Cátedra Raúl Porras Barrenechea

Blog-Homenaje a la memoria de Raúl Porras Barrenechea,
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

10 agosto 2006

Antología de Raúl Porras (VIII)

Los Satíricos Limeños *

Taine encontraría en la tendencia satírica peruana, ocasión para demostrar la influencia de sus tres célebres factores. La herencia andaluza, el influjo de un clima muelle y sin contrastes, y el reflejo de una historia entre irónica y trágica, han contribuido sin duda a mantener y a propagar la inclinación festiva en nuestra literatura.

El ambiente histórico, particularmente, contribuyó en todo momento, a hacer más efectiva esta tendencia. La vida colonial reflejada por Palma, tuvo algo de comedia bufa de enredo y de galanteo. Vida colonial en la que todo rió y en la que el ingenio hizo sonar sus cascabeles junto a las cosas más graves y santas. Discusiones teológicas que si versaron sobre la creación del mundo y las perfecciones divinas, rieron también alegremente alrededor del sexo de los ángeles o de si tuvo o no tuvo Adán ombligo; héroes que se ahogaban en un charco de agua; controversias políticas, sustentadas en verso, en las que no se derramó tinta ni gastó papel, hechas con tiza sobre las paredes de la casa de Pizarro y en las que los virreyes contestaban rimando a sus adversarios; sublevaciones de mujeres; advertencias ingeniosas como la de "Sal-Habas-cal" que suplían una revolución; donde un campanero era para un virrey más temible que una oposición parlamentaria; vida en la que hasta los santos se divertían haciendo milagros pueriles como el de que comieran en un mismo plato perro, pericote y gato u ordenando a los mosquitos que chuparan la sangre de las beatas indiscretas, mientras era necesario el apoyo divino contra el asedio de los piratas y el flagelo de los terremotos.

Tuvimos patria y república en solfa. Independizados los pueblos de América, derrumbado el edificio social y político de la Colonia, se improvisaron leyes y hombres como se habían improvisado discursos. La transición del Coloniaje a la República, del absolutismo a la libertad, fue demasiado brusca. Las prácticas democráticas, que son las que exigen más educación y moralidad, contrastaron con el atraso y la incultura del pueblo. La libertad, la igualdad, la soberanía popular - soberasnía dijo Juan de Arona - todas aquellas palabras fundamentales del credo democrático, sonaron a hueco en labios peruanos o se pronunciaron casi siempre con acento irónico. Don Felipe Pardo, con ser diputado y ministro, no pudo dejar de poner en solfa la carta fundamental de la nación. Con tan endebles bases, la vida nacional fue risible e indecisa, sometida al azar de la intriga o del cuartelazo. Hubo congresos y constituciones a granel, revoluciones de cohetazos; presidentes que para dormir tranquilamente arrojaban por el balcón la banda presidencial; dictadores semanales y generales de opereta. La anarquía era tal que un día se vio el caso exótico de un presidente con tez de ébano.

De la oposición entre el brillante lirismo de las doctrinas y la burda visión de la realidad, surgió un contraste propicio para el género satírico. Ante el derrumbe de todas las exceptivas, la sátira se irguió y fustigó riendo las contradicciones criollas. El periódico satírico fue la expresión exacta de ese momento político y social.

Los periódicos satíricos tradujeron la anarquía y la indecisión de esa época agitada. Correspondieron en la literatura a lo que en la política eran entonces las montoneras. Fue, en cierto modo, el de nuestros periódicos satíricos, un montonerismo literario.

Como las montoneras, surgían de improviso, atacaban aisladamente, sin concierto alguno, con el exclusivo propósito de desorganizar. Imponían a la curiosidad pública el cupo indispensable de su lectura y se disolvían ya por un acto de fuerza del gobierno, ya por un gesto de liberalidad sustentado en las arcas fiscales. Como las montoneras, fueron la expresión de un hosco individualismo. El periódico satírico giraba generalmente alrededor de un solo escritor, a cuyo ingenio y audacia se debían todas las secciones del periódico, desde el editorial reflexivo y patriótico hasta el chisme insidioso y alegre. Suprimido este personaje por la fuerza o por el oro, acababa la vida del periódico, así como en las montoneras desaparecido el caudillo terminaba la rebelión.

Aparecían en los momentos de crisis y contribuían con un apodo o una letrilla a la derrota de un gobierno o a la caída de un ministerio. Logrado su objeto desaparecían, para resucitar en breve, bajo otra nueva y generalmente contradictoria bandera. El Cometa, se llamó el primero de ellos. De los cometas tendrán los subsiguientes periódicos satíricos, la fugacidad y la incandescencia.

Le faltó a esta sátira, indudablemente, en energía y en dolor, lo que le sobraba en agudeza. Cuando adquirió apasionamiento, en vez de ser amarga fue punzante. En vez de proferir anatemas se desató en chistes o prorrumpió en insultos. Careció de osadía masculina, de virilidad retadora. No se alzó nunca con la valentía de un puño cerrado, sino que, desplegando los dedos, los puso en son de burla como colegial atrevido.

No echamos sin embargo la culpa de esta debilidad a nuestros satíricos. Fue la realidad la que condicionó sus actitudes. Se explica que en el Ecuador surgiera la palabra vengativa y condenadora de Montalvo y que en la Argentina se produjera el espíritu poderoso y vengativo de Sarmiento, porque ante ellos se alzaban desangrando a la patria las tiranías de García Moreno y Rosas. Pero nuestros tiranos no tuvieron la fiereza de Melgarejo ni la crueldad de Francia. Fueron unos tiranos no tan tiranos, más socarrones que malvados, más ambiciosos que déspotas. Atacando a Castilla, acaso el más enérgico de nuestros gobernantes, decía el Murciélago: Esta es una tierra que no produce Nerones. Y González Prada llamó más tarde a nuestros caudillos: Napoleones de chicha y coca.

Los satíricos, sin embargo, dieron a la república una lección no aprendida de libertad y de cordura política. Lejos de ser una fuerza desorganizadora como generalmente se supone, fueron más bien los representativos de la mesura y del buen sentido. La sátira en el Perú atacó por igual las supervivencias y los prejuicios coloniales, como las innovaciones prematuras e ilógicas. Fue enemiga de las improvisaciones tanto colectivas como individuales, tanto en el orden social y político como en el económico, y esto a pesar de su fuerte levadura democrática. Al lado de los escasos Quijotes de nuestra raza hubo siempre, invitándolos a desistir de sus desproporcionados empeños, el tintineo de los cascabeles que el escepticismo filosófico de los Sanchos pone siempre a sus mansas cabalgaduras, para apaciguar sus ímpetus y cabriolas y evitar el ridículo de las caídas, de los descalabros y de los brazos en cabestrillo. Los satíricos fueron nuestros Sanchos. Aportaron el instinto popular y sensato de su experiencia para refrenar muchos apetitos y desbordes y para traer a los caminos del sentido común, que son, al fin al cabo, los democráticos caminos de la mayoría, a tanto bárbaro desatentado con yelmo de caballero y corazón de galeote.

Hace falta rehabilitar la reputación individual y colectiva de nuestros satíricos. No sólo no ejercieron un influjo diluyente sino que fueron, personalmente grandes propulsores cívicos. Es un ligereza afirmar que Pardo fue un espíritu retardatario, que Palma creó una ironía disolvente, que Fuentes fue antes que todo un venal y que en el fondo de Juan de Arona había tan sólo un malqueriente. La vida y la obra de estos hombres demuestra que tuvieron delante un ideal y que lo que los impulsara a censurar y atacar era una íntima congoja de patria. Pardo fue un civilizador y uno de los espíritus más modernos y europeos en el Perú de su época. Su rectitud, su abnegación, su desinterés, se demostraron durante toda su vida, pero, principalmente, cuando al llegar al Perú, con la expedición chilena contra la Confederación Perú-Boliviana, que era el fruto de todas sus campañas y desvelos, se apartó del botín y de las granjerías políticas del éxito, porque existía ya en Lima un gobierno nacional que era el ideal por él perseguido. Don Ricardo Palma dedicó toda su vida a forjar nuestra historia, prestó para la reconstrucción de la Biblioteca Nacional, su fe, su esfuerzo y hasta su óbolo desinteresado, y fue siempre ejemplo de altivez ciudadana. Juan de Arona, el malqueriente, sentía tan honda la emoción de la patria, que vivió toda su vida, obsesionado con el empeño de crear una poesía de nuestro pueblo y de nuestro solar; amoroso hasta de las palabras autóctonas hizo de ellas un complacido catálogo en su admirable Diccionario de Peruanismos. La venalidad de Fuentes es un cargo mezquino. ¡Benditas venalidades las del Murciélago, que cuando se acercaba a los gobiernos daba más de lo que recibía, porque cuando se adhirió a Castilla fue para publicar su imperecedera obra sobre Lima, para exhumar el Mercurio Peruano y las Memorias de los Virreyes y cuando era llamado a colaborar con Balta o Pardo, dirigía el único censo del Perú que se ha hecho hasta hoy, era el animador de la Facultad de Ciencias Políticas y hacía nacer por obra de su buen gusto innato el palacio y los jardines magníficos de la Exposición.

Podría negarse eficacia a su esfuerzo y valor a la obra de los satíricos, pero habrá que agradecerles siempre el espíritu de libertad y de protesta que enseñaron, su noble anhelo constructivo y la gracia vernácula que encarnaron, títulos por los que, a despecho propio, tendrá que rendirles homenaje su república malquerida.

Arma contra los tiranos de veinte días, latiguillo fustigador de rezagos coloniales y de falsas divinidades republicanas, las sátira política peruana es la expresión de ese primer período de nuestra historia republicana, en el que los que no se sentían capaces de tomar un fusil, enristraban la pluma y amenazaban a los gobiernos con la temible y risueña oposición de una hoja de papel.

* Presentación de la antología Satíricos y costumbristas. Lima, Patronato del Libro Peruano, 1957
El Reportero de la Historia, 8:00 p. m.