Cátedra Raúl Porras Barrenechea

Blog-Homenaje a la memoria de Raúl Porras Barrenechea,
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

27 julio 2007

Antología de Raúl Porras (XXV)

Sátira Política: Cámara Lenta
¡The Cholo Boys! *



El imperialismo inglés no es cosa de juego. Por ser tan serio como es no se han dado cuenta de él los internacionalistas de nuestra tierra y del continente. Mientras se hallaban pensando en una ocupación yanqui de Chimbote o en una invasión del gran Mikado, el enemigo se les ha deslizado adentro, aprovechando una de las múltiples y prolongadas siestas del maleducado señor Monroe. Y el caso es que hoy, a semejanza de España, tenemos en el Perú, no uno, sino un incalculable número de Gibraltares.

Sin que los consignen las geografías ni que protesten los periódicos, los parlamentarios o los filántropos, en el Perú tenemos enclavadas varias posesiones inglesas, más sumisas y adictas que el Canadá o la India. Posesiones en las que rigen las leyes o para mejor decir las costumbres inglesas y en las que se obedece con más agrado a Jorge V que a la Junta de Gobierno, por ejemplo.

El Príncipe de Gales, cuya visita en este sentido no puede ser más sospechosa, debe haberlo constatado con satisfacción. En las calles centrales de Lima se le ha vivado, por ciertas gentes, no como a un huésped sino como a un gobernante paternal y respetado.

Y no es que el joven vástago de la casa de Windsor haya observado a su paso muchas cabezas rubias descubiertas, ojos azules abiertos por la curiosidad o fraternales narices enrojecidas. Los súbditos que Inglaterra posee en el Perú no han nacido en la Gran Bretaña ni en ninguna de las posesiones inglesas reconocidas, ni tienen la vulgaridad blanca y celeste del tipo sajón común. A veces han nacido en cualquier rincón de los Andes y tienen las características raciales propias de esos rincones. Tampoco se hallan inscritos en la Legación Británica sino en los registros civiles del Perú. Pero son más súbditos del Imperio Británico y más ingleses que muchos londinenses.

El color del pelo, la estatura, la conformación del cráneo, el ángulo facial, son detalles accesorios que ya los antropólogos no toman en cuenta para distinguir a las razas. A estos ingleses del Perú no habría por ejemplo, por donde calificarlos de tales, si hubiera que atenerse a los simples signos exteriores de la mayor o menor rigidez u ondulación natural del cabello, el color aceitunado, o acanelado de la piel o la liliputiense estatura. Y, sin embargo, pocos en el mundo habrá que sean tan íntima y profundamente ingleses como estos británicos adoptivos del Perú.

La forma de reconocerlos es mucho más fácil de lo que parece y profundamente psicológica. A primera vista, entre los manifestantes entusiastas que aplaudieron al Príncipe de Gales, hubiera podido pensarse que habían algunos indios y mestizos, quizás algunas cabezas lanudas, uno que otro par de ojillos rasgados surgiendo de entre unos pómulos mongólicos y acaso hasta algún auténtico campa de nuestras montañas salvajes, con el rostro todavía colorineado de azarán. Pero sería frívolo o malévolo juzgar sólo por las apariencias.

Había en realidad en el recibimiento unos cuántos millares de ingleses policromáticos y de aspecto enteramente criollo, a los que se podía reconocer con un ligero sentido sicológico de observación. A veces basta un pequeño detalle de indumentaria para calificar inmediatamente la ciudadanía británica. Es un sombrero de alas totalmente caídas, las suelas dobles de unos zapatos recios, un puro masticado despectivamente entre los labios, un grueso bastón de nudos o simplemente unos pantalones enérgicamente suspendidos para una anatómica exhibición de las espinillas. Junto a estos signos cardinales no tienen absolutamente ninguna importancia los demás caracteres físicos del portador de estas prendas. Infaliblemente se puede fallar que se trata de uno de los muchos británicos, "born in Perú" (nacidos en el Perú), o sea de un característico "cholo boy", nombre que hay que aplicarles, de una vez, para definir su anfibiedad indosajona, de peruanismo fisionómico y espíritu británico.

Los cholo-boys son millares en el Perú. Los hay en todas nuestras ciudades principales, aun en las más enérgicamente nacionalistas como Arequipa y Cuzco. El cholo-boy, por lo general, no conoce Inglaterra sino en los mapas y carece de todo antecedente familiar que lo vincule a aquella nación. Pero nace con el instinto del yes y del all right y no hay quien pueda apartarle del camino. El cholo-boy aprende muy pocas cosas en la escuela pero resulta sabiendo más palabras inglesas que el resto de sus compañeros. El deporte le atrae más que los libros y, más que el deporte, las indumentarias características de cada juego. La primera caracterización del cholo-boy se produce generalmente por el estreno de algún sweeter de colores estridentes o de alguna bufanda de lana, significativa de que el desadaptado vive espiritualmente más cerca del frío de las islas británicas que del cercano calor tropical del Perú.

La personalidad del cholo-boy se define más tarde por una cachimba, el inevitable bastón nudoso, corbatas y medias listadas con colores antagónicos, cierto modo de andar semi-empinado y a trancos, y un aire absoluto de self made man. Pero el cholo-boy no se completa sino cuando empieza a llevar revistas inglesas bajo el brazo, a postular para socio del Lima Cricket o del Phoenix Club, a beber bocks de Whisky y a aficionarse a las comidas, con "curry" o con "mint sauce".

Definido el cholo-boy, empieza por despreciar a sus conterráneos, a abominar de la política criolla, a leer el Times y a dedicarse a las excursiones. Todo inglés legítimo ama el campo. El cholo-boy adora las excursiones. Le tienta el extranjerismo de los week ends y la indumentaria de cazador con escopeta y alforjas. Su mayor satisfacción es, sin embargo, cuando consigue, en uno de sus paseos semanales, extraviarse o tener que pernoctar en un lugar agreste. Entonces le inunda el alma el espíritu de Robinson Crusoe. La britanización absoluta se ha producido. El cholo-boy se siente geográfica y espiritualmente una isla.

La historia del origen u desarrollo de la especie de los cholo-boys podría dar lugar a largas narraciones. En un principio la especie fue esencialmente aristocrática. Se reducía al corto número de socios peruanos admitidos en los clubs ingleses y a ciertos estrambóticos cultivadores de deportes tenidos por salvajes como el football y el cricket. La condición de empleado de alguna casa inglesa era por entonces requisito indispensable. Más tarde la propagación de las empresas comerciales británicas y americanas, la facilidad de las vías de comunicación han acrecentado el número de los cholo-boys y sobre todo el dolor nativo de éstos. Hoy los hay de todos los tonos de la gama nacional.

Podrían establecerse, sin embargo, algunas categorías. La especie fue esencialmente aristocrática, se diferencia profundamente de las otras. Podría llamársele, en obsequio a su relativa integridad racial y a sus refinamientos de indumentaria, la clase de los "peruvian gentlemen". La mayor originalidad de estos consiste en su deprecio absoluto por los sastres criollos, en su entusiasmo por los deportes caros: el polo o el golf, y en que su afición a la lectura se ha localizado en el magazín de modas para hombres "Sartorial News". Tiene de común con el cholo-boy la manía del puro, del John Haig con soda y de la mala pronunciación inglesa. Pero le eleva formidablemente sobre aquel el que sus vestidos sean de Leslie Roberts, el sombrero de Lock, los zapatos de Peel, y el bastón de Bring. Además el Peruvian gentleman conoce generalmente Inglaterra, o se ha educado en ella, y se atreve a lucir, sin sonrojarse, las pantorrillas a la hora de ponerse los hinchados pantalones "plus fours".

El cholo-boy no puede aspirar a tanto. Su lenguaje inglés es más empírico. Para acrecentar su contacto con el alma sajona, se ciudadaniza en el "Young Men Chistian Association" o en cualquier brigada híbrida de boys-scouts. En buena cuenta se americaniza un poco, pero la raigambre británica queda. El cholo-boy juega foot ball, basket y tennis. Preocupado del home se casa pronto. Y muchas veces es tal su britanismo espiritual que los vástagos, realizando un prodigioso tour de force, resultan hasta con algunos mechones rubios. Demás está decir que se llaman ineludiblemente Bob, Teddy, Walter o si no Nelly o Lily. El porvenir del britanismo en el Perú queda así perdurablemente asegurado.

El incansable imperialismo británico sigue trabajando, sin embargo, para producir nuevas plantas humanas, variedades de las ya aclimatadas en el Perú. En el futuro surgirá aún una clase nueva de cholos y de negros boys, casta de técnicos sajonizados en la lectura de manuales maquinísticos en las bodegas de los transatlánticos o en los pozos de Talara. Y aún una flemática y puritana casta de quechuo-boys britanizados por los evangelistas en las soledades eternamente lakistas de Puno y que acaso nos traigan una técnica renovada del water polo o de las regatas en caballitos de totora.

Por todo eso ha sido tan cariñosa la recepción a los príncipes de Windsor. Y ha sucedido que éstos se encuentren en un ambiente casi nacional en el que es fácil y agradable prolongar la estada ceñida a un programa protocolar poco previsor de las efusiones familiares. Pero de todos modos la despedida será sentimental. Los peruvian gentlemen que hayan intimado con el Príncipe, o por los menos con las fotografías y anécdotas de éste, concurrirán en masa al aeródromo. Y entre hurras y abrazos se le despedirá melancólicamente. Y acaso uno de nuestros más confianzudos británicos se atreva a decirle, desde el fondo de su impermeable de automovilista:


- Good bye Edwards.
A lo que el Príncipe emocionado podría contestar:
- Farewell my dear cholo-boy.


* Publicado en El Perú, el 13 de febrero de1931, con ocasión de la visita del Príncipe de Gales

El Reportero de la Historia, 12:29 p. m.