Cátedra Raúl Porras Barrenechea

Blog-Homenaje a la memoria de Raúl Porras Barrenechea,
Historiador y Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

12 setiembre 2006

Antología de Raúl Porras (XIV)

La Crónica India *

El descubrimiento y la conquista fueron narrados exclusivamente en los primeros lustros de la colonización, por cronistas castellanos. El choque entre las dos razas, los sucesos culminantes de Cajamarca y del Cuzco, se relataron únicamente por el vencedor. Se tuvo la versión española de la conquista, pero faltaba la versión india que explicase el derrumbe del Imperio y juzgase la derrota y sus causas desde el ángulo de los vencidos. Es cierto que algo de la voz y el sentimiento de aquellos pudo deslizarse en algunas de las crónicas castellanas o en las informaciones tomadas a los quipucamayos por Vaca de Castro, por Cieza de León, por el Virrey Toledo o por Sarmiento de Gamboa. Pero el hecho mismo del interrogatorio oficial, con su presión efectiva o tácita y la doble o triple transmisión de los testimonios a través del intérprete, el escribano y el funcionario informante, les quita a éstos su carácter primicio de espontaneidad. No importa aún que en determinadas ocasiones el propio elemento hispánico busque y favorezca la razón india, como en la época de Gasca, para rebajar la obra y sobre todo para menoscabar el poder y la influencia de los primeros conquistadores. Aun en la crónica de Cieza, que es el reflejo de ese estado de ánimo y no obstante el humanitarismo generoso del autor, que recoge muchas de las protestas y de los sentimientos del pueblo oprimido, no es el espíritu de éste el que se transparenta en su obra sino en la propia mentalidad del cronista, española y cristiana.

Es sólo en los primeros cronistas indios y mestizos de las postrimerías del siglo XVI en que empieza a escucharse la voz de la raza vencida. Estos son, naturalmente, muy escasos y con muy estrecha libertad para decir su verdad bajo un régimen colonial. Estrictamente son tres cronistas indios: Titu Cusi Yupanqui, Juan Santa Cruz Pachacutic Salcamaygua y Felipe Huamán Poma de Ayala, y un mestizo genial, el Inca Garcilaso de la Vega. En todos, aún en los indios puros, hay una huella indeleble de mestizaje español, de modo que puede considerárseles, como lo ha apuntado José Varallanos en relación con Poma de Ayala, como mestizos espirituales. Hay en ellos algunas influencias de la cultura hispánica y occidental - nociones históricas, sociales o religiosas - pero la mentalidad y el modo de sentir y raciocinar son profundamente indios y primitivos. Hablan quizás en español, pero piensan en quechua. Es la diferencia fundamental que los separa del Inca Garcilaso. El gran cronista cuzqueño es también profundamente indio por el querer y por su atávica simpatía a todas las manifestaciones del espíritu Inca, pero su mentalidad es inequívocamente la de un hombre del Renacimiento europeo, hasta por el gusto de la filosofía platónica y por su conciencia, que es la de un caballero cristiano y español. Garcilaso coincide en muchas de sus versiones con el sentir de los cronistas indios, apartándose con ellos de las versiones españolas, pero no puede incluírsele entre aquellos porque discurre y siente de muy diversa manera. Vive dentro de otro espíritu y de otra civilización. Habla y piensa subconscientemente en español.

El primer cronista indio en el tiempo es el Inca Titu Cusi Yupanqui, el audaz bastardo hijo del rebelde Manco Inca, que se alza con la mascapaicha imperial y continúa la ficción del Incario, luchando contra los españoles, en las soledades bravías de Vilcabamba. Este dicta en 1570, a un fraile español empeñado en catequizarlo, una relación de la caída del Imperio en Cajamarca y de la resistencia de su padre Manco Inca contra los españoles en la ciudad del Cuzco. Es la primera versión india de la conquista, y aunque trasladada al papel por un fraile español, fue escrita simbólicamente en la fortaleza de Vilcabamba en el único recinto libre de los Incas y antagónico de los españoles, que lo asediaban porfiada e inútilmente. El escrito de Titu Cusi Yupanqui tiene, en las formas externas, apariencias francamente sacerdotales y católicas, pero en el relato y en el fondo de sus apreciaciones han quedado intactas algunas auténticas esencias indias.

Juan Santa Cruz Pachacutic y Felipe Huamán Poma de Ayala (1567-1615), no obstante sus nombres mestizados, son los más legítimos representantes de la crónica india. Aunque ambos tratan de barnizarse de cultura occidental y de liturgia católica, con cierta socarronería y batiburrillo mental, permanecen esencial y distintamente indios en el espíritu supersticioso y agorero, en la credulidad para lo maravilloso, en el fondo cazurro y paciente, en el amor intenso por el estrecho terruño y por el folklore nativo, con una propensión ingenuamente racista, y en lo externo por la forma bárbara y confusa de la expresión, verdadera jerigonza o retorta de español y quechua, con predominio de la fonética y sintaxis india. Las crónicas de Santa Cruz Pachacutic y de Huamán Poma de Ayala son, en forma y fondo, las primeras crónicas bilingües.

La crónica india se escribe predominantemente en español, pero el indio que la escribe, no obstante su incorporación a la cultura occidental que significa el mismo arte de escribir y algunas nociones confusas de religión o de historia, piensa predominantemente en quechua. Son mestizos espirituales pero en los que predomina el atavismo indígena. Del español han recogido, sobre todo, la devoción religiosa, mezclándola con sus propias supersticiones y afición a los ritos y ceremonias. Santa Cruz Pachacutic, que asperja su crónica con invocaciones cristianas y jaculatorias y apóstrofes contra el demonio, nos relata compungidamente la fábula de Tonapa-Viracocha colocando sobre el rostro barbado del ídolo indio la máscara cristiana de Santo Tomás. "Pues se llamó a este varón Tonapa-Viracochampanchacan, ¿no será este hombre el glorioso apóstol Santo Tomás?". Pero detrás de estas ficciones destila su néctar la mitología india: Tonapa derrite los cerros con fuego, o convierte en piedras a los indios adversos, las huacas vuelan como fuegos o vientos, o, convertidos en pájaros, hablan, lloran o se espantan cuando ven pasar por los aires los sacacas o cometas presagiadores que envueltos en sus alas de fuego se refugian en la nieve de los cerros más altos. Huamán Poma, que al fin y al cabo no ha sido de una familia de bardos collaguas como Santa Cruz Pachacutic, sino sacristán y escribiente judicial, concede menos lugar a lo maravilloso indio, para copiar, a cada rato, trozos del credo y del catecismo o la lista de todos los pontífices romanos. Es en este terreno religioso donde la comunicación entre las dos razas y el mestizaje son más efectivos. El cronista indio cree no sólo en sus propios ingenuos mitos primitivos sino también en lo maravilloso cristiano, en el milagro. Toda la milagrería de la conquista se transfiere a la crónica india y resulta el verdadero deux ex machina de la acción, como en la crónica castellana. Los cronistas indios nos asegurarán que el Imperio se perdió, como lo había anunciado Huayna Cápac pero principalmente por la ayuda del apóstol Santiago, Viracocha montado sobre un caballo blanco y armado del terrible illapa o relámpago, o por la aparición de la Virgen, que, según el relato recogido por Huamán Poma y por el propio Garcilaso, echaba arena y rocío para apagar el incendio de las tiendas españolas en el sitio del Cuzco.

Frente a la arrogancia y a la fe en sí misma de la crónica castellana, la crónica india guarda una actitud fatalista. La única explicación del vencimiento del Imperio que surge de sus relatos es la de un designio sobrenatural. El propio Garcilaso nos asegura que los indios no combatieron contra los españoles porque la profecía de Huayna Cápac había anunciado la llegada de los hombres blancos y barbados y el término irremisible del Imperio. A la llegada de los españoles, los indios no pensaron en resistirles sino en llorar. Titu Cusi insinúa la tesis del engaño para huir la explicación de la fuerza: los indios dejaron entrar a los españoles fiados en un pacto de no agresión que éstos no cumplieron después. "No me vencisteis a mí por fuerza de armas sino por hermosas palabras", pone en boca de su padre Manco Inca. Santa Cruz Pachacutic confirma la derrota de orden divino: "entendieron que era el mismo Pachayachachi Viracochan o sus mensajeros... y después como tiró las piezas de la artillería y arcabuces, creyeron que era Viracocha y como por los yndios fueron avissados que eran mensageros, assí no los tocaron mano ninguno, sin que los españoles recibiesen siquiera ser tocados".

Es indudable, sin embargo, que el espíritu inca buscó otros caminos para explicar su caída. Ningún pueblo se siente él mismo culpable de su derrota y tiende siempre a culpar a alguien, a individualizar la culpa. Los orejones del Cuzco descargaron su odio sobre el bastardo y usurpador Atahualpa. Titu Cusi dice sarcásticamente que Atahualpa pensaba matar a los españoles, pero que Pizarro "antes que los comiesen los almorzó". Pero la leyenda norteña, principalmete la quiteña, tratará de disculpar a Atahualpa y de imaginar la venganza de éste contra los españoles. Es indudablemente una versión india de origen quiteño la que recogieron Gómara y Zárate y más tarde adoptó Garcilaso, de un ataque de los indios de Rumiñahui a las huestes de Pizarro que se retiraban de Cajamarca y el apresamiento de once españoles, entre ellos el escribano Sancho de Cuéllar, que escribió la sentencia de Atahualpa y a quien los indios degollaron en el mismo lugar en que había sido ajusticiado el Inca. La leyenda, que surge siempre como una justificación más que como una venganza, agrega que los indios, más generosos que los españoles, perdonaron a los diez prisioneros restantes y firmaron con Francisco de Chávez un pacto de no agresión. El cadáver de Atahualpa fue desenterrado en Cajamarca y llevado procesionalmente a Quito, según la leyenda reparativa.

La huella indígena está más palpable en la confusión frecuente entre lo real y lo ideal y el amor del misterio que caracteriza a las mentes primitivas y se exhibe a menudo en las crónicas indígenas, sobre todo en algunas impresiones e imágenes casi surrealistas recogidas seguramente de boca del pueblo de la conquista. En Titu Cusi y en Huamán Poma hay algunas de estas primicias del alma india. Titu Cusi dice que los contemporáneos de su padre creían que los españoles "hablaban solos con unos paños blancos". Huamán Poma traslada la misma impresión: "de noche hablaban con sus papeles (quilca)". Titu Cusi dice que cundió la noticia de que habían llegado unos hombres barbudos que iban sobre animales con pies de plata, y Huamán Poma describe en esta forma al conquistador forrado de fierro: "Todos eran como amortajados, toda la cara cubierta y que se le parecia sólo los ojos y en la cabeza traían unas ollitas".

No falta en las crónicas indias un fondo de cazurro humorismo y de burla a lo español, como en el trozo anterior, no obstante las protestas reiteradas de profundo y absoluto lealismo. Huamán Poma es en este sentido el mejor exponente del indio posterior a la conquista. Multiplica sus alabanzas y dedicatorias al Rey nuestro Señor "que Dios guarde" y al Sumo Pontífice. Sostiene que la llegada de los españoles fue "ventura y primicia de Dios" y que éstos ganaron sin sangre la tierra, para deslizar, a renglón seguido, sus sátiras contra la organización colonial y decir que no hay Dios ni Rey para los pobres, porque están en Roma y en Castilla. En Huamán Poma hay sobre todo una perfecta adecuación entre la sorna íntima y el lenguaje. Burlonamente dice del encuentro de Cajamarca que los españoles "comenzaron a matar indios como hormigas". Idénticamente satiriza a indios y españoles. Así compara a los curas con zorras y a los caciques con ratones que roen noche y día, o dice de los collas que, "son todos, los hombres o mujeres, grandotes, gordos, sebosos, floxos, bestias, sólo es para comer y dormir". Pero bajo este exterior sonriente esconden su garra el resentimiento y la protesta, reprimidos por el ambiente. El se vuelve malicia intencionada en las caricaturas grotescas de la Nueva crónica y buen gobierno o dolor punzante y desesperanzado en el estribillo de Huamán Poma: "¡Y no hay remedio!".

Históricamente, la crónica india ofrece grandes irregularidades, sobre todo en lo que se refiere a cronología, orden y lugar de los sucesos. Huamán Poma de Ayala trastrueca fácilmente los hechos más cercanos y habla del Paraguay y de Tucumán como regiones marítimas. Pero, en cambio, traen los cronistas indios frescas aportaciones sobre el folklore y las tradiciones populares. Santa Cruz Pachacutic y Huamán Poma de Ayala, aunque confunden fechas y personajes, nos dan en su lengua nativa la versión más directa del cantar y la fiesta, la oración y el rito, expresiones auténticos del alma incaica.

Literariamente juzgada, la crónica india vacila en hallar una ubicación. No es castellana pura ni tampoco quechua. Desde el punto de vista español es, tal como la juzgó Jiménez de la Espada, una jerigonza bárbara, una indiana algarabía. Las palabras y las sintaxis se retuercen para acomodarse a la flexión característica del quechua. Las transgresiones de la i por la e y la o por la u, típicas de la fonética quechua, y una sintaxis particular son las notas más saltantes. Huamán Poma escribirá que su crónica es: "falta de inbinción y de aquel ornamento y polido estilo que en los grandes engeniosos se hallan". Santa Cruz Pachacutic dirá que Atahualpa, al saber la noticia de la muerte de Huáscar, "se hace falso tristi". La imperfección del estilo corre a veces pareja con la crudeza o impudicia de la frase, que llega a veces a la escatología del lenguaje, sobre todo en Huamán Poma que no escatima las palabras particularmente para zaherir a las indias que conviven con los españoles y se cargan de mesticillos. El indio arremete contra la "putiria" con su látigo de cuatro puntas.

En resumen, la crónica india se define por su tendencia a lo maravilloso indio y cristiano, por su actitud fatalista o cohibida ante las presiones externas, por su fondo íntimo de protesta no obstante el exterior halagüeño, por la ingenuidad primitiva de sus impresiones e imágenes, por su vaguedad e inexactitud histórica, compensadas por su amor al folklore y a la tradición popular y, en lo externo, por su mescolanza quechua-española y la crudeza bárbara de su estilo.


* Publicado en La Prensa, Lima, 20 de noviembre de 1946.
El Reportero de la Historia, 10:52 p. m.