Cátedra Raúl Porras Barrenechea

Blog-Homenaje a la memoria de Raúl Porras Barrenechea,
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

30 agosto 2006

Antología de Raúl Porras (X)

Junín *

Junín es la esperanza resucitada. Bolívar ganó allí su más grande batalla, por el laurel de la voluntad. En la desolada llanura de Pasco, no sólo derrotó y puso en fuga a las jactanciosas tropas de Canterac, sino que batió y deshizo a las huestes devastadoras del desaliento. Aquellos novecientos jinetes que se precipitaron a la muerte, la quijotesca lanza en ristre, poseídos por la locura bolivariana de vencer, representan la carga desesperada del optimismo. Son la invencible caballería de la Esperanza.

¡Mil ochocientos veinticuatro! Era el año triste del desánimo, del doblegamiento y de la estéril conformidad con la derrota. El año de la mayor adversidad y de la más dura pobreza . Fracasaban los empréstitos con el erario en ruina, se agotaba el entusiasmo en los mejores espíritus y asomaba el negro presagio de la traición y de la discordia. Pero Bolívar llega, obtiene la dictadura y se refugia en el norte a conspirar contra el destino. Debilitado, inerme, consumido por la fiebre, reducido a un oscuro rincón y a un escaso ejército, aún tiene aliento para responder a la interrogación vacilante de sus lugartenientes, con un valiente infinitivo de victoria. Es el diálogo supremo de Pativilca. La pregunta, piadosa como un ruego: ¿Qué piensa Ud. hacer? La respuesta "como una bofetada": Triunfar!

Junín es la profecía hecha milagro. La voluntad del Héroe consiguió hombres y dinero, organizó regimientos de infantes y predestinados cuerpos de caballería, adquirió caballos y monturas, fundió herrajes y armas, hizo venir ínclitas tropas de Colombia y las unió a juveniles contingentes del Perú. Con justicia podría decir a Sucre: "Usted es el hombre de la guerra y yo el de las dificultades". Aquel ejército de 9,000 hombres, cuya caballería se batió en Junín, le debía desde las lanzas que empuñaban y las espadas que hicieron centellear sobre las cervices de los godos, y el vestido y los caballos, hasta la decisión intrépida que los empujaba a la batalla. Al contemplar el denuedo con que los desalentados de ayer y los bisoños reclutas del Perú se arrojaban a la lucha, el Poeta no pudo contener este grito en su canto inmortal: "¿Los hijos del placer son estos fieros?" Distante de la refriega era el espíritu del jefe, el que triunfaba en la vanguardia enardecida y ponía alas en los cascos de los ágiles corceles. En la alborada de aquel día Bolívar había dicho a sus soldados: "Vosotros sois invencibles".

Pero Junín no es sólo la lección iluminada del genio, sino que es también el más bello espectáculo de la epopeya. Los estadísticos de la guerra sonríen hoy ante la parvedad de la jornada y la exigua cifra de la matanza. Doscientos cincuenta muertos entre los vencidos. Ciento cincuenta entre muertos y heridos para los patriotas, y tan sólo cuarenta y cinco minutos de combate. Pero de aquella brevedad, que no amengua la trascendencia de la hazaña, proviene en cambio la grandeza antigua del episodio. Clásica concisión digna del bajo relieve y de la rapsodia.

Los historiadores han hecho notar que el combate fue cuerpo a cuerpo, al arma blanca, y que ni un solo ruido de artillería alteró el estruendo metálico de aquel tumulto de la Ilíada. Tan sólo el choque de los sables y las lanzas, el relincho de los potros, las voces de guerra de los combatientes y el golpe de los cascos centelleantes, en aquel galope de corceles descrinados, locos de brío y de espuma. Sólo con exámetros de Homero puede hacerse dignamente el elogio de los héroes de Junín. Necochea, herido por siete lanzazos, capturado y luego recobrado por sus camaradas guerreros de las manos enemigas, recuerda a esos héroes que frente al sitio de Ilión, salvaban de la muerte por el favor de los dioses que los envolvía en alguna densa niebla. A Miller por su denuedo al penetrar en la batalla, hubiera podido tomársele como a Diomedes el Tideida, por un dios irritado. El piurano Cortés provoca la acometida de los españoles y busca la muerte gallarda, con un reto que cuadraría bien en la lucha de teucros y de aqueos.

Pero el héroe epónimo de la jornada es Bolívar. Pudo no estar presente en la batalla y no ceñirse el laurel decisivo de Ayacucho, sin mengua para su inmensa gloria. Junín fue el milagro bolivariano. Ni lo que se hizo antes ni lo que se hizo después vale por aquel esfuerzo heroico de la fe que halló para realizarse los brazos de las lanzas que los gauchos argentinos, de los llaneros colombianos, los rotos de Chile y los guerrilleros del Perú. Bolívar es y será el caudillo de las huestes fraternas y la imaginación le colocará siempre, sublime capitán invencible, tal como le recuerda el bronce, encabritado sobre su potro de leyenda, dando la voz de carga al frente de los húsares del sacrificio.

* Publicado en Variedades, el 6 de agosto de 1924
El Reportero de la Historia, 8:00 p. m.