Cátedra Raúl Porras Barrenechea

Blog-Homenaje a la memoria de Raúl Porras Barrenechea,
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

26 julio 2007

Antología de Raúl Porras (XXIV)

Sátira Política: Cámara Lenta
¡Abajo el Centralismo! *



Si en alguna cosa estamos de acuerdo todos los peruanos es en la necesidad de satisfacer la aspiración regionalista. Todos los programas de los partidos, exposiciones, manifiestos, reportajes a hombres públicos, convienen en la urgencia de terminar de una vez con el absorcionismo de la capital y del régimen centralista y de conceder a las diversas regiones del Perú el logro de sus anhelos. Pero en lo que no se llegan a uniformar todas las opiniones es, respecto a cuales son las verdaderas regiones del Perú y a saber a punto fijo qué es lo que ellas reclaman. Nuestro regionalismo es pues el regionalismo más problemático y difícil del mundo porque es un regionalismo sin regiones definidas, lo cual podía dar pábulo a los escépticos para pensar que no es regionalismo, porque sus reclamaciones tienen la temibilidad de todas las cosas secretas y misteriosa.

El regionalismo catalán es juego de niñas al lado del nuestro. En España todo el mundo sabe, más o menos, qué cosa es Cataluña o hasta donde alcanza geográficamente la influencia catalana. Entre nosotros no se ha llegado a un acuerdo sobre cuáles son nuestras regiones. Mientras unos piensan que el Perú está dividido por la naturaleza en costa, sierra y montaña, sin fijarse en los ferrocarriles de penetración ni en las relaciones establecidas por la producción y el consumo, otros sostienen que las tres regiones económicas y políticas del Perú, son: norte, centro y sur, acordándose de los Congresos regionales, del aguardiente de Pisco, de los sombreros de jipijapa y de la Confederación Perú-Boliviana. Otros, más radicales, protestan contra estas divisiones horizontalistas y aseguran que en nuestro país hay dos Perúes completamente distintos: el Perú costeño y el Perú serrano, el Perú de la mazamorra y el Perú del charqui, y que, el primero, ha hecho charqui del segundo, el que espera a su vez, la ocasión de convertirlo, en represalia, en una verdadera mazamorra. Por último, otras gentes, deseosas de confundir más el asunto opinan porque lo que existe verdaderamente en el Perú son dos regionalismos ideológicos: el de los hombres de mentalidad nueva y el de los de mentalidad atrasada, los que se reparten indistintamente en costa, sierra, montaña, norte, centro o sur del Perú.

Esto se complica, aún más, por la intervención de los economistas. Estos quieren que la región corresponda a las definiciones exigentes que se han hecho de esta palabra. Y en el Perú no tenemos casi ninguna división territorial que se acomode exactamente a ella. Los españoles tuvieron la poca previsión y falta de olfato científico de crear circunscripciones políticas idénticas en idioma y costumbres y que comprendieran, al mismo tiempo costa y sierra, o sierra y montaña, o que separaran centros inmediatos de producción y consumo, reventando así, injustamente, todos nuestros futuros proyectos de regionalismo. Si nos sujetáramos, pues, meticulosamente, a las definiciones científicas, resultaría que no tendríamos regionalismo.

El error proviene, en gran parte, del universitarismo de los profesores que han estudiado el problema. Si en vez de andarse por las ramas, buscando divisiones geológicas o atmosféricas del territorio, en un país que no le da la gana siquiera de tener un clima definido, sino que coquetea con todos los climas del Universo, si en vez de hacer esto, hubieran recurrido a una demarcación culinaria del Perú la definición de las regiones estaría resuelta. Nadie podría discutir la infalibilidad de las siguientes denominaciones: la región de las natillas, la región del mamey, la del arroz con pato, la de las butifarras, la de la ocopa de camarones, la de la sopa de tortugas, la de las papas a la huancaína o la del claro en botellas y el claro de luna asociados, la de las tejas y los pallares y tantas otras, El único conflicto posible en esta demarcación sería a la hora de los alfajores, cuya denominación podrían disputarse entre los moqueguanos y los vecinos de Trujillo y Huaura, demostrando, al final de cuentas, que no hay métodos completos en este mundo, y que las gentes no comprenden a la perfección su papel sociológico de diferenciarse estrictamente los unos de los otros.

Con criterio científico correríamos, pues, el riesgo de quedarnos sin regionalismo, ya que sería imposible encontrar una región en el Perú en que todos los habitantes, tuvieran un solo color, una sola lengua, unas solas tradiciones y una sola manera de comer. Y, en cambio, podían resultar sorpresas desagradables como, por ejemplo, que Malambo era más región que Ica o Lambayeque.

La desaparición del regionalismo, por estas excesivas exigencias, nos haría un daño enorme ya que el regionalismo y la descentralización traerían como consecuencia una mayor vinculación del Perú. Esto último no lo decimos por paradoja, sino por repetir uno de los postulados del Partido Agrario Nacionalista, que "El Perú" viene comentando, editorialmente, hace algunos días y con el que estamos absolutamente de acuerdo. Y lo decimos también por convicción. En el fondo y por más que nos dividamos política, geográfica, administrativa o culinariamente, siempre seremos el mismo producto bicolor, pendenciero, intolerante y resentido ya sea que cojamos para expresar nuestro disgustos quena, guitarra o bandurria, no dejaremos nunca de ser la misma raza triste y jaranera que somos. El lema de nuestro escudo nacional se encarga de decirlo, aunque de distinta manera: "Firme y feliz por la unión". En la futura Constituyente habrá que corregirlo agregando; "Y por la descentralización vinculadora".

La parte más grave del problema es, a pesar de todos los bemoles anteriores, la cuestión referente a la capital. El regionalismo exige a este respecto una explicación. Lima no tiene la condiciones científicas de una capital. No es el centro de todas las vías de comunicación del país, que todavía no se han establecido, ni un lugar de excesiva concentración urbana (comparada con Nueva York), ni tampoco un gran centro industrial. Su capitalidad dependió del capricho de Pizarro con perjuicios del Cuzco, de Cajamarca y de Jauja. Lima es una ciudad extranjera, española, contraria al Perú indígena y autóctono. ¿Por qué va a ser Lima el centro del poder, del placer y de la moda, cuando podían serlo Yunguyo o Coropuna? Lima representa la dominación de la costa mestiza y española contra la sierra indígena. Los peruanos de Lima no son peruanos sino limeños. Y, además, tiene la capital una tendencia absorcionista incontenible por la que se apropia de todos los recursos y productos de los departamentos y provincias del Perú, hasta dejarlos exhaustos.

Lo del dominio de la costa sobre la sierra no es posible negarlo. Pero lo que sí debe aclararse, es que se trata de una represalia histórica. Cuando se establezca aceptablemente la cronología incaica, se podrá comparar el tiempo anterior que la costa estuvo sometida a la sierra, con el actual. Y como la cronología incaica no se anda corta en eso de los milenios, se verá que la costa tiene derecho a dominar a la sierra por más de ocho años todavía.

La absorción de Lima, en cambio, es imposible negarla. Lima es a tal punto absorbente que en Lima la mínima parte son los limeños y la gran mayoría son los provincianos de otras regiones del Perú. Lima, en buena cuenta no es Lima, sino la capital del Perú. No hay mayordomo que no sea coronguino, heladero que no sea de Pallasca o Coracora, guardia civil que no proceda del Callejón de Huaylas o de cualquier otro callejón. Los universitarios son en su gran mayoría provincianos y provincianos los reclutas y los diputados. Pero sucede de raro que, en vez de que partan de Lima órdenes políticas y los cambios de Gobierno, éstos han surgido siempre de las provincias. Díganlo Las revoluciones de Arequipa del Deán Valdivia y las que debe estar escribiendo el actual Deán de esa catedral. Los arequipeños han sido en toda nuestra historia republicana, por obra de esas revoluciones, casi los exclusivos consejeros de todos nuestros gobernantes. Arequipeño y ministro llegaron casi a ser sinónimos. Los Paz Soldán, los Ureta, García Calderón, Gómez Sánchez, Pacheco, fueron ilustre legión. Si se hiciera una estadística por departamentos de los presidentes que han gobernado el Perú, los limeños se quedarían en ridículo. El tarapaqueño Castilla, el cuzqueño Gamarra, el arequipeño Piérola, el ayacuchano Cáceres o el cajamarquino Iglesias gobernaron mucho más efectivamente que los transitorios Vivancos o Pezets. En el último régimen, para no ir más lejos, había un lambayecano, un arequipeño, un huancavelicano y un jaujino que le daban quinta y raya al resto del Perú. Lo que sucede, por desgracia, es que, a pesar de las profundas diferencias regionales que existen de todas maneras en el Perú, los provincianos se aclimatan rápidamente en Lima y desde aquí dominan naturalmente a su comprovincianos. El país resulta así dividido verdaderamente en dos grandes clases de regionalistas: los regionalistas que se han venido a Lima y los que se han quedado en su región. ¿Esto es una absorción de las provincias por Lima o de la capital por las provincias?

La influencia de las provincias sobre la capital en esta progresiva descentralización, se manifiesta no únicamente en los hombres y en los productos económicos, sino en algo tan nimio como el nombre de las calles. Todas nuestras vías públicas han renunciado a sus antiguos nombres limeños para adoptar los más o menos inconvenientes de las provincias. Ya no podemos llamar calle del Serrano, pitorreándonos de los andinos, a la antigua calle de ese nombre, sino que tenemos que llamarla sería y descoloridamente Camaná, aunque ambas cosas significan lo mismo. Y así a la calle de Mariquitas tenemos que llamarla Moquegua, sin alusión a las corridas históricas de los moqueguanos frente a los tacneños; a la de Siete Pecados, Amazonas, sin ofender la pureza de este departamento; a la de Espíritu Santo, Callao, cuando los chalacos son la gente menos beatífica del país; a Gallos, Arequipa; a la de Borricos, Cajamarca, sin razón alguna colectiva que lo justifique; a la de Barbones, Conchucos, sin alusión revolucionaria; a la de Siete Jeringas y sus prolongaciones, Ayacucho y a la de Gallinazos, Puno, con inexplicable contradicción por aquello de que el gallinazo no canta en puna.

Para impedir, pues, que las provincias absorban a Lima o que Lima absorba a las provincias - extremos ambos igualmente inaceptables -, es indispensable no que todos los provincianos se regresen a su región a trabajar por la descentralización administrativa que preconizan uniformemente todos los partidos al día, sino que, dándole a cada uno lo que les corresponde, se dicten estatutos personales que permitan a todos ellos vivir en Lima - sin aclimatarse mucho al centralismo ambiente - siguiendo sus propias costumbre, métodos educativos y hábitos sanitarios. Así cumpliremos dentro de un programa, unionista y regionalista al mismo tiempo, el consejo de Emerson, según el que los hombres verdaderamente grandes son aquellos que saben vivir en medio de un mundo ajeno, con dulce y perfecta calma, la independencia de su soledad.



* Publicado en El Perú, 19 de enero de 1931

El Reportero de la Historia, 12:12 p. m.