Cátedra Raúl Porras Barrenechea

Blog-Homenaje a la memoria de Raúl Porras Barrenechea,
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

15 agosto 2007

Antología de Raúl Porras (XXIX)

Los quechuistas coloniales (*)



EL LENGUAJE COMO FUENTE HISTÓRICA

El lenguaje y el mito son las primeras cristalizaciones del alma primitiva de un pueblo. Max Müller desarrolló la teoría de que el lenguaje y el mito eran como dos hermanos gemelos. En la mente primitiva es casi imposible separarlos porque son brotes de una misma raíz. El lenguaje es esencialmente metafórico. El hombre no acierta, ante el misterio del mundo, a descubrir las cosas directamente y recurre entonces al símil o a la metáfora. El lenguaje refleja, pues, las primeras impresiones del hombre y las diferencias de signos y sonidos no son, según Humboldt, sino diferencias de "perspectivas cósmicas o de visiones del mundo". Además, cada lengua construye su estructura y sus leyes fonéticas según su genio. Cada lenguaje, según Cassirer, escoge su sistema propio de fonemas y de sonidos distintivos, buscando y seleccionando los sonidos físicos que le atraen, pero no al azar sino siguiendo una pauta fonética, de rasgos coherentes y característicos. En el idioma está, pues, latente el genio del pueblo creador y, a través de su evolución, las huellas inmemoriales de su experiencia. "Las lenguas - dice Max Müller - son los más antiguos monumentos que de los tiempos históricos nos han llegado".

Aunque el estudio del lenguaje, en sus primeras manifestaciones, pertenece en gran parte a la Antropología, es también fuente histórica apreciable, no obstante que no han podido formularse reglas válidas sobre su evolución histórica. El análisis de las formas o modos de expresión vocal con carácter simplemente descriptivo, puede, sin embargo, proporcionar informes sobre la historia evolutiva, porque hay formas de lenguaje más rudimentarias y primitivas que otras y porque la extensión de su vocabulario, la presencia o ausencia de términos abstractos y la estructura de la lengua se corresponden, en cierta forma, con el adelanto social. El vocabulario de un grupo humano es como un inventario de sus adelantos y adquisiciones culturales. La falta de un palabra, dice Ihering, equivale a la falta de la cosa, como la existencia de la palabra prueba la cosa. El lenguaje de los pueblos americanos comprueba la identidad de su evolución cultural: se ha dicho que todos ellos ofrecen caracteres de lenguas aglutinantes, sin alcanzar las formas de flexión consideradas como superiores. Por esto adquiere tanta importancia el estudio de los primeros vocabularios de los pueblos indígenas de América y ésta se acrecienta cuando éstos fueron recogidos e impresos en la época más inmediata a la conquista, antes de que se realizaran las inevitables simbiosis y fenómenos de transculturación. El vocabulario, dice Vendryes, viene a ser un puente tendido entre la lingüística y la arqueología.

El estudio de los vocabularios puede servir no sólo para seguir la evolución fonética del lenguaje, sino para rastrear el origen del pueblo que habla una lengua, su estado social, sus principales nociones y elementos de cultura, el origen y significado de sus mitos, las relaciones con los pueblos vecinos y las áreas geográficas de distribución cultural.

Los primitivos vocabularios sobre lenguas indígenas del Perú han sido poco estudiados en nuestro país por la falta de difusión de los antiguos y rarísimos ejemplares bibliográficos que los contienen y desaparecieron de nuestras bibliotecas republicanas. El examen minucioso de ellos puede llevarnos a aclarar muchos problemas históricos y etnológicos. A base de inducciones lingüísticas han brotado las principales hipótesis sobre la aparición y desenvolvimiento de los pueblos anteriores a los Incas. Del estudio geográfico de la difusión de las dos grandes familias lingüísticas - el quechua y el aymara - derivaron Riva Agüero y Uhle sus teorías quechuista y aymarista del imperio megalítico pre-incaico comprobado por la arqueología. De las mismas fuentes lingüísticas arrancan las interpretaciones cardinales de Rivet sobre el origen de los americanos, así como las de Latcham, Jijón Caamaño y Valcárcel sobre los primeros pobladores del Cuzco y las audaces interpretaciones de Tello sobre el origen arawaco o forestal de la cultura peruana, coordinadas con la arqueología.

EL RUNA-SIMI

El primer carácter que se observa en relación con el lenguaje peruano primitivo es su gran variedad y diversificación dentro de una tendencia unificadora. Se notaban, de pueblo a pueblo, o más bien de valle a valle, saltantes diferencias lingüísticas, pero fáciles de ser superadas por un parentesco etimológico y la analogía y la estructura gramatical. El padre Acosta dice de las lenguas que se hablaban en el Perú del siglo XVI, que pasaban de 700. Humboldt estimaba en algunas centenas las lenguas habladas en América, y Rivero y Tschudi en una cifra entre 280 a 340. No hay duda que muchas lenguas primitivas indígenas se han perdido, pero la mayor parte de las consideradas como lenguas por los cronistas eran tan sólo simples dialectos. Las Relaciones Geográficas recogidas en 1577 atestiguan esta diversidad de lenguas al mismo tiempo que la tendencia a la unificación. En Jauja cada repartimiento, de los tres que tenían ese valle, hablaba lengua diferente. Los Rucanas Antamarcas tenían, además de la lengua general del Inca, una lengua propia antiquísima y otras los Apocaraes y los Homapachas.

Es indudable que a estas diversas lenguas, que acaso fueron restos de una misma lengua común, se sobrepuso el runa-simi o "lengua general del hombre" que los Incas impusieron en todas las regiones conquistadas, desde Quito hasta Chile y Tucumán.

Los filólogos modernos discuten cuál fue la lengua predominante antes de los Incas y esto ha dado lugar a cruda polémica entre quechuistas y aymaristas. Los primeros lingüistas aceptaron de plano la absoluta preponderancia del quechua. Max Uhle fue uno de los campeones del aymarismo histórico y lingüístico. Sostuvo que los collas, de habla aymara, fueron los constructores de Tiahuanaco y que en el tiempo preincaico, se hablaba aymara en todo el Perú. En esa época el quechua era un dialecto insignificante. Posteriormente, a pesar de la conquista incaica, que lo suprimió y persiguió sistemáticamente, el aymara siguió hablándose en todo el sur del Perú, hasta Lima. Von Buchwald sostuvo también que el quechua fue un dialecto subordinado del aymara. Tschudi y Riva Agüero han defendido el quechuismo pre-incaico. Riva Agüero aclaró que el aymara no comprendió nunca todo el Perú sino una zona occidental bien definida desde Arequipa hasta Copiapó. Fue una lengua de rama tiahuanaquense arcaica pero secundaria y periférica. El ídolo de la portada de Tiahuanaco fue una deidad quechua y la difusión del estilo tiahuanaquense coincide topográficamente con el de lengua quechua. Los aymaras fueron no los constructores, sino los destructores de Tiahuanaco. En cuanto a la estructura de ambas lenguas no halla Riva Agüero diferencia fundamental entre ellas. Son lenguas fraternas y no hay razón para afirmar que el aymara sea más arcaico. Markham y Tschudi confirmaron este parentesco. Middendorf asentó, más tarde, que el quechua y el aymara eran más desemejantes desde el punto de vista lingûístico. Las palabras comunes del vocabulario apenas alcanzan al 20 por ciento y se pueden explicar por préstamos mutuos entre ambos pueblos. Pero, en cambio, la fonética de las dos lenguas es muy semejante, y la gramática presenta grandes analogías.

La lengua quechua fue, según algunos, originaria de Andahuaylas, y según otros, era la lengua que se hablaba en Paccaritambo. En las crónicas primitivas y hasta en Garcilaso, se le llama "lengua general", o Runa-simi, pero los frailes lingüistas le dieron el nombre de lengua quechua, voz que significa zona templada. Esta lengua dúctil y suave fue impuesta a todos los pueblos conquistados por Pachacútec y por Túpac Inca Yupanqui. Fue la lengua oficial del Imperio y como tal se sobrepuso en las denominaciones topográficas y geográficas.

El Runa-simi debía aprenderse en todas las provincias conquistadas y anexadas. Funcionarios o maestros especializados en esta lengua eran destacados en los pueblos sometidos para enseñarla y divulgarla. En los puestos principales se prefería a los que hablaban el Runa-simi. Así que el quechua o lengua del Cuzco, se transformó en "la lengua general".

La unificación lingüística alcanzada se perdió al faltar la rígida disciplina incaica. El padre Blas Valera refiere que terminado el Incario los pueblos de la costa norte, los de Cajamarca y Quito y los del Collao, volvieron a sus antiguas lenguas.

La unificación no fue, sin embargo, completa. El quechua o Runa-simi coexistió en muchas partes con los dialectos provinciales. Blas Valera dice: "cada provincia tiene su lengua particular diferente de la de otras". Las Relaciones Geográficas establecen claramente que los indios, después de la conquista, hablaban el Runa-simi, pero conservaban su dialectos propios a los que llamaban "Huahuasimi", o ahuasimi que quiere decir lengua fuera de la general que es la del Inca. Los Incas comprendían dentro de la denominación de "ahuasimi" todos los dialectos del Imperio menos el quechua. Hablar en ahuasimi valía tanto como expresarse en lengua local no oficial. Para algunos significaba lengua primitiva o arcaica.

El mapa lingüístico del Perú al llegar los españoles en el siglo XVI, ha sido trazado por Riva Agüero en su Civilización Peruana. Epoca pre-hispánica (Lima, l937). Pedro Benvenuto Murrieta lo fija en su libro El Lenguaje Peruano (Lima, 1936). El Runa-simi se hablaba en casi todo el Tahuantinsuyo, en las hoyas interandinas del Urubamba, del Apurímac, del Mantaro, del Marañón y del Huallaga, pudiéndose notar variaciones dialectales y alteraciones fonéticas como las que dieron nombre al Huanca y al Chinchaysuyo. Sin embargo se podía entender fácilmente el lenguaje de las diversas provincias "por que todas las lenguas son allegadas al quechua" (Valera). Además del Runa-simi o del Chinchaysimi se hablaba el Aymara, desde Huamanga hasta cerca de Tucumán, abarcando en algunos sectores hasta Canta o Yauyos; el Muchic o Yunga en la costa, desde Guayaquil hasta Lima con sus dialectos el Sec y el Quingnam; el Puquina hablado en el litoral de Atacama y en las riberas del Titicaca; la lengua Cholona, hablada en la hoya del Huallaga y las diversas lenguas amazónicas con sus varios troncos lingüísticos, el arahuaco y el caribe.

El quechua o Runa-simi es como todas las lenguas americanas aglutinante o polisintético.

Sus principales características son: la falta de sustantivos para expresar lo colectivo, la ausencia de prefijos y abundancia de sufijos, la falta de artículo y género gramatical y la falencia de términos abstractos. El alfabeto quechua carece de 6 letras del alfabeto latino y castellano que son: b, d, f, g, j, x, pero tiene, en cambio, otros sonidos que no pueden representarse sino por la combinación de dos o tres letras del alfabeto latino.

GRAMATICAS Y VOCABULARIOS

La aprehensión de las lenguas indígenas por el conquistador fue lenta y difícil. En las primeras crónicas sólo se recogen muy pocas palabras, generalmente correspondientes a personajes o lugares, groseramente deformadas. Las primeras palabras comunes incorporadas son las de Inga, yunga y mamacona. Los españoles están delante del tambo o de la pucara, están viendo la mascapaicha y el llautu en la frente del Inca, ven pasar a los Chasquis y tienen entre sus manos los quipus, pero no aciertan con los nombres de estas cosas y trastruecan arbitrariamente los nombres propios de personas y los geográficos. En la dificultad inicial de sorprender la fonética indígena los conquistadores recurren, como señal de su extrañeza, al símil árabe o a la adaptación del ya asimilado léxico antillano. El cronista de la primera relación de los viajes de Pizarro dice que los pobladores de la costa incaica tenían "un habla como arábigo" y el Secretario de Pizarro Jeréz llama mezquitas a las huacas incaicas. No pudiendo captar todavía los nombres de las cosas y los usos domésticos, trasplantan a la crónica y a la vida real las palabras antillanas o de las islas de Barlovento y llaman maíz a la planta nutricia del Imperio que los Incas llamaran zara, chicha a la bebida de los dioses y señores del Cuzco que éstos denominaban acca, caciques a los curacas y areyto a los taquis o cantos coreográficos incaicos. Los nombres propios de los Incas y de los pueblos son groseramente trastornados: Atahualpa se convierte en Atabaliba o Atabalipa, Huayna Cápac en Huayna Caba, Tomebamba en Tomepomba o Vilcaconga en Vilcaninca.

Algunos soldados aprenden el quechua de boca de los intérpretes indios Felipillo y Martinillo, como Hernando de Aldana, acaso el primer quechuista, de quien se dice que intervino como intérprete entre Valverde y Atahualpa en el diálogo de Cajamarca. Entre otros conquistadores aprendices del quechua, se menciona, además de Aldana, a Gómez de Caravantes, Francisco de Villacastín, Francisco de Orellana, descubridor del Amazonas, y al futuro cronista Juan de Betanzos que escribiría en 1552 la Suma y Narración de los Incas. Pero en 1550 es todavía muy corto el caudal de palabras incorporado a las crónicas de Cieza o de Zárate.

El descubridor del quechua es sin duda el fraile dominico Domingo de Santo Tomás quien inicia los estudios de lingüística en el Perú y fue además maestro de antigüedades indígenas de Cieza. Era sevillano y vino a Lima en el primer equipo de frailes dominicos que trajo fray Vicente de Valverde en 1538. Vivió algún tiempo en la costa del Perú, donde fundó las casas de Chincha, de Chicama y Trujillo y se familiarizó con las costumbres de los naturales. En 1545 era Prior del Convento Dominico de Lima y cuando Cieza llegó al Perú, en 1548, era ya maestro en "cosas de indios". Había estudiado el quechua, comenzando probablemente por el yunga y predicaba ya a los indios en su lengua. Descubrió la declinación de los nombres y la conjugación de los verbos, poniendo los cimientos de los estudios de quechua. Establecida la Universidad de San Marcos fue el primero que se graduó en ella de doctor y el primer catedrático de Prima de Teología. Fue a España en 1557 y regresó como Obispo de Charcas en 1561. Asistió al segundo Concilio de Lima de 1567 y murió en Chuquisaca, en 1570. Su retrato se conserva en la galería de profesores de la Universidad de San Marcos.

La obra fundamental de Fray Domingo de Santo Tomás es la publicación que hizo en España de la primera Gramática y del primer Vocabulario quechuas. En 1560, efectivamente, Fray Domingo publica en Valladolid, en el pequeño formato in 8ª, su Gramática o Arte de la lengua general de los indios de los Reynos del Perú, en casa de Francisco Fernández, impresor. Ese mismo año daba a luz su Lexicón o Vocabulario de la lengua general del Perú llamada quichua, según reza la segunda parte de la obra. Ambos trabajos inician la labor científica del quechuismo. Acaso Fray Domingo no acierte en algunos problemas de pronunciación y formas de transcribir los sonidos y su vocabulario se aumente en sonidos y vocablos en trabajos posteriores pero le queda la gloria de iniciador. Su Gramática y su Vocabulario son los primeros documentos escritos sobre la lengua oficial de los Incas. Hay que recurrir a esos textos para identificar los más viejos conceptos de las cosas e instituciones indígenas. Otro título, y no despreciable, tiene la obra de Fray Domingo: ella continúa la labor de unificación lingüística de los Incas, fundiendo las diversidades provinciales en el crisol de la lengua general. "Hay en aquella tierra - dice fray Domingo - otras muchas lenguas particulares que cuasi en cada provincia hay la suya, pero esta es la general y entendida por toda la tierra y más usada de los señores y gente principal y de muy gran parte de los demás indios" . Corresponde también acaso al ilustre fraile dominico haber dado nombre moderno al Runa simi o lengua general del Inca o del Cuzco. Fray Domingo es el primero que usa la palabra quichua para designar la lengua incaica. Quichua decían todos los primeros lingüistas, la Doctrina Cristiana de 1584, González Holguín y Torres Rubio. Al parecer es Alonso de Huerta quien introduce la variante de la i por la e, al publicar su Arte de la lengua quechua general. Sancho de Melgar escribía qqechua, en 1691, los lingüistas peruanos del siglo XIX con Pacheco Zegarra a la cabeza, quechua, Mendiburu, con sentido tradicionalista quichua, en 1874, Tschudi, en 1884, khetshua y los modernos quechuistas, keswa.

El estudio de un idioma, de su estructura y contenido, tiene otra trascendencia humana. El investigador lingüístico se posesiona del alma del pueblo creador de una lengua y percibe todas sus calidades morales. Fray Domingo derivó del estudio del quechua su admiración por el pueblo incaico. Al descubrir la estructura lógica del idioma se convirtió en un defensor de la capacidad intelectual de los indios. Sostuvo que éstos eran aptos para la cultura y la religión. Predicó el buen trato y la igualdad social. Acusó a los explotadores de los naturales, se correspondió con Fray Bartolomé de las Casas y apoyó desde el Perú su tesis de la "despoblación de las Indias". Pidió a los gobernantes y al Rey que se estimulara el buen trato, se tasasen los tributos y aun se corrigiese el "mal ejemplo" de los españoles a los indios en lo moral.

Después de Fray Domingo, introducida la imprenta en Lima, en 1584, aparece algunos libros en quechua y aymara destinados a la evangelización de los indios. Son catecismos, confesionarios o reglas para los curas de indios, pequeños sermones y oraciones compuestas en castellano, en quechua y en aymara. Los Concilios Limeños de 1552, 1567 y 1583 estimularon la redacción de cartillas, coloquios, catecismos bilingües o trilingües. En el Concilio de 1552, según el cronista Meléndez, se habla ya de oraciones y reglas cristianas vertidas al quechua por los dominicos. El Concilio de 1567, presidido por Santo Toribio de Mogrovejo, ordenó publicar catecismos en quechua y aymará. La tarea inicial es ardua. En ella se ponen a trabajar los jesuitas en el Cuzco desde 1576. El primer libro impreso en Lima, simbólicamente para nuestra cultura mestiza, fue una Doctrina Cristiana, para Instrucción de Indios, traducida en las dos lenguas Generales de estos Reynos quichua y aymara. El primer libro bilingüe editado en el Perú fue obra colectiva. Se imprimió por Antonio Ricardo en el convento de los jesuitas, pero en su redacción colaboraron los mejores lenguaraces como el presbítero Francisco Carrasco, mestizo cusqueño, el padre Blas Valera, los jesuitas Antonio de Bárcena y Bartolomé de Santiago, el catedrático de lengua quechua Juan de Balboa y el padre Cristóbal de Molina, cura de los Remedios del Cuzco. El mismo impresor, Antonio Ricardo, publicó en 1588 el Símbolo Católico Indiano, escrito por el criollo, lingüista y amigo de Garcilaso, fray Luis Gerónimo de Oré, quien fue Lector de Teología en el Cuzco y guardián del Convento de San Francisco del Valle de Jauja. Este libro contiene un Sermonario, un arte en lengua quechua y aymara, una descripción de la tierra y de los pueblos del Perú y noticias sobre el origen de los indios. Trae también unos versos en quechua de Alonso de Hinojosa que inauguran la poética indígena con moldes occidentales. Oré publicó también en Nápoles, en 1607, Rituale seu manuale Peruanum que es principalmente un manual para los curas, para administrar sacramentos y para la predicación, con fórmulas principalmente en quechua y en aymará. Trae también traducciones al puquina, mochica y guaraní.

El entusiasmo por el aprendizaje del quechua fue general en el siglo XVI . El propio Arzobispo de Lima fray Toribio de Mogrovejo aprendió la lengua índica en la que predicaba a los naturales. De su época se cita un documento sobre provisión de beneficios eclesiásticos a 23 sacerdotes que saben la lengua en Lima. Los jesuitas se destacaron desde muy temprano en estos estudios, en los que luego asumen la primacía. Los padres Alonso Barzana, Blas Valera y Bartolomé de Santiago intervinieron en la redacción del primer catecismo junto con el gran naturalista, el padre José de Acosta.

El "Jesuita Anónimo" también se jacta en su crónica del dominio del quechua. El padre Blas Valera fue, según Anello Oliva, autor de un Vocabulario antiguo en la lengua quechua que como tesoro escondido guardaban en su biblioteca los jesuitas de La Paz en el siglo XVII. Fray Melchor Hernández fue, según el jesuita anónimo, autor de unas Anotaciones en que se analizaban los verbos quechuas y se interpretaban las oraciones antiguas. Grandes quechuistas fueron también en esta época el padre Cristóbal de Molina, autor de las Fábulas y Ritos de los Incas; el jesuita cuzqueño Diego de Alcobaza, compañero de infancia y corresponsal de Garcilaso, Fray Pedro de Aparicio, autor de un Vocabulario Chimú; Fray Melchor de los Reyes, predicador y confesor de Sayri Túpac; el clérigo Cristóbal de Albornoz, Fray Juan de los Angeles, Jerónimo Martín, Francisco Churrón y otros.

LA CATEDRA DE QUECHUA

La iglesia tomó, desde los primeros años de la colonización, gran empeño en la preparación de "lenguaraces" para que instruyesen a los indios en la doctrina cristiana. Las primeras obras didácticas sobre quechua, como hemos visto, fueron obras de la paciencia de los frailes evangelizadores. Formulados los primeros vocabularios y las primeras cartillas religiosas en quechua, sobreviene el empeño de crear una ciencia y un órgano lingüísticos que aclaren, profundicen y difundan el conocimiento de las lenguas indígenas. Surgen entonces las cátedras de quechua, fundadoras de los estudios lingüísticos humanísticos. Estas cátedras fueron de tres clases: las establecidas en las catedrales para iniciar a los futuros sacerdotes en el aprendizaje de la lengua indígena y para sostener la predicación a los naturales los días domingos en su propia lengua, desde el atrio de la catedral; las cátedras universitarias de enseñanza científica del idioma y adaptación de la cultura indiana al legado indígena; y las "catedrillas" dictadas en los colegios Mayores de las distintas Ordenes para preparación de los futuros frailes.

La primera en instituirse fue la Cátedra de Lengua de la Catedral de Lima. La instituyó en su testamento el Arcediano don Rodrigo Pérez, clérigo conquistador que había acompañado a Almagro en la expedición a Chile, quien en su testamento, otorgado en Lima en 15 de setiembre de 1550, dejó 350 pesos para la fundación de una cátedra de lengua general del Perú. El Arzobispo fray Gerónimo de Loayza cumpliendo ese mandato estableció la cátedra en 1551 siendo su primer catedrático el Canónigo Pedro Mexía, a quien sucedió el Presbítero Alonso Martínez, según ha aclarado en una tesis Lucio Castro Pineda. El tercer catedrático de la Catedral fue el célebre quechuista Alonso de Huerta criollo natural de Huánuco, maestro en artes y doctor en Teología, capellán de la iglesia de Copacabana en Lima y más tarde Cura del Cercado. Huerta se hizo cargo de la cátedra hacia 1592 y en 1619 publicó, con aprobación del Maestro don Francisco de Avila, un Arte de la Lengua quechua general de los Indios de este Reyno del Perú. La cátedra de lengua de la Catedral era provista por el Arzobispo. El catedrático debía dictar una hora de 9 a 10 de la mañana, cada día. Los domingos y días de fiesta debía predicar a los indios en su lengua en el cementerio o Compás de la Catedral. Le correspondía también examinar a los clérigos que pretendían una doctrina de indios.

El Virrey Toledo fue el fundador de la enseñanza universitaria del quechua. En su época sólo había la Cátedra de la Catedral y una cátedra que en su convento leían los jesuitas según declaración del propio Virrey. En el nuevo plan de la Universidad de San Marcos establecido por Toledo en 1577, la Cátedra de Lengua General de los Indios tuvo un lugar entre 17 cátedras creadas y rentadas por el Virrey. En una Ordenanza de Toledo expedida el 7 de julio de l579, reproducida por Eguiguren en su obra Alma Mater, se fijaron las finalidades de la Cátedra y las prerrogativas de los estudios. La ordenanza declaraba que la Cátedra tenía por objeto preparar a los sacerdotes y ministros de doctrina para la predicación del Evangelio a los indios ya que "el verdadero latín para enseñar doctrina a estos indios es saberlo hacer en la propia lengua de ellos". La misma Ordenanza prescribía que no se daría por los Obispos ninguna licencia para ordenar sacerdotes sin comprobar si eran doctos en la lengua general y que se prefiriera en la provisión de los curatos y beneficios eclesiásticos a los que supiesen mejor la lengua indígena. Las Universidades no podrían conceder el grado de bachiller o licenciado si el postulante no hubiera cursado la Cátedra de Lenguas o demostrado saberla. Felipe II ratificó estas disposiciones por cédula de 19 de setiembre de 1589. Ningún sacerdote o licenciado podía ignorar la lengua quechua.

En las Ordenanzas Generales de la Universidad de 1602 quedó establecido por la Constitución LXXXV: "Item aya una cátedra de lengua de esta tierra en seiscientos pesos ensayados en cada un año y a de leer tiempo de una hora después de la cathedra de Visperas leyendo por su orden la theorica de la gramatica y lo que mas fuera necesario para los doctrinantes, como el Rector lo ordenase". El primer catedrático de Lengua General de la Universidad - que seguramente comprendía la enseñanza conjunta del quechua y del aymara - fue el doctor Juan de Balboa natural de Lima, Examinador Sinodal de la Catedral y después Catedrático del curso de lengua en ella y el primer peruano graduado en San Marcos. Balboa regentó la cátedra de 1579 a 1590. Le sucedió el agustino fray Martínez de Ormachea, autor de un Vocabulario publicado en 1604, y más tarde Alonso de Huerta, Alonso de Osorio, Alonso Corbacho, Antonio de la Cerda, Roxo Mexía, Izquierdo, Zubieta, Sánchez Guerrero, Calvo de Sandoval, Diego de Arias Villaroel, Avalos Chauca, Izquierdo Roldán y otros.

La Cátedra de quechua de la Universidad de Lima duró 200 años hasta que en circunstancias desfavorables se extinguió en el siglo XVIII, por un decreto del Virrey Jaúregui de 29 de marzo de 1784. Al estudiar a los quechuistas del siglo XVIII se fijarán las causas de la decadencia de los estudios lingüísticos peruanos.

En el Cuzco la enseñanza del quechua estuvo a cargo de los religiosos de la Compañía. El Virrey Velasco dispuso en 1599, que los jesuitas del Cuzco fueron examinadores de las lenguas quechua y aymara y que predicasen el sermón en la lengua general del inca. En 1603 se proyectó crear en el Cuzco una cátedra de estudios universitarios de quechua, aymara y puquina.

LOS QUECHUISTAS DEL SIGLO XVII

La obra inicial de fray Domingo de Santo Tomás y de los jesuitas autores de catecismos, y la labor de divulgación del quechua de la Universidad y la Catedral, estimulan y desarrollan el conocimiento de las lenguas indígenas. Este se perfecciona durante el siglo XVII por la publicación de nuevas gramáticas y vocabularios que definen, cada ves mas acertadamente, la estructura y características de las lenguas indígenas y completan sus vocabularios. En el siglo XVII se producen las obras capitales de González Holguín y de Torres Rubio y de algunos clérigos doctrinarios, mestizos o criollos, que ensanchan el dominio de la lengua quechua y la ensayan en la forma literaria, en sermones o en relatos de costumbres y leyendas indígenas. Es el caso de los sermonarios de Avendaño, de Avila, de los escritos de Jurado Palomino y de otros. Es también la época en que escriben Garcilaso y Huaman Poma de Ayala. Garcilaso ha contribuido con sus noticias sobre la lengua de los Incas y los vocablos usados en su obra al esclarecimiento de la historia lingüística del quechua y a la definición del espíritu de esta lengua. Huaman Poma, trasladando textos íntegros de cantos y oraciones, es una cantera para los estudios filológicos.

En 1604, en la imprenta de Antonio Ricardo en Lima, publica fray Juan Martínez de Ormachea, agustino, su Vocabulario de la Lengua General del Perú llamada quichua y en la lengua española, que sirvió de texto en San Marcos.

De 1607 y 1608 son las obras fundamentales del padre Diego González Holguín. Gonzalez Holguín fue natural de Cáceres en Extremadura, y de la celebre familia cacereña de los Obando. Estudió en la Universidad de Alcalá de Henares. Ingresó a la Compañía y fue destinado a las misiones del Paraguay. Estuvo en América 47 años, que dedicó principalmente a aprender la lengua de los indios. Amaba la enseñanza en las misiones y fue gran literato y docto en la divina escritura. En 1608 fue Rector del Convento de los Jesuitas en Juli. Anciano ya, fue a Mendoza para estudiar la lengua de los indios de esa región y murió ahí en 1618.

González Holguín publicó, en 1607, una Gramática y en 1608, un Vocabulario. El primero de estos libros se titula: Gramática y Arte Nueva de la lengua general de todo el Perú llamada lengua Qquichua o lengua del Inca, añadida y cumplida en todo lo que le faltaba de tiempos y de la Gramática y recogida en forma de arte los mas necesarios en los dos primeros libros. Con mas otros dos libros postreros de adiciones al arte para mas perfeccionarla, el uno para alcanzar la copia de vocablos y el otro para la elegancia y ornato. Este libro, así como el Vocabulario del año siguiente, fueron impresos en Lima, por Francisco del Canto y son joyas de la bibliografía peruana. En el titulo de la Gramática están expresados los aportes y las innovaciones de González Holguín al estudio científico del quechua. El procuró establecer claramente las letras del alfabeto quechua con las letras acomodadas a ella y completar el estudio de los tiempos y de las declinaciones iniciado por sus antecesores. Hay también, ya, en González Holguín un prurito de ornato y de elegancia en el manejo del quechua, tratando de hallar el genio literario de la lengua.

El Vocabulario fue publicado en 1608 y lleva este título: Vocabulario de la lengua general de todo el Perú llamada lengua Qquichua o del Inca. Corregido y renovado conforme a la propiedad cortesana del Cuzco. Dividido en dos libros, que son dos Vocabularios enteros en que salen a Luz de nuevo las cosas que faltaban al Vocabulario. En el proemio de este libro aclara el autor, con sencillez y humildad, que la obra no es suya, "sino de los muchos indios del Cuzco a quienes les ha preguntado". González Holguín insiste en dar reglas para escribir y pronunciar bien el quechua. Dice que en esta lengua no hay las letras b, d, f, g, x, ni v consonante, que no hay l sencilla sino doblada y no hay uso doble de la r. En cambio hay letras no usadas en español como cc, k, cch, pp, lt, y ciertas letras se pronuncian en el paladar o en el medio de la boca.

González Holguín es, pues, el iniciador de los estudios de fonética quechua. El vocabulario representó además un avance fundamental en la adquisición de palabras, con relación a los anteriores repertorios. El caudal de palabras recogido por González Holguín cuadruplicó el número de vocablos conocidos del quechua. González Holguín se esforzó, además, en recoger frases usuales para explicar el sentido oscuro y metafórico de ciertas palabras, y en conservar la propiedad y distinción de la lengua del Cuzco. Afanoso de penetrar el alma de ella, observó que los indios no tenían vocablos de lo espiritual, ni de los vicios y virtudes, ni de las cosas de Dios y de la otra vida "de que es corta esta lengua". El vocabulario de González Holguín es un inapreciable documento histórico sobre el quechua primitivo hablado en el Cuzco por la clase culta y cortesana. Es el inventario del quechua imperial de los Incas y su Gramática tiene el mismo valor documental e histórico que la gramática de Nebrija para el habla castellana.

Otro cultivador notable de los estudios lingüísticos peruanos fue el padre Diego de Torres Rubio, cuyas obras son también clásicas para los quechuistas y aymaristas. Este jesuita nació en 1547 en Alcázar de Consuegra, vino al Perú en 1577 y fue enviado a Potosí donde descubrió el aymara. Fue Rector del Colegio de Potosí, estuvo en Lima en 1612 y murió en Chuquisaca, donde enseñaba el aymara en 1638, a los 91 años de edad. El padre Torres Rubio publicó en Lima, en la imprenta de Francisco del Canto, en 1616, un Arte de la lengua Aymara, con un breve vocabulario y oraciones en aymara. En 1619 publicó en Lima un Arte de la lengua quichua, en la imprenta de Francisco Lasso, con licencia del Príncipe de Esquilache. Consta, además del Arte o Gramática, de un vocabulario breve de los vocablos más ordinarios en quechua. El Arte o Vocabulario de Torres Rubio se reeditó varias veces, en 1701 y 1754, con agregaciones de Juan de Figueredo sobre el lenguaje del Chinchaysuyo.

El quechua comienza a cultivarse, no ya con una finalidad evangelizadora o didáctica, sino con una intención artística. Surgen los cultivadores del quechua literario como los doctores Hernando de Avendaño y Francisco de Avila. Hernando de Avendaño, limeño, nacido en 1577, hijo de un humilde artesano, se ordenó en 1604 y fue cura de indios en San Pedro de Casta y San Francisco de Yuhairi y en la parroquia de Santa Ana de Lima y Arcediano de la Catedral de Lima. Fue Catedrático de Teología y Rector de San Marcos en 1641 y 1642. En 1650 fue Visitador y extirpador de idolatrías. Avendaño escribió en castellano y en quechua unos Sermones de los Ministerios de Nuestra Santa Fe, impresos en Lima en 1648. Fue autor también de una relación de las idolatrías de los indios, escrita en 1617. La obra de Avendaño es interesante, no sólo como expresión literaria del quechua de la época, sino también por las noticias que contiene sobre las supersticiones e idolatrías de los indios, que trata de impugnar con sus sermones.

El doctor Francisco de Avila o Dávila publicó el mismo año de 1648 otro sermonario en castellano y quechua destinado, como el de Avendaño, a refutar los errores de la gentilidad de los indios. Fue también autor de un Tratado de los Evangelios, impreso en Lima en 1646; de una memoria sobre una visita a los pueblos de Huarochirí, escrita en 1611 y publicada por Medina, y de un libro titulado Tratado y Relación de los errores, falsos dioses y otras supersticiones y ritos diabólicos en que vivían antiguamente los indios de las provincias de Huarochirí, Mama i Chaclla y hoy también viven engañados con gran perdición de sus almas (1608). Este tratado, escrito en quechua y cuyo manuscrito se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid, ha sido publicado en 1942, por el doctor Hipólito Galante en edición facsímil y traducciones quechua, latina y castellana. Avila, que es uno de los mejores escritores en lengua quechua, nació en el Cuzco en 1573, de padres ignorados aunque se cree que de condición noble. Fue mestizo y estudió con los jesuitas del Cuzco hasta que abrazó la carrera eclesiástica, en 1591. Estudió cánones y leyes en San Marcos y fue luego nombrado cura de San Damián en Huarochirí, donde se distinguió por su celo en la predicación y en desterrar las idolatrías. Es célebre su sermón contra Pariaccaca y Chaupiñamoc, los dioses más venerados de la región. Los indios, indignados contra el celo evangélico de Avila, le denunciaron por los abusos que cometía y estuvo preso dos años. Salió libre de estas acusaciones declarándosele sacerdote de mucha virtud y nombrándosele Visitador de Idolatrías de los pueblos de Huarochirí, visita que terminó en 1618. Huamán Poma habla de las extorsiones de Avila contra los indios arrebatándoles sus ídolos, conopas y amuletos. Es curioso que este destructor de idolatrías haya sido, paradojalmente, en sus relaciones e informes, el más fiel depositario de las más bellas leyendas indígenas que se conservan de los naturales de la región de Huarochirí.

Se puede citar los nombres de otros quechuistas de este mismo siglo. Juan Pérez Bocanegra, cura de la parroquia de Belén en el Cuzco y luego de Andahuaylas, fue experto quechuista. Durante cuarenta años fue examinador general de quechua y aymara, en el Cuzco, y escribió seis tomos sobre historia eclesiástica en quechua de los que se publicó en 1631, su Ritual Formulario e Instrucción de Curacas, reglas para administrar los sacramentos. Pérez Bocanegra se jacta de manejar el lenguaje y "modo de decir polido de la ciudad del Cuzco que es el Atenas de esta tan amplia y general lengua que se llama quechua, y no quichua". Pedro de Prado escribió un arte particular de la lengua de los valles de Zaña, Chiclayo y Trujillo, y Pablo de Prado, natural de La Paz, escribió un Directorio Espiritual en quechua y español, en el que se incluye el catecismo de 1583 y algunos ejercicios de devoción. Prado declara que el "quichua" no se habla en los llanos y en otras partes "con la propiedad y pureza que en el Cuzco". Juan Roxo Mexía y Ocón, también cuzqueño, cura de San Sebastián de Lima, catedrático de la lengua quechua y visitador eclesiástico, publicó un Arte de la Lengua General de los Indios del Perú, en 1648, reputándose ser "hijo de la elegancia de la cortesana lengua del Cuzco". Diego de Molina, cuya obra se halla en la Biblioteca Nacional, fue también elegante cultivador del quechua literario en unos Sermones de la Quaresma en Lengua Quechua, escritos hacia 1649. Bartolomé Jurado Palomino, criollo natural del Cuzco, graduado en Lima, cura de Cabana y, como los anteriores, Visitador de indios idólatras, tradujo al quechua, en 1649, la Doctrina Cristiana del Cardenal Bellarmino, proporcionando con su traducción y el texto original que la acompaña, un documento utilísimo para los quechuistas, que pueden comprobar el uso exacto de ciertas locuciones y palabras, en el quechua de transición entre el siglo XVI y XVII. Estaban Sancho de Melgar publicó, a fines de este siglo, una nueva gramática quechua titulada Arte de la lengua General del Inga llamada Quechua, (Lima, 1691), en que se insinúa una reforma ortográfica.

El Cuzco, el centro principal de la investigación quechuista en el siglo XVII, ve surgir una escuela literaria en la que se perfecciona y redondea el idioma, se flexibiliza y renueva el vocabulario con la incorporación de nuevos vocablos y se cultiva la armonía y elegancia de la frase tratando de hallar todas las posibilidades artísticas de la lengua. El representante más calificado de esta tendencia es el célebre escritor y orador cuzqueño, don Juan de Espinosa y Medrano, conocido por el mote de "El Lunarejo".

Espinosa y Medrano (1632-1688) fue cuzqueño, de la provincia de Aymaraes, nacido de familia humilde y madre india y educado en los planteles coloniales del Cuzco. Fue niño prodigio que venció todos los prejuicios y las vallas sociales y alcanzó, por su talento y cultura, los altos beneficios eclesiásticos. Le hizo célebre en la literatura americana su Apologético de Góngora, elogiado por Menéndez y Pelayo. Pero escribió, además, innumerables obras, sermones, tratados, piezas dramáticas. Es el primer gran escritor en quechua, que maneja con la misma galanura y facilidad que el castellano. En quechua escribió poemas líricos, tradujo a Virgilio en versos y compuso autos sacramentales que se representaban en los atrios de las iglesias cuzqueñas o en los patios de los seminarios. El más famoso de estos autos, en quechua, es El Hijo Pródigo, imitado de un auto español, con personajes indios y metros españoles. También se le atribuyeron un tiempo las piezas dramáticas en quechua Usca Paucar, que es del siglo XVIII, así como El pobre más rico, de la que resultó autor el cura de Belén don Gaspar Centeno de Osma. En El Hijo Pródigo, encuentra Middendorf la transición del dialecto cuzqueño del siglo XVI a sus formas actuales, con españolismos y giros desconocidos en el quechua del siglo XVI. De esta corriente dramática quechua-española surgirá, en el siglo XVIII, el famoso drama Ollantay, del cura Valdez, cumbre de la literatura quechuista.

EL QUECHUA EN EL SIGLO XVIII

El siglo XVIII acusa una decadencia en los estudios lingüísticos peruanos. Las cátedras de quechua disminuyen. En 1689 el Rey había ordenado la reducción de la renta de la Cátedra de Lengua a favor de las cátedras de Medicina. La producción intensa de gramáticas y vocabularios declina, así como los grandes quechuistas, autores de sermones y elegancias en lengua indígena. Apenas se reeditan, en el siglo XVIII, algunas obras antiguas como la Gramática y Vocabulario de Torres Rubio, publicada nuevamente por Figueredo en 1701 con un vocabulario chinchaysuyo y reproducida, en 1754 por los jesuitas Ochoa y Aguilar y el cura Zubieta y Rojas, Catedrático de lengua. Este mismo José Ignacio de Aguilar escribió un Diccionario de la Lengua Quechua, que se ha extraviado. La época de oro de los estudios lingüísticos de González Holguín, de Bertonio y Torres Rubio ha pasado, así como el esplendor literario representado por Avila, Avendaño y el Lunarejo.

Durante los siglos XVI y XVII había predominado la tendencia a usar el quechua como un instrumento de unidad política y religiosa colonial. Esta fue la posición adoptada por el Virrey Toledo. Pero hubo en contra de esta política, tendencias discrepantes. Los jurisconsultos don Juan de Solórzano y Pereyra y don Juan de Matienzo sostuvieron, a principios del siglo XVII, que, en vez de que los españoles aprendiesen el quechua, era mejor enseñar castellano a los indios y que todo pueblo vencido pierde el derecho a su idioma. La política lingüística seguida por España no fue, sin embargo, sistemática. El quechua debió su subsistencia a estas vacilaciones. Las Sinodales del Arzobispo Lobo Guerrero de 1614 ordenaron que los indios hablasen todos la lengua general y que se les doctrinase en ella, con prescindencia de los dialectos maternos. En 1634 se ordenó, por el contrario, por cédula de 2 de marzo de ese año, que a todos los naturales que estuvieran en la edad de su puericia se les enseñe la lengua castellana. Esto no podía ser dificultoso para los españoles, decía la cédula, "pues no lo fue en tiempo del Inga que obligó a todos a que supiesen su lengua quichua y la aprendieron". El Arzobispo de Lima, Arias Ugarte, ordenó el 11 de noviembre de 1634 que la doctrina se predicase en lengua española "poniendo particular diligencia en que la sepan y platiquen en ella y así mesmo que en sus escuelas sean enseñados a leer en cartillas y libros en romance, procurando con todo cuidado que todos hablen en la lengua española". La Recopilación de Leyes de Indias recogió, sin embargo, en 1680 las ordenanzas protectoras del siglo XVI, prescribiendo en sus leyes 30 y 56 que no se ordenasen presbíteros que no sepan la lengua general y que presenten certificación del Catedrático de Lengua de haber aprendido ésta. En 1754 el Arzobispo Berroeta (1º de agosto) incitaba a los sacerdotes a aplicarse al estudio del idioma índico y declarando que no admitiría en las Ordenes a quienes no comprobasen sus estudios en la lengua. Es necesario, decía, glosando la Epístola a los Corintios, que los párrocos sepan el idioma que hablan sus fieles. El Arzobispo declaraba que no habían tenido efecto las Reales Ordenes para que los indios aprendiesen la lengua castellana y que se pondrían en ejecución las disposiciones de la Recopilación. En cambio, en el siglo XVIII, el criollo Llano Zapata sostenía la necesidad de estudiar el quechua, que explica las pasiones del ánimo con más viveza y naturalidad que ninguna otra lengua. Pero había sonado la hora final para estos estudios. El Arzobispo de Méjico había escrito al Rey, en 25 de junio de 1769, aconsejándole que se instruyese a los indios en los dogmas de la religión en castellano, que aprendiesen a leer y escribir en esta lengua y que el castellano fuese impuesto como el único y universal idioma en todos los dominios de España. Era una fórmula tardía para atraer hacia el régimen español a los indios que, amparados en el dominio de las lenguas indígenas de los párrocos españoles, se abstraían de la cultura occidental y resguardaban dentro de su aislamiento idiomático la independencia de sus costumbres y psicología. El Rey de España expidió, entonces, la cédula de 10 de mayo de 1770 inaugurando una nueva política idiomática. Por ella se ordena propiciar castellanización de las colonias y que sólo haya un idioma: el español. Era ya demasiado tarde. Las medidas antiquechuistas debieron acentuarse por dos hechos fundamentales: la expulsión de los jesuitas, que alejó a los mejores cultivadores y maestros de la enseñanza quechua, y la revolución de Túpac Amaru, que encendió la desconfianza para todo lo indígena.

Sin embargo de la decadencia de los estudios lingüísticos, surge en el siglo XVIII en el Cuzco una escuela de escritores en quechua que cultivan principalmente el arte dramático popular, inspirado en costumbres indígenas y en los temas de las antiguas leyendas incaicas. Se mezclan en este género mestizo la técnica dramática española de los autos sacramentales y de las comedias de capa y espada, con los personajes indios y algunas notas características del alma primitiva en las canciones líricas, los apólogos y restos de los antiguos poemas épicos. El fruto más logrado de esta restauración indígena, expresada en la lengua nativa, es el debatido drama de asunto incaico Ollantay, escrito por el clérigo Antonio Valdez en el siglo XVIII, sobre el telar de una antigua leyenda indígena.

El Ollantay es el postrer resplandor del quechuismo colonial. Fundado en alguna leyenda oral sobre la sublevación de la tribu de los Antis, es en la forma externa un auténtico drama español. Versificación, desarrollo de la trama y de las escenas, carácter y función de los personajes, son del más clásico estilo español. Pero el clérigo Valdez que lo escribió, recogió algunas auténticas esencias indias en los cantos de cosecha, en los yaravíes, en el asunto mismo original que él malogró, según Ricardo Rojas, y, sobre todo, en su dominio pleno del quechua literario. Se ha discutido, a base de esta maestría, si era una pieza dramática anterior a la conquista o la simple transcripción de un cantar dramático conservado por la tradición oral. Los estudios lingüísticos de Middendorf y otros documentos históricos han probado que la lengua en que está escrito el Ollantay es del siglo XVIII y que, lingüísticamente, es menos antiguo que El Hijo Pródigo. Contemporáneos del Ollantay parecen ser, en cambio, Usca Paucar, drama de factura literaria muy semejante, y El Pobre más Rico, del cura Centeno.

En el siglo XVIII se inician en Europa los estudios comparativos de las lenguas. El jesuita expulsado don Lorenzo Hervás y Panduro, de quien puede decirse que fue el padre de la filología comparada, publica en 1804 su Catálogo de las Lenguas. Hervás fue el primero en incorporar las lenguas indígenas - entre ellas el quechua y el aymara - en el cuadro de la filología universal. Sostenía el origen común de todas las lenguas y consideraba el vascuence como la más antigua. El Catálogo de Hervás, publicado en italiano, contenía el Padrenuestro traducido en 200 idiomas, más el alfabeto y la paleografía de todas las lenguas.


* En: Diario El Comercio, 28 de julio de 1948. Con modificaciones y supresiones en “Mercurio Peruano” (Nº 285, 1950), “Letras” (Nº 59, p. 217-228, 1953) y Fuentes Históricas Peruanas (Lima, 1954).

El Reportero de la Historia, 12:49 p. m.