Cátedra Raúl Porras Barrenechea

Blog-Homenaje a la memoria de Raúl Porras Barrenechea,
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

26 junio 2006

RAUL PORRAS: Una semblanza en el Centenario de su nacimiento

Por Estuardo Núñez

Nos tocó en suerte asistir al estreno de Raúl Porras como Catedrático en San Marcos. Corría el mes de abril de 1928 y la Universidad acababa de ser reformada por decisión gubernativa de Leguía. Se trataba de eliminar a la oligarquía "civilista" de los cargos directivos en la Universidad. Un nuevo estatuto daba injerencia al gobierno del país en la marcha universitaria, violentando la autonomía políticamente utilizada. Fueron cesadas las autoridades y se nombró decano de la Facultad de Letras a una prestigiosa figura intelectual: don José Gálvez, quien sustituía a otro decano que parecía vitalicio. La Universidad apareció remozada, gracias a los nuevos criterios que habían presidido la confección del nuevo Estatuto, en parte concebido por otra notable figura universitaria: don Julio C. Tello, entonces profesor de prestigio, arqueólogo de fama y al mismo tiempo parlamentario influyente.

Se planteó al efecto que ingresaran a la cátedra nuevos valores para reemplazar a catedráticos caducos. Porras fue llamado para ocupar una cátedra.

Porras hubiera deseado, y así parece que lo manifestó al decano Gálvez y al Ministro de Educación Oliveira, dictar la cátedra de Historia del Perú, mas no había en ese momento la vacante respectiva. Se le pidió aceptara la cátedra de Literatura Castellana , con el ofrecimiento de que ocuparía la de Historia del Perú en cuanto fuera ello posible.

Nosotros -inquieto grupo de estudiantes- cursábamos el segundo año de Letras y recibimos alborozados las lecciones sugestivas del Maestro. Trajo a nuestro conocimiento una bibliografía renovadora y reciente, a base de los estudios de Menéndez Pidal. Nos puso en contacto con textos críticos comentados del Poema del Cid y del Romancero y, más adelante, pasando sobre los grandes nombres del Siglo de Oro, terminaba el programa con los ensayistas de la Generación del 98: Ortega, Unamuno, Costa, Ganivet. Algunos de nuestros trabajos versaron precisamente sobre esos modernos pensadores españoles, y Porras, acogiéndolos con entusiasmo, les dio cabida en las páginas del Mercurio Peruano, a cuya redacción pertenecía.

El curso que nos dictó fue realmente memorable. No creemos que Porras tuviera una preparación pedagógica teórica, pero su entusiasmo intelectual suplía cualquier metodología. Realmente nos descubrió la literatura española y nos la hizo atractiva y entrañable, conduciéndonos a la lectura crítica de sus textos. Gracias a él, igualmente, la literatura española no sólo fue para nosotros materia añeja, reducto de obras inmortales, sino también reconciliación con un Quijote que nos habían hecho indigesto las exigencias de la escuela secundaria, y además venero de fuerzas vitales en sus ensayistas del 98, portadores del vigoroso e insospechado impulso de renovación de España, que hoy precisamente apreciamos en todo su esplendor. Escuchábamos al maestro con fruición y placer intelectual. Sabía matizar la erudición y el saber con singulares apuntes de ironía. Los que asistimos a ese curso -en 1928 y en el siguiente año, en que varió el contenido del programa, dando muestras de gran capacidad y de versación a la par que de integridad intelectual-, hemos guardado siempre los más gratos recuerdos de sus secuencias admirables.

Nos impactó profundamente en ese joven de 31 años, su recia y brillante personalidad. El decir fluido y la expresión galana y elegante, singular don de Porras, no era común característica entre otros profesores.

También hacía honda impresión su ademán tan expresivo con el brazo derecho levantado y la mano doblada, en forma de ala, su cabeza ligeramente echada hacia atrás, el mentón saliente, y unos ojos claros penetrantes.

Pero lo que más impresionaba en su fisonomía, era su amplia y alta frente, ornada de cabellos de color rubio ceniza, peinados descuidadamente hacia atrás y unos labios apretados y finos que se separaban sincrónicamente al hablar o sonreír.

Traía a la Universidad reformada, el prestigio de alumno distinguido, que había luchado por el cambio de una universidad obsoleta que todavía alcanzó y la precoz fama de especialista en cuestiones internacionales, en cuya actividad había producido ya dictámenes luminosos. Hasta entonces había dictado algunas conferencias notables sobre próceres de nuestra independencia y figuras destacadas de la era republicana. Pero sólo en ese año de 1928 se iniciaba en la cátedra universitaria al lado de otros miembros de la Generación del 19, como Luis Alberto Sánchez, Jorge Guillermo Leguía, Jorge Basadre. No mencionamos a Guillermo Luna Cartland, pues a poco de esa iniciación, abandonó la cátedra.

Porras llenó un sitial de modelo magisterial en el desempeño de la docencia universitaria. Sus clases y sus charlas informales en patios y pasillos de la vieja casona sanmarquina, marcaron una etapa señalada por el acercamiento de maestros y discípulos, que pocos profesores habían intentado anteriormente.

Era el suyo un nuevo estilo de enseñar -en muchas ocasiones fuera del aula- casi peripatético, según el cual el maestro mantenía su señorío intelectual pero a la vez estimulaba el diálogo, hincando suavemente la sensibilidad o la vanidad a la soberbia del alumno con apuntaciones sagaces y sutiles, a veces irónicas. Su sentido crítico le permitía descubrir a quienes lucían condiciones sobresalientes y sobre ellos volcaba su interés intelectual, estimulando vocaciones latentes pero aún no desarrolladas. Por eso dejó discípulos fervorosos e hizo prosélitos de su fe en el Perú, de su deslumbramiento ante la revolución de la historia peruana, de su culto del sentido crítico y de su repulsa ante lo adocenado, lo vulgar, lo ridículo y lo estulto.


Publicado en el diario El Comercio el 23 de marzo de 1997, p. 8
El Reportero de la Historia, 11:50 p. m.