Cátedra Raúl Porras Barrenechea

Blog-Homenaje a la memoria de Raúl Porras Barrenechea,
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

29 julio 2007

Discurso de José de la Riva Agüero *

Múltiples razones coadyuvan a que todo me sea grato sobremanera en este acto académico. Se ha pronunciado el vibrante elogio de mi fraternal amigo, que fue ejemplo de virtudes ciudadanas y dechado de elocuencia, José María de la Jara; y lo ha dicho el sucesor suyo en el sitial de la Academia Correspondiente, otro de mis amigos mejores de la inmediata generación, Raúl Porras Barrenechea, con sobrados títulos para entrar en esta Corporación por derecho propio. Escritor agudo y brillante, profesor de vocación y de sin igual competencia, escudriñador de los antiguos periódicos criollos (Periodismo Peruano, 1921) y de los anales diplomáticos (Alegato del Perú sobre la ocupación indebida de Tarata, tres tomos, 1927-1927; El congreso de Panamá, 1930); crítica sagaz de los viejos satíricos limeños, como D. José Joaquín La Riva y D. Felipe Pardo, y del insigne tradicionista Palma; sutil apreciador y enamorado del ambiente de Lima, tenéis páginas, Sr. Porras, en que vuestro ágil, incisivo y gracioso estilo, en alas de la emoción paisajista y costumbrista, de orfebre a la vez delicado y lujoso, de historiador de muy alta prestancia. A este propósito recuerdo vuestro hermoso discurso en el centenario de Palma y los exquisitos preliminares de vuestra Antología de Lima; y acabamos todos de oír los cincelados párrafos de vuestra oración de ingreso, que es la más cabal apología de Pizarro.

A la historia nacional se dedican, en efecto, casi todas vuestras producciones; y de la comunidad de estudios y ejercicios, proceden sin duda vuestra recíproca estima y la no rara coincidencia de nuestros pareceres acerca de asuntos carnales para la peruanidad, desde la época en que estábamos bien apartados por contrarias ideologías. Así, pongo por caso vuestro ensayo juvenil sobre Arce, en que improbábais, según lo hicieron los míos, a “los que nos sacrificaron, con la máscara propia del hispanoamericanismo, a todas las naciones vecinas” y pseudo fraternas. Como lo insinuáis en uno de vuestros libros, el americanismo concebido a la zafia manera del siglo XIX, que retienen aún bastantes rezagados; el americanismo como antiespañolismo, como la exclusiva y la enemiga del Nuevo Continente a la herencia metropolitana, el odio a la Conquista y al Virreinato, es un absurdo vergonzoso, una inconsecuencia flagrante o una torpe añagaza: es cortar la raíz, fingiendo cultivar la planta: es una inepcia manifiesta y suicida. Porque la ruptura total con lo pasado constituye el peor crimen colectivo, ¡Qué bajeza y falsedad moral, y que profunda miseria intelectual arguye repetir, cual tantos hispanófobos lo hacen, la monserga o consabida retahíla del americanismo latino, fundado en unidad de idioma, religión y estirpe, al paso que estropean y barbarizan la lengua, destacan y escarnecen la fe católica, e insultan y menosprecian la patricia y viril sangre hispana; trinidad esencial del hispanoamericanismo auténtico, ya que toda ella nos vino, íntegra e indisoluble, de la misma Metrópoli peninsular, neciamente repudiada y blasfemada!

Para llegar a este integral y consciente hispanoamericanismo, que es el nuestro y debe ser la substancia común de todos los patriotismos en la América española, y en especial la entraña animadora del Perú, ¡cuántos prejuicios hemos tenido que vencer, cuántos harapos filantrópicos y populacheros hemos tenido que aventar muy lejos, con merecido desdén! Bajo la estéril capa de arena de los decrépitos lugares comunes liberales, de crasos errores, voluntarios y renitentes, de ilogismos demagógicos, de retóricos oropeles mil veces trasnochados, deslustrados y mustios, amontonados por la rutina o falsificadora tradición dieciochesca y enciclopedista, de libros y textos mendaces, hemos tenido que excavar afanosos para que al fin brotara, fresca y limpia, la verdadera tradición, la vital, la genuina, la atávica, única fuente perenne y salubre de lozanía y de fecundidad para los pueblos y las razas que no quieren renegar míseramente de su espíritu, de su paterna sangre, de sus destinos asequibles y claros.

En vuestro ameno estudio biográfico-crítico sobre Gonçalves Dias y Ricardo Palma, escrito hace siete años, reclamábais, con natural vehemencia, que se erigiera en Lima una estatua a D. Francisco Pizarro, el patriarca de la nación hispanoperuana y de su ciudad capital. Ya la tiene, por fortuna, desde el cuatricentenario de Lima en 1935. Entonces y hoy le hemos ofrendado coronas de flores, expresivo tributo de nuestras obligaciones de gratitud y de acatamiento filial. Es de equidad recordar que la estatua fue obsequio de una dama de Norteamérica, de la escuela de Lummis, hispanófila, rehabilitadora y pizarrista tendencia que en los Estados Unidos también existe y prospera, como si quisiera compensar y resarcir los denuestos de Harrise; los recelos, prevenciones hostiles y restricciones estrechas de Prescott; y las hueras declamaciones calumniosas de otros innumerables. Pero la verdadera estatua mortal de Pizarro, su cumplida reivindicación, el monumento victorioso en desagravio de su ultrajado y denigrado carácter, lo estas construyendo vos, Sr. D. Raúl Porras, con vuestras investigaciones tan beneméritas y diligentes, con vuestras notabilísimas publicaciones y glosas del testamento del Conquistador, y de los cronistas primitivos e inéditos; con vuestra obra predilecta de ese vuestro libro que crece día a día, y del que es gallardo resumen el discurso que os hemos aplaudido. Acérrimo impugnador de inexactitudes y confusiones, habéis extirpado la maleza de fábulas que obscurecían e infamaban los orígenes y los hechos de nuestro invicto Gobernador. Una de ellas, la conseja risible de haber sido porquero en su infancia y adolescencia, invención que no sin verisimilitud atribuís, en calidad de chiste deslenguado, al mentiroso y bufonesco Alonso Enríquez de Guzmán, propalada luego por Gómara con su habitual y chismosa ligereza, y contra la que ya se inscribieron el Inca Garcilaso y Quintana, graduándola aquél de maliciosa y novelesca especie, parto de la envidia.

Al rehabilitar la egregia figura de D. Francisco Pizarro, cumplís, Sr. Porras, un deber de elevado y urgente peruanismo. Hacéis campear y resplandecer la altiva determinación y eficacia con que defendió contra su socio la amenazada integridad territorial peruana, y hasta frente a la Corona, la plausible y necesaria autonomía de su gobernación y la plena validez de sus poderes capitulados y su empeño constante para fundir en una de las dos sociedades que han formado nuestra patria, la española y la india. Por todo esto fue el auténtico creador del Perú actual, hispano y católico, que es nuestra nacionalidad real y duradera. Defendiéndolo verídicos e intrépidos, sin atender a estímulos ni a aplausos, sin que nos detengan las miopías y olvidos de los frívolos, el desmayo de los rastreros, la abyección de los apóstatas ni los ruines dicterios adversarios, hacemos los que nos toca, nos ajustamos estrictos a nuestra solariega obligación. Estamos aquí, y estuvimos siempre, firmes en nuestro heredado puesto de honor, que es a veces el del aislamiento y el del riesgo. Somos y hemos sido, desde la primera hora, los hijos consecuentes, en los inciertos días de prueba y de combate. Nos asiste, en nuestra histórica faena, la conciencia orgullosa de no ser vanos ecos de los pasados, como lo son los exclusivos indigenistas; de no ser fantasmas de un pretérito abolido, como lo susurra y lo ansía, bajuno y siniestro, el cobarde mercantilismo extranjerizante, sino de estar ejecutando nosotros la ley de la tradición profunda y viviente, de reflejar y servir la idea que plasma los hechos el alma de nuestra latina cultura; de obedecer con lealtad el mandamiento soberano de nuestros padres, que nos señala en el desinteresado culto a nuestros héroes epónimos, y en el respeto y prosecución de su civilizadora y rescatadora obra hispánica, el camino del decoro, de la no mentida independencia, la emancipación y consolidación de nuestro íntimo ser nacional, la verdadera y substantiva libertad material y moral de este país.

He dicho.


* Del Discurso de contestación del Director de la Academia Peruana correspondiente de la Real Española de la Lengua, Dr. José de la Riva Agüero, al Discurso de Orden del Académico Recipiendario D. Raúl Porras Barrenechea, en la sesión solemne en homenaje a Francisco Pizarro, con motivo del cuatricentenario de su muerte, el 26 de junio de 1941.

El Reportero de la Historia, 1:16 p. m.