Cátedra Raúl Porras Barrenechea

Blog-Homenaje a la memoria de Raúl Porras Barrenechea,
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

02 agosto 2007

Raúl Porras Barrenechea (*)

Por Arturo Salazar Larraín

Raúl Porras Barrenechea ha dejado a los peruanos un diverso y valioso patrimonio historiográfico. Ha dejado detrás de sí ideas y conductas de hombre público capaces de iluminar para las nuevas generaciones el camino, a veces confuso, de nuestra personalidad histórica. En un mundo cada vez más interrelacionado comercialmente y culturalmente más agresivo se cierne, sin duda, el riesgo de la desnaciolización cultural en un país, sin embargo, con una cultura en un país, sin embargo, con una cultura propia que defender.

No me siento en capacidad de analizar y hasta, en algunos casos, siquiera comentar, trabajos que apenas he hojeado o que conozco por simple referencia bibliográfica. Exceptuando quizá El periodismo en el Perú que debería ser materia de análisis periodístico comparativo, creo que tanto El Congreso de Panamá como Pizarro, El nombre del Perú, Tres conferencias sobre Ricardo Palma, Fuentes históricas peruanas, El Inca Garcilaso en Montilla, El paisaje peruano: de Garcilaso a Riva Agúero, Los Cronistas del Perú y otros, merecen una exégesis histórica tan especializada como la que podrían hacer los numerosos y brillantes discípulos que Porras dejó en la disciplina histórica.

Aquí intentaré tan sólo dar el simple testimonio de un alumno suyo llegado a esta casona hacia fines de la década del 40 en el contexto de la ley 13417 y del entonces reciente Estatuto Universitario promulgado el 24 de abril de 1946 por el presidente Bustamante y Rivero.

En lo que por aquella época se dio en llamar Colegio Universitario se reunía una abigarrada y numéricamente inédita cantidad de ingresantes a la Facultad de Letras. Creo que los asistentes al aula del doctor Porras llegamos a ser algo así como 400 alumnos.

El Colegio Universitario ofrecía a los estudiantes una enseñanza universitaria cuyos contenidos mezclaban, indistintamente, el estricto espíritu de las ciencias básicas con la más exigente formación humanística. Allí, en un curso que, si no recuerdo mal llevaba por título el de Historia del Perú. Instituciones dictó inolvidable cátedra Raúl Porras Barrenechea.

Recuerdo su aula rebosante de alumnos que asomaban sus rostros anhelantes, incluso desde las ventanas y vanos de sus puertas. Fue así, a través de la palabra elegante, directa, a ratos poética, pero alejada de la paráfrasis, la cita pertinente y una sosegada y segura sindéresis histórica; como Raúl Porras llegó a esos adolescentes sanmarquinos comenzando, entonces ellos y nosotros, a penetrar el mundo fascinante de Cieza de León, Sarmiento de Gamboa, Cristóbal de Molina, Montesinos, Guamán Poma, Cobo, Betanzos, Garcilaso, Calancha y hasta del quechuista Gonzales de Holguín. Lo recuerdo vivamente.

Tengo para mí que, a esos adolescentes sanmarquinos de mediados del 40, nos tocó en suerte el repaso y la reafirmación de Los Cronistas del Perú trabajo por el cual el Dr. Porras recibió el Premio Nacional de 1945 y al que se estima como su más depurada producción historiográfica. Fue para nosotros un privilegio, y al mismo tiempo una delicia, ser estudiante sanmarquino en esa época en la que también gozamos del magisterio de hombres como Jorge Basadre, José León Barandiarán, Mariano Ibérico, Luis Alberto Sánchez, Fernando Tola y tantos otros. Recuerdo la fruición con que asistíamos a clase y la abundante oferta de calidad académica.

No fui discípulo, sino alumno de Porras Barrenechea. Me atrajeron más las vicisitudes del derecho institucional que los cimientos institucionales de nuestra identidad histórica. Pero Porras logró formar una vasta progenie de discípulos, quizá la más vasta y fecunda de cuantas ha prohijado un catedrático de San Marcos. A ellos corresponde, como se comprueba en estos días del centenario de su nacimiento, realizar la justicia que le fue tenazmente escamoteada a lo largo de su vida, especialmente en el ámbito de la política nacional.

Al margen de la exégesis erudita de su obra me gustaría explorar, muy brevemente, lo que significó para muchos estudiantes, ya no sólo de la universidad, sino, especialmente, de la secundarla común, el magisterio de Raúl Porras. Por eso quisiera esbozar someramente la dimensión poco frecuentada de Raúl Porras como maestro de escuela.

Fue profesor por muchos años del colegio Anglo-Peruano. He encontrado una conferencia que dio a la promoción 1943" del Colegio "América" del Callao en la que Porras deja traslucir con bastante claridad su vocación de maestro y su prédica nacionalista y democrática. Les decía entonces a esos alumnos: "No puede haber -no hay a mi juicio- mayor placer ni mayor honra espiritual, que ser maestro de segunda enseñanza. Para serlo no bastan diplomas ni títulos académicos son necesarios, ante todo, amor y vocación. No se puede enseñar -ha dicho Tagore, el dulce maestro de la escuela de Bengala- sino aquello que se ama, o sea aquello que guarda para nosotros algo de poesía y misterio"(1).

Enseñar historia e historia del Perú, era pues para Porras un acto de amor y, por tanto, de devoción continua al Magisterio. Hegel decía que "sólo el espíritu tiene historia". Por eso el historiador, que es parte de ella, termina involucrándose con el objeto de su investigación. De otra manera lo dice Simmel: "El que nunca amó nunca comprenderá al enamorado, el colérico nunca al flemático ni el cobarde al héroe" porque "si bien el espíritu no puede penetrar en el interior de la naturaleza si puede penetrar en otro espíritu, al que puede reflejar"(2).

Esto es lo que con palabras precisas y hermosas confesó Porras aquella mañana de diciembre de 1943 a los alumnos del Colegio "América" del Callao y que no resisto en trascribir parcialmente:

"Yo he enseñado únicamente Historia -e Historia del Perú que también, por la vocación especial de nuestro pueblo, es Historia de América- con el profundo deseo de recoger de la historia nuestra, todavía insegura y borrosa, las esencias morales que definen a nuestra patria y que sustentan en el alma de todos nosotros la conciencia y el orgullo inexplicado de ser peruanos. Mi experiencia de profesor me dice que no hay laboratorio ni templo que supere a la clase de historia para la forjación del espíritu de la nacionalidad. En la clase de historia patria el silencio se hace solo, sin disciplinas ni castigos, por la sola presencia de las sombras heroicas que surgen del pasado, por el relato que aprieta el corazón de los niños con la emoción del triunfo o del dolor de la patria, del error que se pudo evitar, del sacrificio o la osadía que engrandecen la hora de la abnegación o de la solitaria figura moral que se yergue, contra la barbarie o la fuerza, en defensa de la libertad o del débil. En ese silencio repentino de las clases de historia, en que los más bulliciosos e inquietos fijan la mirada y el pensamiento en el ejemplo puro que pasa únicamente por la voz del profesor como una fuerza misteriosa y sagrada, está el soplo creador de la nacionalidad. Para vivir la hora futura y póstuma de esa lección lucharon los apóstoles y murieron los héroes. La historia, que es "la forma suprema de la simpatía humana", recoge todos aquellos rastros dispersos de una misma luz y en el ambiente lleno de una nueva vida y pujanza de la clase, lo hace nuevamente dolor y alegría, angustia, admiración o protesta. En esa comunión entre pasado y presente, entre la niñez y los héroes, se va forjando diariamente la imagen de la patria"(3).

Estos textos de Porras y otros de Basadre contrastan con los esfuerzos para desgajar, disgregar la imagen unitaria que percibían y predicaban los historiadores del Perú del primer tercio del siglo. Hay un concepto de uniformidad social que no es, desde luego, compatible con la realidad social de todas las sociedades y grandes culturas. Las maneras parciales de ver o interpretar, a veces de manera sugestiva y otras veces de manera más directa, la realidad nacional, se me antojan más bien como expresión de cierto masoquismo nacional que parece gozar con la desarticulación que produce la inmadurez, ya excesivamente extendida, de nuestras instituciones jurídicas y políticas.

Parte del alumnado sanmarquino de esos años del "Colegio Universitario" había egresado de una secundaria en cuyos planteles de profesores figuraban, también, hombres de la calidad de Porras. Esto permitió, quizá, que la secundaria se anticipara, sin mayores sobresaltos, a la universidad. Es probable entonces que aquel auditorio del doctor Porras buscara con ansias en el curso de historia no el recuerdo de un pasado, sino, como exhibía el magisterio de Porras, ese espíritu que "pensando hacia atrás", zambullía a los alumnos en ese umbral de la conciencia nacional claramente percibido a partir de los Cronistas.

La historia que planteaba o proponía Porras en su cátedra no era una simple continuidad de momentos temporales zurcidos con mayor o menor habilidad. Esa historia de Porras no era tributaria de aquel realismo histórico que se complace con ser nada más que un reflejo de lo que "realmente ha ocurrido". Era un producto más complejo y, por ello, más seductor e interesante. Esa historia, tal y como la percibíamos los adolescentes de entonces, poseía lo que en la teoría se reclama como "cohesión de continuidad de una serie histórica unitaria" que hacía de los Cronistas el punto de intersección entre la tradición oral y la reconstrucción escrita. Ése era su embrujo especial.

Tengo también un vivo recuerdo hablado del Senador y del Canciller. Son los beneficios de un cronista parlamentario y un miembro de la plana editorial de La Prensa de esos años.

Sus discípulos y amigos deberían editar en una obra magna sus trabajos sistemáticos y la gran variedad de sus ensayos y artículos. Pero, al mismo tiempo, ha de ser menester rescatar el paradigma de su conducta de funcionario público, ministro, senador y demócrata. A esos colegiales de 1943 les había dicho que en el Perú "el concepto de democracia se halla oscurecido y viciado desde hace más de veinte años. Faltan entre nosotros desde esa época -les decía- no sólo las condiciones externas de la democracia, libertad de pensamiento y de prensa, independencia de espíritu, libertad y autenticidad electoral" También "han desaparecido por completo las normas íntimas e indeclinables de una democracia como son el respeto esencial de los valores morales y de la dignidad humana, el aprovechamiento del mérito y la aptitud, el sentido de la responsabilidad y la necesaria e imprescindible de la alternabilidad y de la renovación"(4).

Son palabras que podrían repetirse ahora ya no sólo en el ámbito escolar, sino en las más altas instancias políticas y docentes de nuestro país, incluyendo al Congreso de la República. Gracias.


NOTAS

(1) Raúl Porras Barrenechea. "Discurso en el colegio América del Callao". En: Palabras a la Juventud. Lima: Ministerio de Educación Pública, Biblioteca del Estudiante Peruano, Tomo IX, 1958, pp. 163-164.
(2) Georg Simmel. Problemas de Filosofía de la Historia. Buenos Aires: Editorial Nova, 1950, pp. 42-43.
(3) Raúl Porras Barrenechea Ob. Cit. p. 164.
(4) Ibídem p. 169.


* Publicado en: Alma Mater, Nº 13-14, 1997.

El Reportero de la Historia, 1:32 p. m.