Cátedra Raúl Porras Barrenechea

Blog-Homenaje a la memoria de Raúl Porras Barrenechea,
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

16 julio 2007

Antología de Raúl Porras (XXII)

Pando y Vidaurre *


El Perú designó, por indicación de Bolívar, para que lo representaran en el Congreso de Panamá, a don Manuel Lorenzo de Vidaurre y a don José María de Pando. Posteriormente en mayo de 1826, Pando fue llamado a ocupar la cartera de Relaciones Exteriores, y se nombró en su lugar a don Manuel Pérez de Tudela.

Vidaurre tenía, al inaugurarse el Congreso de Panamá, cincuenta y tres años. Pero es la figura más briosa, inquieta y contradictoria de la asamblea. Vidaurre había sido Oidor de la Real Audiencia del Cuzco, en la época de la dominación española. Pero desde entonces, a pesar de la solemne parsimonia de su cargo manifestó su impetuosidad de carácter y su espíritu de disidencia. Desde el Cuzco, enviaba al rey memoriales aconsejándole los caminos que debía seguir "para no desesperar a los pueblos". Poco antes, había escrito un informe que si no hubiera contado con la autorización ministerial hubiera pasado por un libelo: su Plan de Perú redactado en Cádiz en 1810, en el que solicitaba que "al despotismo suceda la justicia, y a la tiranía la equidad, al abandono el esmero" en el gobierno de las colonias.

Hombre cultísimo, con una vasta erudición jurídica e histórica, que atestiguan las profusas citas de sus discursos, vacila siempre en los meandros de la acción. Intelectual puro, su actitud más característica es la contradicción. Su exaltación de ánimo lo lleva siempre a los extremos: se entusiasma con los argumentos que desechó el día anterior. Dialéctico implacable, se dio el gusto de rebatirse a sí mismo a los setenta años, condenando sus opiniones librepensadoras emitidas en su juventud, en un libro compungido y católico, que tituló Vidaurre contra Vidaurre. En la primera época de la revolución su cerebro se debate entre postulados opuestos y dogmáticos:: su lealtad al rey y sus deberes de americano. Se inclina a unos y otros con imprudencias que pueden comprometerlo, y halla por fin la síntesis salvadora en una posición reformista, por la que se despeña su entusiasmo ideológico. El constitucionalismo de 1812 es su fórmula, a un propio tiempo legal y revolucionaria. Como tal es uno de los grandes panegiristas de la constitución gaditana.

La vida, sin embargo, le sorprende en una desadaptación constante. El Virrey desconfía de sus entusiasmos constitucionales y consigue su traslado fuera del Perú. La revolución de Pumacahua, de 1814, en el Cuzco, le ofrece en homenaje espontáneo de admiración a su independencia de espíritu, la presidencia de la junta revolucionaria. Pero Vidaurre rechaza el honor porque se halla a igual distancia del servilismo que de la revolución.

Al cabo de servir algunos puestos judiciales en las secciones de América, Vidaurre rompe necesariamente con el despotismo y como ama instintivamente el contraste, se va a vivir a los Estados Unidos en plena democracia libre. En Filadelfia estudia las leyes del país y se nutre en el ejemplo vivo de las costumbres. Desde Filadelfia dedica a Bolívar su Plan de Perú escrito en 1810 y publicado en 1923.

Bolívar, sugestionado a la distancia, por la entereza y brillantez del pensamiento de Vidaurre, le escribía frases a tono, con el estilo hinchado y sentencioso del antiguo oidor colonial. "El Perú necesita de algunos Vidaurres, pero no habiendo más que uno, éste debe apresurarse a volar al socorro de la tierra nativa que clama e implora por sus primeros hijos, por esos hijos de predilección". Pero la amistad entre Vidaurre y el héroe sufre las bruscas alternativas y contrastes propios del carácter de aquél. Al entusiasmo apologético de Vidaurre por Bolívar corresponde éste con honores; lo nombra para instalar la Corte de Justicia de Trujillo, Presidente de la primera Corte Suprema de la República y delegado del Perú al Congreso de Panamá. Vidaurre acrece el tono de sus panegíricos plagados más que nunca de comparaciones clásicas . En las sesiones del Congreso de Panamá, en el que quería, a todo trance, fundar un Anfíctionado griego, para convertir en realidad la metáfora de Bolívar, de transformar el Istmo de Panamá en el de Corinto, se acrecientan su sensibilidad y su fantasía, cada día más exaltada en una especie de delirio democrático griego-romano. Bolívar reprime al iluso anciano con algunos rasgos de irónica espiritualidad, aconsejándole en sus cartas dirigidas a Panamá, que no se deje arrebatar por el fuego de su imaginación, que reprima su "genio eléctrico" y eche fuera de sí ese "calor de zona tórrida que lo abrasa". Pero la demencia democrática de Vidaurre es inapaciguable y las sospechas adquiridas en Panamá, de que Bolívar intenta coronarse lo alejan de aquél. Eterno Clodoveo, quema a cada instante los ídolos que ha adorado y adora los ídolos derribados. Con Luna Pizarro encabeza la reacción nacionalista, contra aquel a quien llamó "Simón el Peruano". En el Consejo de Gobierno del 26, es nombrado Ministro de Relaciones. Desde el poder piensa en reglamentar su república platoniana. Presenta proyectos de constitución a las cámaras y esbozos de leyes cívicas. En la sala de sesiones del Congreso ordena colocar una efigie de Bruto, con este mote "La voz de la patria sofoca la de la naturaleza". Y en el sitial de la presidencia este otro lema: "La América no admite ni tiranos ni opresores". En la tribuna del Congreso pronuncia arengas y discursos llenos de fuego republicano. Cree ingenuamente en el poder de la elocuencia y quiere forjar instituciones con discursos. Pronto su ilusión ciceroniana se espanta viendo surgir en derredor siniestras sombras de Catilinas. Inhábil para la política, perdido en nubes teóricas, le vencen políticos menos puros e idealistas. Vidaurre es encarcelado como cómplice de una conspiración que no conocía y desterrado a los Estados Unidos.

Incansable estudioso, Vidaurre viaja, inquiere, anota, escribe, no desmaya en su labor intelectual. A los setenta años trabaja ocho horas diarias, sin descanso, formula proyectos de constitución, publica infatigablemente discursos, disertaciones, libros. El solo redacta los proyectos de Código Penal y Civil, llenos de audaces y originales prescripciones y de instituciones sui géneris, algunas de ellas cómicamente ingenuas, pero otras, en cambio, inspiradas en una formidable intuición de nuestra realidad.

Los últimos años de su vida, los dedicó Vidaurre al misticismo ya que su juventud había sido herética. Su libro Vidaurre contra Vidaurre es, como en todos los casos de conversiones, más que la voz de un hombre, un eco de ultratumba.

José María Pando era de carácter y de inteligencia muy diversos de los de Vidaurre. Pando era frío y razonador como Vidaurre exaltado y fantástico. Pando era lógico y claro; Vidaurre, paradojal y confuso. Este era un soñador romántico, un Juan Jacobo perdido en utopías inasequibles; el primero, aunque más joven, era un espíritu escéptico y práctico, sagaz cateador de la realidad política, a la que aspiraba a domar, no con teorías y discursos como Vidaurre, sino con la férrea mano de los grandes constructores de pueblos y, no por la aplicación de las fórmulas vagas y líricas del Contrato Social, sino más bien por el método seguro y sinuoso trazado en el Libro del Príncipe. Ambos, Vidaurre y Pando, eran juristas, provistos de seria y cultivada cultura, y como tales expertos dialécticos. Pero en Vidaurre, la erudición era desbordante e inopinada, e irrumpía en sus escritos y palabras, con impertinencia enfática, en tanto que en Pando, el saber era como manantial escondido que fluía silenciosamente debajo de sus obras, para asomar brevemente a la superficie, siempre disciplinado entre cauces de buen gusto. Literariamente, el uno era un grafómano con arranques geniales y semi-apocalípticos; el otro, un tratadista elegante y suspicaz. En política ambos vivieron desadaptados y sufrieron la repulsa de un medio inferior a la cultura de ambos. La república de entonces, entregada al culto de la barbarie y de la fuerza, rechazó igualmente el radicalismo democrático doctrinario del uno y el rígido autoritarismo aristocrático del otro. En lo que respecta al Congreso de Panamá, Vidaurre llevaba planes desorbitados, y se proponía luchar dramáticamente por su aceptación. Pando, mediante un proyecto, mucho menos amplio, pero realizable: la unión federal del Perú, Colombia y Bolivia, bajo la presidencia de Bolívar y consideraba el congreso general "como el sueño de un hombre honrado", juicio que expresó en su correspondencia oficial y en cartas particulares a Bolívar.

Pando era limeño, pero se había educado en España, en el Seminario de nobles de Madrid. En el servicio de España desempeñó desde muy joven cargos diplomáticos y llegó a ser en 1823, ministro de Estado de Fernando VII. Como tal, dirigió una notable circular a las cancillerías europeas denunciando las maquinaciones francesas contra el sistema constitucional español y protestando contra el derecho de intervención. Invadida España por los franceses, se decidió a regresar al Perú. En Lima a pesar de su actitud españolista, hasta en los días de Ayacucho, Bolívar lo llama a colaborar como Ministro de Hacienda. Pando es desde entonces uno de los satélites más destacados en el esplendor del astro bolivariano. Dirige a Bolívar su célebre oda titulada Epístola a Próspero y colabora con el héroe en las tareas civiles. Bolívar elogia su cultura y su talento, la importancia de su colaboración en los días en que escribe su constitución vitalicia. El caudillo militar llegado a la cúspide del poder y el ex-ministro de Fernando VII, coinciden en el desencanto de las soberanías populares. Bolívar escribe por aquel entonces, refiriéndose a la Constitución que proyectaba para Bolivia: "ella no hay duda que es nueva en el orden social, pero tiene por base la experiencia de quince años de revolución".

Pando pone al servicio del libertador de pueblos su experiencia despótica, y en Lima se susurra que fue él quien redacto el exordio de la Constitución Vitalicia, en la que por lo menos colaboró con su experimentado consejo y con su pluma. Bolívar, agradecido y entusiasmado por los talentos de Pando, escribe en esos días a Sucre: "El señor Pando es el sujeto más ilustrado que he conocido en todo el Perú: hombre de un firmeza inalterable y buen político".

En prueba de absoluta identidad de pensamiento en lo que respecta a ideas constitucionales, entre Pando y Bolívar, aquel fue encargado, al retirarse el Libertador del Perú, de imponer a los pueblos la Constitución vitalicia, lo que no puede negarse que realizó con lealtad, convicción y fervor. La revolución demagógica y nacionalista que derrocó la dictadura colombiana, era lógico que arrastrara a Pando, el que, caído, hubo de someterse al gobierno y a las formas liberales, exigidas por el partido triunfante. Con Gamarra se yergue de nuevo el despótico consejero, para dictar lecciones de autoritarismo en el Gabinete Ministerial y en el editorial periodístico. En la tribuna del Mercurio Peruano reanuda sus recriminaciones contra el desorden, la incultura y la anarquía. Es al propio tiempo que caudillo de doctrinas, mentor de un esclarecido grupo intelectual. Su casa es el centro de un cenáculo en el que predomina el gusto clasicista y se tiene por modelos poéticos a Moratín y a Meléndez Valdez. Una segunda reacción liberal arroja a Pando del poder y del Perú. Vuelto a España - "el criollo tres veces tránsfuga" como lo llama Juan de Arona - intentó rehabilitar en ella sus servicios y figurar nuevamente en la burocracia española, pero sufrió rechazos y humillaciones por su actuación en América, Pando dejó al morir, a los cincuenta y cuatro años, en 1840, algunas obras reveladoras de su extensa cultura. Sus Pensamientos y apuntes sobre moral y política son una interesante exposición de principios y reflexiones, en los que las ideas del decepcionado hombre de estado se revisten de vigor por el prestigio de una prosa límpida, elegante y castiza. Sus borradores sobre derecho internacional, ciencia que conoció a profundidad y puso a diestra contribución en su vida pública, fueron publicados en libros después de su muerte, sin que recibieran la revisión y el ordenamiento del autor. Son por eso simples apuntes y observaciones y a veces transcripciones literales de otros tratadistas que Pando se proponía probablemente comentar. Pero a pesar de tal inconclusión es obra de frecuente consulta, citada por internacionalistas y diplomáticos.


* De: El Congreso de Panamá de 1826. Lima, 1930

El Reportero de la Historia, 12:58 p. m.