Cátedra Raúl Porras Barrenechea
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
09 julio 2007
Antología de Raúl Porras (XIX)
Los nueve tomos de acuarelas de la Biblioteca Real de Madrid*
EL MANUSCRITO
El original inédito de la obra del Obispo Compañón se halla en la Biblioteca Real de Madrid, en cuya sección de manuscritos lleva el número 343. Consta de nueve tomos voluminosos, en papel de dibujo, sobre cuyas hojas hay pintadas en colores, a la acuarela, láminas que presentan mapas, planos, retratos, reproducción de escenas de costumbres, árboles, plantas, animales, etc. No hay –salvo unos cuantos cuadros estadísticos en el primer tomo– texto alguno redactado por el Obispo Compañón. El autor verdadero, por mandato del Obispo, es un inédito acuarelista, cuyo buen humor y sentido realista se trasluce en algunos retratos expresivos y movidas escenas de la vida social. Cada tomo contiene unas 150 páginas ilustradas y páginas sobrantes en blanco destinadas probablemente a dibujos que no llegaron a realizarse. No hay indicación alguna sobre el título de la obra ni sobre el autor de los dibujos, ni sobre la época ni la finalidad de éstos. En el lomo de la pasta se lee el nombre de Compañón y este título: Trujillo del Perú. El tomo I no tiene índice. El II y restantes si lo llevan y esto aclara el contenido de los dibujos. En los cuadros estadísticos colocados al principio del primer volumen que son seis, se hallan algunos datos sobre la índole de la obra. Algunos de esos cuadros están fechados en el mes de mayo y julio de 1789. En otros se dice que son elevados al Rey como resultado de la visita del Obispo don Baltasar Jaime Martínez de Compañón, verificada del 20 de junio de 1782 al 8 de marzo de 1785. Estos nueve tomos fueron pues enviados como resultado de la visita pastoral del Obispo Compañón, por el inmenso territorio de su diócesis eclesiástica que comprendía entonces, teniendo como centro a Trujillo, los actuales departamentos de Piura, Lambayeque, Libertad, Cajamarca, Chachapoyas, San Martín y Loreto. Por lo tanto el complemento necesario de esta obra sería el expediente de visita del Obispo Martínez de Compañón que debe de existir seguramente en el archivo de la diócesis de Trujillo. La obra existente en el Archivo de Madrid no es sino un vasto complemento ilustrado o álbum gráfico de esa visita.
LA INFORMACIÓN GEOGRÁFICA
El volumen primero está destinado a la descripción del territorio. Consta de 157 fojas útiles y de poco más o menos 126 láminas. Hay seis cuadros estadísticos: uno de las iglesias de la diócesis, otro de los pueblos, otro de los caminos, otro de las escuelas de primeras letras y otro de las personas confirmadas en el Obispado. El de los pueblos es particularmente interesante porque señala la proporción de las diversas castas o razas, comprobación interesante para los estudios históricos de antropología. La primera lámina de este volumen es un mapa general del Obispado de Trujillo, con todos sus pueblos, caminos y accidentes geográficos. Aparte de este mapa general los hay particulares de cada una de las provincias del Obispado: Trujillo, Saña, Piura, Jaén, los Huambos, Cajamarca, Huamachuco, Pataz, Luya y Chillaos, Chachapoyas, Moyabamba, los Motines y las conversaciones de Hivitos y Cholones. Después del mapa de cada provincia, importantísimo para nuestra historia geográfica, viene el plano de la ciudad principal, con el trazo completo de sus calles, ubicación de sus edificios y leyendas explicativas de cada uno de los puntos ubicados en él: iglesias, edificios públicos, colegios, lugares notables. Desde este punto de vista es un documento de primera clase para la historia local de nuestras ciudades norteñas. Existen planos de las siguientes ciudades: Trujillo, Santiago de Miraflores de Saña, Lambayeque, Piura, Jaén (caserío más que ciudad porque se ven todas las casas dispersas sin ordenación de ciudad), los Huambos, Cajamarca, San Agustín de Huamachuco, Cajamarquilla, Guancapata, Guaylillas Luya (caserío), Santa Rosa del Buen Suceso, Yamón, Chachapoyas, Santiago de Moyobamba, Santo Toribio de la Nueva Rioja, Ciudad del Triunfo de la Santa Cruz de los Motilones y pueblo de Sion en las conversaciones de Hivitos y Cholones. El obispo parece haber recorrido toda su diócesis recogiendo de ella los más importantes datos topográficos e históricos en una visita que recuerda por su celo ilustrado a la del Virrey Toledo.
El Obispo tenía sin embargo un concepto más amplio de la geografía, que escapaba de los accidentes físicos para tender hacia la geografía humana hoy en moda. Después de cada plano hay el conato de una información sobre el personaje humano de cada región, que en este primer volumen es aún incipiente, pero que en el segundo toma mayor y eficiente desarrollo. Así, de Trujillo, sobre la que la información es naturalmente más copiosa por ser la sede del Obispado, después de presentar el plano de la ciudad y su escudo de armas, se colocan 11 retratos de personajes con diversos uniformes que corresponden a las distintas categorías de funcionarios desde el corregidor de casaca y pantalón de seda azul y chaleco y solapas rozagantes, tricornio y bastón de mando, el Alcalde vestido de negro con la vara simbólica, los militares a caballo y con arreos de guerra y otros personajes administrativos. Figuran en seguida 32 retratos de Obispos de Trujillo con sus hábitos y hopalandas diversas y algunos de ellos con fisonomía que refleja, sin duda, un verdadero realismo del retratista. Luego figuran eclesiásticos y monjas con los hábitos de sus respectivas congregaciones, estudiantes con sus becas de colores y seminaristas. Esta información sobre el vestuario, de gran interés histórico, se repite con relación a casi todas la ciudades, en menor proporción que en lo relativo a Trujillo y alcanza espléndido desenvolvimiento en el segundo volumen de la obra. Avaloran aún el primer tomo planos de las Iglesias principales, de los colegios de educandas, de los seminarios para obreros creados por el Obispo Compañón de las escuelas de primeras letras y otros edificios. Entre los más importantes están los de la Catedral de Trujillo, la bóveda de ésta, el cerro de Hualgayoc con sus vetas y la casa del cacique de las siete guarangas en Cajamarca, presenta el cuarto del rescate de Atahualpa con sus medidas
LA HISTORIA SOCIAL Y EL FOLKLORE
El más importante de los volúmenes es el segundo por su información utilísima sobre aspectos desvanecidos de la vida social y por la contribución que viene a ofrecer al estudio y al renacimiento de ciertos aspectos del folklore olvidados o desconocidos. El Obispo Compañón demuestra, como lo hemos dicho, tener un concepto avanzado para su época de la geografía, a la que le atribuye desde entonces una amplitud de contenido y una orientación social y humana semejante a la de las modernas concepciones de la Antropología y de la Geografía Humana. No se conforma con los mapas, sino que quiere una descripción exacta y minuciosa de la vida social, tal como la que utilizan hoy los antropólogos. Y careciendo del entonces desconocido arte fotográfico recurre al dibujo y a la pintura. Su obra tiene una profunda intención científica, bajo su aparente formalidad burocrática, y un método apreciable.
El dibujante nos ofrece primero una información completa sobre la indumentaria peruana en el siglo XVIII. El español, en traje civil y de capa, el funcionario con sus arreos respectivos, el militar, la española con el traje de volados o con mantilla o llevando “el traje a la antigua”, o envuelta en el manto, o llevando luto. Y luego la fauna colorida: el mestizo, el cuarterón, la mulata, el zambo, el cholo, el alcalde indio, el indio de valle y el de ciudad. Y con los tipos humanos las principales ocupaciones y movimientos de estos, y la habitación. Los elementos de transporte: el caballo, la litera, la calesa. En el interior de las casas: el corredor doméstico con la hamaca en que el dueño duerme la siesta cómoda y apacible, las mujeres llorando sobre el clásico estrado cubierto con cortinas de luto. Escenas típicas de la vida domestica del indio: el rezo en la iglesia, la bebida de la chicha, unas bodas, el ajuste de casamientos hechos por el cura como una transferencia del antiguo poder del Inca, la hora de afeitarse a la usanza incaica con tenazas, o la india pariendo a la orilla del arroyo.
La información sobre las industrias y faenas humanas es completísima y del más grande interés histórico y científico. Vale de ella no sólo la información documental sino el aporte artístico del dibujante que se ha esforzado en comunicar ambiente y expresión a sus figuras, no desprovistas de cierto humorismo caricaturesco. En muchos de sus apuntes hay no sólo intención satírica, sino a veces una comprensión artística de determinados aspectos de la vida social, al punto que pudieran servir de bocetos para grandes cuadros o frescos como los de Diego Ribera en México o José Sabogal y Camilo Blas en el Perú. En ellos puede aprehenderse todos los momentos de las faenas rurales, del campo y del pastoreo. El barbecho y el riego, la siega del trigo, la siega en minga, el acarreo de la mies a los carros, la trilla y el molino, tienen cada uno una lámina expresiva. El cuadrito de la trilla trae a la imaginación el cuadro sobre el mismo tema de Camilo Blas. Y luego la vida pastoril del indio: el rodeo de las yeguas, el tizne y señal de éstas, el hierro, el rodeo de las vacas, el hierro de éstas, la ordenación y la confección de quesos. Y el proceso de la lana: el pastoreo de las ovejas, la esquila de éstas, el lavado de la lana, el teñido, el cardado, el hilado y por último, con admirable fidelidad de croquis o de fotografía la detalla, el telar con su vanidosa prestancia de máquina moderna.
Las ocupaciones femeninas son otro capítulo de la colorida información del dibujante episcopal. Se ve a la india abatando la ropa con el batán, tiñéndola, y prensándola escarmenándola. O son grupos de hilanderas que hacen el hilado a torno o que tejen trencilla, o mestizas de Chachapoyas que cosen rengas. Y al lado de las industrias femeninas las del hombre. Se ve al herrero en su fragua. El capachero pasa encorvado bajo su carga de metal, mientras se divisa por el camino otras acémilas humanas. Luego es el ambiente del ingenio o de la casa en que se beneficia el azogue, los que reviven. Y los menesteres de la caza: un chaco de vicuñas, una caza de conejos, una trampa de venados, una persecución de gatos monteses y de osos, la caza de león, de las aves y de diversos cuadrúpedos. Y por último las labores de la pesca en que el dibujante se complace describiendo los caballitos y chinchorros indios.
La más completa e interesante de las informaciones es la que se refiere a los juegos y danzas, en su mayoría olvidados y en la que hay preciosos aportes para el folklore nacional y regional que pueden servir para la reconstrucción de los trajes y las fiestas vernáculas. El de los juegos es aporte totalmente inédito. El dibujante nos informa de los siguientes deportes entre los indios y los españoles: el de los choloques, el de pelota en gancho (nada menos que el golf con los mismos palos curvados), el trompo, el juego de mesa llamado tres en raya, los naipes, el juego de azar de “las conchitas”, probablemente sustitutivo del de los dados, el de la pelota con bata (conato de tennis) y el juego de “gallos”, que es el que entre nosotros se llama del volante y en el Brasil peteca.
El capítulo de las danzas es el de más atracción evocativa. Comienza por escenas de Carnaval, por una presentación de la “marimba” negra y sigue con la descripción individual de todas las danzas conocidas en el norte del Perú, mostrándonos las indumentarias pintorescas usadas para cada una de ellas. Danzas negras e indias: la danza de los parlampanes, la de los Diabólicos y la de los Doce Pares de Francia, remota resurgencia del medioevo caballeresco en el folklore costeño del Perú. Danzas de Carnestolendas.
Y danzas indígenas regionales: la danza del Chimú, las de las Pallas y Huacos, la muy característica del purap y la danza del poncho. Y luego las reminiscencias totémicas: la danza de los pájaros y la de los gallinazos. Y por último el más auténtico tema indígena coreografiado: la danza de la Degollación del Inca.
Todavía integran el volumen II algunas escenas típicas de la vida del indio, principalmente: una extracción de muela, una sacada de piques, el baño de un leproso, indios con viruelas y con uta, una sangría, la agonía de un indio, la vela de un cadáver, indios de la montaña y escenas de la vida en canoas. En todos estos cuadritos predomina la nota humorística sin mella de la minuciosidad informativa.
En mi opinión carece de importancia el vocabulario mínimo de lenguas indígenas inserto al comienzo del tomo. Es una lista de 43 palabras traducidas en ocho dialectos de los hablados en el Obispado de Trujillo. Los ocho dialectos escogidos son: el quichua, el yunga de Saña y de Trujillo, el de Sechura, el de Colán, el de Catacaos, el de Culli (Huamachuco), el de Hivitos (Huailillas) y el Cholones (Huailillas). Las palabras escogidas por el Obispo son las más útiles para la catequización: Dios, hombre, mujer, alma, cuerpo, corazón, carne, hueso, madre, padre, hijo, hermano, hermana, comer, beber, reír, llorar, morir, gozo, dolor, muerte, cielo, luna, estrellas, fuego, viento, pájaros, tierra, animal, árbol, tronco, rama, flor, fruta, yerba, agua, mar, río, olas, lluvia, pez, pescado.
LA HISTORIA NATURAL
Los volúmenes tercero, cuarto, quinto, sexto, séptimo y octavo representan una amplia contribución al estudio de la fauna y de la flora regional. El volumen III está dedicado a los árboles, plantas y frutos; el IV a las maderas, palmas, yerbas, frutales y flores. El volumen V contiene 138 grabados iluminados de yerbas medicinales. El VI describe los animales “cuadrúpedos, reptiles, y sabandijas”, con 104 láminas. El VII trae 158 láminas de aves y el VIII se ocupa de los peces, cetáceos, escamosos, sin escamas, cartilaginosos y testáceos.
No es posible fijar el valor científico de estas aportaciones. Es ya un defecto el hecho de que no acompañe a las láminas una descripción o explicación del dibujo respectivo. Pero, en relación a anteriores obras, sólo explicativas, es un avance el aporte iconográfico. La obra del Obispo Compañón parece suscitada por el fervor naturalista despertado en el Perú por la expedición de Ruíz y Pavón, en 1778. Para juzgar el interés científico de la obra del Obispo Compañón habría que hacer una confrontación, por ejemplo, entre sus tomos de plantas y de yerbas y los de la famosa Flora Peruviana y Chilense de Ruíz y Pavón. Es cierto que el viaje de Ruíz y Pavón, concretado a los alrededores de Lima y a las montañas de Huánuco y de Tarma, no alcanzó a describir la flora del Obispado de Trujillo, a la que se contrae el Obispo, pero de todas maneras, debe existir muchas semejanzas entre ambas, habiendo seguramente ventaja en la reproducción científica de los ejemplares de Ruíz y Pavón. No sería sin embargo extraño que, los dibujos del libro de Compañón, hayan sido realizados por algunos de los discípulos o auxiliares que utilizaron los expertos dibujantes traídos por Ruíz y Pavón o por el naturalista francés José Dombey que los acompañaba. Después de la partida de Ruíz y Pavón del Perú se quedó en nuestro país don Juan Tafalla, quién siguió remitiéndoles estas mismas láminas iluminadas, cuya técnica aprendería el dibujante episcopal. No está demás dejar apuntado que los dibujantes de la expedición Ruíz fueron don José Rivera, don José Brunete, que murió en Pasco, en el Perú, don Isidro Gálvez, habilísimo dibujante e iluminador, y don Francisco Pulgar, que se quedó acompañando a Tafalla. También acompañó a éste último otro dibujante llamado Agustín Manzanilla. Uno de éstos, o un discípulo de Gálvez o de Pulgar, puede ser acaso el inédito colaborador del célebre pastor Trujillo y el incógnito Pancho Fierro del Norte del Perú.
EL MATERIAL ARQUEOLÓGICO
Discutible el valor científico de los tomos referentes a la historia natural pese a su gran valor informativo e histórico no cabe en cambio hacer igual reparo al volumen IX, dedicado a escoger el material arqueológico existente en el siglo XVIII en el Obispado de Trujillo.
Para los arqueólogos tiene gran valor la descripción de un monumento en una época lejana. Tengo la evidencia de que en las descripciones de las ruinas de Chanchán, del palacio de los Reyes Chimú y de huacas y poblaciones antiguas, así como de telas, momias y huacos extraídos entonces, y cuyos ejemplares pueden haberse roto o perdido el día de hoy, y que se reproducen con gran fidelidad de forma y color y hasta de expresión, hallarán los arqueólogos peruanos interesantes comprobaciones y hallazgos.
El resumen de este tomo, que hago apresuradamente por razón de tiempo, es poco más o menos éste: Plano de los vestigios de la población de Chimú. Plano del palacio de los Reyes Chimú. Plano de la población de Malca-Guamachuco, cuya revelación y descripción moderna por el gran arqueólogo peruano doctor Julio C. Tello, es una de las mejores contribuciones a la reciente arqueología del Perú y en cuya descripción antigua podrá hallar el eminente hombre de ciencia algún aporte útil; Huaca de Tantalluc, provincia de Cajamarca, descubierta en 1765; Vestigios del camino de los Incas entre Saña y San Pedro; Acequias construidas por los indios antes de la conquista para regar las tierras de Chicama, y en seguida reproducimos múltiples de piezas de vestir, momias, telas de colores, instrumentos, huacos, piezas de oro y abundantes ejemplares de alfarería Chimú reproducciones con gran fidelidad de expresión.
Tal es en resumen el álbum de cromos del Obispo Compañón, del que seguramente debe existir como texto explicativo, o del expediente de visita en la diócesis de Trujillo –en cuyo archivo episcopal debe buscarse, o en el Archivo de Límites del Perú en el que existen muchos documentos relativos a dicha diócesis–, o el informe que debió acompañar dichos volúmenes ilustrados al ser remitidos al Rey, el que puede existir en el Archivo de Indias.
El interés nacional en la publicación de esta admirable información sobre la vida peruana en el siglo XVIII es evidente. Pero Trujillo, cuya sede episcopal sirve de centro a esta coordinación cultural de la futura “región” republicana, tiene especial compromiso consigo mismo para impedir que se pierda este noble capítulo de su historia. El nombre de los más destacados Mecenas de aquella histórica ciudad está comprometido en ello.
Madrid, Enero de 1935
* Publicado en el diario El Comercio de Lima, el 14 de julio de 1948, p. 8.