces, la Biblia Complutense del Cardenal Cisneros, la Políglota de Amberes, una edición de Platón de 1491, los Comentarios de Persio en edición de 1492 –el mismo año del Descubrimiento–, el Misal Muzárabe de Toledo de 1500 y otros incunables. Entre los manuscritos, las memorias de varios Virreyes, el registro autógrafo de las órdenes del Ejército Libertador de marzo de 1823 a setiembre de 1824, vocabularios de Conivos y Panos y otros documentos.

En 1879 se produjo la guerra con Chile. En marzo de 1881, relata don Ricardo Palma que era ya Sub-Director de la Biblioteca, el General chileno Lagos, posesionado de Lima, después de las batallas de San Juan y Miraflores, decidió la expoliación de la Biblioteca, que contaba entonces con 50,000 volúmenes, y más de 800 manuscritos. Parte de éstos fueron trasladados a Chile y el resto dilapidado por la soldadesca que convirtió la Biblioteca en cuartel. El Bibliotecario Odriózola protestó dignamente ante el Ministro de los Estados Unidos, Cristiancy, sin sospechar las sorpresas póstumas de la historia.

LA RECONSTRUCCION. EL BIBLIOTECARIO MENDIGO

Firmada la paz el gobierno de Iglesias requirió a Palma para que restaurase la Biblioteca. El diálogo entre Iglesias y Palma se ha hecho clásico. Iglesias dijo a Palma que el primer acto de San Martín después de proclamar la libertad, había sido crear la Biblioteca. El quería imitarlo, apenas redimido el Perú, restaurando inmediatamente el hogar intelectual destruido. No había fondos para comprar libros pero Iglesias dio a palma poderes discrecionales. El Ministro Lavalle, erudito y diplomático, dijo a Palma: “Utilice usted en beneficio de su país su prestigio literario en el extranjero y sus relaciones personales con los hombres eminentes de América y de España”. “¿Me propone usted, dijo Palma, que me convierta en Bibliotecario Mendigo?”. Justamente dijo el Ministro de Iglesias: “Pida usted limosna para beneficiar a su patria”. Y de este diálogo surgió de nuevo la Biblioteca Nacional.

No era la misma de San Martín y Vigil. Muchos libros, sin embargo, fueron recuperados, rescatados de manos de los pulperos que los usaban para envolver. En 1888 se adquirieron 8,315. Palma obtuvo donativos particulares valiosos, entre los que se destacaron la biblioteca de 2,000 volúmenes de don Juan José Moreyra y los donativos de José María Varela, José Ignacio Roca, Lavalle, etc. Los donativos españoles fueron los más generosos. Las instituciones de cultura de España enviaron 27 cajones de libros, según apunta Palma. Alfonso XII, Menéndez y Pelayo, Campoamor, Tamayo y Baus regalaron sendas obras. La Biblioteca de Rio de Janeiro envió un generoso obsequio. Escritores argentinos, colombianos, ecuatorianos y bolivianos respondieron también al llamado de Palma. De sus envíos surgió esa estupenda colección de libros de la época romántica americana que prestigiaba el Salón América, hoy consumido por las llamas. “Tengo el propósito – escribió Palma – de que nuestra Biblioteca revista carácter esencialmente americano”. Y sus gestiones tuvieron éxito porque el Presidente de Chile, Santa María, devolvió por gestión de Palma, doscientos manuscritos.

El 28 de julio de 1884, Iglesias, figura grave y abnegada como la de San Martín, presidió la reapertura de la Biblioteca y regaló 5 elzevires. La librería minúscula al principio – la sección peruana tenía 23,000 volúmenes, contando 270 tomos de Papeles Varios – fue creciendo. En 1888 el Salón Europa contaba con 15,832 volúmenes y el de América con 3,725. Los fondos de la Biblioteca se enriquecieron con las colecciones de Fernando Casós, del doctor Barinaga, Castro Zaldívar, el Arzobispo Orueta, don Francisco Javier Mariátegui, Mariano José Sanz, Guillermo García, Juan Martín Echenique, David Tood, José Pró, Pedro Gálvez y Francisco García Calderón. Hacia 1888 la Biblioteca adquirió la valiosísima Biblioteca del ilustre historiador y bibliógrafo don Mariano Felipe Paz Soldán, incansable coleccionador de papeles, cartas, libros, folletos, y periódicos relativos a la historia del Perú. La Colección Paz Soldán, de libros, folletos y periódicos, íntegramente destruida por el fuego –sólo han salvado las cartas– era uno de los más legítimos orgullos de nuestra Biblioteca. Otra adquisición valiosa fue la de la Colección Coronel Zegarra de Papeles Varios y Manuscritos, de la que han salvado los primeros.

En 1912, al entregar la Biblioteca de Lima a su sucesor don Ricardo Palma, después de 28 años de Bibliotecario, ésta constaba de 45,792 volúmenes, 1,323 periódicos y 449 manuscritos.

En 1943, la Biblioteca restaurada por Palma, contaba según cálculos oficiales con más de 150,000 volúmenes y 40,000 manuscritos, esta última cifra sujeta a rectificación. Sus fondos principales seguían siendo los viejos libros conventuales, las Colecciones de Papeles Varios de Paz Soldán y Coronel Zegarra, la Colección de periódicos de Paz Soldán incrementada incesantemente y las colecciones de manuscritos.

LOS INCUNABLES Y ELZEVIRES

La Biblioteca limeña contó desde su nacimiento con algunos incunables europeos y peruanos. Se considera incunable a todo libro impreso hasta 1500 o 1520, decía Prada en 1912, en su polémica con Palma. Los incunables de la primera época desaparecieron, pero en 1892 Palma contaba 36 incunables. El más antiguo era un Decretorum Codex impreso en Roma en 1 476. Había ocho incunables del siglo XV y 9 del siglo XVI y 69 Elzevires, libros editados en Flandes por esta ilustre familia de impresores entre los siglos XVI y XVII. Entre los ejemplares más famosos de la Biblioteca de Lima reconstruida por Palma, se contaba la Comedia Selvagia de Alonso de Villegas, del que hay sólo 2 o 3 ejemplares en el mundo; algunos Refraneros de 1555 y 1568, y un Cancionero General de 1540.

Entre las mayores curiosidades o cimelios -para usar un brasilerismo- de la Biblioteca Nacional de Lima, se hallaban los ejemplares de los dos o tres primeros libros editados en Lima o sea los incunables limeños y americanos del sur más ilustres. El primero de todos es la Doctrina Christiana editada por el Concilio Provincial de Lima en 1584, que es el primer libro limeño, peruano y sudamericano, impreso por Antonio Ricardo. Existía también el Tercero Cathecismo para Curas de Indios, impreso en Lima, por el mismo Ricardo y el Symbolo Catolico Indiano publicado por el padre Luís Jerónimo de Oré, en Lima en 1598. También se contaban, algunos sermones y tratados jurídicos impresos entre 1602 y 1605, por Antonio Ricardo y las obras primeras del impresor Francisco del Canto, entre ellas el Vocabulario Quechua de González Holguín, los escritos jurídicos de Carrasco del Saz y la Gramática Quichua de Huerta, impresa en 1616. ¿Qué suerte han corrido en el incendio estos libros, valiosísimos y tasados seguramente en miles de dólares? Es necesario aclararlo.

LOS MANUSCRITOS

La colecci6n de manuscritos de la Biblioteca se hallaba –salvo algunos ejemplares felices- depositada en una vitrina central del Salón América, que ha sido barrida por el fuego. Don Ricardo Palma hizo en 1890 un Catálogo detallado de estos manuscritos que después ha sido renovado por el Padre Rubén Vargas Ugarte. Entre los libros que han sufrido la más alta pena inquisitorial de la incuria democrática se hallan las obras del jesuita limeño Juan Pérez de Menacho, Comentarios Teológicos y Teología Moral que comentó en 1909 Felipe Barreda y Laos; Relaciones de varios Virreyes; Cedularios, procesos de la. Inquisición y listas de libros prohibidos; el expediente por la revolución Tupac Amaru; expedientes sobre repartimiento y encomiendas; relaciones geográficas, fundaciones de ciudades, genealogías de caciques, fundaciones de colegios y escuelas; documentos sobre la expulsión de los jesuitas; sobre la conquista de Maynas por Martín de la Riva Herrera; el libro de Santiago de Volador tan donosamente recordado por Palma en una tradición; y las poesías originales de Palma que éste regaló a la Biblioteca. Debe hallarse también, según supongo, el Diario de Mugaburu, si estaba allí, el manuscrito Flor de Academias con las veladas literarias del Virrey Castell dos Rius, los manuscritos del limeño encic1opedista José Eusebio de Llano Zapata, los Anales del Cuzco y otros invalorables documentos inéditos, principalmente sobre la mística y la sátira colonial. Recuerdo haber encontrado entre estos papeles en 1919 una cuarteta de Larriva contra Rico y Angulo, en la polémica de los primeros días de la patria.

LOS PAPELES VARIOS

Los bibliógrafos del siglo XIX en el Perú acostumbraron reunir encuadernados en un solo tomo diversos folletos de un mismo tamaño, a los que llamaban papeles varios. Estas colecciones de folletos coloniales y republicanos son del mayor interés histórico, Se hallan entre ellos ediciones curiosísimas y limitadas de gran valor bibliográfico por su rareza. La colección de papeles varios de la Biblioteca Nacional era riquísima y de inagotable fecundidad. Había en ellos algunos volúmenes interesantísimos de la vida colonial, pongo por caso aquellos que reunían folletos de tesis doctorales y de programas de San Carlos, de exámenes públicos y discusiones teológicas expresivas del estado de la enseñanza, otros que contenían listines de toros y programas de espectáculos y otros, bandos de virreyes, reglamentaciones y dictámenes jurídicos, elogios de virreyes beatificaciones de santos y. fiestas reales. La Colección Paz Soldán de Papeles Varios era especialmente significativa en folletos pequeños de la primera época republicana, periódicos liberales del período de San Martín y de Bolívar, ataques y defensas políticos, periodicuchos satíricos de corta vida, manifiestos y constituciones. De los más sabrosos entre éstos los de la época de Gamarra, Orbegoso y La Confederación, diminutos folletos como la Filípica Parda, las Meditaciones sobre la Jefa, el Anticucho los jugosos periódicos orbegosistas y salaverrinos, El Montonero, El Hijo del Montonero, La Madre del Montonero, El Tío del Montonero, El Coco de Santa Cruz, El Periodiquito y otros. Todas las polémicas y rivalidades caudillescas de nuestra época republicana -partes de batallas, discursos parlamentarios, proyectos económicos, empréstitos, ferrocarriles, la interminable polémica del guano- estaban diseminadas en esa curiosa folletería de acusaciones y defensas. No es posible escoger entre los múltiples volúmenes catalogados por Palma en 1890 y más también por un conjunto de estudiantes al que yo pertenecí en 1920, sin revelar inclinaciones y gustos personales. Entre las pérdidas más dolorosas de esta colección están para mí La Abeja Republicana de 1822, en que se publicó la Carta del Solitario de Sayán, escrita por Sánchez Carrión, el tomo que contenía la polémica sobre El Espejo de Mi Tierra entre Pardo y Segura, el tomo en que Don Ricardo había reunido los dramas de sus compañeros románticos y particularmente, el tomo que contenía posiblemente el único ejemplar existente en el mundo de El Diario de los Palanganas, la famosa sátira limeña contra el virrey Amat en que se denuncian sus amores con la Perricholi. Estas son, a mi juicio, pérdidas irreparables.

Lo es también el de la colección misma, llena de risueñas anotaciones críticas de don Ricardo sobre cosas y personajes de su época.

EDICIONES NOTABLES

No es posible resumir en un artículo periodístico todos los ejemplares y ediciones valiosas que comprendía el Salón América de la Biblioteca Nacional. Existían en primer lugar las crónicas antiguas de la conquista en ediciones primicias y las crónicas conventuales del siglo XVII, en ejemplares generalmente inhallables o valorados en precios inauditos en los catálogos europeos de Maggs Broggs o de Maisonneuve: ediciones de Zárate y de Garcilaso, las, Décadas de Herrera, los Cronistas Calancha y Torres en las ediciones originales; libros coloniales rarísimos como Los dos cuchillos del Obispo Villarroel tan a menudo citado por Palma en las Tradiciones, el libro El Marañón del padre Rodríguez, los libros de Peralta y de Valdez, la edición de la Cristiada de Ojeda de 1611; diversas ediciones antiguas del, Quijote reunidas celosamente por Palma y 9 ediciones del Evangelio en Triunfo de Olavide.

Otro, renglón importante de la Biblioteca' eran los viajeros, según aparece del Catalogo de Palma en 1890. Figura allí el rarísimo viaje del pirata Olivert du North al Perú, Publicado en Amsterdarm en 1602, el viaje de Court de la Blanchardiere en 1650, el famoso viaje: del gran embustero Pedro Ordóñez de Zevallos, edición rarísima que consulté en la Biblioteca de Río de Janeiro, los viajes, de Feuillée, Frezier, Boucher de la Richaderie, Juan y Ulloa y el supuesto pero interesante, relato del falso viajero Coreal. También los viajeros del siglo XIX, ,Humholdt, d’Orbigny, du Petit Thouars; Hall, Calcleugh, Poppig, Bates, Castelnau, Marcoy, Lafond, Lister Maw, Tschudi, Markhm y tantos otros hoy difíciles de adquirir. La desaparición de estas obras es tanto más sensible cuanto que se han quemado, también, las ricas colecciones de viajeros de la Sociedad Geográfica.

Importantísima también para la circulación cultural con los países hispanos americanos era la colección de escritores de estas nacionalidades reunida por Palma. Estaba allí el Estado Mayor del romanticismo americano y de los contemporáneos ilustres de Palma. Recorriendo. aquellos anaqueles, veía hace pocos0 días los nombres más destacados de la literatura del siglo XIX, los argentinos Mármol, Mitre, Sarmiento, López, Juan María Gutiérrez, García Merou, Guido Spano, en ediciones primicias; los bolivianos Ballivián y Gabriel René Moreno; los chilenos Amunátegui, Lastarria, Barros Arana, Vicuña Mackenna, José Toribio Medina, Bilbao, Sotomayor Valdés, Guillermo Matta y José Domingo Cortés, con sus antologías románticas; los colombianos Cuervo, Baralt, Carbo, Vergara, Restrepo, Samper; los ecuatorianos Montalvo, Rocafuerte, Carbo, Cevallos; los venezolanos, Bello, Calcaño, Aspurúa, los mexicanos Riva Palacio, Prieto, Altamirano, García Izcabalceta y Justo Sierra.

LOS PERIODICOS

En 1919 y 20, en la época del Conversatorio Universitario, recorrí por largos meses la sala de periódicos, principalmente los relativos a los primeros años de la república. Como resultado de esa lectura e investigación publique la única Historia del Periodismo Peruano, que se ha hecho, que apareció en la edición del Centenario de 1921 en el periódico “Mundial”.

Las pérdidas en materia de periódicos, me parece la más dolorosas e irremplazables de la Biblioteca. La Colección Paz Soldán tenía una magnífica colección de los periódicos en octavo, tamaño gaceta, de la época de la independencia. Entre ellos ejemplares únicos de periódicos de la libertad en campaña, editados en los vivacs de Bolívar en Huamachuco o Junín y hojas de impaciente realismo impresas dentro de los castillos del Callao, bajo la férula de Rodil. La compilación de los periódicos republicanos de 1827 a 1839, era interesantísima. Había allí una colección completa de los dos grandes diarios El Mercurio Peruano y el Telégrafo, conservador liberal, sin el que no será posible conocer la historia de esa época. En la Biblioteca de la Universidad hay felizmente una colección de estos periódicos, pero no lo haya de El Penitente, ni de El Limeño, ni de otros deslenguados miembros del periodismo de la época, hoy castigados con la pena del fuego. La colección de El Comercio, casi completa desde .1839 a la fecha era otra. irremplazable fuente histórica cuya falta extrañaran todo los investigadores de historia peruana. Dudo que haya colecciones de la Bolsa, el periódico de Segura y de los periódicos románticos en el que colaboró Palma, Zurriago, El Correo del Perú,.El Correo Peruano de los liberales Vigil, Lazo y Mariátegui y de las guerril1as de periódicos satíricos que formaban El Interprete y la Guardia Nacional de don Felipe Pardo, y el Murciélago de Manuel Atanasio Fuentes, La Campana de Palma, El Cascabel, La Neblina o La Tunda.. En este sector de hojas volanderas y agresivas, expresivas de algunos momentos políticos, es donde no podrá hallarse sustitutos. También será difícil obtener las colecciones completas de los grandes diarios de la época civilista y demócrata: El Nacional, El País, La Patria, La Prensa.

Otro sector lo forman las revistas. Es lamentable la desaparición de la colección de El Mercurio Peruano, pero no irreemplazable. En cambio parece serlo la de El Diario de Lima y la colección de La Gacela hecha con especial cuidado por el actual Director. La Revista de Lima, la Revista Peruana, y las .revistas i1ustradas pueden obtenerse sin gran dificultad.

BALANCE

El balance no puede ser más cruel para la cultura peruana. La historia del Perú y los estudios de investigación histórica han sufrido un tajo irremediable. Para estudiar historia peruana tendremos que ir a Estados Unidos, a la Argentina, a Chile, a España. Hemos dejado partir colecciones magníficas de libros como la de Pérez de Velazco, que el Estado no quiso comprar y que se halla en la Universidad de Yale. Sectores inmensos de nuestra historia se quedan en la penumbra por la desaparición de folletos únicos y de periódicos' indispensables.

La culpa no es sólo de hoy, sin embargo. En la única época en que no era posible construir una biblioteca era en la presente, por falta de materiales. En ella se ha comenzado la catalogación que se esperó tantos años. Desde 1908 don Ricardo Palma pedía un nuevo local para la Biblioteca. No le parecía digno celebrar el Centenario de 1921 sin rematar la obra de San Martín construyendo una Biblioteca. Los gobiernos de gran prosperidad económica no le prestaron atención dominados por simples intereses materiales. Refiriéndose a esos gobiernos beocios, decía don Ricardo Palma en 1908: que no se ocupaban de la Biblioteca, premunidos de “el desdén que los analfabetos tienen por los libros”. Y Alberto Ulloa subrayaba el hecho irónicamente desde La Prensa, tocando como siempre en la llaga. Decía, con verdad, con verdad aún válida en nuestros días: "La Biblioteca es una casa vacía, un instituto nominal, sostenido por simple pudor del presupuesto y no por hondas y vivientes necesidades del alma nacional”.

La destrucción es el epilogo lógico del largo calvario de la inteligencia en que hace muchos años vive el Perú. La Biblioteca carece de fondos para libros, para estanterías y para guardianes, mientras se gastan millones en sostener otras grandes empresas burocráticas. El odio a la capacidad de la inteligencia ha tratado de excluir de las funciones directivas a quienes no exhiben el titulo de la complacencia o de la lisonja. Se prefiere el empirismo y la rutina a la tecnicidad y al espíritu de renovación. La Biblioteca reclamaba hacia tiempo nuevas colaboraciones que continuarán honrosamente la obra llevada a acabo por Palma y sus sucesores. Nada se de hizo a tiempo y con espíritu libre de pequeñeces personales. El resultado está a la vista; una gran deshonra para la cultura peruana, la mutilación de nuestra historia y el remordimiento de entregar a las nuevas generaciones un bagaje espiritual inferior a aquel que nosotros recibimos de los grandes peruanos que hicieron y restauraron la Biblioteca Nacional.


(*) Publicado en: Boletín Bibliográfico de la Biblioteca de la Universidad Mayor de san Marcos. Vol. XIII, julio de 1943, Nº 1-2, pág. 1-9.

El Reportero de la Historia, 2:36 p. m.