Cátedra Raúl Porras Barrenechea

Blog-Homenaje a la memoria de Raúl Porras Barrenechea,
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

28 junio 2006

El centenario de Raúl Porras

Por Enrique CHIRINOS SOTO

El Congreso de la República aprobó, a mi iniciativa, una ley que acaba de promulgar el Presidente de la República, para conmemorar oficialmente en 1997 el centenario del nacimiento de Raúl Porras Barrenechea, natural de Pisco como Abraham Valdelomar lo fue de San Andrés de Pescadores, en las inmediaciones de ese mismo puerto.

Tuve ocasión de conocer personalmente a Porras a raíz del Primer Congreso Internacional de Peruanistas, celebrado en Lima, en agosto de 1951 y en coincidencia con el cuatricentenario de la Universidad de San Marcos, la más antigua de América. De ese certamen, Porras fue elegido, como correspondía, presidente. En él, se congregaron personalidades tan ilustres como el historiador español Manuel Ballesteros, como los franceses Paul Rivet y Louis Baudin, como el argentino Enrique Ruiz Guiñazu. Fue inaugurado en el auditorio de la Biblioteca Nacional. El discurso de orden tocó a Porras. Yo -con mis apenas 21 años a cuestas- lo escuché con delectación. Desde Arequipa, había yo llegado para unas cortas vacaciones en la capital de la República -antes de incorporarme del todo al diario La Prensa-.

Porras era corto de estatura, con tendencia a la obesidad. Rubio y ya canoso, colorado de tez, ojos claros, hubiera podido desdeñar o desdeñaba, como don Antonio Machado, su torpe aliño indumentario. Una vez, sin embargo, que empezaba a hablar, en el foro académico y más tarde en la tribuna parlamentaria, ocurría con él la tansfiguración. Ascendía al Monte Tabor de la elocuencia. No improvisaba. No había tampoco memorizado el texto. Leía unas cuartillas minúsculas a las que había impuesto su caligrafía diminuta, tal como más tarde tendría yo oportunidad de comprobar. Pero leía con fuego, con gracia, con vigor, con las pausas adecuadas, con el ímpetu más denodado y con perfecta independencia respecto del papel. De tal manera, encandilaba al auditorio, no le daba tregua ni respiro, y lo conducía con facilidad a los territorios que él se había propuesto visitar.

Una voz cálida, una pronunciación exacta y clara, una facilidad para la metáfora, una sabiduría clásica, una profusión de citas pertinentes, todo en Porras conducía, en trances como ése, a la más alta cumbre de la oratoria. Si la retórica es el arte de elevar al espíritu por medio de la palabra, Porras ejercía ese arte como ninguno. Creo que aquel discurso de Porras, en el auditorio de la Biblioteca Nacional,largo discurso, apenas interrumpido con aplausos, cerrado con una ovación clamorosa, es el mejor discurso que me ha sido dado escuchar en lo que llevo de vida, y ya llevo bastante.

Porras permaneció sentado mientras decía su fervorosa oración quizá aquejado ya por alguna dolencia. Sus oyentes lo aplaudimos de pie. No bien terminada la ceremonia, fui presentado a Porras por Víctor Andrés Belaunde. A partir de entonces, se anudó una amistad que no se interrumpiría ni con las discrepancias políticas que nos separaron, en 1960, sin alejarnos espiritualmente, en la Conferencia de Cancilleres de San José de Costa Rica, cuyos pormenores contaré en otra ocasión. A las alturas de 1951, yo había leído a Porras, especialmente su magnífica oración fúnebre a la muerte de don José de la Riva- Agüero, y por cierto su elogio a mi ilustre antepasado, don Toribio Pacheco y Rivero, pronunciado en 1928, en el Colegio de Abogados de Lima, al cumplirse cien años del nacimiento del Canciller del 2 de mayo. Esa pieza era, en mi familia, objeto de reverancia.

En aquel discurso de la Biblioteca Nacional, Porras empieza por lamentar la ausencia de algunos insignes peruanistas como Hiram Bingham, a quien llama descubridor insólito de Machu Picchu, o como Ricardo Rojas, maestro de humanidades americanas, o como Rafael Heliodoro Valle, que acerca cotidianamente las imágenes del Perú y de México en versos y ensayos.

Se detiene en la palabra Perú, y la analiza en su aparición en los días preliminares del descubrimiento, sus vicisitudes, su carácter popular y soldadesco y su aplicación sucesiva a las diversas regiones que iba descubriendo Pizarro hasta radicarse en el Imperio de los Incas. Fue un nombre trashumante que envolvía un hambre de riquezas y un ansia andariega de horizontes distantes. Fue y es sinónimo de riqueza y de más allá (1).

Todo el proceso de la historia del Perú -había dicho Porras meses antes en la Universidad de San Marcos- no es sino una dramática y angustiosa lucha del Espíritu contra la naturaleza, en un incesante afán de fusión y síntesis. La historia debiera desarrollarse, dentro de ese cauce tradicional, lejos de toda tendencia laudatoria circunstancial, con un hondo sentido humano, para ser, según el deseo de los filósofos, a la vez que una hazaña de la libertad, una de las formas más nobles de la simpatía humana (2).

(1) El Comercio de Lima, edición del 17 de agosto de 1951.
(2) Raúl Porras Barrenechea: Mito, Tradición e Historia del Perú, Imprenta Santa María, Lima 1951.



Publicado en el diario El Comercio el 5 de noviembre de 1996, p. 2
El Reportero de la Historia, 11:57 p. m.