Cátedra Raúl Porras Barrenechea

Blog-Homenaje a la memoria de Raúl Porras Barrenechea,
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

31 agosto 2006

Los libros del Maestro *

Por José Durand

Pocos días sobrevivió a su dueño la biblioteca de Raúl Porras. Murió en realidad con él; pero al igual del recuerdo de esa vida y, también como la obra que legó, la biblioteca ha pasado al fin al patrimonio de todos los peruanos.

Trasladada a la Biblioteca Nacional, por cuidadosa manda testamentaria, en vez de los antiguos legados para sufragios votivos que solían hacer sus viejos conocidos, los conquistadores peruanos, Porras Barrenechea quiso que el único tesoro que poseyó ruegue por él ante la memoria de sus paisanos. Los veinticinco mil volúmenes, documentos, mapas, grabados, borradores, papeletas, fueron recibidos de manos del albacea Oswaldo Hercelles y de la Junta de Albaceazgo designada testamentariamente por el maestro e integrada por el director de la Biblioteca, Cristóbal de Losada y Puga. Ordenados y discernidos tal como lo estuvieron, en la casa de la calle Colina en Miraflores, para todos cuantos vinieran a reclamarlos de su dueño, el dueño aquél de quien aquellos libros se habían adueñado.

Faltan sí, para siempre, su consejo, su inteligente y caluroso comentario, el recuerdo de indicios y derroteros, la interpretación que podía tener tanto de sabia como audaz, tanta malicia cuanta erudición: tanta vida, en suma. Porque sí, a la manera de los viejos clásicos, la historia se nos presenta como "vida de la memoria", el don innato de vivificar el pasado y devolvérnoslo vivo, se encontraba palpitante en don Raúl.

Quedan en cambio, en los márgenes de los libros, las apostillas escritas de su mano, los subrayados y las interrogaciones socarronas. Quedan también las dedicatorias que le enviaron, no en centenares sino en miles de volúmenes, autores de todas partes y virtudes, desde los humildes hasta los esclarecidos.

Pero es más, mucho más, desoladoramente más lo que se pierde. Los libros inconclusos, los libros esbozados, los hallazgos de archivo capaces de esclarecer toda una época en una sola papeleta, pero que nadie sino él conocía, en la íntima relación y secreto, que sabía el carácter, situación, intimidad de cada personaje a quien se refería; el espíritu de cada época, sus corrientes y mudanzas; los preciosos datos complementarios que permiten fundar la conjetura, establecer la hipótesis y llegar firmemente, a la conclusión definitiva.

Sólo un autor de novelas policiales puede apreciar la virtud zahorí de lograr la verdad entre mil indicios encontrados. Eso lo pudo una y muchas veces don Raúl. Allí están, para ejemplos de todos, su admirable atribución, para mí indiscutible, de la vieja crónica rimada "del buen capitán", en loa de Francisco Pizarro, al capitán Diego de Silva (padrino del Inca Garcilaso de la Vega), hijo del famoso autor de novelas de caballerías Feliciano de Silva, uno de los principales autores que enloquecieron al ingenioso hidalgo.

Allí está, también, otra identificación famosa: la de una de las primeras crónicas de la conquista peruana, anónima para los eruditos hasta que el ojo avizor de don Raúl descubrió la escondida presencia de Cristóbal de Mena. Sólo estos dos esclarecimientos de autores ignorados –las crónicas de Mena y de Silva– bastarían para ganar una reputación definitiva. Pero ello, en Raúl Porras Barrenechea, no era sino parte de su obra y parte aún más pequeña de su vida.

Trepando y descendiendo por los siglos, por la historia y las letras, estudió el Perú desde sus antigüedades indígenas hasta los autores de nuestros días. Más aún: tanto se debe a él en hallazgos de nuestro pasado como en el reconocimiento y la evaluación de los vivos. Así estuvo en París al lado de Vallejo a la muerte de éste, y a él se debe, de manera importante, no sólo la proclamación resuelta de la gigantesca magnitud de Vallejo, sino la misma edición póstuma del tomo denominado Poemas Humanos.

Amante de la poesía, el alma de poeta asoma en muchos instantes de sus escritos. Y por cierto no olvidemos las dotes de sabio narrador, que bien envidiarían la mayor parte de nuestros autores de ficción. Su lengua, aunque, por momentos despreocupada de afeites castizos, respiraba la mejor tradición expresiva, la gracia natural, capaz de convertirse en fervor y pasión lo mismo que en grata ironía de la más pura tradición limeña.

No hace mucho recordaba un discípulo suyo cierta anécdota de Porras en Buenos Aires, hacia mayo de 1960. Se encontraba allí don Raúl en su condición de Ministro de Relaciones Exteriores. Sin embargo, las preocupaciones políticas sabían abrir paso a los gustos del escritor e historiador. Y entonces quiso conocer a Borges, al primer prosista en lengua española de nuestros días.

Fue a visitarlo. Jorge Luis Borges, casi ciego, lo recibió afable desconcertado. Porras encargó al punto al discípulo fuera al hotel a traerle algunos libros que ofrecer, previamente autografiados, al ilustre argentino. Lo hizo y se despidió. Al día siguiente, Porras recibió las más insistentes llamadas de parte de Borges. Su hermana le había leído los libros de Porras y los libros pudieron más, infinitamente más, que el título de canciller peruano o de político eminente.

Recuerdo también que uno de los más distinguidos intelectual les argentinos, Alberto Mario Salas, autor del, espléndido estudio Las armas de la conquista, recordaba cómo pudo conocer, al fin, a Raúl Porras Barrenechea, tras años en que ambos mutuamente se leían y admiraban. "Fue durante una recepción oficial –contó Salas–. Porras olvidó todo el inundo político y diplomático v se lanzó a hablar de antiguos personajes, de extraños documentos, en apasionado intercambio de noticias y pareceres". Salieron juntos y charlaron de historia durante largas horas, con el autor que sólo da la autenticidad del espíritu, con el fervor de quien es historiador por naturaleza, vale decir, todavía más que si lo fuera por sola vocación.

Huella de esa vida es la biblioteca. Huella de tesoros íntimos de quien llevó una vida modesta y, en ocasiones, pobre. En la vieja casa materna, por años y décadas acumuló día a día, libros y más libros. Muchos de los más ricos volúmenes –incunables, libros caros, ejemplares únicos en el Perú– se adquirieron gracias al amoroso hurgar de don Raúl en las librerías del viejo, lo mismo en nuestra Lima que en provincias, o en Madrid, Sevilla o los "bouquiners" de París.

Así, con paciencia, amor y saber, acumuló en la biblioteca su fortuna. Una biblioteca que valía millones en poder de un hombre de peculio corto. Y él no soñó jamás en desprenderse de esas riquezas, por la simple razón de que eran parte de sí mismo, o bien una forma de ser para él indispensable.

Libros por todas partes, en dormitorios, salas, pasillos, patios, traspatios y bohardillas. Libros ordenados sin bibliotecario sobre la base de la buena memoria y el trato cotidiano. Muchos de los volúmenes, la mayoría, quedaron sin empastar, pues el encuadernador hubiera requerido una millonaria para la enorme cantidad mecantidad de libros en rústica que poseía. dígalo si no la Biblioteca Nacional, encargada de hacerlo en estos días.

Ahora, en la Biblioteca, debidamente catalogados, estarán al mismo legado, en una o varias salas contiguas. Y será el mejor servicio del público lector, aunque reunidos siempre formando un monumento a su memoria, por hallarse hecho de trozos mismos de su vida.

Otros homenajes de reconocimiento público se vienen cumpliendo. El más importante sin duda, el realizado en Miraflores. Como se sabe, esa Municipalidad impuso el nombre de "Raúl Porras Barrenechea" al parque contiguo al Parque Central, que va desde éste a la calle de Schell, y de la Diagonal a la parroquia. Justo tributo porque desde los tiempos de Ricardo Palma, pocos varones insignes pasearon por las calles de Miraflores, como lo hizo don Raúl, lo mismo en compañía de tímidos discípulos que de las grandes figuras de las letras, la diplomacia, la política y, sobre todo, de la amistad.


* En: La Prensa "7 días del Perú y del Mundo", 12 de febrero de 1961.
El Reportero de la Historia, 8:00 p. m.