Cátedra Raúl Porras Barrenechea

Blog-Homenaje a la memoria de Raúl Porras Barrenechea,
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

20 agosto 2006

Antología de Raúl Porras (IX)

La Vocación de Maestro *

El Director del Colegio América del Callao ha tenido la buena y cordial gentileza de pedirme que dirija unas palabras a los alumnos de la promoción escolar que hoy egresa de este plantel. Otros años se oyeron en esta ocasión voces ilustres y autorizadas. Yo no tengo para merecer este honor y esta gentileza, más títulos que mis largos años de consagración a la enseñanza. Hace veinte años, en 1923, que yo ingresé como profesor a un colegio de las mismas orientaciones y el mismo espíritu que éste - el Colegio Anglo-Peruano de Lima - y en él persisto a pesar de la diversidad y complicación de mis estudios de investigación y de mis deberes universitarios, porque conservo intacta mi fe en la nobleza de las tareas de la segunda enseñanza y en la fecunda eficacia de las ideas y sentimientos que se depositan en el alma de los niños cuando, en el umbral de la mocedad, empiezan a inquietarse por todo los hondos problemas de la vida y a sentir el acicate del saber o del heroísmo. No puede haber - no hay a mi juicio - mayor placer ni mayor honra espiritual, que ser maestro de segunda enseñanza. Para serlo no bastan diplomas y títulos académicos; son necesarios ante todo amor y vocación. No se puede enseñar - ha dicho Tagore, el dulce maestro de la escuela de Bengala - sino aquello que se ama o sea aquello que guarda para nosotros algo de poesía y de misterio. Yo he enseñado únicamente historia - e historia del Perú que también, por la vocación continental de nuestro pueblo, es historia de América - con el profundo deseo de recoger de la historia nuestra, todavía insegura y borrosa, las esencias morales que definen a nuestra patria y que sustentan en el alma de todos nosotros la conciencia y el orgullo inexplicado de ser peruanos. Mi experiencia de profesor me dice que no hay laboratorio ni templo que supere a la clase de historia para la forja del espíritu de la nacionalidad. En la clase de historia patria el silencio se hace solo, sin disciplinas ni castigos, por la sola presencia de las sombras heroicas que surgen del pasado, por el relato que aprieta el corazón de los niños con la emoción del triunfo o del dolor de la patria, del error que se pudo evitar, del sacrificio o la osadía que engrandecen la hora de la abnegación o de la solitaria figura moral que se yergue, contra la barbarie o la fuerza, en defensa de la libertad o del débil. En ese silencio repentino de las clases de historia, en que los más bulliciosos e inquietos, fijan la mirada y el pensamiento en el ejemplo puro que pasa únicamente por la voz del profesor como una fuerza misteriosa y sagrada, está el soplo creador de la nacionalidad. Para vivir la hora futura y póstuma de esta lección lucharon los apóstoles y murieron los héroes. La historia, que es "la forma suprema de la simpatía humana", recoge todos aquellos rastros dispersos de una misma luz y en el ambiente lleno de nueva vida y pujanza de la clase, lo hace nuevamente dolor y alegría, angustia, admiración o protesta. En esa comunión entre la niñez y los héroes, se va forjando diariamente la imagen de la patria.

Es a este título solo, al de profesor de historia, que mis palabras pueden tener validez o autoridad, para los alumnos peruanos de esta plantel.

La idea del Perú, la formación de nuestro espíritu y de nuestra cultura, están hechos de barros diversos. En el proceso biológico de nuestra raza colaboraron los más diversos elementos, por amor del mestizaje que España trajo a América, como símbolo cristiano de la vida. Nuestra etapa independiente ha ensanchado ese criterio de humanidad universal, que antes se redujo a la fusión del indio y del conquistador, a todas las razas y culturas de la tierra. En nuestra tierra abierta y hospitalaria recibimos con el mismo gesto cordial a todos los habitantes del mundo y los ecos de todas las ideas e inquietudes humanas.

Por eso, si somos conscientes de nuestro pasado indígena y de nuestra tradición española, acogemos con simpatía y gratitud los aportes generosos y desinteresados que nos envían otros pueblos. En esa tarea de fecundación espiritual necesaria para no estancarse y ahogarse en los propios moldes, para recibir todo lo que fuera de nosotros ha enaltecido a la especie humana, ninguna obra más eficaz que la de los colegios de segunda enseñanza. Ellos dejan una huella duradera e imborrable. Lo digo porque yo me eduqué en un colegio francés en el que aprendí, para no olvidarlo más, mi culto por la inteligencia clara y armoniosa de Francia y mi amor por esa libertad del espíritu que asiste al mundo desde el siglo dieciocho francés, que ninguna bota opresora podrá nunca hollar definitivamente.

Una "high school", como ésta, iniciada hace 41 años, representa en nuestra cultura el aporte intelectual de los Estados Unidos. Lejos de cualquier afán oportunista o de cualquiera intransigencia reaccionaria, cabe afirmar la influencia cardinal que la independencia de los Estados Unidos ejerció sobre nuestra libertad y la alucinación que las figuras representativas de la independencia americana - Washington, Jefferson, Hamilton - tuvieron sobre los próceres de nuestra independencia. En una época en que se hallaban recientes las escenas de violencia de la Revolución y de los años del Terror, la fórmula republicana despertaba resistencias y recelos. Fue el ejemplo sobrio y digno, pacífico y ordenado, de auténtica pureza republicana de los Estados Unidos, el que alentó y justificó a los patriotas americanos para sostener la necesidad y la posibilidad de un régimen republicano. El ejemplo americano rebatía todas las objeciones. Sánchez Carrión, el defensor de la República en el Perú, el más auténtico representante de nuestra lucha emancipadora, el organizador civil de Ayacucho, fue un ferviente partidario de la democracia americana. La exhibió como ejemplo y modelo en la Carta del Solitario de Sayán, y anhelaba viajar a Filadelfia para aprender en la fuente misma, las auténticas formas de la organización democrática. Los diputados a nuestro primer Congreso Constituyente, que repartían su admiración entre Grecia y los Estados Unidos, citaban con igual pureza de entusiasmo a Temístocles y a Washington. Todo republicano verdadero tuvo, en la primera etapa de nuestra vida independiente, por máxima y ejemplo la historia de aquel pueblo. Vigil, al reclamar angustiosamente el respeto de la ley y la inviolabilidad de nuestra Carta política, citaba insistentemente las palabras de Washington: "Si la Constitución es defectuosa enmiéndese, pero que no se permita que sea ultrajada mientras tenga existencia".

Nuestra República vivió, pues, inicialmente, del gran ejemplo americano. No podemos decir que escuchara o aprendiera la lección. Honradamente hay que decir que la democracia no existió realmente en el Perú sino en momentos pasajeros. Pero aquel ejemplo necesita revivirse. La "high school" es una institución que puede servir bien a ese ideal. Es característica de las "high school" americanas, la importancia dada a la enseñanza cívica y social. Los jóvenes americanos en estas escuelas de segundo grado, aprenden no sólo las humanidades modernas, las lenguas y la especialización profesional, sino también todo lo que se refiere a la organización federal y a sus derechos ciudadanos. Esta escuela del Callao ha recogido las rectas enseñanzas de las "high school" americanas y en ella predomina, según lo prueban sus prospectos y boletines, un sentido práctico y concreto de las cosas, un plan armónico de desarrollo físico y de formación moral, una orientación útil hacia el trabajo, una complexión moral fundada en el fair play tan necesario a nuestro ambiente propicio a la viveza criolla, una franca colaboración entre alumnos y maestros dentro de la república escolar y una sana y optimista disciplina de la vida, bebida acaso en las fuentes estimulantes de Emerson. Cumple así los preceptos esenciales de una escuela dando al estudiante la cultura que éste necesita, formando su carácter y haciéndole apto para rendir el mejor servicio social.

Aparentemente hoy termina la vida escolar de la promoción de 1943. Pero, en realidad, la obra de la escuela sigue, abierta u oscuramente, su curso y no termina nunca. En el Perú no existen, aún, las instituciones post-escolares, encargadas del perfeccionamiento profesional y del desarrollo de los gustos del espíritu. En la hora en que el espíritu madura y las fuerzas físicas llegan a la plenitud de su vigor, no podéis dar por terminada vuestra tarea educativa. Ella subsiste, entregada a vosotros mismos, libre de toda obligación escolar.

Egresados de una escuela democrática, en este año de lucha por el restablecimiento de los principios de libertad y dignidad humanas que rigen a nuestros pueblos, teneis el deber primordial de servir este ideal en vuestra vida. El concepto de la democracia se halla oscurecido y viciado en el Perú, desde hace más de veinte años. Faltan entres nosotros desde esa época no sólo las condiciones externas de la democracia; libertad de pensamiento y de prensa, independencia de espíritu, libertad y autenticidad electoral, sino que han desaparecido por completo las normas íntimas e indeclinables de una democracia como son: el respeto esencial de los valores morales y de la dignidad humana, el aprovechamiento del mérito y la aptitud, el sentido de la responsabilidad y la necesaria e imprescindible de la alternabilidad y de la renovación.

Vosotros sabéis o debéis saber que la regla primera de una orientación democrática sincera es la selección de los mejores, por la inteligencia y la virtud dentro de normas libremente consentidas e iguales para todos. Este sentido de la democracia está emocionalmente enunciado en el célebre elogio de Fisher Ames a la muerte de Hamilton: "La gloria de un país son sus hombres virtuosos: su prosperidad dependerá de su felicidad en seguir su ejemplo. Las naciones caen en la ignominia y la servidumbre si tales hombres han vivido en vano". Esta es la tragedia del Perú, durante casi toda su vida republicana y particularmente en los últimos lustros: la exclusión de la vida directiva del Estado de todos aquellos que ostentan una aptitud superior o una probidad notoria, o una vida rectilínea y el predominio únicamente de los que siguen una conocida curva de servilismo y lisonja. La norma predominante desde hace mucho tiempo en el Perú, es el predominio de los incompetentes y de los audaces, la exclusión del poder de quienes podían orientar y enseñar. Es deber vuestro contribuir con vuestra acción cívica, al restablecimiento de un Perú más digno y mejor.

A partir de 1919, se ha perdido también en el Perú ese viejo sentido de la responsabilidad que existía en la legislación española y es señal de genuina democracia. Impera desde entonces, junto con la autoridad omnímoda del Poder Ejecutivo, la más absoluta irresponsabilidad de los que gobiernan y la impunidad de los que delinquen. Ni durante el período presidencial ni después de éste se permite discutir los actos casi teocráticos de nuestros gobernantes, bajo el imperio de leyes que desacreditarían a cualquier país totalitario. La consecuencia son el silencio y la complicidad más absurdos, la ignorancia del país sobre sus propios problemas y el abandono de la cosa pública, que pertenece a todos, a un estrecho círculo de logreros políticos o miembros de un clan familiar o electoral. La lisonja de los palaciegos tiende una cortina de humo entre el gobernante y el pueblo. La renovación ha desaparecido de nuestro sistema democrático.

El gran deber de las democracias, después de la justicia, es el de la cultura. Una gran tragedia ha sobrevenido este año (1) para la cultura peruana sobre la que se ha tendido el mismo manto de silencio y de impunidad que sobre otras dolencias nacionales. Las nuevas generaciones del Perú, la vuestra entre ellas, son por obra de la indolencia y del predominio de la incompetencia, generaciones desheredadas de la cultura. El libro, lo sabéis bien por la historia de América, es un gran agente de libertad. Los libros, decía Montaigne, enseñan a bien vivir y a bien morir. En la índole de vuestras empresas, bajo el sino de la acción, no olvidéis los libros. Montaigne, gran señor de las letras, reclamaba únicamente una hora diaria de lectura desinteresada. Leed, pero no por el interés profesional sino por un diario y benéfico cultivo del espíritu y una evasión de los enojos y de las importunidades cotidianas, dentro de aquella estancia de vuestra alma, impenetrable para todos los demás, donde el rey hospitalario se alejaba del mundo para entregarse a la contemplación ideal en la parábola de Rodó.

Vuestra vida va a ser sobre todo de acción y de trabajo. Debéis tratar de ennoblecer éste por la cultura y por el espíritu que pongáis en él. Toda faena humana por humilde o dura que sea, puede ser transformada en belleza y en ideal, si se trabaja con alegría, con ánimo de perfección y con amor por la obra misma como si fuera una obra de arte. Tanto el carpintero, como el que copia una carta o el que coloca fajas para repartir un periódico, si pone en su actividad un cuidado de perfección y de amor por su tarea, la transforma y eleva. "Nada quedará a fin de cuentas - dice Eugenio D`Ors - de lo que hoy es dulzura o dolor de tus horas, fatiga o satisfacción. Una sola cosa Aprendiz, Estudiante, Hijo mío, una sola cosa te será contada y es tu Obra Bien Hecha".

(1) El incendio de la Biblioteca Nacional.


* Discurso en el Colegio América del Callao, diciembre de 1943
El Reportero de la Historia, 8:00 p. m.