Cátedra Raúl Porras Barrenechea

Blog-Homenaje a la memoria de Raúl Porras Barrenechea,
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

30 junio 2006

Antología de Raúl Porras (IV)

Unánue, "Amante del País" *

Para Unánue resultan incómodos y convencionales los calificativos al uso de inexpertas historias. La figura y la mentalidad de Unánue pertenecen a un escenario y a un ambiente muy distintos de aquellos de la revolución. Hay que convenir en que la explosión de una revuelta es el momento menos propicio para el recogimiento reflexivo de los estudiosos y para el desarrollo de disciplinas pacientes y severas. Y la gloria de Unánue es, esencialmente, científica, intelectual, orgullo de academias ilustres y de investigaciones vernáculas. La personalidad de Unánue se hallaba ya definida y contorneada cuando sobrevienen las primeras agitaciones patrióticas. Puede decirse que en 1810, la patria en gesta, podía ya contar en Unánue, los prestigios definitivos que aureolan su figura de investigador y de sabio. Tenía, entonces, Unánue, para merecer los más insignes dictados, la gloria de haber fundado el Anfiteatro Anatómico, y el Colegio de Medicina de San Fernando, de haber colaborado en la Sociedad de Amantes del País y el Mercurio Peruano, de haber escrito sus obras capitales: Observaciones sobre el clima de Lima, la Guía política y geográfica del Perú de 1793 y la Memoria del gobierno del Virrey Taboada y Lemos. Las actividades posteriores del político que, por fuerza de los acontecimientos y apartándose de su peculiar ambiente científico, llegó a ser Unánue, muy poco agregan, a pesar del desinterés y de la nobleza que puso en ellas, al significado cardinal de su obra de sabio. Pudo, Unánue, haberse abstenido de toda participación en las agitaciones revolucionarias y en los trastornos políticos de la primera época republicana, sin que amenguara en nada su mérito de forjador de la nacionalidad.

Y es que Unánue - amigo y consejero de los Virreyes y delegado de éstos a las conferencias de Miraflores -, no es en realidad un espíritu ni un hombre de la revolución. Es tan sólo un adherente, prestigioso y benemérito. Aunque él no hubiera ido a la revolución, ésta le habría buscado como a una de la glorias más legítimas del Perú para propio enaltecimiento y decoro. Pero en Unánue, no había, a pesar de la liberalidad y de las tolerancia generosa de su espíritu, esa honda fibra de pasión que conduce al arrebato de la lucha a los verdaderos insurgentes.

Unánue - y como él otras émulas figuras contemporáneas de América - pertenece a un estado de alma anterior a la revolución. Súbdito de Carlos III, se educó bajo la égida del llamado despotismo ilustrado. El liberalismo floreciente de entonces se redujo en las colonias americanas a contrarrestar el influjo del clero con la expulsión de los jesuitas, a proteger la ilustración, al envío de expediciones científicas y naturalistas y a una relativa libertad comercial. Unánue absorbe en su juventud los beneficios de aquella política y ajusta a ella, su mentalidad y su conducta. Siguiendo esa inspiración cambia los hábitos talares que le deparaba la tutela familiar por la carrera médica, acentúa su curiosidad por las ciencias de la naturaleza y por la geografía peruana y se engolfa constantemente en lucubraciones de economista. Pero la idea separatista y democrática se halló muy alejada de sus preocupaciones en la mayor parte de su vida, aunque no dejara de entreverla alguna vez. Distante todavía el momento de la emancipación y sujetos los espíritus a las trabas del absolutismo no era posible pensar, en las últimas décadas del siglo XVIII, el propósito de la patria y de la independencia. La variación de la forma política imperante era aún una irrealizable utopía, por lo que los espíritus certeros y prácticos como el de Unánue, hallan el camino no en el anhelo de una radical transformación del gobierno, sino en una vaga fórmula de mejoramiento social y en un conocimiento cada vez más hondo y penetrado de amor de las cosas del país. El Mercurio Peruano se funda para conocer y estudiar mejor el Perú en todos sus aspectos físicos, históricos y sociales. Unánue es el mejor propulsor y colaborador de esta tendencia, de la cual ha de brotar el sentimiento de la patria y de la autonomía, escribiendo notables ensayos sobre las regiones inexploradas del Perú oriental, sobre el opulento pasado histórico de los Incas y descubriendo minuciosamente el territorio histórico de la patria, sus productos y peculiaridades, sus accidentes geográficos y su historia civil y anímica. A este género de propaganda no cabe calificarlo aún de insurgencia. El único dictado justo que puede asignársele, es el que sus mismos propulsores escogieron para trabajar en común, cuando fundaron la sociedad literaria que publicó El Mercurio Peruano. Mucho más significativo que calificar a Unánue de "patriota", en el sentido que tenía esta palabra en 1821, o de revolucionario, o de conspirador, es señalar aquello que hubo en él de más perdurable y auténtico: Unánue, amante del país.

Esta es, sin duda, la calidad fundamental del espíritu de Unánue, y la que explica todas sus actitudes culminantes, Unánue, a través de todas las transformaciones políticas del Perú siguió siendo, sobre todo esto: un amante del país. Y para un amante del país, que había vivido y trabajado bajo el más despótico de los regímenes y dentro de él había conseguido medidas de mejoramiento social e intelectual para sus conciudadanos, y para él, distinciones y honores insignes - cosmógrafo y Protomédico, diputado a Cortes - lo esencial no era la forma de gobierno, sino el bienestar general, la justicia y la dignidad. De allí que no sean sino aparentes las oscilaciones de la vida política de Unánue, su figuración sexagenaria en la independencia, su adhesión sucesiva a los proyectos monárquicos de San Martín, al republicanismo fogoso de los "leaders" del primer Congreso Constituyente, y a los planes vitalicios de Bolívar. Postergando toda vanidad doctrinaria y ajeno al fanatismo y a las fórmulas rígidas de los teóricos de su época, Unánue sólo persiguió con tesón un propósito, realizado siempre con honradez y limpieza de ánimo, el de servir a la patria que otros más audaces y más jóvenes que él habían hecho surgir, pero a la que él había sido el primero que enseñó que se debía amar.


* Publicado en Variedades, Nº 1025, el 22 de octubre de 1927
El Reportero de la Historia, 12:13 a. m.