Cátedra Raúl Porras Barrenechea
Blog-Homenaje a la memoria de Raúl Porras Barrenechea,
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
03 setiembre 2006
Raúl Porras, Hombre de Letras
Por Jorge Guillermo Llosa P.
Fue Porras Barrenechea un escritor de estirpe clásica, tina figura singular dentro de una especie ya casi borrada por el acoso de la vida contemporánea y la despótica exigencia de la especialización. Su estilo de vida, su trabajo en la cátedra y en el escritorio, sus largas vigilias de lector, su oficio diplomático a la antigua usanza –historiador y humanista– suprema forma del pensamiento y de la cultura, su concepto erasmista de la fraternidad internacional por el espíritu, nos hablan de un género de vida que las condiciones actuales hacen ya imposible y para el que hay que buscar antecedentes remontándose a la aristocracia intelectual de la Roma octaviana o a la que rodeó –con Poliziano, Pulci, Ficino, de la Mirándola– la mesa de Lorenzo el Magnífico. A contrapelo de la tendencia contemporánea Porras Barrenechea se permitió el privilegio de desdeñar la riqueza y sus halagos. Impuso a su estilo de vida un criterio que no parecía posible en las épocas doradas de los mecenas y los príncipes renacentistas. En sus manos el dinero se transmutaba en papel impreso o manuscrito y llegó a ser millonario en libros. Vivió literalmente entre ellos como Alfonso Reyes. De Porras no cabría decir que tuvo una biblioteca en su casa sino que vivió dentro de su biblioteca.
Su figura espiritual evoca un paralelo con la de Miguel de Montaigne. Como él, cultivó con secreto deleite a los clásicos, prefirió el género ensayístico y breve, moró en torre de papel –al igual que el señor del castillo bordalés– y exhibió ante las cuestiones trascendentales de la religión y la filosofía el mismo escepticismo mundano y complaciente.
En la formación intelectual de Porras Barrenechea se revela el estudiante precoz, en un medio donde la formación humanística es superficial y fragmentaria que ignora las lenguas latina y griega y que pasa como por sobre ascuas los textos máximos de los grandes genios. Su afición por los clásicos es fruto de una personal tendencia y ella es notoria en las citas frecuentes que ennoblecen sus discursos con párrafos de Cicerón, de Horacio y de Terencio. Es el tema de la amistad –"que es mutua benevolencia", "en la prueba de alabar se precian los amigos", "la amistad sólo es completa cuando media el concurso del tiempo y de los recuerdos" del que no está ausente la enseñanza ética de Aristóteles y el grave magisterio de Séneca.
Su culto al libro no fue supersticioso ni estuvo empeñado por inhibiciones de coleccionista. Fue una entrega recíproca, un diálogo de autor a autor, del que han quedado las innumerables acotaciones manuscritas, cuya recopilación formaría un volumen de Comentarios al Margen, de no desdeñable interés, como en su tiempo lo frieron las glosas de Triboniano o lo es todavía el ejemplar de la crónica de Gómara marginando a puño y letra por su lector el Inca Garcilaso.
Si los clásicos latinos inspiraron su obra con el ejemplo de la mesura horaciana y la animada evocación de Tito Livio, es a los clásicos castellanos a los debió el magisterio de la prosa. Porras .se definió a sí mismo, como discípulo de Menéndez Pidal y lector estudioso de los autores españoles desde el medioevo del Cid y del romance hasta los maestros contemporáneos. Su estilo es por ello jugoso, bien nutrido de sustantivos exactos y, al mismo tiempo, cromático por el colorido de las expresiones y el insuperable dominio de los adjetivos que definen, acentúan y cierran los períodos. En la prosa de Porras hay evidente regusto por la forma y una interna musicalidad que utiliza sabiamente las iteraciones, los retornos, y las fugas en las que el sentimiento o la emoción se diluyen melancólicamente. A él mismo podrían aplicarse las palabras que dedicó al estilo del Inca Garcilaso de la Vega " ... los dota de una vida nueva y de una sugestión invencible que proviene principalmente de la forma demorada del relato, de la gracia de los detalles y de la técnica en cierto modo novelesca con que el autor maneja los personajes y las escenas". Porras paladeaba su propia prosa en la lectura cadenciosa, de inconfundible timbre de voz de sonoridad castellana, tal que si fueren los propios cronistas los que hablaran por su boca.
La vocación primera y espontánea de Porras fue la literatura. En su arquitectura intelectual predomina la visión estética, el amor a las bellas letras y al contorno de las imágenes sensoriales. No tuvo afecto por la abstracción ni por la especulación genérica. Su ingreso en la historia, la segunda gran pasión de su vida de estudioso, está teñido de este espíritu literario que le lleva a la descripción de personajes y ambientes; a la minuciosa recreación novelesca de los tiempos pasados. Introdujo con éxito el criterio estético como medio de comprensión histórica y logró animar el ingente material documental por el recogido con la síntesis sutil y leve de las semblanzas, los paisajes, los caracteres y la fruición evocadora de los ambientes en los que está siempre visible la nota personal, la anécdota reveladora y el colorido visual de lámina que tienen sus descripciones de figuras, indumentarias, mobiliarios, arquitecturas y ciudades.
Por correspondencia y retribución, Porras pagó a la literaria con los bienes de la historia. A la exégesis literaria llevó el rigor de la investigación y la crítica. Tienen el carácter de verdaderas innovaciones y primicias sus rectificaciones históricas con documentos primicias personalmente hallados e interpretados, sobre personajes de considerable atracción literaria como la Perricholi, cuya auténtica personalidad y realidad histórica deslindó exhumando partidas y registros de la ciudad virreinal.
Todo creador de cultura tiene una concepción del mundo que informa el contenido y la intención total de su obra. En Porras Barrenechea esta concepción del mundo es claramente reconocible. Su visión es estética e imaginativa, se deleita con el resplandor de la apariencia y con la fuerza poética del mito, de los episodios hazañosos y de los héroes representativos. Detrás de su mundo visible, como en un proceso platónico, actúa una realidad espiritual; un hado justiciero que premia, amonesta o castiga. En la cumbre de este mundo impalpable reina una visión descarnada ética de Dios, concebido como Ser supremo, suma de virtudes y Juez justiciero y misericordioso. En la concepción religiosa de Porras están desalojadas la liturgia y el dogma –llevados de la mano por Renán y France– pero es dominante el instinto de inmortalidad y de justicia eterna. La historia es en sus manos un juicio universal donde cada quien encuentra el lugar –de premio o de castigo– que merece. Coronado la gigantesca obra guarda "la mirada de Dios" que reina en un paraíso clásico donde las grandes figuras de la inteligencia gozarán de los lugares privilegiados que el mundo les negó. El espíritu trágico y angustiosamente esperanzado de los Salmos, el humanismo caritativo de San Pablo, las admoniciones terribles del Apocalipsis, las enseñanzas balsámicas del Evangelio están presentes en sus discursos y homenajes, siempre que quiere con sentir una efusión íntima y sincera de sus más hondos sentimientos.
En la más entrañable imagen del hombre Porras se acerca a la estirpe de Dante Alighieri, del que fue expositor y cultor de voto. Una simpatía temperamental debió aproximarlo al carácter solitario y polémico del genial florentino, cuyos tercetos inmortales acuden sorpresivamente a las páginas de Porras transfigurados como alma de su propia alma. Así lo evocó al rendir el postrer homenaje a su maestro Riva-Agüero, a quien vio "en la región olímpica de verde esmalte", dialogando con las grandes sombras de la Patria, tal como en la "Divina Comedia":
"Colá diritto, sopra 'l verde smalto
mi fur mostrati li spiriti magni
che del vedere in me stesso n'esalto".
El mismo amor dantesco por la patria, hecho de esperanza, orgullo y desengaño, sintió Porras por el Perú, que es el ser ideal de su visión estética, el personaje omnipresente de su recreación histórica y la obsesiva preocupación en su vida de maestro, de escritor y de diplomático. El Perú, "país de concreción y de síntesis", una "de las cosas mas viejas y sustantivas de América es la gran obra de Porras Barrenechea. El ha contribuido, más que nadie, a la formación y exaltación de lo peruano. Ha descrito con amorosa maestría las regiones de la patria, su fecunda aridez y su lección de majestuoso equilibrio, su paisaje cultural y el maremagno de la selva sin tumbas; ha contribuido a demarcar, con el peso de su erudición histórica y de su habilidad diplomática, buena parte de los confines. nacionales; ha suministrado los argumentos definitivos de la peruanidad de territorios que nos han disputado advenedizos y salteadores y, sobre todo, ha infundido entre varias generaciones de peruanos, desde la clase, el libro y la conferencia, la conciencia histórica del Perú en la que brota una imagen amable y esperanzada de esta patria que es la paz de arrancar a algunos de sus hijos la blasfemia y el improperio pero que también sabe, como en el caso de Raúl Porras, inspirar la más heroica pasión y el incruento holocausto de sus mejores inteligencias.
Fue Porras Barrenechea un escritor de estirpe clásica, tina figura singular dentro de una especie ya casi borrada por el acoso de la vida contemporánea y la despótica exigencia de la especialización. Su estilo de vida, su trabajo en la cátedra y en el escritorio, sus largas vigilias de lector, su oficio diplomático a la antigua usanza –historiador y humanista– suprema forma del pensamiento y de la cultura, su concepto erasmista de la fraternidad internacional por el espíritu, nos hablan de un género de vida que las condiciones actuales hacen ya imposible y para el que hay que buscar antecedentes remontándose a la aristocracia intelectual de la Roma octaviana o a la que rodeó –con Poliziano, Pulci, Ficino, de la Mirándola– la mesa de Lorenzo el Magnífico. A contrapelo de la tendencia contemporánea Porras Barrenechea se permitió el privilegio de desdeñar la riqueza y sus halagos. Impuso a su estilo de vida un criterio que no parecía posible en las épocas doradas de los mecenas y los príncipes renacentistas. En sus manos el dinero se transmutaba en papel impreso o manuscrito y llegó a ser millonario en libros. Vivió literalmente entre ellos como Alfonso Reyes. De Porras no cabría decir que tuvo una biblioteca en su casa sino que vivió dentro de su biblioteca.
Su figura espiritual evoca un paralelo con la de Miguel de Montaigne. Como él, cultivó con secreto deleite a los clásicos, prefirió el género ensayístico y breve, moró en torre de papel –al igual que el señor del castillo bordalés– y exhibió ante las cuestiones trascendentales de la religión y la filosofía el mismo escepticismo mundano y complaciente.
En la formación intelectual de Porras Barrenechea se revela el estudiante precoz, en un medio donde la formación humanística es superficial y fragmentaria que ignora las lenguas latina y griega y que pasa como por sobre ascuas los textos máximos de los grandes genios. Su afición por los clásicos es fruto de una personal tendencia y ella es notoria en las citas frecuentes que ennoblecen sus discursos con párrafos de Cicerón, de Horacio y de Terencio. Es el tema de la amistad –"que es mutua benevolencia", "en la prueba de alabar se precian los amigos", "la amistad sólo es completa cuando media el concurso del tiempo y de los recuerdos" del que no está ausente la enseñanza ética de Aristóteles y el grave magisterio de Séneca.
Su culto al libro no fue supersticioso ni estuvo empeñado por inhibiciones de coleccionista. Fue una entrega recíproca, un diálogo de autor a autor, del que han quedado las innumerables acotaciones manuscritas, cuya recopilación formaría un volumen de Comentarios al Margen, de no desdeñable interés, como en su tiempo lo frieron las glosas de Triboniano o lo es todavía el ejemplar de la crónica de Gómara marginando a puño y letra por su lector el Inca Garcilaso.
Si los clásicos latinos inspiraron su obra con el ejemplo de la mesura horaciana y la animada evocación de Tito Livio, es a los clásicos castellanos a los debió el magisterio de la prosa. Porras .se definió a sí mismo, como discípulo de Menéndez Pidal y lector estudioso de los autores españoles desde el medioevo del Cid y del romance hasta los maestros contemporáneos. Su estilo es por ello jugoso, bien nutrido de sustantivos exactos y, al mismo tiempo, cromático por el colorido de las expresiones y el insuperable dominio de los adjetivos que definen, acentúan y cierran los períodos. En la prosa de Porras hay evidente regusto por la forma y una interna musicalidad que utiliza sabiamente las iteraciones, los retornos, y las fugas en las que el sentimiento o la emoción se diluyen melancólicamente. A él mismo podrían aplicarse las palabras que dedicó al estilo del Inca Garcilaso de la Vega " ... los dota de una vida nueva y de una sugestión invencible que proviene principalmente de la forma demorada del relato, de la gracia de los detalles y de la técnica en cierto modo novelesca con que el autor maneja los personajes y las escenas". Porras paladeaba su propia prosa en la lectura cadenciosa, de inconfundible timbre de voz de sonoridad castellana, tal que si fueren los propios cronistas los que hablaran por su boca.
La vocación primera y espontánea de Porras fue la literatura. En su arquitectura intelectual predomina la visión estética, el amor a las bellas letras y al contorno de las imágenes sensoriales. No tuvo afecto por la abstracción ni por la especulación genérica. Su ingreso en la historia, la segunda gran pasión de su vida de estudioso, está teñido de este espíritu literario que le lleva a la descripción de personajes y ambientes; a la minuciosa recreación novelesca de los tiempos pasados. Introdujo con éxito el criterio estético como medio de comprensión histórica y logró animar el ingente material documental por el recogido con la síntesis sutil y leve de las semblanzas, los paisajes, los caracteres y la fruición evocadora de los ambientes en los que está siempre visible la nota personal, la anécdota reveladora y el colorido visual de lámina que tienen sus descripciones de figuras, indumentarias, mobiliarios, arquitecturas y ciudades.
Por correspondencia y retribución, Porras pagó a la literaria con los bienes de la historia. A la exégesis literaria llevó el rigor de la investigación y la crítica. Tienen el carácter de verdaderas innovaciones y primicias sus rectificaciones históricas con documentos primicias personalmente hallados e interpretados, sobre personajes de considerable atracción literaria como la Perricholi, cuya auténtica personalidad y realidad histórica deslindó exhumando partidas y registros de la ciudad virreinal.
Todo creador de cultura tiene una concepción del mundo que informa el contenido y la intención total de su obra. En Porras Barrenechea esta concepción del mundo es claramente reconocible. Su visión es estética e imaginativa, se deleita con el resplandor de la apariencia y con la fuerza poética del mito, de los episodios hazañosos y de los héroes representativos. Detrás de su mundo visible, como en un proceso platónico, actúa una realidad espiritual; un hado justiciero que premia, amonesta o castiga. En la cumbre de este mundo impalpable reina una visión descarnada ética de Dios, concebido como Ser supremo, suma de virtudes y Juez justiciero y misericordioso. En la concepción religiosa de Porras están desalojadas la liturgia y el dogma –llevados de la mano por Renán y France– pero es dominante el instinto de inmortalidad y de justicia eterna. La historia es en sus manos un juicio universal donde cada quien encuentra el lugar –de premio o de castigo– que merece. Coronado la gigantesca obra guarda "la mirada de Dios" que reina en un paraíso clásico donde las grandes figuras de la inteligencia gozarán de los lugares privilegiados que el mundo les negó. El espíritu trágico y angustiosamente esperanzado de los Salmos, el humanismo caritativo de San Pablo, las admoniciones terribles del Apocalipsis, las enseñanzas balsámicas del Evangelio están presentes en sus discursos y homenajes, siempre que quiere con sentir una efusión íntima y sincera de sus más hondos sentimientos.
En la más entrañable imagen del hombre Porras se acerca a la estirpe de Dante Alighieri, del que fue expositor y cultor de voto. Una simpatía temperamental debió aproximarlo al carácter solitario y polémico del genial florentino, cuyos tercetos inmortales acuden sorpresivamente a las páginas de Porras transfigurados como alma de su propia alma. Así lo evocó al rendir el postrer homenaje a su maestro Riva-Agüero, a quien vio "en la región olímpica de verde esmalte", dialogando con las grandes sombras de la Patria, tal como en la "Divina Comedia":
"Colá diritto, sopra 'l verde smalto
mi fur mostrati li spiriti magni
che del vedere in me stesso n'esalto".
El mismo amor dantesco por la patria, hecho de esperanza, orgullo y desengaño, sintió Porras por el Perú, que es el ser ideal de su visión estética, el personaje omnipresente de su recreación histórica y la obsesiva preocupación en su vida de maestro, de escritor y de diplomático. El Perú, "país de concreción y de síntesis", una "de las cosas mas viejas y sustantivas de América es la gran obra de Porras Barrenechea. El ha contribuido, más que nadie, a la formación y exaltación de lo peruano. Ha descrito con amorosa maestría las regiones de la patria, su fecunda aridez y su lección de majestuoso equilibrio, su paisaje cultural y el maremagno de la selva sin tumbas; ha contribuido a demarcar, con el peso de su erudición histórica y de su habilidad diplomática, buena parte de los confines. nacionales; ha suministrado los argumentos definitivos de la peruanidad de territorios que nos han disputado advenedizos y salteadores y, sobre todo, ha infundido entre varias generaciones de peruanos, desde la clase, el libro y la conferencia, la conciencia histórica del Perú en la que brota una imagen amable y esperanzada de esta patria que es la paz de arrancar a algunos de sus hijos la blasfemia y el improperio pero que también sabe, como en el caso de Raúl Porras, inspirar la más heroica pasión y el incruento holocausto de sus mejores inteligencias.
El Reportero de la Historia, 8:00 p. m.